52
el esc
é
ptico
(Invierno 2000)
“
“E
E
s típico del extraordinario y encantador
asunto de los platillos volantes que la
primera persona que intente escribir un
libro serio sobre el tema sea el columnista más
destacado de Variety, la revista del mundo del
espectáculo”, rezaba la sobrecubierta de Behind
the flying saucers en 1950. Frank Scully, que
hasta entonces había escrito tres volúmenes
acerca de cómo podían divertirse aquéllos que
tenían que permanecer postrados en la cama, dio
un giro a su carrera literaria cuando publicó uno
de los primeros libros dedicados al misterio de
los platillos volantes. La obra fue todo un éxito.
En dos años, Behind the flying saucers “vendió
60.000 ejemplares en tapas duras, fue serializado
en una revista y editado en bolsillo” [Peebles,
1994]; pero la recién nacida ufología no conce-
dió crédito alguno a las especulaciones del perio-
dista, que mantenía que la Fuerza Aérea de Esta-
dos Unidos disponía de varias naves extraterres-
tres y de los cuerpos de 34 alienígenas.
El mito de los platillos volantes estrellados
había nacido en realidad seis meses antes de que
la obra de Scully apareciera en las librerías. El
parto había tenido lugar el 8 de marzo de 1950
en un aula de la Universidad de Denver y al
mismo habían asistido 350 personas. Todo co-
menzó cuando en una clase de ciencias un
alumno dijo que conocía a un “experto en plati-
llos volantes” que podía dar una charla al grupo.
El profesor, Francis F. Broman, consideró que se-
ría un “experimento interesante” para sus alum-
nos escuchar al especialista y evaluar la “autenti-
cidad y la fiabilidad de la información” por él
aportada [Menzel, 1953]. Los estudiantes parti-
rían del hecho de que no había garantías de que
el invitado fuera a decir la verdad. Deberían te-
ner en cuenta si se trataba de información de pri-
mera mano, si el conferenciante era imparcial, si
tenía la formación adecuada, si los datos se po-
dían comprobar independientemente y si esta-
ban respaldados por alguna autoridad. Cuando
llegó el día, el experto elegido, George Koehler,
declinó la invitación; pero ofreció en su lugar a
otro especialista, según él, un científico gra-
duado por dos universidades europeas. Broman
estuvo a punto de suspender la charla, dado que
Koehler ni siquiera le había facilitado el nombre
del nuevo conferenciante. Al final, sin embargo,
optó por seguir adelante con la conferencia, pre-
sionado en parte por la publicidad que se había
hecho de la misma.
El misterioso experto habló ante un repleto
auditorio durante casi una hora. Gran parte del
público estaba formado por alumnos de Broman
que eran conscientes de que la información de-
bía ser debidamente evaluada; pero también ha-
bía muchas personas que hicieron oídos sordos a
los criterios sobre fiabilidad que el profesor re-
cordó antes de que el conferenciante tomase la
palabra. Koehler presentó al especialista simple-
mente como el señor Newton, un individuo al
que Frank Scully definiría meses después como
un petrolero millonario que empleaba el magne-
tismo para descubrir bolsas de crudo. Silas M.
Newton cautivó a los asistentes con una “histo-
ria fantástica y aparentemente sincera” narrada
de un modo brillante y convincente, según re-
cordaba en su día Broman. Aseguró que conocía
a un tal doctor Gee nombre supuesto bajo el que
se escondía “el mayor especialista en magne-
tismo de Estados Unidos” [Scully, 1950], que ha-
bía participado en las labores de recuperación de
tres platillos volantes y 34 cadáveres.
“Sin duda, la conferencia fue fascinante”, re-
conoce Donald H. Menzel en Flying saucers.
Newton se explayó a gusto sobre las característi-
cas y procedencia de los extraterrestres hasta que
Un libro basado en testimonios de dos estafadores estableció a principios
de los años 50 los cimientos de la leyenda de los platillos volantes estrellados
LUIS ALFONSO GÁMEZ
¡Aterriza como puedas!
Imagen de un platillo volante estrellado de la serie ‘The outer limits’
(Invierno 2000)
el esc
é
ptico
53
Koehler le urgió a abandonar la sala porque iba a
perder el avión. Al día siguiente, Broman pidió a
sus alumnos que evaluaran la calidad de la infor-
mación facilitada por el experto. Los estudiantes
otorgaron al discurso de Newton “un cero en tér-
minos de autenticidad, pero una nota muy alta
en lo que se refería a entretenimiento” [Menzel,
1953]. Medio año después, Scully dedicó su libro
Behind the flying saucers a las extravagantes
afirmaciones de Newton, sin ponerlas en duda
en ningún momento y dando rienda suelta a la
fiebre de los platillos volantes siniestrados.
A
TERRIZAJE FORZOSO EN
A
ZTEC
1950 había comenzado con la publicación en la
revista True del artículo de Donald E. Keyhoe,
comandante retirado de la Infantería de Marina,
que sentaba los dos pilares básicos de la ufología:
el origen alienígena de los ovnis y el secretismo
gubernamental. Poco después del verano, Scully
supo como nadie rentabilizar económicamente
ambos tópicos. Hombre que veía conspiraciones
dentro de conspiraciones, demuestra en su libro
estar obsesionado por una pretendida política
oficial de descrédito contra los testigos de apari-
ciones de platillos volantes, ingenios que él
identifica con naves interplanetarias. A su jui-
cio, tres años después de haber visto Kenneth
Arnold los primeros platillos volantes sobre el
monte Rainier, había llegado el momento de ex-
poner las tácticas de militares y servicios de in-
teligencia, de “demostrar que se han cometido
más ofensas bajo la excusa de la defensa [se re-
fiere a la seguridad nacional] que las que este
mundo haya podido soñar”. El discurso del co-
lumnista de Variety fue precursor del de la ufolo-
gía de final de siglo, cuya máxima ya supo resu-
mir: “Si el Pentágono dice que los platillos vo-
lantes están aquí, no le crean. Si dice que son un
mito, no le crean. Simplemente, no le crean.
Créanme” [Scully,1950]. El problema estribaba
en que el discurso de Scully no se tenía en pie.
Su principal fuente de información era Silas
M. Newton, un individuo que le merecía todo el
crédito del mundo. Industrial petrolero, había
conocido al doctor Gee en julio de 1949 y poco
después el misterioso científico le había confe-
sado que había participado en el estudio de as-
tronaves siniestradas. El primer platillo volante
recuperado, en el que viajaban dieciséis extrate-
rrestres, había efectuado un aterrizaje forzoso
cerca de Aztec (Nuevo México) en 1948. La tri-
pulación, cuya edad oscilaba entre los 35 y 40
años, había muerto achicharrada en el espacio y
el piloto automático había posado la nave en el
desierto americano. A estos infortunados aliení-
genas, había que sumar otros dieciséis que mu-
rieron a bordo de la segunda astronave durante
el aterrizaje y los dos tripulantes del tercer plati-
llo, que fallecieron “cuando intentaban abando-
nar la cabina” [Scully, 1950]. Newton se en-
cargó de difundir el secreto a los cuatro vientos
y eligió como mensajero al columnista de Va-
riety. A través de sus conversaciones con Gee,
el petrolero había tenido conocimiento de las
características de las astronaves y de los visitan-
tes interplanetarios. En contra de posteriores
versiones de la leyenda, los platillos del doctor
Gee no se habían estampado contra la faz de la
Tierra, sino que habían aterrizado guiados por
los pilotos automáticos.
Los técnicos contratados por el Gobierno es-
tadounidense que estudiaron el primer ingenio
siniestrado no tuvieron problemas a la hora de
establecer su naturaleza extraterrestre, ya que el
exterior de la nave estaba fabricado con dos me-
tales desconocidos en nuestro planeta. Las di-
mensiones del platillo eran, además, divisibles
entre nueve; aunque para eso había que asumir
que los alienígenas utilizaban el sistema de me-
dida inglés. Curiosamente, ni Newton ni Gee se
dieron cuenta de que la magia del nueve desapa-
recía cuando las dimensiones se convertían al
sistema métrico. Es más, el presunto científico
hablaba del sistema de los nueves como de la
prueba concluyente de que “ellos usan un sis-
tema matemático similar al nuestro”.
El misterioso Gee y siete miembros de su
equipo examinaron el platillo volante de Aztec
de cabo a rabo. La nave tenía una ventanilla
rota. El doctor Gee y sus colaboradores no llega-
ron a ninguna conclusión sobre cómo se había
producido el accidente que había provocado la
muerte instantánea de la tripulación. Una vez en
el interior, “encontramos algunos panfletos o fo-
lletos, que con toda probabilidad trataban de
problemas de navegación” [Scully,1950], cuya
Leo A. GeBauer (doctor Gee)
Silas M. Newton.
54
el esc
é
ptico
(Invierno 2000)
escritura no consiguieron descifrar. La causa del
siniestro era una incógnita, pero el origen de los
alienígenas estaba claro: procedían de Venus.
Eso sí, ni Silas M. Newton ni Gee explicaron a
Scully cómo habían llegado los científicos del
Gobierno a tal conclusión.
Los técnicos habían encontrado, además, en
el interior de la nave instrumentos para “medir
las líneas de fuerza magnética”, lo que les había
llevado a deducir que los extraterrestres “emple-
aban líneas de fuerza
magnética como fuentes
de energía y como sende-
ros a seguir a través del
espacio” [Menzel, 1953].
El platillo volante “era
capaz de maniobrar en
cualquier dirección”
[Scully, 1950] y de alcanzar una velocidad pró-
xima a la de la luz. El ingenio estaba preparado
para hacer el viaje de ida y vuelta entre Venus y
la Tierra ¡en menos de una hora! La nave no
portaba armamento alguno, pero sí alimentos y
agua extraterrestres. Parte de la tripulación fue
sometida a necropsias y examinada por médicos
de la Fuerza Aérea. El informe de los forenses es-
tablecía que, dejando a un lado su menor ta-
maño, nuestros vecinos cósmicos sólo se diferen-
ciaban del ser humano en la dentadura. Gee ase-
guró a Scully que “no había ni caries ni empastes
en ninguna boca. Sus dientes eran perfectos”.
Posteriores hallazgos de otros dos platillos volan-
tes siniestrados en Colorado y Arizona confirma-
ron todos estos descubrimientos.
‘E
L FRAUDE DE
S
CULLY
’
“Scully será recordado en los anales de la plati-
llología como el introductor de temas que, con el
paso de los decenios, se convertirían en clásicos
de la mitología ovni: los platillos estrellados, los
cadáveres alienígenas y las elaboradas maniobras
de encubrimiento de la verdad que esperan ser
desveladas por intrépidos investigadores”, indica
Keith Thompson en Angels and aliens [Thomp-
son, 1991]. El columnista de Variety es también
recordado en la actualidad por su falta de escrú-
pulos y de rigor. En su día, la revista Time se re-
firió a él como a un “especulador” y añadió que,
“desde el punto de vista de la credibilidad cien-
tífica, la ciencia de Scully es inferior a la de los
cómics” [Peebles, 1994]. Así, a principios de los
años 80, la referencia al asunto de los platillos
estrellados figuraba en The encyclopedia of ufos
bajo la entrada de fraude de Scully. Y es que la
falsedad de toda la historia había quedado clara a
comienzos de los años 50, cuando J.P. Cahn, un
periodista de The San Francisco Chronicle, de-
cidió averiguar qué había de verdad en un libro
que había provocado “una conmoción nacional”
[Sheaffer, 1980].
Cahn comenzó por reunirse con Scully y
Newton, y propuso a este último contar toda la
historia del doctor Gee y los platillos volantes
con nombres, apellidos y fotografías. Newton
dijo que tenía que consultar el asunto con el mis-
terioso científico y los hombres no volvieron a
encontrarse hasta una semana después, cuando
el supuesto millonario le
mostró unos discos me-
tálicos de origen extra-
terrestre y varias foto-
grafías de los lugares
donde presuntamente
habían aterrizado las na-
ves. El reportero pidió a
Newton uno de los objetos metálicos, con la in-
tención de mandarlo a analizar al Instituto de
Investigación de Stanford. El petrolero estalló
en ira y le dijo que “era un hombre ocupado, que
había contado toda la historia a Scully como un
favor y, a cambio, había sido objeto de insultos y
acoso” [Peebles, 1994]. El periodista decidió en-
tonces apropiarse de uno de los discos por las
buenas y, mientras planeaba cómo hacerlo, in-
dagó en el pasado de Newton.
Roland Gelatt, de The Saturday Review of
Literature, había comprobado que Silas M. New-
ton no era la figura clave en la industria del pe-
tróleo “que Scully nos ha querido hacer creer”,
ni era miembro de la Sociedad Geológica de
América ni de la Asociación Americana de Ge-
ólogos de Petróleo. Cahn fue más lejos y averi-
guó que el individuo que Scully había presentado
como millonario digno de toda confianza “había
sido arrestado dos veces durante los años 30 por
un robo de gran cuantía y falsas declaraciones de
valores. En ambas ocasiones, los cargos fueron
desestimados” [Peebles, 1994]. ¿Pero quién se
ocultaba tras el doctor Gee? Scully y Newton ha-
bían dicho al periodista que el científico residía
en Phoenix. Cahn observó en la agenda de New-
ton que éste hacía multitud de llamadas a un tal
Leo A. GeBauer, vecino de Phoenix que regen-
taba la Western Radio & Engineering Company,
un empresa dedicada al suministro de compo-
nentes de radio y televisión.
Cuando el periodista se disponía a viajar
hasta Phoenix para comprobar si GeBauer era el
doctor Gee, Newton le telefoneó para concertar
una cita. El falso petrolero se presentó a la reu-
nión con los discos metálicos de origen aliení-
gena. Cahn, que llevaba en sus bolsillos unos dis-
cos similares que había encargado tras haber
visto por primera vez las piezas, dio el cambiazo
s
Nuestros vecinos cósmicos
sólo se diferenciaban del ser
humano en la dentadura
(Invierno 2000)
el esc
é
ptico
55
a una de ellas. El disco falso quedó en poder de
Newton, mientras uno de los auténticos empren-
día viaje con destino al Instituto de Investiga-
ción de Stanford. Los análisis resultaron conclu-
yentes: el disco era de aluminio, del tipo del
usado en ollas y sartenes. Cahn informó de los
resultados a Scully, que, consternado, reconoció
que el doctor Gee era en realidad GeBauer.
Scully había conocido al empresario de Phoenix
en 1949 y lo había presentado en su libro como
graduado por las universidades de Creighton y
Berlín, y director de 35.000 experimentos en los
que habían participado 1.700 científicos y que
habían costado 100.000 millones de dólares.
Todo era mentira.
Cahn denunció el fraude en el número de sep-
tiembre de 1952 de la revista True, la misma que
dos años antes había publicado el artículo de
Keyhoe. El reportaje iba acompañado de un edi-
torial, en el que los responsables de la publica-
ción aseguraban que todavía estaban convenci-
dos de que los platillos volantes eran de proce-
dencia extraterrestre, pero reconocían que no ha-
bía ninguna prueba que confirmase tal sospecha.
Tras advertir que esperaban disponer pronto de la
evidencia necesaria, mostraban su frontal oposi-
ción a los intentos de convencer al público de
que ya existían las pruebas [Klass, 1983]. En el ar-
tículo de Cahn, quedaba claro que GeBauer no
era la autoridad científica que Scully decía, que
Newton tampoco era un magnate del petróleo y
tenía un oscuro pasado, y que el autor de Behind
the flying saucers era amigo de ambos individuos.
C
ONSUMADOS ESTAFADORES
La publicación del artículo de Cahn animó a
numerosas víctimas de Newton y GeBauer a es-
cribir cartas a True para denunciar a quienes les
habían estafado en el pasado. Juntos o por sepa-
rado, dos de los inventores del cuento de los pla-
tillos estrellados habían perpetrado durante un
cuarto de siglo delitos en el mercado de valores
y vendido todo tipo de máquinas inútiles. Los
delitos habían prescrito en la mayoría de los ca-
sos, pero uno acabó en los tribunales. El FBI
arrestó a los dos hombres el 10 de octubre de
1952 y un mes después fueron declarados culpa-
bles de un delito de estafa por vender un inser-
vible cachivache con el que decían que se podía
encontrar petróleo. La víctima del engaño había
perdido más de 230.000 dólares tras confiar en
Newton y GeBauer.
¿Y qué paso con Scully? Pues que se negó a
admitir que había sido engañado por los estafa-
dores quizá no lo fue y escribió una carta a
Cahn, en la que decía que el doctor Gee era un
personaje creado por él para encubrir a los ocho
científicos que le habían proporcionado la in-
formación sobre las astronaves accidentadas. El
cuarto implicado, George Koehler el experto
que había declinado la invitación de la univer-
sidad a última hora y había apadrinado a New-
ton, era también un sujeto poco fiable. Meses
antes de la conferencia de la Universidad de
Denver, Koehler, que trabajaba en una emisora
de radio, había dicho haber visto en unas insta-
laciones militares los restos de dos naves extra-
terrestres y que tenía en su poder fotografías y
restos metálicos que confirmaban su testimonio.
El ufólogo Donald E. Keyhoe se trasladó hasta
Denver para investigar los hechos y, después de
que Koehler se negó a enseñarle las imágenes y
facilitarle las muestras, llegó a la conclusión de
que toda la historia era un fraude. De hecho, así
lo reconoció poco después el propio Koehler en
la prensa.
El artículo de True hizo que la historia de los
platillos volantes siniestrados saltase por los ai-
res. Durante décadas, nadie se la tomó en serio y
se daba al libro del columnista de Variety el
mismo valor que a las obras de chalados como
George Adamski o Eugenio Siragusa. A finales
de los años 70, el mito resurgió de la mano de
Charles Berlitz y William Moore, dos mercaderes
de misterios con menos credibilidad aún que
Scully. En España, ufólogos como Antonio Ri-
bera que ni siquiera sabe escribir correctamente
GeBauer [Ribera, 1983] o Salvador Freixedo han
intentado reivindicar el buen nombre del perio-
dista estadounidense, con quien comparten pa-
sión por las historias increíbles. Así, en una de
sus últimas obras, Freixedo afirma que a “Scully,
que escribió un libro en el que se mencionaba de
pasada el incidente [de Aztec], lo desprestigiaron
de tal manera que ya no pudo escribir nada y se
vio sometido al ostracismo. Fue tal la saña que
mostraron contra él y tal el empeño que pusieron
en desprestigiarle que, cuando se busca en los li-
bros clásicos de ovnis el nombre de Frank Scully,
como uno de los primeros autores del tema, con
frecuencia se le encuentra, junto al de Aztec,
bajo el título de El fraude de Scully” [Freixedo,
1991]. Obviamente, una encendida defensa de
un colega en el arte del engaño es lo menos que
puede hacer Freixedo, quien, en el mismo libro
en que reivindica la figura de Scully, presenta
s
El disco supuestamente
extraterrestre era de aluminio,
del tipo usado en ollas
y sartenes
una foto de un cadáver extraterrestre cortada de
tal manera que no se aprecian las gafas que el pi-
loto humano retratado portaba en el momento
del fatal accidente.
A pesar de su carácter fraudulento, la confe-
rencia de la Universidad de Denver y Behind the
flying saucers son muy reveladores para el intere-
sado en el mito de los platillos estrellados.
Cuando desde hace años estamos inmersos en
toda una campaña publicitaria del caso de Ros-
well, auspiciada por los más delirantes represen-
tantes de la ufología, llama la atención el hecho
de que Scully y sus cómplices no echaran mano
en 1950 de este incidente. Si el suceso que ahora
provoca ríos de tinta hubiera tenido en su día vi-
sos de verosimilitud, a buen seguro que Newton,
GeBauer, Koehler y el columnista de Variety ha-
brían recurrido a él. No habrían desaprovechado
la oportunidad de maquillar su engaño con un
suceso creíble. Sin embargo, Scully no sólo ig-
nora el caso de Roswell en el texto, sino que
también lo hace en el apéndice dedicado a pasar
revista telegráficamente a las noticias más im-
portantes sobre platillos volantes publicadas en-
tre 1947 y 1950. Y es que, seguramente, ni él
mismo creía que alguien pudiera tomarse en se-
rio que los extraterrestres surcan los espacios si-
derales abordo de naves construidas con madera
de balsa y papel de aluminio
Nota
Este artículo fue la base de la intervención de autor en la
mesa redonda sobre el caso de Roswell que se celebró en el
marco del II Congreso Nacional sobre Pseudociencias, orga-
nizado por ARP en Pamplona del 23 al 26 de noviembre de
1995.
56
el esc
é
ptico
(Invierno 2000)
Freixedo, Salvador [1991]:
Biografía del fenómeno ovni. Edita
Espacio y Tiempo (Col. “Biblioteca Básica de Espacio y
Tiempo”). Madrid. 129 páginas.
Klass, Philip J. [1983]:
Ufos: the public deceived. Prometheus
Books. Buffalo. 310 páginas.
Menzel, Donald H. [1953]:
Flying saucers. Harvard University
Press. Cambridge. xii + 319 páginas
Peebles, Curtis [1994]:
Watch the skies! A chronicle of the flying
saucer myth. Smithsonian Institution Press. Washington. X
+ 342 páginas.
Ribera, Antonio [1983]:
Las máquinas del cosmos. Editorial Pla-
neta (Col. “Documento”, Nº 123). Barcelona. 230 páginas.
Scully, Frank [1950]:
Behind the flying saucers. Victor Gollancz
Ltd. Londres. 256 páginas.
Sheaffer, Robert [1980]:
Veredicto Ovni. Examen de la eviden-
cia
[The ufo verdict: examining the evidence]. Prologado por
James Oberg. Trad. de Alberto Coscarelli. Tikal Ediciones
(Col. “Eleusis”). Gerona 1994. 343 páginas.
Story, Ronald D. (Ed.) [1980]:
The encyclopedia of ufos. Dou-
bleday & Company. Nueva York. 440 páginas.
Thompson, Keith [1991]:
Angels and aliens. Fawcett Colum-
bine Books. Nueva York 1993. xii + 283 páginas.
REFERENCIAS
Complete su colección de
el
esc
é
ptico
®
N
Nºº 11. La ‘Mars Global Surveyor’ le borra la cara a Marte; La
verdad oculta tras el código de la Biblia; La cruzada de
la sábana santa; Orce: ¿falta de rigor o fraude? (A
Ag
go
o--
t
taad
do
o. Pendiente de reimpresión.)
N
Nºº 22. El arca de Noé de los seres extraordinarios; De Condon
a Sturrock: los ovnis se estrellan con la ciencia; Ascenso
de lo irracional; La Academia de Lagado; El misterio de
Rennes-le Château.
N
Nºº 33. El relativismo cultural y otros relativismos; La paranoia
conspiracionista; ¡Busque a ET en su ordenador!; Po-
tenciar la razón; La necesidad de creer; Medicinas alter-
nativas y bioética; ¿Qué garantía nos da la ciencia?
N
Nºº 44. Feynman contra la superchería; Astrología en clase; 5
de mayo del 2000: el día del Juicio Final; Abusos infan-
tiles y recuerdos inducidos; La chica con rayos X en los
ojos.
N
Nºº 55. Nostradamus volvió a fallar; Cajal y la ciencia (verdadera
y falsa); ‘Enigmas’ remata a Lorca; Dawkins sobre lo pa-
ranormal.
5
5,, 44 eeu
urro
oss//990000 PPttss..
por ejemplar + Gastos de envío
Escriba a:
EL ESCÉPTICO
Apartado de Correos 310
08860 Castelldefels (Barcelona)
Correo electrónico: arp_sapc@yahoo.com