cia Aérea número 21, donde no
consta nada en este sentido.
También, al 802 Escuadrón del
Servicio Aéreo de Rescate, cuyo
comandante jefe, Angel Valcár-
cel, me comentó: Respecto al
testimonio relatado en su día por
el joven que cumplía el servicio
militar en la Base Aérea de
Gando, no procede ningún tipo
de comentario por la irracionali-
dad e inverosimilitud no del pro-
pio fenómeno en sí, que no se
entra a valorar, sino de la forma
y medios con que actuaron las
unidades indicadas.
Usemos la lógica. ¿Es acorde
al sentido común que unos sol-
dados de reemplazo se líen a ti-
ros en una playa de madrugada
contra unas sombras que que
aparecen y desaparecen, y ade-
más durante media hora? ¿Na-
die oyó los disparos? En una pla-
ya pública, fuera la de Tauro o
las pequeñas calas de Taurito y
Diablito, donde ya en 1991 ha-
bía campings durante todo el año
y donde abundan las embarca-
ciones deportivas; en fin, una
zona densamente poblada por
multitud de turistas
−
todo el sur
y suroeste grancanario
−
y don-
de, a la voz de ¡Abran fuego!,
nuestros aguerridos soldados de
reemplazo
−
recalco
−
vaciaron
sus cargadores en todas direc-
ciones, exponiéndose a que hu-
biera algún periodista
−
en este
caso, no ufológico
−
por las inme-
diaciones y a causar un enorme
problema al Ejército. ¿Es tan es-
túpido nuestro Ejército del Aire?
¿Tiene todo esto algún sentido?
¿Qué nos queda? Sombras, som-
bras, y más sombras...
RICARDO
CAMPO
PÉREZ
¿Cerebros
implantados?
48
(Junio 1998) el escéptico
Si la realidad del fenómeno ovni
hubiese sido llevada ante un tri-
bunal de justicia, hace tiempo
que habría sido probada como
algo absolutamente cierto. Con
esta sensacional frase, que abre
su artículo titulado Implantes:
¿Una sutil arma alienígena?,
Salvador Freixedo nos deja bien
claras dos cosas: su condición
de fervoroso creyente en la ufo-
logía, y su absoluta ignorancia
de la práctica procesal.
1
Y si es-
tas dos impresiones, al basarse
en la lectura de una sola frase,
pueden parecer algo apresura-
das, a lo largo del artículo Freixe-
do se reafirma en lo primero
−
su
inquebrantable credulidad
−
y
amplía lo segundo
−
demostran-
do que su enciclopédica ignoran-
cia abarca la gran mayoría de las
parcelas del conocimiento hu-
mano
−
.
Freixedo parte de la base de
que los extraterrestres no se
conforman con hacer guarrerías
con las víctimas de sus abduc-
ciones, sino que, por si eso fue-
ra poco, se dedican a implantar-
les lo que el autor llama biochips,
que son partículas que en la
práctica van desde simples pie-
drecitas o trozos de metal hasta
acumulaciones de grasa o pelos
malformados. El origen real es
indiferente: de lo que se trata es
de hacerlos pasar por auténti-
cos implantes extraterrestres.
Claro; uno podría objetar, por
ejemplo, que no todas las su-
puestas víctimas de no menos
supuestas abducciones presen-
tan esos implantes. No hay pro-
blema.
El intrépido Freixedo acude a
Andrija Pujarich, que, desde su
autoridad de doble candidato al
premio Nobel por su condición
de genial inventor en el campo
de la electrónica, nos informa
de que existen implantes fuera
del espectro visual físico y sólo
pueden ser vistos por algunos
humanos especialmente sensiti-
vos. Esperemos, dicho sea de
paso, que sean más sensitivos
que el propio Pujarich, que se ha
dejado engañar sistemá-
ticamente por Uri Geller, el ciru-
jano psíquico Arigo y, en gene-
ral, cualquier charlatán media-
namente hábil que se le ha cru-
zado en el camino. El caso es
que, con esta afirmación, las evi-
dencias judiciales que postula-
ba el propio Freixedo pasan a
engrosar las filas de los fenóme-
nos celosos,
2
como las hadas y
los gnomos, los íncubos y súcu-
bos, o los pitufos y los hombreci-
llos verdes de la nevera.
3
Fenó-
menos del tipo existen, pero só-
lo los puedo ver yo.
Eso sí, la mención a Pujarich,
además de añadir un nuevo ele-
mento humorístico al artículo,
sirve para colocar la fotografía de
Salvador Freixedo, en una pose
digna de un profeta anunciando
el Apocalipsis. A su lado,
Pujarich partiéndose de risa.
Afortunadamente, no todos
los implantes son tan etéreos y
elusivos. Freixedo nos cuenta
también la asombrosa historia
de cómo David E. Pritchard, doc-
tor en Física por Harvard y pro-
fesor en el MIT, utilizó los recur-
sos de su laboratorio para inves-
tigar el implante que se había
extraído a un tal Price. Después
de mostrarnos las característi-
cas de la maquinaria empleada,
y de hacernos ver el enorme in-
terés que para las instituciones
científicas presentan estos tipos
de implantes, Freixedo conclu-
ye diciendo que, ¡ay!, en el caso
concreto de esta persona no se
pudo llegar a ninguna conclu-
sión acerca del implante. ¡Cra-
so error! En realidad, no se pudo
llegar a ninguna conclusión que
respalde las majaderías de
Freixedo; en realidad, dicho im-
plante
−
ubicado en el pene del
tal Price
−
resultó ser una acu-
mulación de pelo, cristales de
orina y esperma seco. Claro que
decir esto quedaría muy feo en
un artículo de estas caracterís-
ticas
−
no por lo del pene, obvia-
mente
−
. Por cierto que es una
lástima que Freixedo no sepa
inglés; en caso contrario, se ha-
bría dado cuenta de que repro-
duce un informe médico relati-
vo a un implante que resulta ser
un coágulo formado por células
epidérmicas degeneradas y pro-
ducido por una lesión.
Cualquiera podría pensar que
con la sarta de disparates hasta
ahora expuestos
−
y los que el
lector puede imaginarse
−
el de-
lirio de Freixedo había llegado a
su culminación. Pues no es así.
A continuación, el investigador
se lanza a una desquiciante es-
peculación acerca de la finalidad
Es una lástima que
Freixedo no sepa inglés;
en caso contrario, se
habría dado cuenta de
que reproduce un
informe médico relativo
a un implante que resul-
ta ser un coágulo forma-
do por células epidérmi-
cas degeneradas
el escéptico (Junio 1998)
49
citar a un tal Derrel Sims, que
fue testigo de avistamientos
ovni desde los tres años
−
edad
mental que probablemente no
haya llegado a superar
−
, al
igual que toda su familia, em-
pezando por sus antepasados
ingleses del Siglo XIX. Por cier-
to que resulta curioso que
Sims, a pesar de su fe desbor-
dante, tampoco haya sido ca-
paz de encontrar nada...
Pero Freixedo deja atrás
esos pequeños inconvenientes,
e incluso algunos realmente
grandes. La casi infinita diver-
sidad de tipos de implantes, al
igual que la enorme variedad de
extraterrestres que los colocan,
no es para nuestro audaz es-
peculador un motivo de sospe-
cha. Simplemente ocurre que
son muchos y muy diferentes
los [grupos y razas
extraterrestres] envueltos en
esta tarea. La verdad es que
la credulidad de autores como
Freixedo es un fenómeno dig-
no de estudio, pero parece ex-
cesivo que tantas y tan varia-
das razas alienígenas pasen
por nuestro planeta con este
único fin.
El artículo termina con una
hilarante especulación acerca de
las torticeras intenciones de los
autores
−
terrestres o extraterres-
tres
−
de estos implantes. La ver-
dad es que es lo típico: control
mental, utilización como arma o
incluso una especie de sistema
de borrado selectivo de la
memora. No sabemos si también
hay algún sistema de borrado
total de la inteligencia, pero la
verdad es que el artículo lo hace
sospechar muy seriamente.
En fin; tan grave es lo que
expone Freixedo que uno se pre-
guntaría cómo es que los
marcianos y/o militares no se
han preocupado ya de silenciar
a este conocedor de sus tenebro-
sos secretos. Y deberían hacer-
lo, pues, de lo contrario, seguirá
atacando impunemente a nues-
tro sentido común y haciéndo-
nos correr el serio riesgo de mo-
rir de un ataque de risa. Que lo
hagan callar, o que le coloquen
un implante en el cerebro.
¿O será que lo que necesita
es un cerebro en el implante?
de los implantes. Y llega a la con-
clusión de que son una especie
de mandos a distancia. De he-
cho, en un caso concreto llega a
afirmar que ingenieros consul-
tados dijeron que aquello podría
trabajar a niveles cuánticos, y si
así fuera, ello podría generar
ciertas interferencias con el fun-
cionamiento de la conciencia de
aquel individuo. Los que no te-
nían conciencia eran los ingenie-
ros. ¡Mira que tomarle el pelo al
pobre Freixedo! Seguro que aún
se están riendo.
Pero también hay implantes
terrestres, colocados por la inte-
ligencia militar para realizar un
control intracerebral radiohipnó-
tico y la llamada EDM (Disolu-
ción Electrónica de la Memoria).
Uno tiembla de terror al pensar
que los malvados militares,
asustados ante la difusión de
estas terribles noticias, decidie-
ran implantar semejantes
artilugios en el cerebro de los
lectores de Freixedo. Claro que
si se limitasen a implantarlos
sólo en los que se creen estas
patochadas, encontrarían en
serias dificultades para encon-
trar algo de cerebro en el que
efectuar el implante.
Freixedo sigue hablándonos
de los sesudos investigadores
de implantes, que se caracteri-
zan todos ellos por su fenome-
nal preparación científica y su
imparcialidad y objetividad. De
lo primero da fe el hecho de que
Freixedo no nos cite ni un sim-
ple graduado escolar: quizá
tenga miedo de que sus lecto-
res se abrumen ante el desplie-
gue de doctorados, premios
Nobel y cátedras de Fisiología.
En cuanto a lo segundo, baste
FERNANDO
L
.
FRÍAS
1
Freixedo, Salvador [1997]: Implan-
tes: una sutil arma alienígena.
Enigmas (Madrid), Año III - Nº 12
(Diciembre), 52-58.
2
Término que Robert Sheaffer utili-
za para referirse a los ovnis, los
fenómenos paranormales, las
apariciones marianas o, en gene-
ral, cualquier afirmación magu-
fa, que se caracterizan por selec-
cionar el momento, el lugar y las
personas a quienes se muestran,
excluyendo cuidadosamente a
los escépticos, por supuesto.
3
Los hombrecillos verdes de la neve-
ra son el prototipo escéptico de
este tipo de criaturas. En efecto,
muchos escépticos están firme-
mente convencidos de que en sus
neveras habitan unos hombreci-
llos verdes que, al volverse invi-
sibles al abrir el frigorífico, resul-
tan indetectables. Carl Sagan
asegura, en El mundo y sus de-
monios, que en su garaje habita-
ba un dragón que sólo él era ca-
paz de percibir. Lo más curioso
es que, a pesar de la abundan-
cia de testimonios, los únicos que
niegan categóricamente la exis-
tencia de los hombrecillos verdes
de la nevera son los magufos.
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esc
é
ptico
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