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C
reo que la educación es, entre otras
cosas, pero muy principalmente,
educación para la razón: educación
es formar seres humanos, y los seres hu-
manos somos ante todo seres racionales.
La razón no es una disposición meramente
automática, sino un logro social, posibilita-
do por unas capacidades naturales, evolu-
tivas, etcétera. De modo que me gustaría
empezar hablando de la importancia de
potenciar la razón por medio de la educa-
ción, y luego finalmente decir unas pala-
bras de la filosofía como una disciplina
racional que obviamente tiene su puesto en
cualquier plan de estudios, y no un puesto
tan central o único como a veces, con un
poco de delirio o entusiasmo gremial, que-
remos los filósofos. Pero creo que, en cual-
quier caso, tiene un papel importante para
dar una cierta unidad de sentido a muchas
de las cosas que forman un curriculum, un
plan de estudios.
La razón
repito
no es simplemente
una especie de dispositivo automático. La
razón está en buena medida basada en el
confrontamiento con los demás, es decir,
razonar es una disposición natural basada,
o para nosotros fundada, en el uso de la
palabra, en el uso del lenguaje; y el uso del
lenguaje es lo que nos obliga a interiorizar
nuestro papel social. El lenguaje es socie-
dad interiorizada, y es curioso que algunos
filósofos y otras personas a lo largo de los
siglos se hayan preguntado
por ejemplo, el
“pienso, luego existo” de Descartes en el
famoso comienzo del Discurso del Método,
que también recoge en sus Meditaciones
:
¿Estoy aquí? Dudo de todo. ¿Estaré solo en
el mundo? ¿Existe este mundo? ¿Es todo
una ficción inventada por un dios maligno?
De hecho, la postura solipsista, es decir,
la postura de los pensadores que han du-
dado de la existencia de cualquier cosa y de
cualquier otro ser humano salvo de ellos
mismos, a pesar de que es una teoría bas-
tante peregrina, por decirlo de algún modo,
ha sido muy refrendada y ha tenido mu-
chos seguidores. Bertrand Russell cuenta
que una vez recibió una carta de un solip-
sista que decía: “Considero el solipsismo
tan obvio y tan probado racionalmente que
me extraña que no haya más gente solip-
sista”. Realmente es verdad que el primer
argumento que hay contra ese solipsismo,
o contra formas menos chuscas de conside-
rarnos de alguna forma como caídos de no
se sabe dónde, es precisamente el hecho de
que somos seres lingüísticos. Somos seres
lingüísticos y manejamos un lenguaje que
no hemos inventado, del que no somos
dueños, cuyos registros no están en nues-
tra mano. El uso de nuestra razón está
condicionado por esa función precisamente
del propio lenguaje.
Razonar para sobrevivir
En la educación, de lo que se puede tratar,
de lo que se debe tratar, es de desarrollar lo
que es una capacidad en principio casi
inevitable de la vida en sociedad y de la
vida en común, es decir, todos tenemos que
razonar permanentemente para poder
sobrevivir. El elemento racional está en
todos nuestros comportamientos, está for-
mando parte de nuestros más mínimos
funcionamientos mentales. Si alguien nos
dice que ha comido a mediodía fabada y
que la paella estaba muy buena, inmedia-
tamente decimos: “No puede ser; o fabada o
paella”. Ya el darnos cuenta de que hay
cosas incompatibles, de que las cosas no
pueden ser y no ser al mismo tiempo, o que
las cosas contradictorias no pueden darse
a la vez, o que todo debe tener alguna cau-
sa, suponen ejercicios de racionalidad. Ese
tipo de mecanismos elementales está en to-
dos nosotros y no podríamos sobrevivir sin
él. Hay en todas partes, en todas las cultu-
ras y en todos los tiempos unas disposicio-
nes naturales al desarrollo de pautas racio-
nales. Gombricht, en uno de sus libros, di-
ce que hay pueblos que no conocen la pers-
pectiva pictórica, como los egipcios, por
ejemplo. Efectivamente hay pueblos que no
conocen la perspectiva, pero no hay ningún
pueblo en el que uno de sus miembros,
cuando quiere huir o esconderse de su ene-
migo, se ponga delante del árbol y no de-
trás.
Por lo tanto, evidentemente, la función
racional está constantemente en nosotros.
Lo que pasa es que el ser humano actual,
el ser humano que queremos desarrollar, el
ser humano civilizado que forma parte del
final de un siglo y del tránsito al otro, que
va a tener que entenderse con máquinas
muy complejas, que va a tener que usar
registros muy diferentes, que quizá no va a
disfrutar de la misma estabilidad en su
el escéptico (Invierno 1998-99) 21
Potenciar la razón
El ser humano civilizado que forma parte del final de un siglo y
del tránsito al otro tiene que desarrollar una capacidad racional que
evidentemente no es algo simplemente instintivo ni automático,
y que tampoco se confunde con la mera información
FERNANDO SAVATER
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propio desempeño laboral y gremial, sino
que va a tener que cambiar de puestos la-
borales, etcétera, tiene que desarrollar una
capacidad racional que evidentemente no
es algo simplemente instintivo ni automáti-
co, y que tampoco se confunde con la mera
información.
La suposición de que lo racional es estar
bien informado es uno de los problemas de
nuestra época, en la que se considera que
tener acceso a mucha información va a de-
sarrollar la razón. La información es útil
precisamente para quien tiene una razón
desarrollada. No es lo mismo
y Giovanni
Sartori y otros doctores han insistido en
ello
información que conocimiento. Yo
creo que hay una distinción importante en-
tre ambos conceptos. El conocimiento es
reflexión sobre la información, es capaci-
dad de discernimiento y de discriminación
respecto a la información que se tiene, es
capacidad de jerarquizar, de ordenar, de
maximizar, etcétera, la información que se
recibe. Y esa capacidad no se recibe como
información. Es decir, todo es información
menos el conocimiento que nos permite
aprovechar la información.
La educación no puede ser simplemente
transmisión de información, entre otras ra-
zones porque la información es tan amplia,
cambia tanto, existen tantas formas de
acceder a ella, y cada vez más, de una ma-
nera on-line, permanente, que sería absur-
do que la función educativa fuera simple-
mente transmitir contenidos informativos.
Lo que hace falta es transmitir pautas de
comportamiento que permitan utilizar y
rentabilizar al máximo la información que
se posee. Ése es uno de los puntos fuertes
del planteamiento de la educación en gene-
ral y de cualquier asignatura en particular.
Y aquí enlazamos con esta disputa, que
tanta tinta ha hecho verter aquí y en otros
países, en torno al humanismo, oponiendo
las asignaturas humanísticas a las científi-
cas. A veces se han dicho cosas muy dispa-
ratadas, como si realmente la ciencia no
fuera humana, o no desarrollara la huma-
nidad… Lo característico del humanismo
es que hay un modo humanístico de ense-
ñar cualquier asignatura. Más que el hecho
de que unas asignaturas sean humanistas
y otras no, es el modo cómo se enseñan las
asignaturas lo que puede ser humanista o
no-humanista. Puede ser un modo mera-
mente informativo, meramente descriptivo,
o puede ser un modo que a través de cual-
quier asignatura trate de desarrollar la ca-
pacidad de conocimiento, es decir, la capa-
cidad de ordenar, de relacionar, de criticar,
de discernir, etcétera, dentro de una línea
determinada, dentro de un tema determi-
nado. Todas las asignaturas tendrían que
estar orientadas a la potenciación en su
campo de la capacidad de conocimiento, de
la capacidad de continuar por uno mismo
el aprendizaje, frente a la pura disposición
a asumir información.
Una de las características de la razón es
que sirve para ser autónomo, es decir, los
seres racionales son más autónomos que
las personas que no han desarrollado su
capacidad racional. Por supuesto, autono-
mía no quiere decir aislamiento, insolidari-
dad, solipsismo, pero al menos sirve para
autocontrolarse, autodirigirse, optar entre
opciones diferentes, proteger las cosas que
uno considera importantes, emprender em-
presas, etcétera. Creo que la autonomía es
fundamental, y esa autonomía es lo que
justamente permite la razón. El no desarro-
llo de la razón nos hace estar dependiendo.
De hecho, los niños muy pequeños y las
personas que, por alguna desgracia, han
perdido alguna de las facultades racionales
lo primero que padecen es una dependen-
cia de los demás. De modo que educar para
la razón es educar para la autonomía, para
la independencia. Y aquí hay un punto du-
ro de la verdadera educación, y es que los
que nos dedicamos a la enseñanza educa-
mos para que las personas a las que edu-
camos, nuestros alumnos, puedan prescin-
dir de nosotros. No hay peor maestro que el
que se hace imprescindible toda la vida. El
maestro que, de alguna forma, sigue siendo
maestro siempre, no ya por una veneración
a su persona, a su saber, sino porque se
hace imprescindible, es decir, porque la
materia que explica o la materia que ha in-
tentado ofrecer a los demás está tan vincu-
lada a su persona que no se puede él sepa-
rar de ella de ningún modo y que los demás
nunca pueden acceder al conocimiento sin
tener esa persona que les guíe y que les ilu-
mine, el guru, en una palabra, es lo contra-
rio del maestro.
El maestro, o los padres cuando educan
a sus hijos, los educan para que se vayan,
los educan para que prescindan de ellos.
En la verdadera profesión de la enseñanza,
hay una cierta dimensión suicida, porque
educamos para que los demás puedan
prescindir de nosotros, y los padres tam-
bién debemos educar para lo mismo, lo
cual a veces es duro. Todos los padres por
22
(Invierno 1998-99)
el escéptico
Un profesor de Geología enseña a sus alumnos a identificar
tipos de rocas.
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una parte queremos reforzar la autonomía
de los hijos, pero por otra parte quisiéra-
mos que siguieran manteniendo con noso-
tros algún tipo de vínculo, de dependencia.
Eso es, desde el punto de vista educativo,
insano, porque hay que educar para la au-
tonomía, es decir, para la razón.
Guardarse claves racionales, guardar
claves de la capacidad racional es la mejor
manera de mantener independencia en los
demás. Y el hecho
de que hoy los co-
nocimientos hu-
manos sean tan
amplios y tan com-
plejos, y estén tan
dispersos, a todos
nos obliga a estar
dependiendo de ra-
zones ajenas, es
decir, verdaderamente nadie puede saber
de todo. Si, en cualquier época, era raro un
Aristóteles, que probablemente sabía de
todo lo que se podía saber en su época
evi-
dentemente ni siquiera Aristóteles abarca-
ba todo el saber de la época
, hoy sería
impensable, porque el tipo de conocimien-
tos actuales excluye la posibilidad de
alguien con un saber tan omniabarcante.
Entonces, todos dependemos de otras razo-
nes y eso es lo que nos da a veces la sen-
sación de estar abrumados, de que todo
conocimiento es ínfimo, es ininteresante,
porque hay tanto que saber… Por eso hay
que intentar potenciar la capacidad racio-
nal de asumir incluso las limitaciones de
nuestro propio conocimiento. Una de las
características de la razón es asumir los lí-
mites del conocimiento y no creer que, por
mera acumulación, se puede extender has-
ta el infinito. A veces, a los racionalistas se
les reprocha creer en la omnipotencia de la
razón; no conozco a ningún racionalista
que crea en una cosa tan irracional como la
omnipotencia de la razón, es decir, uno
puede creer en la razón y en la importancia
de la razón y conocer sus límites, lo mismo
que yo creo en la digestión, pero no creo
que cualquier cosa pueda ser digerida. Pre-
cisamente porque estoy convencido de que
la digestión es importante y de que hay que
digerir y que no hay otra forma de alimen-
tarse más que por la vía de la digestión, pa-
ra los seres humanos normales, también
creo que la digestión tiene sus límites y que
los clavos o el ácido prúsico son difíciles de
digerir.
¿Hay otros tipos de
conocimiento?
Ciertamente la razón tiene unos límites. Lo
que no hay es otras vías alternativas de co-
nocimiento, no hay otro tipo de conoci-
miento que no sea racional, pero que sea
mucho mejor que la razón. Evidentemente,
la razón no puede dar cuenta absolutamen-
te de todo, y de hecho ni siquiera, y eso es
ya un tema filosófico del cual podríamos
hablar todo lo que ustedes quisieran, sabe-
mos por qué la razón puede comprender
algo. Einstein, por ejemplo, decía: “Lo más
incomprensible de la naturaleza es que no-
sotros podamos, al menos en parte, com-
prenderla”. El hecho de que la naturaleza
sea en parte comprensible forma o tiene
una dimensión oscura para nosotros. Evi-
dentemente, probablemente comprende-
mos la naturaleza porque somos parte de
ella y por lo tanto debe haber en nosotros
pautas no sola-
mente intelectua-
les, sino de todo ti-
po, que nos vincu-
lan a posibles solu-
ciones, a posibles
planteamientos de
comprensión racio-
nal de la natura-
leza.
Pero, en cualquier caso, el hecho de que
podamos entender realmente algo es com-
plejo, pero es así. Lo que sería más absur-
do sería suponer que hay otro tipo de cono-
cimiento que, siendo conocimiento, no tie-
ne nada que ver con la razón. Debemos
afirmar esto, a pesar del predominio que
hay en nuestra época de entusiasmo por
los milagros y las cosas paranormales. En
el fondo, lo que hay es una búsqueda de
algo que alivie la necesidad de pensar y de
razonar, que evidentemente es algo fatigoso
porque la razón no da saltos, no tiene ata-
jos, es decir, la razón siempre se desarrolla
a partir del trabajo, del estudio, de la refle-
xión, de la reiteración, de los controles,
nunca tiene esa especie de visión intuitiva
y mágica de la realidad de las cosas. Y, sin
embargo, hay una especie como de sueño
permanente de conocer la realidad fantásti-
ca como la verdad mientras que en cambio
la razón se dedica siempre a bajos menes-
teres intelectuales.
Habrán visto que en nuestras televisio-
nes prácticamente no hay programas con
un mínimo contenido científico, no digamos
ya filosófico; comprendo que eso es ya de-
masiado pedir
imagínense el rating que
tendría un programa de filosofía
, pero no
solamente eso no se da, sino que en cambio
se da una cantidad de programas de pseu-
dofilosofías, pseudociencias, etcétera, ver-
daderamente abrumadora. Es decir, no hay
tiempo para explicar a nadie lo que pensa-
ba Platón, pero, en cambio, lo que piensa
un señor que ha hablado con Nostradamus
y Nostradamus le ha contado todo tipo de
noticias, lo que viene y lo que vendrá..., eso
es muy común. Todo esto es realmente pre-
ocupante, porque, además, esos programas
suelen adquirir la presentación exterior de
algo muy racional y muy científico. Lo mis-
mo que decían antes que “la hipocresía era
un homenaje que el vicio hacía a la virtud,
revistiendo los aspectos de la virtud”, de la
misma forma también las pseudociencias
hacen un homenaje al conocimiento o a la
razón a base de adquirir un poco sus hábi-
tos.
Hace unos meses, vi un programa de
televisión que trataba de la combustión es-
el escéptico (Invierno 1998-99) 23
No conozco a ningún
racionalista que crea en una
cosa tan irracional como
la omnipotencia de la razón
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pontánea, cosa de la que yo no había oído
hablar pero que, por lo que se ve, es muy
corriente, ya que hay gente que sale a la
calle y echa a arder sin más trámite. En
medio de las explicaciones
que esto esta-
ba organizado por los extraterrestres... o
por algún otro tipo de amigos de la pirotec-
nia
, había un profesor de química, un ca-
tedrático, que, al presentar una serie de ob-
jeciones, recibía los calificativos de dogmá-
tico e intransigente. En un momento dado,
el guru máximo de los partidarios de la
combustión espontánea le dijo: “Mire, us-
ted, la ciencia contemporánea se basa en
dos principios: el de la relatividad de Eins-
tein, que dice que todo es relativo, y el de la
incertidumbre de Heisenberg, que dice que
de nada podemos estar seguros y nada
podemos conocer del todo, con lo cual…”.
Por lo tanto, con la relatividad y la incerti-
dumbre, ya se puede ir a cualquier parte.
Este tipo de cosas realmente funciona,
se escucha, se fomenta, y a mí me parece
un poco peligroso porque eso puede alcan-
zar también la propia educación. En la
educación, existe también la idea de que lo
que se está enseñando es siempre pobre,
aburrido, comparado con otras verdades
ocultas que a veces están escondidas por
razones políticas, como, según dicen, se ha
escondido lo de los marcianos para no
asustar a la gente… Todo esto puede ser
paródico, pero a ciertas edades da una ver-
sión profundamente errónea de lo que es el
conocimiento y, a la larga, puede ser inclu-
so dañina.
Campos de verdad
La razón no solamente es idéntica en todos
los campos, y creo que una de las principa-
les misiones de la razón es establecer los
diversos campos de verdad que existen. Por
supuesto, la razón tiene que ver con la ver-
dad. La idea posmoderna de que nada es
verdad… Evidentemente desde la verdad
absoluta, con mayúscula y un nimbo de luz
alrededor, al hecho de que nada sea ver-
dad, y que por tanto cualquier cosa es más
o menos igualmente cierta que otra, hay un
largo recorrido. Es decir, la razón busca
verdades, opiniones más reales, más próxi-
mas a lo real, con más carga de realidad
que otras. No está igualmente próxima a la
realidad cualquier tipo de forma de ver, de
entender, de operar. La razón es esa bús-
queda de verdad, esa búsqueda de mayor
realidad, con todo lo que el descubrimiento
de la realidad comporta. No siempre el des-
cubrimiento de la realidad es grato, porque,
mientras nuestros sueños, nuestras ilusio-
nes, puesto que las hemos inventado nos-
otros, siempre nos son favorables o gratifi-
cantes, la razón atiende a una realidad que
no depende de nosotros, que no nos com-
place, que no espera darnos gusto. Por tan-
to, a veces los descubrimientos de la reali-
dad son bastante más desagradables que
las ilusiones que podemos hacernos sobre
ella.
Es importante establecer campos dife-
rentes de verdad. No es la misma verdad la
que se puede encontrar en el campo de las
matemáticas que en el de la historia. Hay
campos diferentes que es importante esta-
blecer. En muchas ciudades españolas y de
otros países de Europa, a las puertas de la
ciudad, en la época medieval, existía lo que
se llamaba el Campo de la Verdad, donde
se llevaban a cabo las ordalías o juicios de
Dios, los torneos que decidían quién tenía
razón en una disputa o qué era lo verdade-
ro en una cuestión
si era cierto que fula-
nita era bruja o no lo era, etcétera
. Esos
campos de la verdad donde se dirime,
incluso por enfrentamiento, lo que es cier-
to, están también en las otras verdades, en
las verdades racionales. Hay campos de
verdad distintos. Hay campos de verdad en
los que operan los términos de una mane-
ra diferente en un lado y en otro. Si habla-
mos, por ejemplo, del Sol, en un registro
podemos decir que es un astro de magnitud
mediana, con unas características determi-
nadas; en otro registro podemos decir tam-
bién que el Sol es un dios, una divinidad,
para alguien que lo adore o siga la teoría
heliocéntrica. Podemos decir también que
el Sol es el rey de nuestro sistema solar, y
de esa forma introducimos una línea de
metáfora, de comparaciones literarias, et-
cétera. En cada uno de esos registros, hay
sus propias verdades. Es decir, es verdad
que, entendiendo rey en un determinado
sentido, el Sol es el rey del Sistema Solar;
pues es, como el rey, el astro más impor-
tante, central, que determina la existencia
o la no-existencia de vida en los otros as-
tros. Si lo tomamos en sentido literal y pen-
samos que el Sol es el rey dinásticamente
coronado, no entendemos el asunto.
La razón sirve para establecer esos cam-
pos de verdad diferentes. A veces, por exi-
gir la verdad que pertenece a un campo a
otro campo distinto, perdemos la sustancia
racional que puede haber en un plantea-
miento. Me viene a la memoria una anéc-
dota que le ocurrió a Cayetano López, buen
amigo y además catedrático de Física y
experto en determinadas cuestiones. Una
vez, hace ya años, en un momento en que
se puso de moda hablar del big bang, em-
pezaron los periodistas a llamar a El País,
donde trabajábamos entonces, preguntan-
do qué era el big bang. Después de hablar
con uno de ellos, Cayetano estaba asom-
brado porque el periodista le había dicho
“pero bueno, dígame usted si existe o no
existe Dios en el big bang”, a lo que, evi-
dentemente, no pudo contestar. Ese salto
de un campo en el que se está planteando
un tipo de verdades a otro campo en el que
las verdades son diferentes es intentar
mezclar cosas que no tienen nada que ver,
estar constantemente equivocando los pla-
nos y buscando un tipo de verdad allí don-
de no puede ser hallada. Es uno de los peli-
gros que tenemos en el camino especulati-
vo actual. La gente no está muy segura de
cuáles son los campos en que se pueden
pedir determinadas verdades. Preparar o
educar para la razón es también ayudar o
24
(Invierno 1998-99)
el escéptico
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enseñar a discernir qué tipo de verdades y
qué tipo de requisitos de verdad se pueden
exigir en cada uno de los campos, y qué
tipo de niveles de aceptación de la verdad.
Las opiniones y su respetabilidad
Otra de las obligaciones en el desarrollo de
la razón es el enfrentamiento con la idea de
la opinión como última ratio de todo lo que
hay. Vivimos en una época en que se oye la
opinión, disparatada para mí, de que todas
las opiniones son respetables. ¡Cómo van a
ser respetables todas las opiniones! Si algo
les pasa a las opiniones es que no son to-
das respetables. Si todos hubiéramos creí-
do que todas las opiniones son respetables,
no hubiéramos descendido todavía del pri-
mer árbol. Todas las personas son respeta-
bles, sean cuales fueren sus opiniones, pe-
ro no todas las opiniones son respetables.
Una persona que dice que dos y dos son
cinco no puede ser encarcelada, no puede
tomarse ninguna represalia contra ella, pe-
ro lo que es evidente es que la idea de que
dos y dos son cinco no es tan respetable co-
mo la idea de que dos y dos son cuatro. La
mitificación de la opinión propia lleva a
considerarla como algo que se sustrae de la
discusión, en lugar de algo que se pone so-
bre la mesa, algo que no es ni mío ni suyo,
pero que tenemos que discutir
discutere
es, en latín, ver si un árbol tiene raíces, si
las cosas tienen raíces
, ver si está enraiza-
da en algo. Cuando se propone una opi-
nión, no se propone como quien se en-
cierra en un castillo, como quien se
acoraza, no se supone que todas
las opiniones son igualmente
válidas, sino que están abier-
tas a contrastarse con prue-
bas y datos. Si no, no son
opiniones, son dogmas.
La idea de que todas las
opiniones valen lo mis-
mo, de que la opinión
del alumno de parvuli-
tos vale lo mismo en
cuestiones matemáti-
cas que la del pro-
fesor de Aritmética,
no es verdad. Y la
idea de que es
un signo de de-
mocracia o de
libertad que
cualquier idea
vale lo mismo
que cualquier
otra y que da lo
mismo que
quien la sos-
tiene ignore
los mecanis-
mos del asun-
to, no pueda
aportar nin-
guna prueba,
no tenga da-
tos, sea inca-
paz de razo-
nar su postura, vale lo mismo que la opi-
nión de quien conoce el asunto, me parece
preocupante.
Sin embargo, hay una mitificación de la
opinión como esa especie de encastilla-
miento del que se siente ofendido cuando
contrariado, como si las opiniones se pu-
dieran herir, y como si cada cual pudiese
sentir heridas sus opiniones. La idea de
que las opiniones forman cuerpo con noso-
tros, y que el decir “es mi opinión” da un
grado de razón superior al de la opinión del
vecino, me parece preocupante, sobre todo
porque se considera un signo de liberalidad
intelectual el reconocer las opiniones de ca-
da cual, cuando la única liberalidad que
existe es reconocer que las opiniones deben
estar fundadas en la razón y que nadie tie-
ne derecho a exponer sus opiniones si no
tiene razones para justificarlas. La postura
auténticamente libre, abierta y revolucio-
naria es sostener que es la razón la que
vale y que las opiniones deben someterse a
ella, y no que son las opiniones las que por
sí mismas, por tener una persona detrás,
se convierten en inviolables porque la per-
sona lo es.
Hay que enseñar estas cosas y enseñar
la diferencia que hay entre el respeto a las
personas y las pautas de una capacidad de
escucha. La razón no se nota solamente
cuando uno argumen-
ta, sino también
cuando uno
comprende ar-
gumentos. Ser
racional es po-
der ser persua-
dido por argu-
mentos, no sólo
persuadir con ar-
gumentos. Nadie
puede aspirar a la
condición de racio-
nal si sus razones
las ve muy claras,
pero jamás ve ninguna
razón ajena clara-
mente. Ver las ra-
zones de otros
forma parte, ne-
cesariamente, de
la racionalidad.
Aceptar haber si-
do persuadido por
razones suele estar
muy mal visto, como si
dar muestras de racionali-
dad fuera algo muy malo,
cuando el hecho de cambiar de
opinión demuestra que sigue fun-
cionando la razón. El mundo esta
lleno de personas que se enorgullecen
de pensar lo mismo que pensaban a
los 18 años; probablemente no pen-
saban nada ni ahora ni a los 18
años, y gracias a eso se mantienen
invulnerables a todo tipo de argu-
mentación, razones, conocimiento del
mundo, etcétera.
Educar para que las personas sean
el escéptico (Invierno 1998-99) 25
‘El pensador’ de Rodin.
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vulnerables a los razonamientos también
forma parte de la educación racional, y esto
entra en la distinción fundamental entre lo
racional y lo razonable. La razón cubre un
campo que abarca lo meramente racional,
en el que nos las entendamos con las cosas
lo mejor posible, y lo razonable, en el que
nos las entendemos con los sujetos. Es
razonable incluir la propia razón de otro
sujeto en la mía propia, la posibilidad de
aceptar sus fines, de aceptar sus objetivos,
su propia búsqueda de la experiencia como
parte de mi propia razón. El funcionamien-
to racional y el funcionamiento razonable
están ligados, y hay que educar en ambos.
Lo razonable será ese otro uso que yo con-
siga dar a los conocimientos racionales que
tengo. Naturalmente que los usos también
están ligados a la razón, pero a otra función
diferente, es decir, al reconocimiento de
que no me muevo sólo entre objetos, sino
también entre sujetos. Y que lo caracterís-
tico de los objetos es que yo puedo impo-
nerles mis fines; y de los sujetos, que yo
debo conocer sus fines para de alguna for-
ma contrastarlos con los míos y buscar la
posible cooperación.
Ésa es una distinción importante porque
a veces, por ejemplo en cuestiones de eco-
nomía, se da una visión de la razón y se
considera lo racional como lo único que
cuenta, y no lo razonable. Buscan una ma-
ximización de beneficios, pero no la dimen-
sión razonable, el reconocimiento de otros
objetivos, de otros fines, de otras formas de
vida que deben tenerse en cuenta. Porque
una razón meramente racional, pero no ra-
zonable, es inhumana, está mutilada de
sus características básicas. Y ésta es una
tendencia actual, que puede hacer antipá-
tica y odiosa la invocación a la razón por-
que sólo se hace desde el nivel racional, no
desde el razonable. Todo funciona como si
fuera un juego de objetos, sin reconocer
que también hay sujetos, y esto es profun-
damente irracional. Muchas veces las con-
vocatorias a la racionalidad lo son en el
fondo a la irracionalidad porque se trata de
una razón mutilada de su dimensión razo-
nable. De la misma manera, no todo lo que
puede hacerse racionalmente es razonable
hacerlo, es una postura bastante contraria
a la verdadera razón, que tiene las dos di-
mensiones. No vivimos sólo en un mundo
de objetos, sino de sujetos. No entiende ra-
cionalmente el mundo quien cree que todo
son objetos, de la misma manera que la
clave del sentido es lo que se comparte con
otros sujetos.
No toda la praxis es meramente instru-
mentalidad. La escuela de Frankfurt y
otros hablaron de la razón instrumental
frente a la razón comprensiva de la subjeti-
vidad y no solamente de manera objetiva. Y
ahí entra el papel de la filosofía. Es impor-
tante en un mundo cada vez más disperso:
la filosofía puede tener una función mental
tonificante. Puede tenerla o no, depende de
cómo se enseñe. Primero, ¿qué se va a en-
señar como filosofía? La idea de que la filo-
sofía produce efectos taumatúrgicos en el
ser humano y convierte a cada uno en un
ser crítico, no se corresponde con la reali-
dad. Me he movido toda mi vida delante de
profesores, catedráticos y alumnos de Filo-
sofía, y rara vez he encontrado seres dota-
dos de esta maravillosa autonomía y capa-
cidad intelectual. Esta idea de que la filoso-
fía, acercarse a ella, dota de unas aptitudes
críticas no es verdad.
Preguntas y respuestas
Lo primero es ver qué se va a dar en Filoso-
fía, qué papel puede tener la filosofía en un
mundo donde, cuando queremos saber al-
go, acudimos a la ciencia. Una vez respon-
dida científicamente una pregunta, no te-
nemos que volver a planteárnosla, queda
zanjada con las soluciones, más completas
o incompletas, que da la ciencia. Pero hay
preguntas que no se pueden cancelar, co-
mo qué es la libertad, o qué es la belleza o
la muerte, o la verdad. No hay una res-
puesta definitiva, sino respuestas que nos
permiten convivir con esas preguntas. Son
temas que tienen tal cantidad de registros
que atañen al fondo de nuestra condición
humana, que cancelarlas sería cancelar-
nos, cerrarlas sería cerrar nuestra humani-
dad. La filosofía no cierra ninguna pregun-
ta, al contrario, la respuesta filosófica
acompaña a la pregunta. La historia de la
filosofía es la historia de las preguntas y de
las respuestas que las acompañan y que
pueden continuar, y que pueden ayudar-
nos a convivir con esas preguntas. Son te-
mas que tienen tal cantidad de registros,
que atañen al fondo mismo de nuestra cog-
nición humana con tal fuerza, que cance-
larlas sería cancelarnos, cerrar nuestra
propia humanidad, nuestra capacidad de
sentir y convivir. La filosofía no nos hace ol-
vidar las preguntas, sino que nos las re-
cuerda, mientras que la ciencia pretende ir
dejando atrás una serie de preguntas de
modo que podamos ir hacia otras.
Ésa es su función diferente: la filosofía
mantiene abiertas unas preguntas, que es
por donde nos entra nuestra propia huma-
nidad y esas preguntas son como ventanas
que dan el oxígeno a nuestra humanidad, y
por tanto mantener abiertas esas pregun-
tas es importante, pero no como en un pas-
mo vacío, sino intentando respuestas ten-
tativas que sabemos que siempre son cir-
cunstanciales, que están limitadas por
nuestra situación, por nuestra condición
histórica, por nuestra personalidad, porque
la filosofía trata de hacer extensivo el punto
de vista del individuo y el punto de vista de
la objetividad. Lo difícil del juego filosófico
El mundo esta lleno de personas que
se enorgullecen de pensar lo mismo
que pensaban a los 18 años;
probablemente no pensaban nada
ni ahora ni a los 18 años
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(Invierno 1998-99)
el escéptico
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es que intenta alcanzar una objetividad que
no pierde de vista el sentido subjetivo que
tiene, mientras que la ciencia busca un
planteamiento meramente objetivo en el
cual la subjetividad del científico no cuen-
ta. Es importante señalar esta dimensión y
señalar que esta dimensión está en todos.
No es cierto que todo el mundo sea filósofo
aunque los niños son espontáneamente
metafísicos y hacen preguntas metafísicas
espontáneas que tratamos de quitarles de
la cabeza regañándoles
−,
ya que la filosofía
tiene una dimensión de estudio. Como dis-
ciplina académica, está bien conocer las
opiniones, las tradiciones, el mecanismo de
debate, etcétera. Pero lo que no es cierto es
dar la impresión de que la filosofía es una
cuestión a la cual sólo se puede acceder
cuando uno ya conoce un tipo de jerga,
cuando tiene ya unas claves íntimas. Una
persona que se dedique a la filosofía tiene
la obligación de poder discutir inteligente-
mente un tema filosófico con cualquiera.
Naturalmente, si esa persona quiere pro-
fundizar o quiere enterarse, antes o des-
pués ha de leer obras de filósofos, o de
grandes pensadores, o quizá de grandes li-
teratos, que puedan ampliar esa preocupa-
ción, ese intento de mantener abierta la
pregunta. Pero no es verdad que un filóso-
fo no pueda hablar de nada con los demás
salvo que los demás posean la misma jerga
y conozcan lo que significa analítica tras-
cendental. Y no es verdad tampoco lo que
los profesores de Filosofía en el bachillera-
to, con la mejor intención del mundo, te di-
cen con entusiasmo: “Yo he logrado que los
chicos comprendan el sistema de Aristó-
teles, o de Hegel”. Es verdad que a veces la
comprensión de las respuestas de los filó-
sofos es importante, pero la filosofía no
consiste en comprender los sistemas de los
filósofos, sino que los sistemas de los filó-
sofos sirven para comprender el mundo.
Entonces lo interesante es utilizar los cono-
cimientos, las ideas, los sistemas de los fi-
lósofos para comprender el mundo, no con-
vertir el conocimiento de los filósofos en la
finalidad de la filosofía.
Esta sensación de esterilidad, de circu-
laridad, de aburrimiento, que da a veces la
filosofía, aparte de por la maldad de los
ministros y de las fuerzas de orden público
que nos persiguen, viene un poco por culpa
de los propios profesores de Filosofía, que a
veces estamos convirtiendo la celebración
de los filósofos en el objetivo de la filosofía.
Se introduce al adolescente en la filosofía y
se le dice que la filosofía es importante por-
que de ella se ocupaban Platón, Aristóteles,
etcétera. Eso no es. Es decir, Aristóteles y
Platón eran importantes porque se ocupa-
ban de filosofía, eran importantes por las
cosas que decían de los temas importantes.
No es que la filosofía sea importante porque
se ha ocupado de ella gente tan importante
como Kant. Me parece que convertir a los fi-
lósofos, el lenguaje de los filósofos, el utilla-
je filosófico, en la última ratio de la clase de
Filosofía es profundamente estéril. Eviden-
temente, a pesar de que esto es importan-
te, y es importante que los mecanismos de
esta tradición se conozcan, así como el por-
qué de determinadas expresiones, es fun-
damental que se vea la relación de todo eso
con la vida, con el mundo, y con el mundo
y con la vida que vive la persona que se está
dedicando a ello. Si la filosofía es simple-
mente arqueología de las cosas que se han
dicho, que se han pensado en otras épocas,
yo creo que los jóvenes no se interesarán
por ellas y yo, sinceramente, tampoco me
interesaría por ellas si no fuera porque creo
que tienen una relación con cosas más pal-
pitantes.
Una teoría general de la razón
La función de la filosofía debe ser mantener
uno de los polos de esta educación ra-
cional, es decir, el polo más abierto, el polo
también que marca los límites de cualquier
razón humana, el polo que trata del meca-
nismo mismo que nos lleva a razonar, de
las formas de nuestro razonamiento, de
cómo la razón es algo que nos damos unos
a otros, que tomamos unos de otros, y no
simplemente algo que surge como un cho-
rro de cada uno. Ese papel de la filosofía,
esa especie de teoría general de la razón, de
último refugio de la razón como relaciona-
da con la vida, como relacionada tanto con
lo racional como con lo razonable, eso creo
yo que podría ser la función de la filosofía,
pero naturalmente la educación racional no
es solamente filosofía, no se centra exclusi-
vamente en la filosofía, sino en todos los
campos educativos, desde los más peque-
ños hasta los más altos, el proceso de desa-
rrollo de la razón es la base. No podríamos
encontrar otra base más importante que
esa transmisión de pautas racionales.
La educación debe potenciar la razón y
por lo tanto aprender a rebelarnos contra la
sinrazón –porque naturalmente una de las
dimensiones de la razón es la rebelión con-
tra la sinrazón–, es decir, las personas ra-
cionales no lo son sólo porque se compor-
tan racionalmente, sino porque luchan por
vivir en una sociedad racional y razonable,
porque luchan por que no predominen los
dogmas irracionales, las supersticiones, los
fanatismos, aquello que de alguna forma
iría en contra de la razón. De modo que la
razón es una muestra de convivencia, pero
también una fuente de disidencia y de re-
belión. Potenciar esto es el camino de la
educación y a ello debería contribuir la pro-
pia asignatura de Filosofía en el bachillera-
to e incluso como práctica universitaria.
Fernando Savater
es catedrático de Filosofía de
la Universidad Complutense de Madrid y premio
Mario Bohoslavsky 1997.
El texto está basado en la conferencia pronun-
ciada por el autor en Madrid el 1 de diciembre
de 1998, dentro del ciclo La educación que que-
remos, organizado por Santillana, y se reprodu-
ce con autorización del autor.
© Fernando Savater, 1998
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