nistas de la serie han publicado estas inte-
resantes ficciones en un libro, en el que nos
advierten, por si hubiera dudas, que las
catorce historias son una mezcla en dife-
rentes grados de datos históricos reales con
puras invenciones, y son por lo tanto fic-
ciones. La otra muerte de Federico García
Lorca y La Corporación se inspiran de un
modo muy libre en La luz prodigiosa y en
un fragmento de Esta noche moriré, novelas
ambas de Fernando Marías. Los otros doce
cuentos son originales y fueron escritos pa-
ra la serie de televisión y este libro. De igual
modo, todos los personajes entrevistados
son ficticios, salvo nuestros amigos el doc-
tor Josetxu Fombellida y el periodista Txe-
ma Soria. Es decir, se podía comprobar
que la segunda muerte de Lorca es imagi-
naria por tres fuentes: la novela de Marías
(premio Ciudad de Barbastro), la serie de
televisión y el libro de Bas y Marías.
¿Demasiada bulla por un simple despis-
te? Bueno, si en un punto tan fácilmente
comprobable se obvia confirmar la noticia,
¿cómo podemos confiar en lo demás que se
publique en Enigmas? Tengamos en cuenta
que un artículo, antes de su publicación,
ha de ser leído y revisado. ¿Es que nadie en
la redacción de Enigmas se dio cuenta de
que ni uno de los datos de la historia de
Juan Jesús Vallejo es auténtico, de que
nunca han existido ni Rogelio Bermejo, ni
Rocío Pérez Sanz, ni el convento de San
Bartolomé, ni el artículo del Ideal...? Por no
hablar de la foto que presentan como la
única existente del personaje que bajo el
nombre de Manolo vivió refugiado en el
convento de San Bartolomé hasta su muer-
te en 1954-. ¿Se trataba de Lorca. Sí. La
imagen es una ampliación de una auténti-
ca foto del poeta insertada en un trucaje
fotográfico realizado ex profeso para la serie
y que se presentó como tal en la prensa en
su día. Siendo malpensados, se podría ar-
güir que no les importa su falsedad.
Enigmas se distribuye en Sudamérica y
allí únicamente dispondrán de la versión de
la revista, por lo que un sector de público
hispano podría tomar esta disparatada his-
toria como real al no tener acceso a las
fuentes originales. En fin, para colmo, en el
mismo número de la revista, topamos con
un artículo de Santiago Camacho
−
jefe de
redacción y, por lo tanto, responsable en
parte de la metedura de pata lorquiana
−
sobre la manipulación de los medios de co-
municación por parte de los gobiernos para
ocultar la realidad de los ovnis. Uno de los
objetivos de lo que el autor denomina pro-
yecto Mindshift es hacer circular datos fal-
sos. ¡No sé por qué se molestan!
Referencias
Marías, Fernando; y Bas, Juan [1999]: Páginas
ocultas de la historia. Ediciones Destino.
Barcelona.
Vallejo, Juan Jesús [1999]: Lorca, el dos veces
muerto. Enigmas (Madrid), Año V - Nº 8
(agosto), 60-65.
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(Verano 1999)
el escéptico
Mentiras impunes
LUIS ALFONSO GÁMEZ
S
i hay algo que me sorprendería es que a alguien le
sorprendiera la última demostración de falta de
rigor de Fernando Jiménez del Oso y sus colabo-
radores. El caso de la segunda muerte inventada de
García Lorca no es sino otra muestra más del paño por
el que está cortado el periodismo esotérico: una mezcla
de sensacionalismo y nulo respeto a la realidad. La his-
toria increíble, el amarillismo, siempre ha de prevalecer
sobre la realidad. Si un testigo advierte al final de su
narración sobre un contacto con extraterrestres que
todo puede haber sido un sueño, se corta la apostilla a
la hora de emitir la grabación. Si una película como Al-
ternativa 3, en la que se desvela una conspiración pla-
netaria ante el riesgo del fin del mundo por catástrofe
ecológica, no es más que una broma, no se avisa de ello
a los telespectadores y se rodea su emisión de un halo
de misterio. Si, en el extremo de una fotografía de un
cadáver de un presunto alienígena, aparecen los restos
de unas gafas de manufactura humana, se mete un tajo
a la foto y ya tenemos marciano calcinado. Y es que la
realidad nunca debe estropearnos una buena historia.
Luego, una vez explotado el misterio, es posible que
se reconozca en letra pequeña la metedura de pata. Se
hará, claro, por obligación, y así se calificará de cues-
tión puramente semántica, sin trascendencia, el haber
dicho hasta la saciedad que la NASA investigó la sába-
na santa o se mentirá descaradamente durante una en-
trevista televisiva cuando a uno le recuerdan cómo hizo
el ridículo hace veinte años persiguiendo platillos volan-
tes donde sólo había faros de automóviles. El negocio
estará ya hecho y si se rectifica, siempre con la boca pe-
queña, será como réplica a críticas demoledoras o para
evitar demandas de plagio, como hace años hizo un co-
nocido editor español saliendo en defensa de un autor
de su cuadra que había bebido demasiado literalmente
de algunas fuentes.
El negocio es lo único que importa. Y la verdad es in-
cómoda porque el engaño está en la misma esencia de
un mundo como el de lo paranormal, en el que las prue-
bas objetivas se deshacen en las manos cuando se
exponen a una mínima investigación. Que nadie crea,
por ser Enigmas la revista a la que Eduardo Giménez ha
pillado in fraganti, que el resto de las publicaciones eso-
téricas se conduce con mayor rigor que la que tiene en
su cúpula a Fernando Jiménez del Oso, flanqueado por
Iker Jiménez y Lorenzo Fernández. No es así; ni lo ha
sido nunca. Ninguna revista esotérica española se ha
conducido con un mínimo de respeto a la verdad, como
tampoco lo ha hecho ningún programa de la televisión
misteriosa o de la radio misteriosa. España es diferente
y décadas de fraudes no han ido en menoscabo de la
credibilidad de los charlatanes de lo paranormal; pero
ya es hora de que eso cambie y que a todos los Paco
Rabanne se les meta en el mismo saco.
Como ha escrito Julián Marías, la mentira debe pro-
ducir el desprestigio, la descalificación inmediata e ina-
pelable. Para ello, es menester que conste, que sea
puesta de manifiesto; que el que miente sea enfrentado
con su mentira, actual o pretérita. De ella se puede y
debe pedir cuentas. Esto, por supuesto, no se hace, y a
nadie se le obliga a justificar lo dicho o aceptar las con-
secuencias. Nada perjudica más a la salud de una so-
ciedad que la impunidad de la mentira.