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MAGIA Y FÍSICA
RECREATIVA
ROBERT-HOUDIN
Traducción de M. A. Tanir.
Colección Ad litteram nº 5.
Editorial Alta Fulla. Barcelona, 1998 .
(reproducción facsímil de la edición de Pascual
Aguilar, Editor. Valencia, S. A.)
Cuando en la segunda mitad del S XIX el espiritismo
comenzó a ganar adeptos en todo el mundo occidental,
sus principales detractores pertenecían a tres colecti-
vos totalmente opuestos entre sí: el mundo religioso, el
científico y el ilusionismo. Con frecuencia, los dos pri-
meros se dedicaron a buscar explicaciones alternativas
a los fenómenos que ocurrían en las sesiones espiritistas.
Desde posturas religiosas se llegó a sostener que su cau-
sa residía en intervenciones satánicas con el fin de co-
rromper la fe cristiana. Los científicos de la época bus-
caron explicaciones naturales como episodios de
hipnosis, de transmisión telepática o de poderes mentales.
La crítica desde el ilusionismo fue mucho más acerta-
da. Comenzaron por cuestionarse si tales fenómenos exis-
tían realmente o si eran producto de trucos de “magia si-
mulada” como la que ellos empleaban en los escenarios.
Fue el comienzo de una fructífera relación entre ilu-
sionismo y escepticismo ejemplificada hoy en día por Ja-
mes “el Asombroso” (The Amazing) Randi (Fraudes Pa-
ranormales) y que cuenta entre sus ilustres precedentes
con Harry Houdini (A Magician among the Spirits, del
que hablamos en esta misma revista) y con el sacerdo-
te jesuita Carlos M. De Heredia (Los Fraudes Espiritis-
tas y los Fenómenos Metapsíquicos).
Antes que ellos, sin embargo, el ilusionista francés
Robert-Houdin publicó dos libros en los que junto a la
explicación de varios de sus trucos tocaba este tema: Los
Secretos de la Prestidigitación y de la Magia y el que nos
ocupa, Magia y Física Recreativa.
Incluso en el caso de que no le atraiga el ilusionis-
mo o no quiera conocer los trucos empleados por los “ma-
gos”, aun así podrá encontrar en este título sobrados mo-
tivos para interesarse en él. Houdin, antiguo relojero y
fabricante de artilugios mecánicos, siempre estuvo al tan-
to de los avances científicos que aplicó de forma nove-
dosa en sus espectáculos. Su truco del “baúl pesado” es
una buena muestra de ello. El público de París no en-
tendía cómo un baúl podía ser tan ligero como para ser
levantado por un niño y tornarse repentinamente tan pe-
sado como para hacer inútil el esfuerzo conjunto de va-
rios hombres adultos. La razón, según confiesa en esta
obra Houdin, es que existía una plancha metálica em-
butida en el suelo del baúl sobre la que actuaba a vo-
luntad un poderoso electroimán camuflado en el esce-
nario del teatro.
En otros de sus trucos empleó timbres, chispas eléc-
tricas, espejos, falsas poleas... siempre con un fin esce-
nográfico pero, a la vez, prestando atención a la experi-
mentación que le permitiera mejorarlos. Comprobó los
ángulos en los que los espejos eran más efectivos, la
manera de mejorar la acústica para el truco de los ins-
trumentos que tocan solos, qué electroimanes eran más
adecuados para sus propósitos... Para aquellos que con-
sideran que la ciencia es fría y aburrida, tendrían que
recordar a este mago francés, uno de los más grandes
creadores de ilusiones y sueños (en el mejor sentido de
los términos) que haya dado la historia de la magia simu-
lada.
Sin embargo, el apartado más interesante de esta obra
(al menos para mí), reside en su narración de la visita a
París de los hermanos Davenport, dos magníficos ilu-
sionistas estadounidenses que se hacían pasar por mé-
diums espiritistas. Además de su importancia como
documento escéptico (de lo que nos ocuparemos a con-
tinuación) es un valioso cuadro de costumbres. En sep-
tiembre de 1865 los hermanos Davenport, después de ha-
ber obtenido un gran éxito en el Reino Unido, presentaron
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AFULLA
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su espectáculo en París. Para “calentar el ambiente”, ha-
bían realizado una representación privada para la pren-
sa en el castillo de Gennevilliers, cuyo propietario era
un ferviente espiritista. Aunque las críticas periodísti-
cas fueron, en general, muy positivas y presentaron los
fenómenos como “inexplicables”, hubo voces discre-
pantes como el artículo de Edmond Adout publicado en
L´Opinion Nationale el 10 de septiembre, dos días an-
tes de su estreno oficial en París: “¿No es singular que
en 1865, cuando la humanidad entera corre á grandes
pasos hacia el progreso, cuando el espíritu positivo lo
abarca todo, cuando todas las ciencias desembarazadas
del cúmulo de tonterías antiguas se lanzan resueltamente
en el camino de la verdad, se quieran resucitar los he-
chos sobrenaturales?” (Pág. 163) y “Hé aquí dos valientes
que han domado los poderes invisibles; que se hacen ser-
vir por espíritus; que tienen á sus órdenes un ejército de
seres desconocidos, pero, con seguridad, superiores al
hombre, y, que gracias á la alianza de este poder sobre-
natural, ellos ¿qué consiguen? ¡Tocar el violón en un ar-
mario!” (Pág. 163-164)
El nada disimulado sarcasmo de esta última frase se
comprende si conocemos la descripción del espectácu-
lo de los americanos. Disponían en el escenario un ar-
mario de tres puertas. En el cuerpo central colocaban va-
rios instrumentos musicales como un violín, una guitarra,
una trompeta... Se introducía cada uno por una de las la-
terales y se hacían atar a un banco que allí estaba, co-
metido del que se encargaba a una persona del público.
Los demás asistentes podían examinar las ligaduras para
que comprobaran que no había truco alguno en ellas. A
continuación, se cerraban las puertas del armario. Al poco
de hacerlo, comenzaban a sonar los instrumentos. Cada
vez que se abrían las puertas, se podía contemplar a los
hermanos atados y a los instrumentos en su lugar. Esto
se repetía incluso con un miembro del público amarra-
do entre ambos hermanos y teniendo los ilusionistas las
manos llenas de harina.
La segunda parte de
la representación con-
sistía en que ambos her-
manos se hacían atar
nuevamente, pero esta
vez en mitad del esce-
nario. Se pintaban dos
guitarras con un líquido
fosforescente y se apa-
gaban las luces. Co-
menzaba a oírse una
melodía mientras los
instrumentos musicales
comenzaban a ir de un
lado a otro. Esto eran capaces de hacerlo incluso rodea-
dos por un anillo de espectadores y con la huella de sus
pies marcada sobre una hoja de papel para dar fe de que
no se movían.
El espectáculo, según Houdin era realmente muy
atractivo y estaba perfectamente realizado, lo que no evi-
tó que el 14 de septiembre se produjera un altercado que
concluyó con varios espectadores detenidos por la poli-
cía. El ambiente previo al estreno, como ya vimos, se ha-
bía ido caldeando por la pretensión de los ilusionistas de
presentarse como espiritistas auténticos, lo que les va-
lió la hostilidad de parte del público. Así, uno de los es-
pectadores insistió en atarlos él mismo para asegurarse
de que no había trampa. Como, pese a esa precaución,
los Davenport llevaron a cabo el truco, el individuo sal-
tó al escenario acusándolos de cometer engaño porque
el armario contenía mecanismos que les permitía hacerlo.
Para demostrarlo, golpeó el mueble rompiendo una par-
te de él. Se produjo un tumulto que sólo acabó con la in-
tervención policial y la suspensión del acto.
No obstante, los Davenport no se desanimaron. Hi-
cieron reconocer el armario por expertos que dictami-
naron que no había en él ningún tipo de mecanismo que
permitiera explicar el truco y continuaron sus espectá-
culos con bastante más tranquilidad que en esa fecha.
Houdin, que les vio actuar, les reprocha el vender su
representación (que elogia reiteradamente) como lo que
no era en realidad: “Bajo el punto de vista de la explo-
tación de su espectáculo tenían mucha razón, puesto que
hasta la época de su desastre en la sala Herz, habían re-
cogido mucho dinero. No era entonces, propiamente ha-
blando, ni juegos de cuerdas ni toques de guitarras lo que
se iba á ver: eran manifestaciones espiritistas, verdadero
testimonio de hechos sobrenaturales é inexplicables, y
era por esto solamente por lo que uno se decidía á dar
veinticinco francos” (Pág. 178).
A continuación, Houdin explica cómo se realizaban
estos “prodigios”. Reconoce que los Davenport no
mentían al asegurar que en el armario no había trampa.
Su única misión era ocultar las maniobras de los her-
manos al público. El truco estaba en las cuerdas, no en
que estuvieran pre-cortadas, que es lo que comprobaban
los espectadores sino en su material (algodón) y en que
tenían un trenzado que hacía que resbalaran con suma
facilidad. Esto, unido al hecho de que un espectador no
suele tener ni idea de la mejor manera de atar a una per-
sona, permitía la maniobra de escape. El resto era tan sen-
cillo como preparar falsos nudos para estar atados cuan-
do se abrieran las puertas y hacer sonar los instrumentos.
Cuando ataban a un espectador a ambos hermanos,
una de sus manos era amarrada a la rodilla de uno de los
Davenport y la otra a la espalda del otro. Esto era com-
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Los hermanos Davenport durante su
actuación. Ilustración de la época.
COR
TESÍA DEL
AUTOR