Edición 2010 - Número 3 (237) - 3 de abril de 2010
Luis Javier Capote Pérez
Las madrugadas del sábado y las del domingo suelen pillarme camino de casa, volviendo con mi novia de dar un paseo o de ir al cine. En los últimos tiempos, una de nuestras costumbres favoritas es la de darnos un garbeo radiofónico por la SER y RNE-5 para ver de qué están hablando dos de los más populares investigadores de la nada que pululan por las ondas hispánicas: Iker Jiménez y Miguel Blanco.
Poco hay que contar ya que no se sepa del responsable de clásicos del humor como son Milenio Tres o Cuarto Milenio. Sus exitosas aventuras mediáticas son tan conocidas como sus meteduras de pata. Sin embargo, el caso de Miguel Blanco es singularmente distinto, porque su carrera se ha desarrollado principalmente en la radio, un medio que no genera tanto impacto mediático pero que tiene un público bastante más fiel. En distintas etapas ha sido el responsable de un programa que la afición a los presuntos misterios conocerá, aunque sea de oídas: Espacio en Blanco.
Espacio en Blanco arrancó –según reza en la siempre útil Wikipedia- en el año 1987, en lo que actualmente es Radio Nacional de España – Radio Cinco. Yo me topé con él durante la preparación de los exámenes del difunto COU, un par de años después. Con el adecuado acompañamiento de música inquietante y una narrativa a tono con el aire misterioso que su conductor pretendía imprimir al programa, Espacio en Blanco reunía a lo más conocido de la pseudoinvestigación española, abriendo la puerta de par en par a cualquier historia que pudiera poner los pelos más o menos de punta al respetable. El espacio tenía la virtud de acompañar las noches en blanco de muchos estudiantes que aún estábamos por dar el salto a la Universidad. Además, se daba la circunstancia –un tanto sonrojante, vista con perspectiva- de que en el pueblo se organizaban estivalmente unas jornadas del misterio donde con cargo al erario público se daban pisto personajes como J. J. Benítez, Enrique de Vicente o el difunto Paco Padrón. La parte final de la década de los ochenta aún era fructífera para unos listos que habían sabido encontrar un espacio de negocio en los convulsos años de la transición. No era raro que el programa saliera en alguna conversación en los cambios de clase, con el prejuicio de que si lo habían dicho es porque sería verdad. Eso sí, llamaba la atención el hecho de que invariablemente, los anuncios de avistamientos ovni, de pruebas sobre la presencia de los templarios en Canarias o de cualquier cosa que se comentara no se vieran posteriormente refrendados por prueba alguna. Los años fueron pasando y la curiosidad juvenil fue dando paso a un sano escepticismo, reforzado por la constatación constante de la falta de cualquier elemento tangible y el progresivo descubrimiento de episodios graciosos y un tanto chuscos, donde los misteriólogos a los que Blanco daba tanta cancha acababan haciendo el ridículo. Miguel Blanco pasó a ser aquel productor de Gomaespuma del que tanto se cachondeaban sanamente Juan Luis Cano y Guillermo Fesser al hablar de historias de “mucho mucho mucho miedo”.
Veinte años después, vuelvo a oír en la sintonía de Radio Nacional de España, y compruebo que, como en el tango, ese tiempo no es nada y que Blanco sigue contando los mismos misterios de cartón piedra de siempre. Pasado el momento de la nostalgia por otras épocas más inocentes, toca el momento de echar unas buenas risas a costa del relato de las piedras de Ica o del de los visitantes de Ummo. Los detalles son tan casposos que casi da la sensación de que el señor Miguel está diciéndole a la audiencia que, en realidad, todo eso no es más que pura invención, envuelta en música de intriga. Lo que ya no es tan merecedor de risas es el hecho de que en una emisora pública, perteneciente a una entidad que ha pasado por un profundo proceso de reconversión, haya aún espacio para las pseudociencias, la venta de humo y la proliferación de las supercherías. La divulgación sigue siendo la eterna asignatura pendiente de la radio televisión pública española, en la que falta Ciencia y sobran los cuentacuentos.