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rruinado por el cataclismo bursátil
de octubre de 1987, un pequeño in-
versor se colgó unos días más tarde
en Madrid, en un parque
1
. Para ex-
plicar su gesto, el desesperado dejó una car-
ta en la que denunciaba “los abusos y el
canibalismo de los agentes de cambio de la
Bolsa respecto a los pequeños ahorradores”.
Contaba también cómo, después de haber
decidido suicidarse el 28 de octubre, se ha-
bía dado una prórroga y había decidido so-
meterse de alguna manera al juicio de Dios:
“Tuve como la iluminación de que Dios exis-
tía y que, tal vez, mi destino no era el suici-
dio”. Consagró entonces el resto de sus aho-
rros a comprar billetes de lotería y a jugar a
la bonoloto. Para ver “si Dios ponía algo de
su parte y me ayudaba a salir”. Pero el cielo
permaneció desesperadamente silencioso.
La suerte no le sonrió, y el hombre acabó
ahorcándose.
Recurrir a Dios para salvar la Bolsa y
hacer remontar las acciones es lo que deci-
dieron también, en noviembre de 1987, los
notables católicos de una ciudad italiana.
Hicieron celebrar al cura local una misa so-
lemne a fin de conjurar la caída en las coti-
zaciones
2
. ¿Cómo no dirigir los ojos a Dios
cuando todo se hunde alrededor de uno?
¿Cuando las propias ciencias económicas
se revelan incapaces de aportar correcciones
lógicas a las furiosas desreglamentaciones
de la economía mundial? Desreglamen-
taciones y distorsiones que los especialistas
no dudan en calificar de irracionales.
La crisis económica actual provoca, por
su brutalidad, efectos de pánico y de dese-
quilibrio mental en distintos ámbitos. En
sociedades presididas en principio por la ra-
cionalidad, cuando ésta se diluye o se dis-
loca, los ciudadanos se ven tentados a re-
currir a formas de pensamiento prerracio-
nalistas. Se vuelven hacia la superstición,
lo esotérico, lo ilógico, y están dispuestos a
creer en varitas mágicas capaces de trans-
formar el plomo en oro y a los sapos en prín-
Ascenso de lo irracional
En sociedades presididas en principio por la racionalidad,
cuando ésta se diluye o se disloca, los ciudadanos se ven tentados
a recurrir a formas de pensamiento prerracionalistas
IGNACIO RAMONET
el escéptico (Otoño 1998)
43
Imagen de la ‘web’ de la secta suicida Puerta del Cielo.
A
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cipes.
Cada vez son más los ciudadanos que
se sienten amenazados por una moderni-
zación tecnológica brutal y se ven impeli-
dos a adoptar posturas recelosas antimo-
dernistas. Puede constatarse que la actual
racionalidad económica despreciativa hacia
el hombre favore-
ce el ascenso de
un irracionalismo
social.
Ante tantas
transformaciones
incomprensibles
y tantas amena-
zas, muchos
creen asistir a un
eclipse de la ra-
zón. Y se ven ten-
tados por la hui-
da hacia una imagen irracional del mundo.
Algunos se vuelven hacia paraísos artificia-
les como la droga o el alcohol, o hacia para-
ciencias y prácticas ocultistas. ¿Es sabido
que en Europa cada año más de 40 millo-
nes de personas consultan a videntes o cu-
randeros? ¿Que una persona de cada dos
afirma ser sensible a los fenómenos
paranormales?
Sectas iluministas, similares a la de los
davidianos de Waco, a la del Templo Solar,
a la Puerta del Cielo, se multiplican, así
44
(Otoño 1998) el escéptico
como numerosos movimientos milenaristas
que podrían contar con más de 300.000
adeptos en Europa.
Michel Foucault, en sus cursos en el Co-
legio de Francia, solía decir que la verdad,
contrariamente a lo que se cree, no es abso-
luta, estable ni unívoca. “La verdad tiene
una historia
a-
firmaba
que, en
Occidente, se di-
vide en dos perio-
dos: la edad de la
verdad-rayo y la
de la verdad-cie-
lo”. La verdad-
rayo es la que es
desvelada en
una fecha preci-
sa, en un deter-
minado lugar y
por parte de una persona elegida por los
dioses; como, por ejemplo, el oráculo de Del-
fos, los profetas bíblicos o, aún hoy, el Papa
hablando ex cathedra. La verdad-cielo, por
el contrario, se establece para todos, siem-
pre y en todas partes: es la de Copérnico,
Newton y Einstein.
La primera era ha durado milenios; y la
pasión de la verdad revelada ha suscitado
multitud de celadores, oleadas de heresiar-
cas e incansables constructores de inquisi-
ciones. La segunda era, la de la verdad basa-
da en la razón científica, comienza por así
decirlo en el siglo XVIII, pero también tiene
sus grandes sacerdotes; y Michel Foucault
no excluía que un día éstos, en defensa de
su propia visión de las cosas y de sus pre-
rrogativas, recurran a argumentos poco di-
ferentes de los adeptos de las eras oscuras.
Pudo verificarse lo anterior con motivo
del Llamamiento de Heildelberg
3
, firmado por
264 científicos, de ellos 52 premios Nobel,
denunciando a la ecología como “emergen-
cia de una ideología irracional que se opo-
ne al progreso científico e industrial”. Lla-
mamiento hecho público con motivo de la
Cumbre de Río de junio de 1993, en un
momento en el que la gente se preguntaba
precisamente si el hombre no se encontra-
ba “amenazado por la ciencia”
4
.
Preguntas tanto más pertinentes cuan-
to que, bajo el pretexto del progreso indus-
trial, las catástrofes ecológicas no han cesa-
do de repetirse en los últimos años en todo
el planeta, como las de la Isla de las Tres
Millas (200.000 personas evacuadas), de Se-
veso (37.000 contaminadas), de Bohpal
(2.800 muertos y 20.000 heridos), de Cher-
nóbil (300 muertos y 50.000 irradiados), de
Guadalajara (200 muertos y 20.000 sin ca-
sa), de la sangre contaminada, de las hor-
monas del crecimiento, del amianto, de las
vacas locas, del tabaco, del diésel...
Los más diversos cataclismos de nuevo
tipo (en los últimos veinte años hubo, por
ejemplo, alrededor de mil mareas negras y
más de 180 accidentes químicos graves, que
costaron la vida a unas 8.000 personas y
Cada vez son más los ciudadanos
que se sienten amenazados por
una modernización tecnológica
brutal y se ven impelidos
a adoptar posturas recelosas
antimodernistas
Cartel del ‘Frankenstein’ de James Whale de 1931.
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heridas a más de 25.000) contribuyeron a
arruinar la esperanza de los que esperan
de la ciencia moderna que haga entrar a la
humanidad en una nueva edad de oro. El
Llamamiento de Heildelberg, en el que algu-
nos han creído percibir “las premisas de un
nuevo cientificismo”
5
, no cambia nada, ni
disipa la suspicacia y la desconfianza ha-
cia la tecnología.
De hecho, son muchos los ciudadanos
que consideran que la alianza del capital,
la industria y la ciencia constituye una trai-
ción a la ética de esta última, y que una
concepción mercantil del progreso es res-
ponsable de algunos de los problemas más
graves a escala planetaria. Compromisos
apáticos y recomendaciones átonas no ha-
rán más que retrasar las inevitables apues-
tas y la toma de las decisiones más difíci-
les, mientras que el planeta permanece a la
deriva, hacia una catástrofe ecológica glo-
bal
6
. Mientras, los ciudadanos siguen asis-
tiendo, angustiados, a la desaparición de
los bosques, la devastación de los pastos,
la erosión de la tierra, el avance de los de-
siertos, la rarefacción del agua dulce, la con-
taminación de los océanos, la explosión de-
mográfica, la extensión de las pandemias y
la pobreza. Son cada vez más las personas
que siguen convencidas de que la ciencia
ya no puede hacer nada por el planeta ni
por ellas, y de que el progreso, cuando está
pilotado exclusivamente por el interés mer-
cantil, es, en definitiva, la madre de todas
las crisis.
Retorno a lo irracional
En el transcurso de las precedentes crisis
económicas de los países más industriali-
zados, se asistió a movimientos masivos de
retorno a lo irracional. El continente euro-
peo conoció también, durante la gran depre-
sión de los años treinta, un momento en el
que los mitos arcaicos resurgieron con un
dinamismo esencialmente instintivo y emo-
cional. La derrota del modernismo, la crisis
económica, el desasosiego social y la aspi-
ración identitaria provocaron entonces una
especie de desencanto del mundo y favore-
cieron, especialmente en Alemania, una fas-
cinación por lo irracional que fue capitali-
zada por la extrema derecha. “Muchos de
los ciudadanos alemanes
escribe el ensa-
yista Peter Reichel
querían abstraerse de
un presente que no entendían y prefirieron
precipitarse en un universo engañoso”
7
.
En la Alemania de los años veinte, la de-
rrota militar seguida de la hiperinflación y
de la bancarrota provocaron una fuerte in-
clinación hacia las prácticas ocultistas, lo
sobrenatural y lo maravilloso. Como lo
muestra, entre otros hechos, el gran éxito
popular de películas expresionistas como
El gabinete del doctor Caligari, Nosferatu, El
Golem, El doctor Mabuse, M el vampiro ne-
gro y Metrópolis... Analizando estas imáge-
nes demoníacas, el historiador Sigfried Kra-
el escéptico (Otoño 1998)
45
cauer mostró en qué medida fue directo el
camino que condujo “de Caligari a Hitler”
8
.
Ya en 1930, el escritor Thomas Mann
ponía en guardia a los ciudadanos contra
los riesgos políticos de una época de mise-
ria cultural, mientras en torno a él se mul-
tiplicaban las ideologías escapistas, las sec-
tas, las prácticas parapsicológicas y se os-
curecía la razón. Su mago (de la novela Ma-
rio y el mago), un hipnotizador, es una alu-
sión clara a Benito Mussolini. Traumatiza-
dos por la complejidad de la crisis, empo-
brecidos, desorientados, los ciudadanos ale-
manes abandonaron su voluntad, su libre
arbitrio, su confianza en el proceso racio-
nal, por la deriva de lo irracional, y poco a
poco se dejaron ganar por el oscurantismo
y el culto al jefe: “Las masas empezaban a
pensar que las mayores calamidades que
les agobiaban no podrían encontrar solu-
ción mediante razonamientos lógicos sobre
la realidad, sino empleando medios que la
eluden, como los de la magia, ya que cier-
tamente es más cómodo y menos penoso
soñar que pensar”
9
. “El campo estaba abo-
nado
diría Thomas Mann
para la fe en
Hitler”.
En Estados Unidos, el pánico creado por
el crack bursátil de 1929 (que comenzó el
23 de octubre y duró hasta el 13 de noviem-
bre) y por la terrible depresión que provocó
iba a suscitar igualmente un aumento del
irracionalismo. Allí también el cine apare-
ció como el mejor testigo de este turbio gusto
del público. Hollywood aprovechó para lan-
zar una serie de filmes fantásticos y de te-
rror de extraordinario éxito popular. Los per-
sonajes de pesadilla de Frankenstein, Drá-
cula, La momia, King Kong, La isla del doc-
tor Moreau... iban a exorcizar los espantos
de las víctimas de la crisis. El encantamien-
to del cine (es el comienzo del sonoro) disi-
pa entonces y transforma las angustias de
una mediocre vida cotidiana, como lo ha
mostrado magistralmente Woody Allen en
La rosa púrpura del Cairo (1985).
El comienzo de la década de los treinta
es también en Estados Unidos el tiempo de
los charlatanes pseudorreligiosos como El-
mer Gantry, el héroe de la novela de Sinclair
Lewis. La época de una floración insólita de
los juegos, las loterías de todas clases, los
horóscopos (aparecen por vez primera en la
prensa francesa en 1935) y de concursos
absurdos como los maratones de danza que
denunciará Horace McCoy en su célebre no-
vela ¿Acaso no matan a los caballos? (1935),
que sirvió de guión a la película Danzad,
Son muchos los que consideran que la
alianza del capital, la industria y
la ciencia constituye una traición a
la ética de esta última
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danzad, malditos.
Paro, bajos salarios, quiebras innumera-
bles, bancarrotas ruinosas, la crisis y la de-
presión se abaten con una violencia inusi-
tada sobre los ciudadanos estadouniden-
ses confiados y despreocupados. Para su
mayor desgracia, van a constatar la increí-
ble incompetencia de sus dirigentes políti-
cos y la incapacidad de éstos para afrontar
la tormenta económica y para dominar los
peligros. En primer lugar, el propio presi-
dente de Estados Unidos Herbert Hoover,
un ultraliberal que reconocía en 1930 que
“jamás creí que nuestra forma de gobierno
fuera a resolver de manera satisfactoria los
problemas económicos por una acción di-
recta, ni que pudiera gestionar con éxito las
instituciones económicas”
10
. Y sobre todo
el secretario del Tesoro, Andrew Mellon, que
no duda en gritar a la cara de catorce mi-
llones de parados: “¡Viva la crisis! Ésta pur-
gará
añade
la podredumbre que infecta
al sistema. El coste de la vida, demasiado
elevado, y el nivel de vida, excesivo, baja-
rán. La gente trabajará más duro y llevará
una vida más mo-
ral. Los valores
bursátiles encon-
trarán un nivel de
ajuste, y la gente
emprendedora re-
cogerá los restos
abandonados de
los menos compe-
tentes”
11
. Ante es-
tas declaraciones,
que las víctimas
de la crisis y del
paro perciben como cínicas, la duda se ins-
tala entre ellas, así como el escepticismo y
la desconfianza respecto a la clase política.
En tales circunstancias, los principios me-
jor establecidos vacilan, amenazan con hun-
dirse. Y proposiciones antiparlamentarias,
antidemocráticas, que antes hubieran sido
46
(Otoño 1998) el escéptico
rechazadas enérgicamente, encuentran nu-
merosos oídos receptivos.
En los años 1971-1973, al final de un
periodo de treinta años de crecimiento y
prosperidad, el retorno del espectro del paro
y de la recesión hace reaparecer, en el cam-
po del imaginario sociocultural, nuevas fic-
ciones de crisis, como por ejemplo las pelí-
culas con catástrofe: Terremoto, 747 en peli-
gro, El coloso en llamas, La aventura del Po-
seidón, etcétera
12
. Estas historias señalan
con bastante precisión la entrada de las so-
ciedades industriales en una nueva era de
angustia social.
En el transcurso de los últimos veinti-
cinco años, a medida que se degradaba la
situación económica y aumentaba el núme-
ro de los excluidos y de los abandonados
por la crisis, las sectas modernas se multi-
plican, así como las nuevas supersticiones.
Como si en el lento movimiento de las men-
talidades, entre el terreno ganado por la ra-
cionalidad técnica y el perdido por las reli-
giones tradicionales, quedara una especie
de tierra de nadie que ocuparían las nue-
vas creencias o las formas arcaicas de reli-
giosidad.
La nueva pobreza y las confusas angus-
tias que ella suscita explican, por ejemplo
en Europa, el renacimiento extraordinario
de las peregrinaciones. Y, como en las peo-
res épocas de desesperación popular, cier-
tos fieles creen ver de nuevo incluso apari-
ciones de la Virgen María. En abril de 1982,
en La Talaudière (Indre), una adolescente
aseguró haber visto a la Virgen
13
. Rápida-
mente, como locos, acudieron millares de
peregrinos y de enfermos de todo el país, y
también de Bélgica, Países Bajos, Suiza, Ita-
lia... Se reunían en el jardín donde se pro-
dujo la aparición y esperaban una señal del
cielo... En septiembre de 1984, María re-
apareció en Montpinchon (Normandía), don-
de tres testigos creyeron verla “radiante, con
los cabellos rubios y los brazos extendi-
dos”
14
. Allá también llegaron rápidamente
miles de peregrinos desamparados, con la
esperanza de que se produjera una nueva
aparición. Si no se
produce, acudirán
en peregrinación,
al igual que otras
300.000 personas
cada año, a Keri-
nizen (Finistère),
donde aún vive
una vieja dama vi-
sionaria, Jeanne-
Lousie. Durante
treinta años la
Virgen se le habría
aparecido setenta y una veces y le habría
dicho: “Yo quiero recristianizar Francia a
fin de que se convierta en la luz de los pue-
blos paganos...”
15
. Otros peregrinos (un mi-
llón y medio de media por año) se dan cita
en el 140 de la rue du Bac de París, en la
capilla de la medalla milagrosa. Esta meda-
Las niñas de Garabandal en uno de sus éxtasis marianos.
La asociación
televisión-deporte-nacionalismo
conjuga los tres fenómenos
principales contemporáneos de
masas, las tres fascinaciones
centrales de este fin de siglo
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lla es la que la Virgen, durante una apari-
ción el 27 de noviembre de 1830, habría
hecho grabar para “conceder grandes gra-
cias” y que llevaba al cuello Bernadette
Soubirous en 1858, cuando ella misma vio
a la Virgen en Lourdes, a la entrada de una
gruta a la que acuden a rezar cada año más
de cuatro millones de peregrinos...
Este renacimiento de la religión popu-
lar
16
, del culto a los santos sanadores, ani-
mado por la jerarquía más conservadora de
la Iglesia, coincide precisamente con el re-
torno de los tiempos duros; cuando hay que
remitirse a confiar en la Providencia y, lite-
ralmente, a confiar en los milagros
17
.
Pero se cree con más fuerza aún en los
viejos mitos paganos del destino, de la fortu-
na; y, tres mil años después de los caldeos,
se invoca el poder de los astros “que rigen,
con una voluntad inflexible, todo el Univer-
so”. Aún sabiendo que estas creencias son
incompatibles con el espíritu científico, los
ciudadanos, intimidados por los riesgos de
los nuevos tiempos, se adhieren a razona-
mientos absolutamente ilógicos y a supersti-
ciones abracadabrantes. Desafían de esta
forma, aún sin confesarlo, los criterios de
una racionalidad científico-tecnológica que
no siempre da respuesta a sus obsesiones
inmediatas (paro, sida, sangre contamina-
da, vacas locas, cáncer, soledad, inseguri-
dad, etcétera). Habiendo erigido como em-
blema de las sociedades liberales el eslo-
gan “que gane el mejor”, cada cual busca
demostrarse a sí mismo, más allá de las con-
tingencias sociales objetivas, que puede ser
un ganador, un triunfador. Y esto por me-
dio de los juegos de azar.
El azar ocupa entonces el lugar de lo sa-
grado. Y es, a la vez, fascinante y terrorífi-
co. Alrededor de nosotros proliferan toda
clase de loterías y juegos de pronósticos de-
portivos... Y se asiste a la explosión, espe-
cialmente delirante, de los juegos-concur-
so propuestos por almacenes, marcas de
productos, publicaciones y diarios. Por no
hablar de las numerosas emisiones de tele-
el escéptico (Otoño 1998)
47
visión que derraman, ante los ojos pasma-
dos de tantos excluidos, una insólita lluvia
de millones sobre los felices agraciados...
Deporte, dinero y medios
También el espectáculo del deporte, en es-
tos tiempos de neoscurantismo, se convierte
en un opio del pueblo. Permite descargar la
agresividad contenida, interiorizada; se
plantea como una especie de sustituto de
la guerra. Cierto que por otros medios, pero
es la metáfora de la guerra, del enfrenta-
miento, de la violencia.
Y todo ello desde un principio, cuando
los griegos inventaron los Juegos Olímpi-
cos como una especie de tregua que prolon-
gaba los enfrentamientos, pero bajo una for-
ma ritualizada, sostenida en pruebas ba-
sadas en las disciplinas militares: carrera
a pie, salto, lucha, lanzamiento de jabali-
na, de martillo, etcétera. ¿Es casual que una
de las pruebas más emblemáticas
la ma-
ratón
recuerde la célebre batalla ganada
por el general ateniense Milcíades contra
los persas en 490 antes de Cristo?
En Roma, también du-
rante la antigüedad, los jue-
gos eran, por definición, jus-
tas mortales en las que se
enfrentaban entre sí los
gladiadores, guerreros de eli-
te, ofreciendo a las masas de
las gradas el espectáculo de
la muerte en directo.
En el medievo, lo que más
se asemejaba al deporte mo-
derno era el torneo, en el que
se enfrentaban caballeros
con armadura. Los aullidos
de dolor, las heridas, los
huesos quebrados, los ester-
tores de los caballos, la san-
gre... tales eran los ingre-
dientes de aquellos espectá-
culos coloristas, de los que
únicamente las corridas de
toros, con su mezcla de bravura, violencia
y crueldad, pueden darnos una idea.
El deporte, tal como hoy lo conocemos,
se inventa en Inglaterra hacia mediados del
siglo XIX, precisamente para ayudar a eva-
cuar de la sociedad la violencia en su for-
ma más brutal. El deporte se propone explí-
citamente canalizar las tensiones, particu-
larmente exacerbadas con el desarrollo del
mundo industrial, confiriéndoles una for-
ma simbólica, ritual; encuadrándolas con
leyes y reglamentos. Así, el choque, el en-
frentamiento, serán lícitos, el combate ten-
drá lugar, pero según leyes y normas que
eviten por lo general (el boxeo es una ex-
cepción) herir al adversario.
Hay asociaciones que predican también
el desarrollo de las prácticas deportivas con
el fin de formar mejor a los jóvenes para los
retos que les esperan en el seno de los ejérci-
tos que participan en las conquistas colo-
El fútbol levanta pasiones desaforadas en todo el mundo.
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niales en África y Asia, partiendo del princi-
pio de que un buen deportista es un buen
guerrero.
Pero, con el desarrollo de la gran pren-
sa, el deporte se convierte también en un
espectáculo sobre el cual los ciudadanos
transfieren muy pronto las pasiones nacio-
nales. Deporte de masas, medios de masas
y regímenes de masas forman una tríada
inseparable en la Europa de los años trein-
ta. El deporte sirve de propaganda, parti-
cularmente a los regímenes mussoliniano
y hitleriano. Más tarde, los regímenes de
tipo estalinista imitarán este sistema y no
dudarán en meterse en las peores prácti-
cas de selección, de adiestramiento, de
condicionamiento y de dopaje para fabricar
campeones y hacer de
ellos los portaestan-
dartes de su política.
Más recientemente,
se ha constituido otra
tríada igualmente per-
niciosa: financieros,
deportistas, medios.
El dinero se ha conver-
tido en el motor esen-
cial del deporte. Por
medio de la publicidad
que difunden las cade-
nas de televisión
cuando retransmiten
deportes como el fút-
bol, el tenis, el hockey,
el rugby...
El dinero y la tele-
visión lo han acelera-
do todo. El éxito de las
retransmisiones de-
portivas a través de la
pequeña pantalla está
ligado esencialmente a
la especificidad misma
de la televisión. Cuan-
do se desarrolló la te-
levisión, en los años
treinta, únicamente
podía trabajar en di-
recto a causa de sus
limitaciones tecnoló-
gicas. Habrá que esperar a 1957, con la in-
vención del magnetoscopio por parte de la
sociedad Ampex, para que pueda ganar sol-
tura y funcionar a partir del diferido y el
montaje magnético. Existe pues, en sus ini-
cios, una fuerte adecuación entre los acon-
tecimientos con vocación de ser transmiti-
dos en directo y la televisión. Y entre estos
acontecimientos, los que se imponen más
rápidamente son las competiciones depor-
tivas.
La expansión de la televisión como me-
dio de masas está íntimamente ligada a la
difusión de ciertos deportes. En Estados
Unidos, esta expansión se da en los años
cuarenta y cincuenta gracias a la difusión
intensiva de tres deportes: fútbol america-
no, béisbol y boxeo. En Francia, se produ-
48
(Otoño 1998) el escéptico
ce un fenómeno idéntico hacia el final de
los años cincuenta, cuando la televisión se
convierte en un medio importante difun-
diendo las pruebas de dos deportes reyes:
rugby y ciclismo. En Italia y España, se tra-
tará de fútbol y ciclismo. Estos deportes y
la promesa de poder verlos en tiempo real,
de seguir en directo las llegadas del Tour
de Francia, van a favorecer la expansión de
la televisión como medio de masas y opio
del pueblo elevado al cuadrado.
La televisión añade un complemento vi-
sual que permite captar mejor la compleji-
dad y la riqueza de la prueba deportiva. Para
retransmitir un encuentro, se sitúan ya so-
bre el terreno una quincena de cámaras, es
decir, hay quince miradas diferentes que si-
guen el balón, la ac-
ción, las estrategias de
ataque, de defensa, et-
cétera. Mientras que el
espectador desde las
gradas no cuenta más
que con sus dos ojos
para verlo todo; y esto
se revela insuficiente
para ver el partido des-
de todos sus ángulos,
al ralentí, desde muy
cerca, etcétera.
La mediatización
del deporte favorece su
politización. Histórica-
mente, la organización
de las grandes prue-
bas deportivas ha res-
pondido de forma ge-
neral a presupuestos
ideológicos. Por ejem-
plo, la restauración de
los Juegos Olímpicos,
en 1896, reflejaba la
ideología de su funda-
dor, Pierre de Couber-
tin, que tenía una con-
cepción muy aristo-
crática de la sociedad.
Y, aunque se trataba
de un proyecto huma-
nista, en algunos de
sus textos se percibe claramente que se tra-
ta de una cuestión de sociedad de elite, blan-
ca y masculina. No puede hablarse realmen-
te de mediatización del deporte a finales del
siglo XIX, cuando renacen los juegos, pero
ya entonces las ideas de disciplina, esfuer-
zo, organización, pueden ser recuperadas
por el discurso político.
Pudo verse la explotación política que hi-
zo del fútbol el fascismo italiano. Los años
veinte fueron los de la construcción de gran-
des estadios en Italia, que organizó un cam-
peonato mundial, elaboró la puesta en es-
cena de los encuentros y explotó al máximo
las victorias del equipo nacional, presenta-
do como un auténtico sustituto de la na-
ción misma, encarnando sus cualidades
principales. De esta forma, Mussolini inte-
Los nazis y el ocultismo son un asunto recu-
rrente en las revistas esotéricas.
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gró la organización del deporte en un discur-
so político retomado rápidamente por Hitler
y los nazis, y que desembocaría en la or-
ganización de los Juegos Olímpicos de Ber-
lín, en 1936, que fueron, recordémoslo, los
primeros juegos televisados. Otro ejemplo:
el de los Estados comunistas y la excesiva
importancia política otorgada por estos re-
gímenes a las victorias deportivas, en par-
ticular en lo que se refiere a las competicio-
nes internacionales. En el siglo XX, depor-
te y política aparecen íntimamente unidos.
Se plantea también el problema de los
seguidores de los equipos deportivos. Y pue-
de observarse a grupos de extrema derecha
que se constituyen para glorificar a deter-
minados equipos de fútbol. Para ellos, su
equipo es, como de alguna forma lo era para
Mussolini, la encarnación de los principa-
les valores de su comunidad. Ciertos hin-
chas se tatúan, incluso sobre el rostro, los
colores nacionales. Incorporan, en el senti-
do profundo del término, inscribiéndolos en
su cuerpo, los colores de su equipo. Y, en
períodos turbios como los que vivimos, to-
das estas actitudes, que podrán parecer
meramente folclóricas en tiempos norma-
les, pueden desembocar en la xenofobia y
en el rechazo a los que se calificará de débi-
les porque no pertenecen al grupo posee-
dor de fuerza suficiente para la victoria.
La presión del espectáculo a escala pla-
netaria es tal que algunos que pertenecen
a minorías políticas quieren aprovecharse
de esta caja de resonancia gigantesca para
expresarse. Algunas de estas exhibiciones
políticas son banalizadas. El primer gesto
del campeón, cuando atraviesa la meta,
consiste habitualmente en precipitarse ha-
cia su bandera nacional para envolverse
literalmente en ella. Esto se convierte en
un ritual, en una norma. No hay un solo
campeón que no corra hacia el abanderado
para hacer una vuelta de honor envuelto
en los colores nacionales.
La asociación televisión-deporte-nacio-
nalismo conjuga los tres fenómenos princi-
pales contemporáneos de masas, las tres
fascinaciones centrales de este fin de siglo.
Y esto constituye en sí mismo uno de los
hechos políticos importantes de nuestro
tiempo, y una componente irracional, una
evasión de la dureza social de la época.
Lo irracional alcanza, así, a la política.
¿No ha podido verse durante las elecciones
en el Reino Unido y en Francia la aparición
de un Partido de la ley natural proponiendo
con gran seriedad “desarrollar la medita-
ción trascendental” y animando al vuelo yó-
guico para salir de la crisis? El antiguo mi-
nistro francés de cultura, el socialista Jack
Lang, ¿no hizo construir en la ciudad de
Blois, de la que es alcalde, un Centro Na-
cional de las Artes de la Magia y la Ilusión?
Únicamente el dinero da la felicidad, se
ha repetido en los últimos años, en la épo-
ca del dinero rey y del neoliberalismo triun-
fante, cuando el único objetivo digno en la
el escéptico (Otoño 1998)
49
vida era enriquecerse. El ciudadano ordi-
nario no tenía otra posibilidad de alcanzar
el Paraíso que ganando en una de las múl-
tiples tómbolas mágicas. Pero para ganar
es necesario tener suerte, lo que, astrológi-
camente hablando, es una cuestión de bue-
na estrella. La incertidumbre ante el futuro
y el frenesí por los juegos han conducido
así, a las hordas de aspirantes a la fortuna,
hacia las nuevas generaciones de magos,
de videntes, de extralúcidos. Por teléfono,
por videotexto o simplemente ante las cá-
maras de televisión, éstos predicen el pro-
venir, precisan las cifras de la fortuna o los
colores de la suerte...
Más de 20.000 brujos modernos, viden-
tes, astrólogos y otros arúspices oficiales,
con la ayuda de unas decenas de morabitos
llegados de África, apenas dan abasto en
Francia para responder a la angustiosa de-
manda de unos 4 millones de clientes ha-
bituales. El esoterismo se encuentra en ple-
na expansión: la mitad de los franceses con-
sulta regularmente su horóscopo, y la tira-
La incertidumbre ante el futuro
y el frenesí por los juegos han
conducido así, a las hordas de
aspirantes a la fortuna, hacia
las nuevas generaciones de magos,
de videntes, de ‘extralúcidos’
‘Expediente X’, la serie de Chris Carter, ha de-
mostrado que una parte importante del público
tiene serias dificultades para distinguir ficción y
realidad.
background image
da de las revistas de astrología no deja de
aumentar (dos de ellas superan los 100.000
ejemplares).
El boom de esta industria de la adivina-
ción (tarots, cartas, talismanes, quiroman-
cia, sanadores, radiestesistas) corresponde
a una regresión profunda del individuo. De
esta forma se empieza por admitir que el
cielo del nacimiento puede determinar, de
forma absoluta, la biografía. Así, el destino
astral interpretado por el vidente reempla-
za en estos tiempos de supersticiones la lec-
tura de los caminos de la Providencia efec-
tuada antaño por los clérigos. El cine, una
vez más, refleja adecuadamente la nueva
fascinación por los hechiceros y los ánge-
les, los demonios y las maravillas. Las pelí-
culas recuerdan con regularidad, y a veces
con talento, la actualidad de los temas que
eluden frontalmente la razón y la verdad.
El oscurantismo seduce cada vez más a
ciertos espíritus desalentados por la comple-
jidad de las nuevas realidades tecnológicas,
conmocionados por el irracional horror eco-
nómico. A favor de este oscurantismo se han
expandido ya a través del mundo revolucio-
nes conservadoras y diversos fundamenta-
lismos: islamista en Irán, puritano en Esta-
dos Unidos, ultraortodoxo en Israel, etcéte-
ra.
Y podría mañana, cuando la recesión que
amenaza haya amplificado su espantos, de-
sencadenar las pulsiones destructivas más
graves. Será tentador buscar chivos expia-
torios para las dificultades crecientes. Al-
gunos políticos los señalan ya: “Al igual que
el pueblo romano, corremos el riesgo de ser
invadidos por pueblos bárbaros, como los
árabes, los marroquíes, los yugoslavos y los
turcos
declaraba un antiguo ministro bel-
ga de Interior, Joseph Michel
, gentes que
llegan desde muy lejos y que no tienen nada
en común con nuestra civilización”
18
. Ideas
seniles que pueden renacer de esta forma
en cuerpos más jóvenes y convertirse en po-
pulares.
En los años treinta, el novelista Thomas
Mann presintió el peligro: “El irracionalis-
mo, que deviene popular, es un espectácu-
lo horroroso. Se presiente que acabará re-
sultando fatalmente una desgracia”
19
. En
el clima actual de pesimismo cultural, y
mientras resurgen las cuestiones nacional
y social, de nuevo circulan por Europa las
fuerzas de la extrema derecha. Permanecen
al acecho de las decepciones de todos los
50
(Otoño 1998) el escéptico
órdenes que un liberalismo descarnado no
deja de suscitar. Aquí y allá, y especialmente
en Europa occidental, se instala ya una
especie de xenofobia tranquila que mil (ma-
los) argumentos tratan de justificar.
La sinrazón se nutre de la ignorancia y
la credulidad, de los mitos y las pasiones,
de la fe y de espantos. Son éstos el alimen-
to de toda religión, de toda superstición. Y
el traumatismo económico que sufren ac-
tualmente las sociedades europeas puede
transformar estos alimentos en elixires para
una nueva barbarie.
El nazismo enraizó en un Alemania des-
concertada, supo aprovechar el impacto de
la depresión económica, de la mutación con-
vulsiva del capitalismo y del traumatismo
nacional. Es una mezcla explosiva a la que
Europa se ve de nuevo confrontada. ¿Sa-
brán los ciudadanos movilizarse para evi-
tar que se reproduzca tan nefasto preceden-
te?
Referencias
1
El País (Madrid), 7 de Noviembre de 1987.
2
Le Monde (París), 22 de Noviembre de 1987.
3
Le Monde (París), 3 de Junio de 1992.
4
Cf. “L’homme en danger de science?” Manière
de Voir (París), Nº 15 (Mayo 1992).
5
Jacques Robin: “Des sientifiques en mal
d’écologie”. Libération (París), 13 de Junio de
1992.
6
Cf. The Financial Times, 15 de junio de 1992.
7
Peter Reichel: La fascination du nazisme. Odile
Jacob. París 1993. Pág. 20.
8
Sigfried Kracauer: De Caligari à Hitler.
Flammarion. París, 1987 (Hay traducción es-
pañola con el mismo título: Ediciones Nueva
Visión. Buenos Aires 1961).
9
André Gisselbrecht, en su introducción a Mario
et le Magicien. Flammarion. París 1983.
10
Citado por Jean Heffner: La Grande Dépre-
ssion. Gallimard-Julliard (Col. “Archives”, Nº
64). París 1976.
11
Ibídem.
12
Cf. Ignacio Ramonet: La golosina visual. Edi-
torial Gustavo Gili. Barcelona 1983.
13
Le Monde (París), 18 de Abril de 1982.
14
Le Monde (París), 22 de Septiembre de 1984.
15
Le Nouvel Observateur (París), 14 de Agosto
de 1987.
16
La Virgen María habría aparecido igualmente,
en el transcurso del último decenio, en El
Cairo, Rusia, Italia, España, Argentina, Yu-
goslavia...
17
Según un sondeo publicado por Le Monde el 1
de Octubre de 1986, el 46% del conjunto de
los franceses “cree en los milagros”.
18
Le Monde (París), 1 de Noviembre de 1987.
19
Cf. nota 9.
La sinrazón se nutre de la ignorancia
y la credulidad, de los mitos y las
pasiones, de la fe y de espantos.
Son éstos el alimento de toda
religión, de toda superstición
Ignacio Ramonet es director Le Monde Diplo-
matique.
Este artículo forma parte de Un mundo sin rum-
bo. Crisis de fin de siglo [Un monde sans cap],
libro de Ignacio Ramonet publicado por la Edi-
torial Debate (Col. “Temas de Debate”) en 1997,
y se reproduce con autorización del autor.