No podemos comprender que una feria promovida desde las instituciones públicas atraiga la participación de entidades y personas que, bajo el paraguas de las llamadas terapias alternativas, se dedican a prácticas esotéricas, paranormales y pseudocientíficas con denominaciones tan diversas como medicina ayurvédica, biorresonancia, medicina celular, terapia de polaridad, análisis transgeneracional, psiconeuroinmunología, hipnosis, posturología integrativa, geometría sagrada, terapia vibracional o gemoterapia, por citar solo algunos de los términos que aparecen en el programa.
Detrás de estas palabras de oscuro significado no hay ni un gramo de ciencia. Ni uno solo de los campos citados describe ninguna categoría o subcategoría del conocimiento, ni posee homologación alguna dentro de la comunidad científica. En una somera lectura del programa de la Fira y de su relación de expositores, encontramos de todo: retórica falsamente académica o pretendidamente científica, palabras largas sin significado real, combinaciones absurdas de sustantivos y adjetivos tomados de la ciencia; o creencias tan dispares como el poder curativo de las gemas o de la imposición de manos, o la atribución de cualquier enfermedad a supuestos desequilibrios de no se sabe muy bien qué tipo de flujos energéticos. Todo ello bajo el revestimiento de la presunta bondad del productos "naturales" y las técnicas de terapia holística que todo lo curan. Resaltamos por su especial gravedad las corrientes negacionistas respecto a las vacunas o el tratamiento del SIDA o el cáncer, a las cuales se adscriben algunos de los practicantes de estas presuntas ciencias.
La ciencia auténtica se basa en las evidencias contrastadas y en experimentos reproducibles, mientras la actitud de los científicos debe ser necesariamente escéptica y crítica. Por ejemplo, en el mundo de la investigación biomédica —donde, por cierto, Lleida tiene un centro de excelencia— todos los profesionales conocen muy bien la cantidad de filtros que deben pasar antes de que cualquier teoría, técnica o nuevo producto sea validado y encuentre su aplicación terapéutica.
Las pseudociencias, por el contrario, se alimentan de dogmas, creencias, adhesiones y testimonios individuales. No están sometidas a los controles de seguridad sanitarios habituales ni a los experimentos clínicos. Además, no suelen aceptar la controversia, que a menudo atribuyen a conspiraciones de la casta médica y farmacéutica. Pero lo que es más grave: algunas de estas terapias se afirman como alternativas o sustitutorias, llegando a convencer a muchas personas enfermas a abandonar protocolos clínicos y hospitalarios, con un riesgo evidente para sus vidas.
Sin poner en duda la libertad de los organizadores, desde la ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico animamos a las instituciones leridanas (Fira de Lleida, Ayuntamiento, Diputación) y a la Generalitat de Cataluña a centrar sus esfuerzos y recursos en la promoción de la investigación y la divulgación científica o, cuando menos, a no apoyar actividades que, además de no contar con ningún crédito por parte de las instituciones sanitarias y científicas representan un riesgo para la salud de los ciudadanos.