Edición 2010 - Número 7 (240) - 3 de julio de 2010
Javier Armentia Fructuoso
(Artículo publicado originalmente en la bitácora Por la boca muere el pez)
Hay que decirle adiós, a quien fue maestro de muchos. Y permítanme hacer algo que odio en las necrológicas, dado que esto no lo es, ni un obituario ni nada. Ya he comentado alguna vez por aquí el certero juicio que el también maestro Javier Ortiz hacía sobre este subgénero del periodismo: que era horroroso que el autor se dedicara a hablar de sí mismo cuando se supone que debería haber hablado -al menos respeto al muerto- del recientemente finado. Como Gardner, aunque no en la prensa española, era hombre bien conocido, hay numerosos textos que respetan ese quehacer de difuntos. Yo me quedo con la pena y les cuento el rollo de "mi vida con Gardner".
En el año 76 , a finales, nacía en España "Investigación y Ciencia", la versión española de Scientific American. Mi hermano mayor comenzó a comprarla desde casi el principio (siempre ha quedado el hueco en la colección de los dos primeros números). La suscripción la mantuvo un tiempo nuestro padre y luego yo... aunque ya no es como hace veintitantos años, cuando llegaba cada mes y leía con interés cada artículo (Abro paréntesis: si han leído alguna vez SciAm ya saben que siempre se pueden leer la primera página y media de cada artículo, que suele estar escrita para humanos convencionales y los pies de los magníficos dibujitos; con eso suele sobrellevarse que de la mitad al final uno no entiende habitualmente nada, que es precisamente lo que el propietario de la investigación parece haber deseado desde el principio: que sepamos que el conocimiento en ese área específica avanza, pero que lo hace gracias a él, al autor... si suena a crítica al tipo de divulgación de la revista, que suene, pero gracias a ella me enteré de gran parte de lo poco que sé del mundo científico. E incluso cuando el artículo era sobre un tema que no me llamaba nunca la atención, siempre encontré que al leer la primera columna me acababa enganchando. En eso no puedo sino reconocer que ese estilo -que clonó sin conseguirlo Mundo Científico, mucho más irregular- conseguía enganchar al lector. Al menos al que no había salido corriendo nada mas ver el tocho que cada mes aparecía.)
De las secciones, que eran parte obligada para la lectura, la de Taller y laboratorio me impresionaba porque era el profesor Franz de Copenhague pero en serio, con esos dibujos maravillosos (que durante una época incluso copié, punteando con diferente densidad para las sombras y los volúmenes), y que me hicieron pensar que en EEUU existía algo así como el cielo del bricolaje científico, porque todo se podía comprar u obtener sin problema. Luego conocí los Radioshack y demás, y sigo maravillándome, incluso ahora que con Internet eso también puede llegar -via China, ahora- a tu domicilio.
Pero sin duda la que más me hizo soñar era la de Martin Gardner. Sus Juegos matemáticos eran el plato de cada mes. Aprendí de matemáticas lo que nunca me habían enseñado, descubrí la topología antes de que en primero de físicas un matemático (junto con los alumnos de primero de matemáticas) nos presentara ese sorprendente mundo en el que una esfera era un vaso y un donuts una taza, o que era posible pintar un mapa con cuatro colores, aunque solo fuera cierto tipo de mapas. O que había grafos y simplex y miles de técnicas matemáticas que se convertían en historias y en problemas y sus soluciones. Cierto, ahora hay muchísima y muy buena divulgación matemática (los matemáticos siempre han sabido ser muy buenos en esto, quizá todos, salvo los pocos que tienen un problema de introversión extremo y que son los que acaban retratados/caricaturizados en el imaginario de la tv, el cine y demás). Y Martin Gardner no era el primero en adentrarse en ese juego de hacer de la matemática subyacente al mundo un mecanismo de conocimiento, y de entretenimiento. Pero sí lo hizo para mí. Y era un fan declarado. Gracias a él tuve noción de probabilidades condicionadas y estadísticas bayesianas, algo que sonaba a ciencia ficción y que me hizo, ya desde entonces, desconfiar de toda estadística que no de cuenta de las distribuciones poblacionales (sistemáticamente, el premio a la choricería más grande siempre se la llevó Tráfico y sus causas de accidente y jóvenes y fines de semana... pero de eso también hemos hablado más de una vez, así que sigamos).
Ganas me dan de levantarme y acudir a cualquiera de los tomos de esos Juegos Matemáticos. Me acuerdo de que me la dio con queso también a mí cuando se quiso reir de los economistas con su curva de Laffer, ese enmarañado absurdo como lección de lo que no se debe creer cuando uno hace modelos de sistemas complejos (nunca escucharon su lección, no sólo Reagan, que con su reaganomics seguía cualquier absurdo pseudocientífico y esotérico. Es curioso porque no puedo dejar de asociar a Gardner con la revista, a pesar de que no duró mucho en ella -en la versión española, en SciAm fueron como 35 años. Su retiro se produjo en 1981 y fuese Gardner y llegó Hofstadter con sus Temas metamágicos (que en inglés era un anagrama del nombre de la sección de Gardner, muy propio el homenaje), y solo la gran valía del recién llegado hizo menos traumático el fin de una era. (Por cierto, una entrevista con Douglas Hofstadter hablando de Martin Gardner está en un podcast de SciAm, muy recomendable).
Ya en esa época Gardner me había cautivado y en un viaje a Inglaterra me hice con una versión paperback muy setentuna, en tipografía y colores morados de la portada, creo que de Dover, de "Fads and fallacies", un libro que me dio a conocer el mundo del escepticismo científico. De la mano de Gardner llegué al Skeptical Inquirer y a Randi y a otros autores y al mundo del CSICOP, del escepticismo del que me consideré parte desde el primer momento que supe que en él estaban Gardner, Asimov y Sagan, una especie de trinidad de la divulgación de la ciencia que me marcó enormemente. Al cabo de años descubrí que en España había unos tipos que tenían una asociación escéptica, que dirigía un tal Félix Ares que, ya ven, por esas cosas de cómo se le quedan a uno las ideas, tiene un toque gardneriano innegable.
Por supuesto, las versiones en castellano en Alianza de sus libros sobre escepticimo, eso de "La ciencia: lo bueno, lo malo y lo falso" (que era el Fads and Fallacies reconvertido, publicado con treinta años de retraso en nuestro país, lo que dice mucho de nuestro país, claro), y los otros que continuaron, recogiendo los artículos del SI siguen siendo una referencia necesaria en el magro panorama editorial del pensamiento crítico. Por supuesto, he ido adquiriendo las muchas recopilaciones de sus juegos matemáticos que en Salvat o Labor se fueron haciendo con los artículos publicados en su larga carrera. Y reconozco que gracias a Martin Gardner entendí un poco más el universo entre perverso y maravilloso del reverendo Charles Dodgson, y que su Annotated Alice está más que anotada en mi biblioteca. Bueno, por supuesto, el Snark también y también algún otro libro.
Mientras tanto, claro, cada tres meses llegaba la revista Skeptical Inquirer y con la misma pasión que había leído a Gardner hablando de matemáticas, asistía a su trabajo de racionalización de supersticiones, engaños o chaladuras tan variadas como hacía desde sus Notes of a Fringe Watcher. Trimestre a trimestre fui sabiendo de algunos de esos controvertidos temas, como el desmelenado asunto del Libro de Urantia, que tanto ha aprovechado en sus intertextualizaciones Juan José Caballo de Troya Benítez. Lo interesante de la revista es que los temas que trataba Gardner eran actuales y no exentos de controversia. Con ello asistí a interesantes debates e incluso a algún patinazo de Gardner que me mostraron que, ante todo, uno debe ser escéptico de sí mismo. He de reconocer que no siempre Gardner me parecía igualmente atinado, pero aún así, encomiable su labor y recomendable su trabajo.
El único pero que he tenido con Gardner es su religiosidad tan poco estructurada y tan poco creíble. "Los porqués de un escriba filósofo" supuso un enorme desencanto para mí. Posiblemente a otro autor no se lo habría perdonado nunca, pero a él... ¿cómo desdeñar a alguien que era como un padre? Tras leer varias veces el texto, que me pareció el Gardner más farragoso, más complaciente con la irracionalidad y menos brillante que nunca, entendí que él tenía todo derecho a reservar para sí, y para quien quisiera leerle, esa confianza en un Gran Padre que de alguna manera le reconfortaba. Bueno, Unamuno pecaba del mismo pecado y aún así sigue siendo un escritor fantástico, me dije más de una vez. Más me preocupó luego irle viendo haciéndose parte de ese movimiento que han dado en llamar Nuevo Misterianismo (New Mysterianism wikipediando), porque dejando en los temas de la mente y del cuerpo espacios para supuestas complejidades irreductibles, se dejaba la puerta abierta para que en lo de la vida se hiciera lo mismo y entonces los creacionistas del diseño inteligente usarían la misma llave para colárnosla. A Dios se le ha ido apartando adecuadamente de todos los sitios donde la mirada de la ciencia y la razón se ha colocado, y me parece una buena práctica. Establecer cotos, simplemente porque nos sorprenda lo que no entendemos aún, es injusto para una herramienta tan poderosa.
Siempre pensé que Gardner podría haber contrapuesto poderosos argumentos en contra de estas ideas mías, pero lo cierto es que me quedé sin leerle un texto convincente de este su mundo personal (pero público) del teísmo. Ello no quita para que siguiera (y siga, que seguiré siempre) admirando a este impresionante divulgador científico, defensor del pensamiento crítico y del escepticismo científico. Él ha muerto ahora, sin duda en una vida larga y que deja mucho material para seguir inspirando a mucha gente.
Y me da pena saber que nunca más le volveremos a tener ni por aquí ni por un allá que simplemente es una hipótesis que no se sigue. Es lo que tiene la muerte.
A los lectores, perdonen por este relato que llega un poco tarde, pero con tanto viaje no tuve tiempo de sentarme y ver por qué estaba triste tras saber de la muerte del maestro Gardner.