S
upongamos que yo estoy en Las Ve-
gas y me encuentro a un adivino o,
mejor dicho, a un hombre que no
afirma ser un adivino, sino que, hablando
más técnicamente, tiene la capacidad de te-
lequinesis, lo que significa que puede in-
fluir en el comportamiento de las cosas por
el puro pensamiento. Este tipo viene y me
dice: Se lo voy a demostrar. Iremos a la ru-
leta y yo le diré por adelantado si va a salir
negro o rojo en cada jugada.
Digamos, antes de empezar, que yo no
creo que importe el número que escoja uno
para esto. Sucede que yo tengo prejuicios
contra los adivinos por la experiencia en la
naturaleza, en la física. Si creo que el hom-
bre está hecho de átomos y si conozco to-
das
−
o casi todas
−
las formas de interac-
ción de los átomos, no veo ninguna forma
directa en la que las maquinaciones de la
mente puedan afectar a la bola. De modo
que, a partir de otras experiencias y del co-
nocimiento general, yo tengo grandes pre-
juicios contra los adivinos. Un millón a
uno.
Ahora empezamos. El adivino dice que
va a salir negro. Sale negro. El adivino dice
que va a salir rojo. Sale rojo. ¿Creo yo en
los adivinos? No. Eso podia suceder. Segui-
mos. El adivino dice que va a salir negro.
Sale negro. El adivino dice que va a salir ro-
jo. Sale rojo. Sudor. Estoy a punto de
aprender algo.
Supongamos que esto continúa durante
diez jugadas. Ahora bien, es posible por
azar que eso sucediera diez veces, pero las
probabilidades son de una contra mil. Por
consiguiente, tengo que concluir ahora que
las probabilidades de que sea realmente un
adivino son todavia de una contra mil, aun-
Esta era acientífica
RICHARD P
.
FEYNMAN
No deberían dejarse mentiras para que las crea
la gente sin una investigación
20
(Primavera 1999)
el escéptico
Richard P. Feynman.
informe especial
que antes de empezar eran de una contra
un millón. Pero si sigue acertando otras
diez veces, me convencerá. No del todo.
Uno siempre debe admitir teorías alternati-
vas. Hay otra teoría que debería haber
mencionado antes. Cuando fuimos a la me-
sa de ruleta, debería haber considerado la
posibilidad de que hubiera connivencia en-
tre el supuesto adivino y la persona que es-
taba en la mesa. Eso es posible. Pese a to-
do, no parece que este tipo haya tenido
contactos con el Flamingo Club, de modo
que yo sospecho que las probabilidades de
ello son de uno contra cien. Sin embargo,
una vez que él ha acertado diez veces, y
puesto que yo tenía tantos prejuicios con-
tra la adivinación, concluyo que hay una
connivencia. Diez a uno. Quiero decir que
la probabilidad de que esté en connivencia
con la mesa y no que haya llegado por ca-
sualidad es de diez a uno, pero sigue ha-
biendo una probabilidad de uno contra diez
mil de que sea un adivino. ¿Cómo va a lle-
gar él a probar que es adivino si yo sigo te-
niendo este prejuicio terrible y además afir-
mo ahora que hay una connivencia? Bien,
podemos hacer otro test. Podemos ir a otro
club.
Podemos hacer otras pruebas. Puedo
comprar unos dados. Y podemos sentarnos
en una habitación y probar. Podemos se-
guir así y desechar todas las teorías alter-
nativas. No serviría de nada que el adivino
permaneciera ante esa mesa de ruleta con-
creta ad infinitum. Él puede predecir el re-
sultado, pero yo sólo concluyo que hay una
connivencia.
Pero él tiene aún una oportunidad de
demostrar que es un adivino haciendo
otras cosas. Supongamos ahora que vamos
a otro club y acierta, y
a otro más y acierta.
Compro dados y acier-
ta. Me lo llevo a casa y
construyo una ruleta.
Acierta. ¿A qué con-
clusión llego? Llego a
la conclusión de que
es un adivino. Y ése es
el camino, pero no hay
certeza, por supuesto.
Yo obtengo ciertas
probabilidades. Des-
pués de todas estas experiencias concluyo
que él es realmente un adivino, con alguna
probabilidad. Y ahora, conforme se añaden
las nuevas experiencias, puedo llegar a
descubrir que tiene una forma invisible de
soplar a través de una comisura de los
labios, o cosas asi. Y, cuando descubro eso,
las probabilidades cambian de nuevo y las
incertidumbres siguen existiendo. Pero du-
rante un tiempo es posible concluir, por
una serie de pruebas, que la adivinación
existe realmente. Si es así, me excito extra-
ordinariamente porque antes yo no lo espe-
raba. He aprendido algo que no sabía, y co-
mo físico me gustaria investigarlo como un
fenómeno de la naturaleza. ¿Depende de la
distancia a la que está él de la bola? ¿Qué
pasa si entremedio se colocan hojas de vi-
drio o de papel u otros materiales? Así es
como se han estudiado todas estas cosas,
qué es el magnetismo, qué es la electrici-
dad. Y también se podría analizar qué es la
adivinación haciendo suficientes experi-
mentos.
En cualquier caso, este es un ejemplo de
cómo tratar con la incertidumbre y cómo
considerar algo de forma científica. Tener
prejuicios contra la adivinación de un mi-
llón contra uno no significa que ustedes
no puedan convencerse nunca de que un
hombre es un adivino. Las únicas maneras
de que ustedes no puedan llegar a conven-
cerse nunca de que un hombre es un adivi-
no son estas dos: que ustedes se vean limi-
tados a un número finito de experimentos y
él no les deje hacer más, o que partan con
un prejuicio infinito de que es absoluta-
mente imposible.
Otro ejemplo de un test de verdad, por
así decir, que funciona en las ciencias y
que probablemente funcionará en alguna
medida en otros campos es que, si algo es
verdadero, cuando se continúan las obser-
vaciones y se mejora su efectividad, los
efectos se destacan de forma más obvia. No
menos obvia. Es decir, si realmente hay
algo allí que ustedes no pueden ver bien
porque el cristal está borroso y ustedes pu-
len los cristales y miran con mayor clari-
dad, entonces resulta más obvio si está allí,
y no menos.
Las pruebas de la telepatía
Doy un ejemplo. Un profesor, creo que en
algún lugar de Virginia, ha hecho un mon-
tón de experimentos durante algunos años
sobre el tema de la telepatía mental, el
mismo tipo de cosa
que la adivinación.
1
En sus primeros expe-
rimentos el juego con-
sistía en tomar un ma-
zo de cartas con dife-
rentes dibujos
−
proba-
blemente ustedes ya
conozcan todo esto
puesto que las cartas
se vendían y la gente
jugaba a esto con
ellas
−
y una persona
debía adivinar si el dibujo era un círculo o
un triángulo, y así sucesivamente, mien-
tras otra persona estaba pensando en la
carta. Es decir, alguien se sentaba y no veía
la carta; él veía la carta y pensaba en ella,
y aquella persona debía conjeturar cuál
era. Resulta que, al comienzo de estas in-
vestigaciones, descubrió efectos muy nota-
bles. Encontró personas que acertaban co-
rrectamente entre diez y quince cartas,
cuando en promedio sólo deberían acertar
cinco. Incluso más que eso. Había algunos
el escéptico (Primavera 1999) 21
Tener prejuicios contra la
adivinación de un millón
contra uno no significa
que ustedes no puedan
convencerse nunca de que
un hombre es un adivino
1
Se refiere sin duda a los experimentos que Jo-
seph Banks Rhine realizaba en la Universidad
de Duke en Carolina del Norte, muy cerca de
Virginia. (N. del T.)
que llegaban muy cerca de un cien por cien
de aciertos una vez agotadas todas las car-
tas. Excelentes adivinos.
Varias personas apuntaron una serie de
críticas. Una crítica, por ejemplo, era que él
no contaba todos los casos que no funcio-
naban: sólo tomaba los pocos que sí lo ha-
cían, y entonces ya no se pueden hacer es-
tadísticas. Y luego había un gran número
de claves aparentes mediante las cuales las
señales podían estar transmitiéndose in-
consciente, o conscientemente, de un su-
jeto a otro.
Se plantearon diversas críticas a las téc-
nicas y los métodos estadísticos. La técnica
fue, por consiguiente, mejorada. El resulta-
do fue que, aunque la media debería estar
en cinco cartas acertadas, el promedio to-
mado sobre un gran número de pruebas
era ahora de seis y media. Nunca volvió a
obtener nada parecido a diez o quince o
veinticinco cartas acertadas. Por consi-
guiente, el fenómeno está en que los prime-
ros experimentos eran erróneos. Los se-
gundos experimentos demostraban que el
fenómeno observado en el primer experi-
mento era inexistente. El hecho de que
ahora tengamos una media de seis y medio
en lugar de cinco aciertos plantea una nue-
va posibilidad: que haya algo parecido a la
telepatía mental, aunque a un nivel mucho
más bajo. Esta es una idea diferente, por-
que si la cosa estaba realmente allí antes,
una vez mejorados los métodos del experi-
mento el fenómeno debería seguir estando
allí. Seguiría habiendo una media de quin-
ce cartas acertadas. ¿Por qué se reduce a
seis y media? Porque la técnica mejoró.
Ahora bien, sigue siendo cierto que seis y
media es algo mayor que el promedio esta-
dístico, y varias personas lo criticaron con
más sutileza y advirtieron otros dos leves
efectos que podrían dar cuenta de los re-
sultados. Resultaba que la gente se cansa-
ba durante las pruebas, según el profesor.
La evidencia demostraba que estaba dismi-
nuyendo un poco el número medio de coin-
cidencias.
Bien, si ustedes quitan los casos que
son bajos, las leyes de la estadística ya no
valen, y el promedio es un poco mayor que
cinco, y así sucesivamente. Lo que pasaba
entonces era que si el hombre estaba can-
sado, los últimos dos o tres resultados eran
desechados. Cosas de esta naturaleza fue-
ron mejoradas aún más. Los resultados
eran ahora que la telepatía mental existe,
pero esta vez con una media de 5,1; por
consiguiente, todos los experimentos que
indicaban 6,5 eran falsos. Ahora bien, ¿qué
pasa con el cinco?... Bien, podemos seguir
indefinidamente, pero la cuestión impor-
tante es que siempre hay errores en los
experimentos que son sutiles y descono-
cidos. Pero la razón de que yo no crea que
los experimentadores en telepatía mental
hayan llegado a demostrar su existencia es
que, a medida que las técnicas eran mejo-
radas, el fenómeno se debilitaba. En resu-
men, los experimentos posteriores refuta-
ban en cada caso todos los resultados de
los experimentos anteriores. Si ustedes re-
cuerdan eso, entonces pueden hacerse una
idea de la situación.
Ha existido, por supuesto, un prejuicio
considerable contra la telepatía mental y
cosas de este tipo debido a que aparecieron
en los negocios místicos del espiritualismo
y todo tipo de camelos en el siglo XIX. Los
prejuicios tienen tendencia a hacer más di-
fícil la demostración de algo, pero, cuando
algo existe, sigue manifestándose en cual-
quier caso.
Uno de los ejemplos interesantes es el
fenómeno del hipnotismo. Se necesitó mu-
cho tiempo para convencer a la gente de
que el hipnotismo realmente existía. Em-
pezó con el señor Mesmer, que curaba a la
gente de histeria haciéndoles sentarse jun-
to a bañeras con tubos que ellos mantenían
apretados y todo tipo de cosas. Pero parte
del fenómeno era un fenómeno hipnótico,
que anteriormente no se había reconocido
que existiera. Ustedes pueden imaginar por
este comienzo lo difícil que resultaba hacer
que alguien le prestara suficiente atención
para hacer suficientes experimentos. Por
fortuna para nosotros, el fenómeno del hip-
notismo ha quedado diferenciado y demos-
trado más allá de toda duda a pesar de que
tuviera extraños comienzos. Así pues, no
son los extraños comienzos los que hacen
que la gente tenga prejuicios en contra de
algo. La gente empieza con prejuicios nega-
tivos, pero puede cambiar de opinión des-
pués de la investigación.
Otro principio de la misma idea general
es que el efecto que estamos describiendo
tiene que tener una permanencia o cons-
tancia de algún tipo: que, aunque un fenó-
meno sea difícil de experimentar, cuando
se mira desde muchos lados tiene que tener
algunos aspectos que sean más o menos
iguales.
Los platillos volantes
Si tomamos el caso de los platillos volantes,
por ejemplo, nos encontramos con la difi-
cultad de que casi cada persona que obser-
va platillos volantes ve algo diferente, a me-
nos que sean previamente informados de lo
que se suponía que tenían que ver. Por eso,
la historia de los platillos volantes está for-
mada por bolas de luz anaranjada, esferas
azules que rebotan en el suelo, nubes gri-
ses que desaparecen, vapores que se di-
suelven en el aire, cosas delgadas y redon-
das de las que salen objetos con formas di-
vertidas que se parecen algo a un ser hu-
mano.
22
(Primavera 1999)
el escéptico
Aunque un fenómeno sea difícil
de experimentar, cuando se mira
desde muchos lados tiene que tener
algunos aspectos que sean más
o menos iguales
Si ustedes tienen alguna idea de la com-
plejidad de la naturaleza y de la evolución
de la vida en la Tierra, podrán entender la
tremenda variedad de formas posibles que
tiene la vida. La gente dice que la vida no
puede existir sin aire, pero sí lo hace bajo el
agua; de hecho, empezó en el mar. Uno tie-
ne que ser capaz de moverse y tener ner-
vios. Las plantas no tienen nervios. Pense-
mos solamente algunos minutos en la va-
riedad de vida que existe. Y entonces verán
ustedes que la cosa que salga del platillo no
va a ser nada parecido a lo que se describe.
Es muy poco probable. Es muy poco proba-
ble que los platillos volantes llegaran aquí,
en esta época concreta, sin haber provoca-
do algún revuelo antes. ¿Por qué no vinie-
ron antes? Precisamente cuando nos esta-
mos haciendo lo bastante científicos para
considerar la posibilidad de viajar de un lu-
gar a otro, he aquí que se presentan los
platillos volantes.
Existen varios argumentos de naturale-
za incompleta que plantean algunas dudas
de que los platillos volantes procedan de
Venus; de hecho, unas dudas considera-
bles.Tantas dudas que va a ser necesaria
mucha experimentacion precisa, y la falta
de constancia y permanencia de las carac-
terísticas del fenómeno observado significa
que no la hay. Con casi toda probabilidad.
No vale la pena prestarle mucha atención,
a menos que empiece a precisarse.
He discutido sobre los platillos volantes
con montones de gente. (Dicho sea de paso,
debo explicar que el hecho de que yo sea un
científico no significa que no haya tenido
contacto con seres humanos. Seres huma-
nos corrientes. Sé cómo son. Me gusta ir a
Las Vegas y hablar con las show-girls y con
los jugadores. He dado muchos tumbos en
mi vida, de modo que conozco a la gente
normal.) En cualquier caso, tengo que dis-
cutir sobre los platillos volantes en la playa
con la gente, ya saben. Eso me interesa:
ellos siguen diciendo que es posible. Y es
verdad. Es posible. No se dan cuenta de
que el problema no consiste en demostrar
si es posible o no, sino si sucede o no. Si
probablemente está ocurriendo o no, y no
si podría ocurrir o no.
Eso me lleva al cuarto tipo de actitud
hacia las ideas, y es que el problema no
consiste en qué es posible. No es éste el
problema. El problema consiste en qué es
probable, qué está sucediendo. No sirve de
nada demostrar una y otra vez que no se
puede refutar que esto podría ser un plati-
llo volante. Tenemos que conjeturar con
tiempo si tenemos que preocupamos por
una invasión marciana. Tenemos que hacer
un juicio sobre si es o no un platillo volan-
te, si es o no razonable, si es o no probable.
Y lo hacemos sobre la base de una expe-
riencia mucho mayor que si se trata de de-
cidir simplemente si es o no posible, porque
el número de cosas que son posibles no es
completamente apreciado por el individuo
medio. Y tampoco está claro entonces, para
él, cuántas de las cosas que son posibles
no suceden. Que es imposible que todo lo
que es posible esté sucediendo. Hay dema-
siada variedad, de modo que lo más proba-
ble es que algo que uno piensa que es posi-
ble no sea cierto. De hecho, éste es un prin-
cipio general en las teorías físicas: no im-
porta lo que piense alguien, casi siempre es
falso. Por eso ha habido cinco o diez teorías
que han sido correctas en la historia de la
física, y éstas son las que buscamos. Pero
eso no significa que todo sea falso. Lo des-
cubriremos.
La astrología,
pura estupidez
Si consideramos las dificultades que tene-
mos con todas las cosas acientíficas y pe-
culiares del mundo, hay cierto número de
ellas que no pueden asociarse a dificulta-
des sobre el modo de pensar, creo yo, sino
que son simplemente debidas a cierta falta
de información. En particular, existen per-
sonas que creen en la astrología, de las que
sin duda habrá algunos aquí.
Los astrólogos dicen que hay
días mejores para ir al den-
tista que otros. Hay días que
son mejores para volar en un
avión, para cada uno de
ustedes, si han nacido en un
día determinado y en una
hora determinada. Y todo es
calculado por reglas muy
cuidadosas basadas en la
posición de las estrellas. Si
fuera cierto, sería muy inte-
resante. Las compañías ase-
guradoras estarían muy inte-
resadas en cambiar las pri-
mas de seguros a las perso-
nas que siguieran las reglas
astrológicas, porque sus pro-
babilidades son mejores
cuando están en el avión. Los
astrólogos nunca han hecho
tests para determinar si la
gente viaja o no el día en que
el escéptico (Primavera 1999) 23
Murray Gell-Mann y Feynman, dos escépticos confesos.
se supone que no van a tener mala suerte.
La cuestión de si es un buen día para los
negocios o es un mal día para los negocios
no ha sido nunca establecida. Ahora bien,
¿qué pasa con ello? Quizá siga siendo cier-
ta, sí. Por el contrario, hay una tremenda
cantidad de información que indica que no
es cierta.
Tenemos un montón de conocimiento
sobre cómo funcionan las cosas, qué son
las personas, qué es
el mundo, qué son
las estrellas, qué son
los planetas que us-
tedes están mirando;
y se sabe perfecta-
mente qué es lo que
les hace girar más o
menos y dónde van a
estar los próximos
2.000 años. No tie-
nen que levantar la
vista para descubrir
dónde están. Y, además, si ustedes obser-
van con mucho cuidado a los diferentes as-
trólogos verán que ellos no se ponen de
acuerdo entre sí, de modo que ¿qué van us-
tedes a hacer? No crean en ello. No hay evi-
dencia en absoluto para ello. Es pura estu-
pidez. La única manera de que pudieran
creerlo sería por una carencia general de
información sobre las estrellas y el mundo
y qué aspecto tiene el resto de las cosas. Si
un fenómeno semejante existiera, sería
muy notable, comparado con todos los de-
más fenómenos que existen, y, a menos
que alguien pueda demostrárselo con un
experimento real, con un test real, a menos
que alguien tomara a gente que cree y gente
que no crea e hiciera una prueba, no hay
por qué escucharles.
Dicho sea de paso, tests de este tipo se
hicieron en los primeros días de la ciencia.
Resulta bastante interesante. Descubrí que
en los primeros días, como en la época en
que se estaba descubriendo el oxígeno y
todo eso, la gente hizo intentos experimen-
tales semejantes para encontrar, por ejem-
plo, si los misioneros
−
suena estúpido; sólo
suena estúpido porque ustedes tienen
miedo de ponerlo a prueba
−
, si las buenas
personas como los misioneros que rezan
tenían menos probabilidades de morir en
un naufragio que otras personas. Y por eso,
cuando los misioneros iban a países leja-
nos y se producía un naufragio, se compro-
baba si era menos probable que se ahoga-
sen los misioneros que las otras personas.
Y resultó que no había diferencia. Por eso,
muchísimas personas no creen que haya
ninguna diferencia.
Los riesgos de creer
i encienden la radio en California
−
no sé
cómo es aquí; debe de ser igual
−
se oye a
todo tipo de curanderos y sanadores por la
fe. Los he visto en televisión. Es otra de
esas cosas de las que me canso de tratar de
explicar por qué es una proposición bas-
tante ridícula. Hay, de hecho, toda una reli-
gión que es respetable, denominada Cien-
cia Cristiana, que está basada en la idea de
la curación por la fe.
2
Si fuera cierta, podría
ser establecida no por las anécdotas de
unas pocas personas, sino por comproba-
ciones cuidadosas, por los métodos clínicos
técnicamente buenos que se utilizan en
otras formas de curación de enfermedades.
Si ustedes creen en el curanderismo, ten-
drán tendencia a evitar otras formas de cu-
rarse. Es muy po-
sible que ustedes
tarden un poco más
en ir al médico. Algu-
nas personas lo
creen con tanta fuer-
za que tardan mucho
tiempo en acudir a
él. Es posible que el
curanderismo no sea
tan bueno. Es posi-
ble
−
no estamos se-
guros
−
que no lo sea.
Y es, por lo tanto, posible que haya algún
peligro en creer en el curanderismo, eso no
es una trivialidad. No es como la astrología,
donde no importa mucho. Donde el único
inconveniente para la gente que cree en ella
es que tiene que hacer las cosas en ciertos
días. Quizá, y me gustaría saberlo, habría
que investigarlo. Todo el mundo tiene dere-
cho a saber si hay más personas que hayan
sido dañadas o ayudadas por creer en la
capacidad de Cristo para sanar; si hay más
curación o perjuicio en una cosa semejan-
te. Es posible lo uno y lo otro. Debería ser
investigado. No deberían dejarse mentiras
para que las crea la gente sin una investi-
gación.
Richard P. Feynman
(1918-1988) trabajó en el
Proyecto Manhattan, fue profesor de la Universi-
dad de Cornell y el Instituto de Tecnología de
California y premio Nobel de Física en 1965 por
sus investigaciones en electrodinámica cuánti-
ca.
© Michelle Feynman y Carl Feynman, 1998.
© Editorial Crítica, 1999, de la traducción cas-
tellana para España y América.
Versión española de Javier García Sanz.
Este artículo es un extracto del capítulo Esta
era acientífica, incluido en el libro de Qué signi-
fica todo eso, que recoge tres conferencias im-
partidas por Richard P. Feynman en la Univer-
sidad de Washington en abril de 1963 y ha sido
publicado en España por Editorial Crítica.
EL ESCÉPTICO agradece a Carmen Esteban, de
Editorial Crítica, las gestiones realizadas de cara
a la publicación de este texto.
24
(Primavera 1999)
el escéptico
2
La religión de la Ciencia Cristiana fue fundada
en 1879 por Mary Baker Eddy, autora del libro
Ciencia y salud con clave para las Sagradas
Escrituras, donde se contienen las ideas funda-
mentales del movimiento. (N. del T.
)
Es posible que haya algún
peligro en creer en el
curanderismo, eso no es
una trivialidad. No es como
la astrología, donde
no importa mucho