Edición 2010 - Número 8 (242) - 4 de septiembre de 2010
Roberto Arnaz
Los Ángeles no es El Cairo, pero en la ciudad californiana también es posible encontrar momias. Hace sólo unos días, un obrero de la construcción se llevó la mayor sorpresa de su vida. Sin quererlo, se convirtió en improvisado arqueólogo al encontrar un cadáver momificado mientras participaba en las tareas de demolición de un edificio abandonado. El cuerpo se encontraba en un hueco entre los cimientos de la casa y tenía la cabeza sobre una almohada. Según los familiares del fallecido, desaparecido hace cinco años, le gustaba dormir en lugares pequeños y murió por causas naturales practicando su afición preferida. El clima seco de California contribuyó a preservarlo en perfecto estado. Y es que convertirse en momia es más fácil de lo que parece. No hace falta ser un faraón egipcio, ni utilizar complejos procesos de embalsamamiento. Para William Harris, vicepresidente del Centro de las Ciencias de California, el secreto es muy simple: "Basta con morirse en el lugar adecuado".
Existen regiones que, por sus características de sequedad extrema, frío, alcalinidad, y aislamiento de la intemperie o de los microorganismos, facilitan que un cadáver se momifique en lugar de corromperse y degradarse por completo, como sucede normalmente. Para que los restos sean considerados una momia deben conservar elementos como la piel o el pelo. "Sólo hueso y dientes es una calavera", bromea Harris.
Hay más de 150 piezas, desde hace 4.500 años hasta nuestros días
Esa es la primera lección que aprenden quienes visitan en Los Ángeles el Centro de las Ciencias de California . Desde el pasado 1 de julio, el museo científico más importante de la costa oeste estadounidense se ha convertido en una enorme cámara mortuoria donde se exhibe la mayor y más completa colección de restos humanos y animales, además de artefactos funerarios y de uso cotidiano. En total, más de 150 piezas llegadas de los cinco continentes, y desde el año 4.500 antes de Cristo hasta casi nuestros días. "A la gente le fascina saber cómo vivían sus antepasados", asegura a Público el experto, para quien la exposición Momias del Mundo, de la que es responsable, "demuestra que las momias no sólo existían en Egipto, como se nos ha hecho creer".
De hecho, la joya de la colección proviene de Latinoamérica. El niño Detmold es la momia de un bebé peruano de 6.420 años de antigüedad, que es considerada la más antigua del mundo. Se encuentra en un sorprendente estado de conservación y fue descubierta en el museo Landes de Detmold, en Alemania, de ahí su nombre. Las pruebas de carbono concluyen que el pequeño vivió entre el 4504 y el 4457 antes de Cristo, unos 3.000 años antes de que el famoso faraón Tutankamon pusiera de moda los ritos de momificación en Egipto. Según Harris, por medio de tomografías se descubrió que el bebé "sufría de un defecto congénito en el corazón que le causó una infección en los pulmones, dolencia de la que falleció a los ocho o diez meses de vida".
De hecho, gracias a estos y otros procesos científicos como los análisis microscópicos o las pruebas de ADN ha sido posible descubrir que los peruanos se tatuaban en el 1300 antes de Cristo, que para los egipcios el cerebro no tenía valor y lo tiraban a la basura o que los habitantes del norte europeo tenían una dieta equilibrada en el siglo XVI. El análisis de elementos como el pelo ha revelado, por ejemplo, que la tribu andina de los Chinchorros fumaba y mascaba hojas de coca 4.500 años antes de Cristo.
Sin embargo, los mayores gestos de sorpresa entre los visitantes del Centro de la Ciencia de California se los llevan un perro de unos 500 años que aún conserva el pelo en perfecto estado y la momia de un barón alemán del siglo XVII, fallecido durante la Guerra de los Treinta Años y que fue encontrada en la cripta de un castillo con las botas puestas y casi nuevas. Además, Momias del Mundo exhibe por primera vez juntos a la familia Orlovitz. Michael, Verónica y el pequeño Johannes quedaron momificados gracias al frío y el aire seco de Hungría, en combinación con el aceite de las tablas de pino con las que se construyeron sus ataúdes.
La exhibición, que permanecerá abierta hasta el 28 de noviembre en Los Ángeles antes de iniciar un recorrido itinerante de dos años, contiene momias artificiales y naturales provenientes de 20 museos en siete países de los cinco continentes. Y las momias egipcias no podían faltar. Las que más atraen la curiosidad, por la novedad, son las momias de animales. "Los egipcios tenían granjas de gatos y pájaros para momificarlos. Los ofrecían a los muertos como nosotros ahora hacemos con las flores", explica Harris, un auténtico apasionado de los ritos de embalsamamiento egipcios.
Otra de las grandes novedades que revela la exposición es que, a lo largo de la historia, las momias han sido mucho más que piezas de museo o carne de investigación científica. Por ejemplo, en la época victoriana se hacían fiestas en las que se de-senvolvían y se consideraba un gran evento social. Además, siglos antes ya se consumía su polvo, al que se le atribuían propiedades curativas. El primer frasco comercial con polvo de momia, que se puede observar en la muestra, data del siglo XII. Incluso hay un libro de recetas con polvo de momia de 1572 y un catálogo comercial alemán de 1924 en el que se puede encontrar el exótico medicamento por 16 marcos. Para Harris, con los años la fascinación por las momias ha ido en aumento. De hecho, se muestra convencido de que "quizá el cine haya puesto de moda los zombis, pero la locura por las momias será eterna".