En síntesis, lo que quiero transmitir es la idea de que el
auge actual de las pseudociencias y de la irracionalidad
es el resultado de lo que puede llamarse un déficit en
la distribución social del conocimiento científico a tra-
vés de los distintos estratos de población que componen
la sociedad.
Allí donde avanza el conocimiento científico sobre
ciertas parcelas de la realidad retrocede el pensamien-
to mágico y pseudocientífico sobre ellas.
El déficit actual es un fenómeno complejo en el que
intervienen diversos factores y causas distintas, pero
puede decirse que hay tres grandes clases de agentes
sociales implicados en las complejas relaciones entre la
sociedad, la ciencia y las pseudociencias:
— Los medios de comunicación, como productores de
lo que suele llamarse opinión pública, que para al-
gunos es sólo ‘opinión publicada’.
— El sistema educativo.
— Las instituciones científicas.
De este modo, el incremento de la comunicación so-
cial de la ciencia y la divulgación científica por parte de
las instituciones científicas, el esfuerzo por la enseñanza
de las ciencias y el fomento de las vocaciones científi-
cas y tecnológicas por parte del sistema educativo, y la
divulgación científica y del pensamiento crítico en su
más amplio significado en la opinión pública por parte
de los medios de comunicación, se presentan como im-
portantes áreas de responsabilidad social ante el auge
de la irracionalidad y las pseudociencias, y ante los pro-
blemas de toma de decisiones relativas a los recursos
para las actividades científicas.
Definir la ciencia es algo que llevan tratando de ha-
cer los epistemólogos desde los inicios mismos de la fi-
losofía. Sin embargo, no busco dar aquí una definición
filosófica de la ciencia ni del método científico. La cien-
cia es tanto una actividad como un resultado o produc-
to. En tanto que actividad, sería la creación de cierto
tipo de conocimiento y su reconocimiento y aceptación
como tal por instancias especializadas. En tanto que
producto o resultado, serían los conocimientos básicos
y aplicados de las distintas disciplinas y especialidades
científicas. Desde la sociología de la ciencia, ‘ciencia’
es lo que hacen los científicos y aceptan como tal las
instancias científicas especializadas encargadas de
certificar y validar los productos científicos. Más ade-
lante veremos algunas características distintivas de la
ciencia respecto a otras formas de conocimiento pre-
sentes en la sociedad.
La sociología del conocimiento nos enseña a atender
a los grupos y colectivos sociales que producen las dis-
tintas modalidades del conocimiento presentes en una
sociedad y a atender a cómo estas modalidades se trans-
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TERESA GONZÁLEZ DE LA FE
DPTO. DE SOCIOLOGÍA, UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA
Sociedad,
ciencia
y
pseudociencia
miten y se distribuyen por los distintos estratos sociales
y a través de los medios de comunicación masivos. A di-
ferencia del relativismo epistemológico imperante en mi
gremio, mi posición es que hay que tomar como punto
de partida analítico dos cuestiones relacionadas:
1.— Todas las modalidades de conocimiento son pro-
ductos sociales, es decir, se producen y elaboran en
condiciones sociales determinadas y a través de pro-
cesos sociales. Además, se sostienen en forma de
creencias que tienen repercusiones para las vidas de
los individuos que forman los diversos colectivos y
grupos sociales que poseen esos conocimientos.
2.— Lo anterior no implica, sin embar-
go, que todas las modalidades de
conocimiento presentes en una so-
ciedad y sostenidas por grupos o
colectivos sociales estén al mismo
nivel, especialmente en lo que res-
pecta a la verdad y la objetividad de
sus contenidos. Hay conocimientos
verdaderos y hay conocimientos fal-
sos que pueden ser tomados como
verdaderos por amplios colectivos
sociales. Incluso, para los conteni-
dos de conocimiento de cualquier individuo, puede
haber coexistencia de conocimientos verdaderos
con conocimientos falsos en la medida en que estos
conocimientos tengan por objeto zonas dispares de
la experiencia y la realidad.
A propósito de esto, Fernando Savater señaló hace
algún tiempo en El País Semanal, que es inaceptable
el democratismo epistemológico falsamente derivado
del funcionamiento democrático de las instituciones. El
voto de cada individuo tiene el mismo peso político –al
menos en la teoría y antes de pasar por los mecanis-
mos correctores de D’Hont–, pero esta igualdad políti-
ca, que es la base del sistema democrático, no impli-
ca que las creencias que sostienen y los conocimientos
que posean cada uno de los individuos tengan el mis-
mo valor epistemológico y sean igualmente verdaderos.
El respeto al valor moral de cada persona no tiene nada
que ver con la verdad o la falsedad de sus creencias y
conocimientos.
Sin embargo, como estudió en su momento William
Thomas y después Robert Merton, lo que los individuos
asumen como verdadero es verdadero para ellos en sus
consecuencias y efectos con independencia de su ver-
dad objetiva. Este postulado, conocido en sociología
como Teorema de Thomas, puede ayudarnos a investi-
gar y comprender la amplia difusión de conocimientos
falsos y creencias irracionales entre amplias capas de la
población, el déficit en la distribución social del cono-
cimiento científico al que me referí antes.
Para la sociología del conocimiento, la ciencia es una
modalidad de conocimiento del mundo que ha poten-
ciado de forma inimaginable la capacidad adaptativa de
la especie humana. Las características del método
científico, nacido en Europa en el siglo XVII y desarro-
llado imparablemente desde el XVIII y especialmente en
el XX, han ido abriendo nuevos horizontes de conoci-
mientos a la especie humana, de tal modo que podemos
decir que la manera como vivimos hoy y como vive una
parte importante de la humanidad (manera que otros
muchos desean) no sería posible sin los conocimientos
científicos y tecnológicos.
Las sociedades modernas, desarrolladas, industria-
lizadas, prósperas y de bienestar son lo que son porque
son sociedades basadas en el conocimiento científico y
tecnológico. Las distintas disciplinas científicas, y las tec-
nologías asociadas a ellas, están en la base de las con-
diciones de supervivencia de las sociedades industria-
les. Es más: constituyen un requisito para su superviven-
cia en las condiciones actuales, especialmente en los
países ricos e industrializados. Por ello, la ciencia hoy es
una compleja actividad social a la que se destinan im-
portantes y crecientes recursos públicos y privados.
El conocimiento científico ha ido desplazando a otras
formas anteriores de conocimiento, especialmente a la
religión, como fuente privilegiada de descripciones y ex-
plicaciones del Universo, de la naturaleza y de la vida
social y humana. Esta sustitución progresiva e impara-
ble de explicaciones míticas, religiosas y mágicas de lo
que nos rodea por explicaciones laicas, técnicas y ra-
cionales es lo que el sociólogo Max Weber denominó “el
desencantamiento del mundo”. Este desencantamiento
del mundo supuso, en el nuevo orden social moderno e
industrial, el desplazamiento de la autoridad epistemo-
lógica desde el campo de la religión al campo de la cien-
cia, de tal modo que la ciencia nos proporciona el co-
nocimiento más fiable que poseemos y el apelativo de
“científico” viene a equivaler al de “verdadero”.
De este modo, en los límites del conocimiento cien-
tífico es donde otras formas de conocimiento se esta-
blecen. La ciencia no tiene respuestas para todo y, como
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La igualdad política no implica que las
creencias que sostienen y los conocimientos
que poseen cada uno de los individuos,
tengan el mismo valor epistemológico y sean
igualmente verdaderas
señaló Max Weber en El Político y el Científico, las elec-
ciones que tienen que ver con el sentido de la vida y con
nuestra responsabilidad y nuestros valores quedan fue-
ra del ámbito de la ciencia y de la acción de los cientí-
ficos, las cuales nos orientan con respecto a los medios
para actuar pero apenas nos dicen algo respecto a los fi-
nes de nuestras acciones.
Sin embargo, las verdades de la ciencia se diferen-
cian de una forma radical de las verdades religiosas, lo
que hace que ambos tipos de conocimiento sean no sólo
distintos sino, en gran medida, contrarios, contradicto-
rios o contrapuestos. Las verdades de la ciencia siem-
pre son provisionales, a diferencia de las de las religio-
nes que son eternas. Y son eternas porque las verdades
de la religión se basan en dogmas sobre acontecimien-
tos extraordinarios y misteriosos, mientras que las de la
ciencia se basan en hechos o fenómenos que acontecen
de forma regular, esto es, como resultado de alguna ley
natural o mecanismo de actuación. Las teorías científi-
cas se aceptan como verdaderas hasta que no aparezcan
nuevas teorías mejores o nuevos hechos que nos obli-
guen a revisarlas.
Otra característica es que las teorías de la ciencia
han de ser coherentes entre sí: una parte del conoci-
miento científico no puede contradecir a otra. Sin em-
bargo, las religiones se contradicen grandemente entre
sí y en el interior de cada una de ellas se aceptan po-
cos cambios. Esto sucede porque los mecanismos psi-
cológicos a los que apelan ciencia y religión también son
distintos: la ciencia apela a la razón, la prueba y el uni-
versalismo, mientras que la religión apela a la fe.
La fe es un acto de afirmación voluntario: se cree en
algo cuando se da por supuesta su existencia sin que
podamos demostrarla fehacientemente. Digamos que re-
tiramos y negamos las dudas sobre ello y además lo to-
mamos como punto de partida a partir del cual llegar a
conclusiones y resultados. La ciencia, por el contrario,
hace de la duda parte sustancial del procedimiento de
certificar el conocimiento, lo que el ya citado Robert
Merton, padre de la moderna sociología de la ciencia,
llamó el escepticismo organizado. La prueba, el experi-
mento, la replicación y la predicción de resultados for-
man parte de los procedimientos de creación y valida-
ción de la ciencia.
Pero, además, hay una diferencia más profunda aún
entre ciencia y religión, y consiste en que la ciencia no
trata de imponer una moral basada en principios acep-
tados por la fe o deducidos de ella. Se dirige a conocer
parcelas de la realidad y saber cómo funcionan y a apro-
vechar ese conocimiento con fines diversos que van des-
de matar mejor a curar mejor. No estoy diciendo que la
ciencia sea ajena a la ética o a las cuestiones éticas.
Más bien que la finalidad de las religiones es
establecer un conjunto de reglas y principios
de conducta en el ámbito de la vida individual
y social, mientras que la falacia naturalista im-
pide a las ciencias pasar del terreno del ser al
terreno del debe ser.
Las religiones, históricamente, han usado
sus explicaciones del orden cósmico para in-
tervenir activamente en la producción de un orden so-
cial determinado. La ciencia está interesada principal-
mente en cómo es y cómo funciona ese orden cósmico
y, desde su papel activo en la construcción y manteni-
miento de las sociedades industriales, en cómo apro-
vechar nuestros conocimientos de la naturaleza para in-
tervenir activamente en la construcción de nuestros
entornos adaptativos. La vida humana se desarrolla hoy
en su inmensa mayoría en entornos artificiales y arte-
factuales, como los denomina Javier Echeverría.
La eficacia de resultados del conocimiento científi-
co, las revoluciones tecnológicas asociadas a su avance
y, en general, las maravillas del mundo moderno y las
condiciones de vida que produce han hecho que en el
conflicto epistemológico acerca de la naturaleza y el cos-
mos, la religión haya ido perdiendo peso frente a las ex-
plicaciones científicas y pase a ser considerada cada vez
más como un ámbito perteneciente a la esfera privada
de los individuos.
Eso no significa en absoluto que hayan desapareci-
do de la escena de los conocimientos presentes en la so-
ciedad. Más bien todo lo contrario. Parece que en los úl-
timos tiempos asistimos a una creciente presencia de
toda clase de contenidos mágicos, esotéricos, misterio-
sos y anticientíficos en los medios de comunicación que
buscan captar creyentes y seguidores para sus diversas
doctrinas. Son lo que se suele llamar pseudociencias,
las cuales comparten algunas características con la re-
ligión.
Para definir la pseudociencia podríamos usar las pa-
labras de Mario Bunge aparecidas recientemente en el
diario argentino La Nación y difundidas a través del bo-
letín on-line El Esceptico Digital: “Una pseudociencia es
un montón de macanas que se vende como ciencia.
Ejemplos: alquimia, astrología, caracterología, comu-
nismo científico, creacionismo científico, grafología, ov-
nilogía, parapsicología y psicoanálisis”.
La pseudociencia es también un proceso y un re-
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La ciencia hace de la duda una
parte sustancial del procedimiento
de certificar el conocimiento
sultado, pero a diferencia de las ciencias, los productos
de las pseudociencias no pasan por las instancias de
certificación y validación que caracterizan a la ciencia.
Digamos que los contenidos de las pseudociencias, sus
conocimientos, tratan de hacerse pasar por científicos
ante los no científicos y son rechazados como no válidos
y como falsos por los científicos. Veremos enseguida al-
gunas diferencias entre las ciencias y las pseudocien-
cias, y por qué en un caso podemos hablar de ciencia
en singular para referirnos en realidad a múltiples dis-
ciplinas y especialidades, mientras que hablar de pseu-
dociencia en singular sólo es posible mediante una ne-
gación: aquello que no es ciencia y que trata de
hacerse pasar por tal.
Bunge señala que una pseudociencia se reconoce por
poseer al menos un par de las características siguientes:
— Invoca entes inmateriales o sobrenaturales inacce-
sibles al examen empírico, tales como fuerza vital,
alma, superego, creación divina, destino, memoria
colectiva y necesidad histórica. A estos entes pode-
mos añadir más: destino, energías positivas, seres de
inteligencia extraordinaria procedentes de otros pla-
netas con los que se afirma estar en contacto, etc.,
— Es crédula: no somete sus especulaciones a prueba
alguna. Por ejemplo, no hay laboratorios homeopá-
ticos ni psicoanalíticos. Corrección: en la Universidad
Duke existió en un tiempo el laboratorio parapsico-
lógico de J. B. Rhine; y en la de París existió el la-
boratorio homeopático del doctor Benveniste. Pero
ambos fueron clausurados cuando se descubrió que
habían cometido fraudes.
— Es dogmática: no cambia sus principios cuando fa-
llan ni como resultado de nuevos hallazgos. No bus-
ca novedades, sino que queda atada a un cuerpo de
creencias. Cuando cambia lo hace sólo en detalles y
como resultado de disensiones dentro de la grey.
— Rechaza la crítica, matayuyos normal en la actividad
científica, alegando que la misma está motivada por
el dogmatismo o por la resistencia psicológica. Re-
curre pues al argumento ad hominem en lugar del ar-
gumento honrado.
— No encuentra ni utiliza leyes generales. Los cientí-
ficos, en cambio, buscan o usan leyes generales.
— Sus principios son incompatibles con algunos de los
principios más seguros de la ciencia. Por ejemplo, la
telequinesis contradice el principio de conservación
de la energía. Y el concepto de memoria colectiva
contradice la perogrullada de que sólo un cerebro in-
dividual puede recordar.
— No interactúa con ninguna ciencia propiamente di-
cha. En particular, ni psicoanalistas ni parapsicólo-
gos tienen tratos con la psicología experimental o
con la neurociencia. A primera vista, la astrología es
la excepción, ya que emplea datos astronómicos para
confeccionar horóscopos. Pero toma sin dar nada a
cambio. Las ciencias propiamente dichas forman un
sistema de componentes interdependientes.
— Es fácil: no requiere un largo aprendizaje. El motivo
es que no se funda sobre un cuerpo de conocimien-
tos auténticos. Por ejemplo, quien pretenda investi-
gar los mecanismos neurales del olvido o del placer
tendrá que empezar por estudiar neurobiología y psi-
cología, dedicando varios años a trabajos de labora-
torio. En cambio, cualquiera puede recitar el dogma
de que el olvido es efecto de la represión, o de que
la búsqueda del placer obedece al ‘principio del pla-
cer’. Buscar conocimiento nuevo no es lo mismo que
repetir o siquiera inventar fórmulas huecas.
— Sólo le interesa lo que pueda tener uso práctico: no
busca la verdad desinteresada, ni admite ignorar
algo: tiene explicaciones para todo. Pero sus proce-
dimientos y recetas son ineficaces por no fundarse
sobre conocimientos auténticos. Al igual que la ma-
gia, tiene aspiraciones técnicas infundadas.
— Se mantiene al margen de la comunidad científica.
Es decir, sus cultivadores no publican en revistas
científicas ni participan en seminarios ni en con-
gresos abiertos a la comunidad científica. Los cien-
tíficos, en cambio, someten sus ideas a la crítica de
sus pares: someten sus artículos a publicaciones
científicas y presentan sus resultados en seminarios,
conferencias y congresos.
Podemos reconocer con facilidad en este listado de
características de las pseudociencias a distintos pro-
ductos que se nos ofrecen en los medios de comunica-
ción social con creciente frecuencia e intensidad.
No sólo proliferan en las TV
privadas los programas dedicados
a lo misterioso y que se centran
en fenómenos que en apariencia
desafían a la ciencia y a la expli-
cación racional. También pode-
mos constatar que cualquier pro-
grama de radio o TV, tanto de las
cadenas públicas como de las privadas, no parece estar
completo sin su tarotista y/o su maga o mago particular,
que abre su consulta radiofónica al tiempo que publicita
su número de teléfono de tarifas especiales, que cons-
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Los productos de las pseudociencias
no pasan por las instancias de certificación y
validación que caracterizan a la ciencia
tituye una buena fuente de ingresos a costa de los
“clientes” crédulos que requieren sus pretendidos ser-
vicios.
Por qué creemos en cosas bastante increíbles y cómo
y en qué medida se distribuyen los distintos tipos de
creencias irracionales entre diversos colectivos sociales
son temas que aún están necesitados de investigación
por parte de las ciencias sociales. Para concluir, apun-
taría que es una responsabilidad social señalar clara-
mente que las pseudociencias son falsas y comunicar
adecuadamente a la opinión pública hasta dónde llega
el conocimiento científico y qué cosas no son más que
patrañas dirigidas a explotar la ignorancia y la credu-
lidad de ciertas gentes.
Por ello, señalaría de nuevo a tres importantes
ámbitos sociales cuya interacción y actuación son claves.
1.— Por una parte, la interacción entre las instituciones
científicas de forma institucional y los científicos de
forma individual con los medios de comunicación so-
ciales para realizar esfuerzos y aumentar lo que se ha
venido a llamar la comunicación social de la ciencia:
divulgar no sólo los conocimientos científicos y tec-
nológicos sino también su utilidad y su relevancia so-
cial. Esto es de la máxima importancia, tanto para
garantizar la financiación pública de la investigación
científica como para evitar el desplazamiento pro-
gresivo de los fondos públicos de investigación a sa-
tisfacer necesidades empresariales.
2.— Por otro lado, el sistema educativo que debe formar
ciudadanos críticos y con un buen nivel de conoci-
mientos científicos básicos, así como debe fomentar
las vocaciones científicas y tecnológicas entre los jó-
venes. Las instituciones científicas deben prestarse
a su apertura a la sociedad y colaborar con los cen-
tros educativos en estas actividades.
3.— Por último, los medios de comunicación y sus pro-
fesionales juegan un importante papel de difusión y
legitimación de conocimientos de todo tipo en la opi-
nión pública. En estos tiempos, sería todo un avan-
ce pedir que las explicaciones científicas y la presencia
de la ciencia ocupen al menos el mismo tiempo de
programación que ocupan las diversas y variadas pseu-
dociencias que adornan el panorama cultural de es-
tos últimos años. Bien es cierto que los fines de si-
glo y de milenio parecen haber sido proclives
históricamente a expresiones colectivas de tipo re-
dentorista y profético. Difundir pensamiento crítico,
mostrar un cierto escepticismo ante estos tipos de ma-
nifestaciones pseudocientíficas ha de ser una postura
a pedir a los profesionales de los medios de comu-
nicación, especialmente los de carácter público.
é
NOTA
*Este texto formó parte de la charla del curso de ex-
tensión universitaria “Ciencia y pseudociencia en el um-
bral del siglo XXI” de la Universidad de La Laguna.
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