el escéptico
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Newton revolucionó la física unos
años antes; Pierre Simon Laplace
(1749-1827), conocido sobre todo
por sus estudios sobre mecánica
celeste; Jean Baptiste Biot (1774-
1862), conocido por sus trabajos
de polarización de la luz y electro-
magnetismo, y Siméon Denis
Poisson (1781-1840), conocido
por aplicar de manera brillante las
matemáticas a diferentes campos
de la física, defendían la idea que
los meteoritos eran producto de
fenómenos atmosféricos.
Por ejemplo, Lavoisier, después de
estudiar en su laboratorio los
meteoritos que
cayeron en 1768
en Lucé, Francia,
concluyó que se
trataban de piri-
ta (un sulfuro de
hierro abundan-
te en la corteza
terrestre) sacudida por un rayo. La
opinión predominante, no obstan-
te, era que los meteoritos se forma-
ban en la atmósfera por procesos
de coagulación de polvo y después
caían a la superficie de la Tierra.
Otros científicos argumentaban
que los meteoritos eran rocas
expulsadas por los volcanes de la
Luna, porque por entonces se pen-
saba que los cráteres de la Luna
eran volcanes y no cráteres de
impacto de meteoritos, tal y como
ahora sabemos.
Por su parte, Ernst Florens
Friedrich Chladni (1756-1827),
quien asentó los principios de la
acústica, sostenía que los meteori-
tos provenían del espacio. Chladni
llegó a esta conclusión después de
estudiar con detalle todas las cró-
nicas y relatos sobre caídas de
meteoritos que encontró en la
biblioteca de Göttingen.
Había relatos de épocas muy dis-
tintas y de todo tipo de lugares y
c o n d i c i o n e s
atmosféricas: días
nublados, solea-
dos,… Finalmente, y
después de agrias
discusiones en diver-
sas academias de
ciencias, se admi-
tió como verdadera la teoría de
Chladni, publicada por primera
vez en Riga en 1794 (Über den
Ursprung der von Pallas gefunde-
nen und anderer ihr ähnlicher
Eisenmassen).
Pero lo más importante había
sido el triunfo de la razón por
encima de la superstición. La
ciencia podía explicar qué eran
los meteoritos y por qué caían
sin necesidad de recurrir a
divinidades ocultas.
No obstante, las ideas fantasiosas
y la superstición prevalecieron
durante años. Aún hoy se oyen las
más extrañas e inverosímiles
explicaciones relacionadas con la
caída de meteoritos. Hace relativa-
mente poco, en 1992, cayó una llu-
via de meteoritos en Mbale,
Uganda. Los habitantes de esta
localidad recogieron los meteori-
tos, los trituraron y se los comie-
ron porque creían que Dios se los
había enviado para curarlos de
enfermedades. ¡Aunque también
hay quien sostiene que son los
meteoritos los que nos traen enfer-
medades, como el SARS (síndro-
me agudo respiratorio severo)!
Sea como fuere, los meteoritos han
dejado de estar sujetos a las redes
de la superstición para convertirse
en auténticas joyas de la ciencia,
porque hoy en día sabemos que en
su interior se encuentran las claves
que precisamos para reconstruir y
entender mejor, por ejemplo, el
origen y evolución del Sistema
Solar.
Jordi Llorca
Departamento de Química Inorgánica,
Universidad de Barcelona
CIENCIA Y SUPERSTICION SOBRE METEORITOS
Arpón del siglo XIX, fabricado con una
punta de meteorito. (Cortesía del autor)
HUMOR, por Pedro Mirabet