pero Feynman no ha sido nunca directa-
mente reemplazado, aunque tras su muer-
te se creó un comité para buscar un susti-
tuto. No pudieron encontrar ninguno por-
que no hay nadie como Feynman en el
mundo de hoy, como tampoco había nadie
como Feynman antes... salvo Feynman
mismo.
No hay ningún monumento a Feynman.
Ningún edificio ilustre ni estatua. Hasta su
tumba, que comparte con Gweneth
3
en el
Cementerio de Mountain View, en Altade-
na, es muy sencilla. Su verdadero monu-
mento es su trabajo, sus libros y las cintas
de vídeo en las que todavía se le puede ver
dando conferencias en su estilo inimitable,
haciendo parecer sencillos los conceptos
difíciles. Pero hay un artefacto que despier-
ta una curiosa resonancia en cualquiera
que haya oído hablar de Feynman, y que
un amigo que no sabe casi nada de Feyn-
man, pero que le considera un héroe de
nuestro tiempo, me había animado a en-
contrar durante mi estancia en Pasadena.
La oportunidad se presentó al final de
una larga charla con Ralph Leighton
4
en el
salón de mi hotel de Los Robles Boulevard.
Mi anfitrión en Pasadena, Michael Shermer
de la Sociedad Escéptica, se unió a noso-
tros durante una conversación que trataba
no sólo de la vida y trabajos de Feynman,
sino también de la reacción del mundo ante
su muerte, y de la reacción de la familia y
amigos de Feynman a la forma en la que se
le había presentado desde entonces en va-
rios libros y artículos. Esa conversación me
llevó más cerca de lo que nunca podría es-
perar del hombre mismo, confirmando y
reafirmando las impresiones que ya tenía
sobre la clase de persona que era y dando
forma al libro Richard Feynman: a life in
science. Feynman era, sin duda, además de
un genio científico, una persona que derro-
chaba amor y afecto hacia su familia, ami-
gos y conocidos. A pesar de la época oscu-
ra de su vida después de la muerte de
Arline
5
, era una persona estupenda que
hacía que la gente se sintiera bien; un hom-
bre verdaderamente alegre, amable y gene-
roso, así como el mejor científico de su
generación. Y es ese espíritu, más que la
física, lo que despierta tanto la curiosidad
de la gente hacia el artefacto: la famosa fur-
goneta de Feynman, repleta de diagramas
6
.
3
Su tercera esposa. (N. de los T.)
4
Compañero en el tañer de tambores
−
gran afi-
ción de R.P. Feynman
−
, gran amigo y fiel ama-
nuense. (N. de los T.)
5
Primera esposa de Feynman, falleció de tuber-
culosis en 1945. (N. de los T.)
6
Diagramas de Feynman. Técnica de cálculo por
él inventada durante sus trabajos sobre la QED
y que hoy tiene amplio uso en diversas áreas de
la física teórica. Son como un icono de Feynman
y representan para su leyenda lo que la ecua-
ción E=mc² es para la de Einstein. (N. de los T.)
36 (Primavera 1999)
el escéptico
Pasión por el saber
FERNANDO PEREGRÍN
Es responsabilidad nuestra como
científicos, sabedores del gran progreso que
emana de una satisfactoria filosofía de la
ignorancia, del progreso que es fruto de la
libertad de pensamiento,
proclamar el valor de esta libertad;
enseñar que la duda no ha de ser temida,
sino bienvenida y discutida, y exigir esta
libertad como deber nuestro hacia todas las
generaciones venideras.
Richard P. Feynman. El valor de la ciencia.
(Conferencia incluida en el libro ¿Qué te
importa lo que piensen los demás?)
S
iempre me ha sorprendido que los museos y otras
instituciones dedicadas a mostrar los logros de la
ciencia presten generalmente escasa atención a
las personas que realizaron dichos logros; incluso he
visto exhibiciones científicas y tecnológicas en las que
parece que el conocimiento científico se produce por ge-
neración espontánea, sin tener en cuenta que los gran-
des avances de la ciencia, pese a lo que digan ciertos fi-
lósofos, sociólogos e historiadores, suelen tener nombre
y apellidos. Y si el fin de estas instituciones es promo-
ver el conocimiento público de la ciencia de manera que
la sociedad se beneficie de las ventajas que proporciona
el saber científico, no estaría de más que se ensalzase a
los hombres y mujeres que más han contribuido al
avance de dicho conocimiento, máxime si tenemos en
cuenta que, para hacer ciencia, hay que disponer de
científicos y que, para ello, conviene estimular las voca-
ciones científicas, mostrándo a los más jóvenes que, pa-
ra llenar toda una vida, hay cosas más importantes e
interesantes que ser futbolista, modelo de alta costura
o magnate de las finanzas.
Richard P. Feynman (1918-1988), además de cientí-
fico genial, es un acabado ejemplo de lo maravillosa que
puede ser una vida impulsada por la pasión por el saber
racional y científico; una persona que fue leyenda en vi-
da y que hoy recibe culto tanto en las universidades co-
mo en muchos ambientes de todo el mundo donde se
valora en su justa medida el brillo y esplendor de un
gran intelecto humano. A su insaciable sed de saber, se
unieron una imaginación portentosa y una inteligencia
fuera de lo común; y en la base, sustentando todo em-
peño por conocer, la disciplinada duda que forja el
escepticismo indagador de la mejor ley. Comunicador
de raza, sus libros son señalada muestra de la tenue
frontera que separa una clara, elegante y profunda
explicación de una bella teoría física, de una obra de
arte. Siempre recordaré el enorme efecto que me produ-
jo la lectura de su conferencia en memoria de P.A.M.
Dirac
−
uno de los héroes de Feynman
−
1
, en la que expli-
ca, con transparencia y sencillez proverbiales, la sutil y
fundamental relación que existe entre el espín de una
partícula y el tipo de estadística a la que obedece.
1
Feynman, R.P.; y Weinberg S.: Elementary particles and the
laws of physics (Dirac memorial lectures). Cambridge Universi-
ty Press. Existe una pésima traducción al castellano de la que
prefiero no dar noticia. También se conserva un vídeo de la
ocasión.