El Escéptico Digital - Edición 2013 - Número 264
Mauricio José Schwarz
(Artículo publicado originalmente en la bitácora El retorno de los charlatanes).
Los problemas del mundo son tan claros, sus consecuencias tan inmediatas y sus daños tan evidentes, que la rebeldía es una reacción casi inevitable. Rebeldía ante un reparto de la riqueza tan inequitativo que la pobreza y el hambre siguen existiendo pese a que tenemos las herramientas para erradicarlas. Rebeldía ante la corrupción, que aunque entendamos que es inevitable y consustancial al ser humano, nos ofende cuando se institucionaliza junto con la burla descarnada al ciudadano que pone los dineros con los que se vuelven acaudalados los delincuentes. Rebeldía ante un sistema económico a todas luces imperfecto y que promueve la inequidad. Rebeldía ante el ensañamiento contra los más desprotegidos. Rebeldía ante la inequidad aún más aguda entre sexos. Rebeldía ante la destrucción caprichosa del medio ambiente. Rebeldía contra el racismo y otras discriminaciones. Y súmele usted los disparadores de su rebeldía que le parezcan correctos.
Nuestra justa indignación, sin embargo, le abre la puerta a veces, y sin que nos demos cuenta, a demagogos que nos ofrecen la idea de que las causas de todos los problemas son sencillas (o incluso que existe una sola causa de todos los distintos problemas del planeta y del ser humano) y que para resolverlos hay una respuesta sencilla (que tienen ellos, claro, en exclusiva).
El sólo hecho de afirmarse como rebeldes, como opositores "al sistema" (entendido así, en un abstracto donde cabe todo pero también puede no haber nada), les da cartel, credibilidad y entrada en ciertos sectores sociales que buscan, lógicamente, compañeros y aliados en su rebeldía.
El mismo abordaje de la rebeldía desde el simplismo demanda un manejo eficaz de eso que se llamaba "demagogia" y que ahora se llama "populismo" (aunque, en justicia, originariamente el populismo buscaba hacer políticas beneficiosas para el pueblo, verdaderamente populares y que satisficieran las necesidades de las mayorías; sin embargo, desde que los partidos que más detestan a las mayorías populares se hacen llamar a sí mismos "Populares", en su propia versión de la demagogia, las definiciones de las palabras se han visto difuminadas cuando no dinamitadas).
¿Qué pasa? Preguntarán los cuatro lectores habituales de este blog. ¿Nos pasamos directamente a la política mientras los charlatanes siguen a lo suyo? No se preocupe. O preocúpese mucho, porque en primer lugar toda lucha contra el pensamiento irracional tiene una dimensión política, y si en este blog no se ha notado que así lo vemos, que la ignorancia es dominación, oscurantismo y autoritarismo mientras que el conocimiento es libertad y democracia, no será por falta de ejemplos; y, en segundo lugar, estamos hablando de charlatanería. Charlatanería política basada en charlatanería preternatural o descabellada, supersticiones, creencias irracionales, falsedades patentes, mentiras sobre la realidad, paranoia, pánico y pseudociencia. Charlatanería que en tiempos de crisis se multiplica ferozmente.
Los conspiranoicos más diversos gustan de posicionarse entre los "rebeldes" que están luchando por las mejores causas de la humanidad. Si para ello tienen que inventarse enemigos malévolos y aterradores, lo hacen sin problema. Crearse peligros inexistentes es propio de todos los populistas, de izquierda o de derecha, pero que ciertamente no son rebeldes honestos. Los comunistas, los judíos, los masones, son tres ejemplos que el nazismo en sus diversas formas amalgamó en una sola "amenaza" más bien imaginaria pero que alentó dictaduras atroces, genocidas y de negra memoria hasta bien entrada la década de 1970. "Los burgueses" en una acepción de la burguesía bastante incierta y vaga, fueron el enemigo contra el que Mao lanzó a sus guardias en la Revolución Cultural, con resultados atroces no sólo por la cantidad de muertos, sino por el retraso científico-tecnológico al que condenó a China durante las décadas siguientes al haber barrido con su intelectualidad humanística y científica.
El conspiranoico más estridente de Estados Unidos, Alex Jones, gusta de presentarse como un defensor de los principios democráticos básicos con los que se fundó su país en 1776, pero apenas se rasca la superficie se encuentra uno con un sujeto delirante, antisemita, aislacionista, excluyente, proviolencia, religioso y anticientífico... vamos, algo totalmente opuesto al pensamiento y vida, por decir algo, de Thomas Jefferson o Benjamin Franklin.
Ir contra "las grandes empresas" sin matizar está tan bien visto (pues no es del todo absurdo considerando algunos hechos) y tiene tanto cartel en el espacio de la rebeldía que muchas veces se admite como cierta, sin someterla a la mínima visión crítica, cualquier barbaridad sin pruebas que se pueda lanzar contra cualquier empresa o grupo de empresas, como las telefónicas, las empresas textiles, las farmacéuticas, las petroleras o las telefónicas. Para este extremo hay que dejar de considerar, claro, otros muchos hechos.
Pero si bien esto es preocupante (porque realmente sería deprimente que los millones y millones de personas implicadas en esas industrias directa o indirectamente fueran todas parte de una conspiración perfecta para aniquilar, enfermar, contaminar, destruir y hacer sufrir a todos los demás seres humanos, que ningún médico salvo los conspiranoicos tuviera un honrado interés por beneficiar a sus semejantes, por ejemplo), más lo es la falaz conclusión que suelen ofrecer con entusiasmo: si las farmacéuticas se comportan de modo inadecuado (y lo hacen, pese a la compleja normativa a la que están sometidas sobre todo en los países opulentos), entonces no es verdad ningún postulado de la medicina basada en la ciencia. Si las telefónicas son abusivas y deshumanizadas (y lo son cuando pueden), entonces la física que nos dice que las microondas no causan cáncer es mentira. Si las textiles subcontratan empresas en el Tercer Mundo que explotan a sus trabajadores, entonces nos envenenan con sustancias atroces en su ropa y casi tenemos que empezar a plantar e hilar nuestro algodón al estilo Gandhi (en vez, digamos, de legislar para que las subcontratas al Tercer Mundo de todas las empresas de los países opulentos se ciñan a unos requisitos básicos y que de no hacerlo haya consecuencias económicas serias, multas de verdad, etc.)
Y, por contra, siguiendo el retorcido razonamiento, a todas luces peleado con la lógica, se considera verdad cualquier ocurrencia no comprobada que el demagogo en cuestión quiera vender. Así sea que "todo cura el cáncer menos la medicina basada en hechos" o cualquier propuesta alternativista, paranormal y disparatada.
Y así sucesivamente.
Las pseudociencias y posiciones anticientíficas, especialmente las tomadas como bandera o palanca propagandística por la demagogia conspiranoica (terapias alternativas, "energía libre", pseudoecologismo, HAARP, antivacunación, chemtrails) se van convirtiendo poco a poco en una amenaza no sólo a nuestra salud, a la educación, a la solución de problemas urgentes como el hambre y la satisfacción de las necesidades energéticas de la sociedad, sino que también se erigen como nuevas inquisiciones en las que es tremendamente difícil, aterrador incluso, expresar opiniones impopulares.
Tenemos casos de científicos expertos que aquí, en España, en 2011, se han negado a decir en los medios de comunicación "no hay pruebas de que las antenas de telefonía móvil puedan causar cáncer, y es implausible que lo hagan según lo que sabemos con certeza sobre la radiación electromagnética", porque saben que algunos que lo han hecho han sido hostigados, amenazados e insultados como si en vez de estar enunciando hechos demostrables fueran no sólo cómplices de las telefónicas, sino genocidas despreciables (la acusación infaltable es "te paga tal o cual empresa o grupo o industria que yo odio a muerte"). Lo mismo ocurre con quienes quieren informar al público sobre la realidad de la medicina, las vacunas, la biotecnología (hace una semana leíamos en Facebook amenazas directas de "destruir" a un científico que se atreve a ser crítico con los pseudoecologistas), la medicina científica, la energía nuclear y otros temas políticamente candentes donde la demagogia lucha desesperadamente por anular toda aproximación seria, imparcial, científica y objetiva, a cambio de miedo, incertidumbre y duda que le puedan dar seguidores fieles.
Si los demagogos han vendido eficazmente una solución simple a un problema simple, es lógico que sus seguidores no quieran a quien les diga "las cosas son bastante más complicadas que eso" o, peor, "los monstruos que tú odias no son tan fieros como te los pintan, aunque no sean hermanitas de la caridad". El único antídoto es no comprar soluciones simples.
Es allí donde el pensamiento crítico debe ser también parte de una acción política sólida para la lucha colectiva por resolver los problemas más acuciantes de nuestra sociedad.
El riesgo es claro: que las opciones políticas que en un momento dado puedan hacerse con el poder implanten por decreto prácticas, terapias, persecuciones y prohibiciones sin atender a los datos más certeros que nos puede ofrecer la ciencia y el conocimiento en cada momento. Con el pretexto de que la ciencia "no es perfecta" y "podría cambiar", se puede implantar cualquier tontería.
Resulta verdaderamente temible que un partido promueva oficialmente una superstición tan grosera como el "reiki", según el cual unas "energías" indetectables corren por unos "canales" que nadie ha visto y se pueden alterar para curar enfermedades con unos pases mágicos inventados por un ascético monje japonés zen que dejó el ascetismo para forrarse embaucando inocentes con su invento.
¿Qué diferencia tiene esto con la intención del Tea Party ultraconservador estadounidense (y algunos sectores de la ultraderecha más jurásica en otros países, como Juan Manuel de Prada en España) de abolir la enseñanza de la evolución y todas las evidencias científicas que la sustentan para sustituirla por el creacionismo porque lo dice un libro? ¿O respecto de la "ciencia racial" del Tercer Reich (entendida en su dimensión pseudocientífica y no política, no se trata de hacer acusaciones extralógicas ni de llamar "nazi" a nadie, especialmente si es un demagogo)? ¿O con el lysenkoísmo que destruyó los avances de la genética en la Unión Soviética durante 35 años y colaboró a la hambruna del Gran Salto adelante de Mao?
En nombre de una creencia mística promovida institucionalmente por los partidos políticos se puede llegar a jugar con la salud de la gente diciendo que se deben utilizar métodos no probados por encima de otros sobre los cuales tenemos abundantes y sólidas evidencias. Por eso dan miedo los políticos que exhiben su ignorancia sin pudor.
Esto ya se hace en distintos países independientemente de la ideología, sistema político o modo de producción y distribución. En Cuba, la acupuntura y la piramidología son "terapias oficiales" por decreto. En Alemania, en parte con el asnal pretexto de que Hahnemann era alemán, las aseguradoras y mutuas pagan la homeopatía (con el dinero de primas de todos sus asegurados, sean o no creyentes). En el Reino Unido, parte del dinero público se tira en terapias indemostradas ya que el máximo negocio de pseudoterapias de las islas es propiedad del príncipe heredero, el impresentable Carlos. Y en Francia se promueve desde gobiernos de derecha e izquierda el florecimiento de la mayor multinacional homeopática, Boiron. Todo ello sin dar pruebas de la eficacia terapéutica de tales prácticas, sólo porque "muchas personas están satisfechas con ellas". Como si se implantaran en la sanidad pública ya de por sí agónica los rezos a Santa Lucía junto a la oftalmología basada en conocimientos porque "muchas personas están satisfechas con los milagros de Santa Lucía" y, claro "a ellos les funciona".
Los problemas que vive nuestro planeta, decíamos al principio, son tan claros que la rebeldía es una reacción natural e inevitable. Pero cuando esa rebeldía es parasitada por sectores desorientados y desorientadores, ignorantes, paranoicos, movidos por el odio, desinformadores, ocultadores de datos o directamente negociantes que viven de vender miedo, debemos aprender a ser tan críticos con ellos como lo debemos ser con la parte del mundo que despierta nuestra rebeldía natural más inmediata. El demagogo siempre utiliza a las pseudociencias para ser convincente, palabras impresionantes no sustentadas en hechos.
Quizá tenemos que ser más rebeldes, y atrevernos a ser críticos ante los demagogos que quieren instrumentalizar nuestra justa indignación para promover supersticiones, afirmaciones dudosas o, directamente, falsedades y desinformación. Preguntarles cómo saben las cosas que dicen, qué pruebas tienen y si las creencias que nos quieren endosar han sido verificadas independientemente o son sólo un sistema de creencias de un grupo cerrado, marginal y oscuro?
URL: http://www.charlatanes.blogspot.com.es/2013/01/pseudociencia-y-demagogi…