el escéptico
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¿SÓLO UNA TEORÍA?
"Este libro de texto contiene material
sobre evolución. La evolución es una
teoría, no un hecho, acerca del origen
de los seres vivos. Este material debe
ser abordado con una mente abierta,
estudiado con precaución y conside-
rado de un modo crítico".
Esta advertencia figuraba en una
pegatina que las escuelas de Cobb
County (EEUU) tuvieron que adhe-
rir obligatoriamente a los libros de
Biología. Los funcionarios del Con-
sejo de Educación apaciguaban de
este modo a 2.000 padres de alum-
nos, creacionistas devotos, quienes
habían protestado indignados porque
la evolución se explicaba en los
libros como si fuera un hecho. Algo,
por otra parte, perfectamente normal:
transcurría el año 2002. La evolu-
ción, entendida como parentesco y
transformación de los seres vivos, es
considerada un hecho por toda la
comunidad científica mundial desde
hace aproximadamente 125 años.
Las pruebas que presentaron Darwin
y otros científicos que le siguieron
resultaron abrumadoras.
"Bueno, es una teoría. Es una teoría
científica solamente, y en los últimos
años ha sido cuestionada en el
mundo de la ciencia; es decir, la
comunidad científica ya no cree que
sea tan infalible como en otros tiem-
pos". Esta perlita la soltó Ronald
Reagan, una de esas agudas lumbre-
ras que el pueblo estadounidense
elige de vez en cuando como presi-
dentes. Los creacionistas -Reagan lo
era- insisten hasta la náusea en que la
evolución es una teoría y no un
hecho, afirmación más falsa que un
euro con la cara de Pedro Picapiedra.
La evolución es tan hecho como la
esfericidad de la Tierra o su giro alre-
dedor del Sol (lo siento por los chi-
flados de los geocentristas y terrapla-
nistas). Es tan hecho como el movi-
miento de los continentes, los ele-
mentos químicos, la fotosíntesis, la
atracción gravitatoria, la circulación
de la sangre o los anillos de Saturno.
La evolución es uno más entre cente-
nares de hechos con los que trabaja
la ciencia.
La aclaración de Gould
¿Y qué es un hecho desde el punto de
vista científico?
Recuerda que en la ciencia no hay
dogmas, contra lo que puedan soste-
ner las personas de mentalidad dog-
mática (que no conciben otras alter-
nativas intelectuales) y también
algún que otro pedante postmoderno.
Un científico de pura cepa siempre
EL
CREACIONISMO
¡VAYA TIMO!
Ernesto Carmena
En este texto, el autor, se dirige a un imagi-
nario amigo creacionista al que trata de expli-
car las razones por las cuales piensa que las
creencias contrarias a la teoría de la evolu-
ción no son correctas en absoluto.
Reproducción, con todos los permisos,
del capítulo quinto de El creacionismo...
¡Vaya Timo!, de Ernesto Carmena,
publicado en la colección "¡Vaya timo!",
de Editorial Laetoli, 2006 (10 euros).
Para Gould un hecho
científico era algo
"confirmado hasta tal
punto que sería perver-
so no aceptarlo provi-
sionalmente".
el escéptico
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admitirá la posibilidad de estar equi-
vocado con respecto a esos hechos...
pero querrá ver pruebas muy contun-
dentes en contra de ellos, precisa-
mente porque las pruebas que le lle-
varon a aceptarlos como tales eran
terriblemente contundentes. Stephen
Jay Gould, paleontólogo y genial
divulgador, escribió un ensayo clási-
co, imprescindible, titulado "La evo-
lución como hecho y como teoría".
En él definió el hecho científico
como algo "confirmado hasta tal
punto que sería perverso no aceptar-
lo provisionalmente".
Y añadió algo doloroso para vos-
otros: "Supongo que las manzanas
podrían empezar a flotar mañana,
pero semejante posibilidad no mere-
ce igual tiempo de dedicación en las
clases de Física".
Del mismo modo, tampoco merece
incluirse en las clases de Biología la
posibilidad de que las especies hayan
sido creadas mediante un chasquido
de los dedos de Dios.
A Stephen Jay Gould le teníais hasta
el hueso occipital de tanto manipular
sus citas y mentir sobre sus declara-
ciones. No le dejasteis en paz hasta
que murió. En su ensayo explicó que
llamamos evolución a dos cosas muy
distintas: al hecho de la evolución y
a la teoría de la evolución. La teoría
explica cómo y por qué se produce el
hecho. La teoría es prácticamente
desconocida salvo para los muy leí-
dos: el hecho forma parte de la cultu-
rilla general. La teoría evoluciona y
está sujeta a continua revisión y con-
frontación con otras teorías rivales
en la comunidad científica. Los
hechos, dice Gould, no salen volan-
do mientras los científicos discuten.
¿En qué consiste la trampa crea-
cionista, aparte de negar el hecho
científico evolutivo? Pues en sacar
provecho de una confusión gene-
ralizada que vosotros mismos ayu-
dáis a sostener.
En primer lugar, tenemos la confu-
sión entre hecho y teoría. Los medios
de comunicación, y en ocasiones
también los científicos, ya sea por
ignorancia o por lapsus, escriben
constantemente teoría cuando se
están refiriendo al hecho. Por ejem-
plo: "Según la teoría de la evolución,
los organismos se relacionan por una
ascendencia común". O también:
"La teoría de la evolución afirma que
no había humanos hace 65 millones
de años".
También se confunde entre la Teoría
de la Evolución propiamente dicha
con multitud de teorías o hipótesis
menores sobre parentesco ("la teoría
de la evolución nos dice que el
Archaeopteryx es el primer ancestro
de las aves"); sobre anatomía o adap-
tación ("según la teoría de la evolu-
ción, las plumas surgieron a partir de
escamas de reptil deshilachadas"); o,
incluso -¡y esto ya es el colmo!-
sobre la edad de los fósiles ("según la
teoría de la evolución, el camarón
fósil Antrimpos tiene una edad de
150 millones de años"). En realidad,
la dichosa teoría se ocupa de los
mecanismos generales de la evolu-
ción, no de los casos concretos, y
mucho menos de todos esos detalles
anatómicos y cronológicos acerca de
millones de especies diferentes. No
es su misión. Tampoco lo es estable-
cer el árbol genealógico de los seres
vivos. Eso corresponde a otras dis-
ciplinas y métodos de la biología.
Quien mucho abarca, poco aprieta.
"Sólo una sinfonía"
Finalmente, y aquí radica el meollo
del asunto, tenemos la confusión
entre dos significados diferentes de
la palabra "teoría": el significado
popular del hombre de la calle, y el
significado de la ciencia o de la filo-
sofía de la ciencia.
En lenguaje popular, "teoría" es un
término casi peyorativo. Una teoría
es una suposición, generalmente
basada en poco más que intuiciones
personales no demasiado fiables.
¿Tienes una teoría? Pues seguramen-
te estarás pensando chorradas. Teoría
es lo opuesto a un hecho, o algo muy
inferior a un hecho. Las personas
prácticas van directamente a los
"hechos"; las personas fantasiosas
tienen teorías.
En la ciencia, la cosa cambia total-
mente: teorías y hechos son categorí-
as totalmente diferentes. No tiene
sentido compararlas para ver cuál de
los dos queda mejor parado. Los
hechos pueden ser complejos, pero
son datos "brutos" del mundo. Las
teorías son sistemas que explican,
interpretan y esclarecen los hechos;
nos dicen cómo y por qué ocurren. El
sentido peyorativo del término teoría
queda fulminado en la ciencia:
podría decirse que construir teorías
tan magníficas como la de la Relati-
vidad, la Mecánica Cuántica, la Tec-
tónica de Placas, la Teoría Sintética
de la Evolución o la Teoría Atómica
es el mayor logro y el objetivo más
ambicioso de la investigación cientí-
fica.
Por tanto, la afirmación de que la
teoría de la evolución es "sólo una
teoría" carece de sentido para un
científico con la cabeza bien amue-
blada. ¿Cómo que sólo? ¿Te parece
poco? Sería como decirle a un
músico que la Novena sinfonía de
Los medios de comuni-
cación, y en ocasiones
también los científicos,
ya sea por ignorancia o
por lapsus, escriben
constantemente teoría
cuando se están refirien-
do al hecho evolutivo
.
El creacionsimo ¡VAYA TIMO!
Beethoven es "sólo una sinfonía".
¡Se quedaría perplejo!
Más que una hipótesis: la postura
de la Iglesia Católica
El papa Karol Józef Wojtyla, autoa-
podado Ioannes Paulus PP. II (un
nombre mucho más fetén), o Juan
Pablo II, como todos sabemos, se
dirigió en 1996 a la Academia Ponti-
ficia de las Ciencias. Tituló su men-
saje con una obviedad que ya habían
repetido otros predecesores suyos:
"La verdad no puede contradecir la
verdad". El papa tenía en una mano
los dogmas de su religión y, en la
otra, los descubrimientos de la cien-
cia, y ambas cosas se contradecían
mutuamente en algunos puntos...
Probablemente pensó, "bueno, lo
primero es la Suprema Verdad reve-
lada por Dios, o sea, que es cierto por
narices; respecto a lo segundo, los
descubrimientos científicos, vaya,
molaría bastante poder decir que
también son verdad, aunque sólo
fuera por cuestión de marketing".
¿Qué tiene que hacer un papa moder-
no en estos casos? Pues ser muy
ambiguo. El citado mensaje de Juan
Pablo II es citado en multitud de tex-
tos como un ejemplo de apertura de
la Iglesia católica porque, según afir-
ma, "hoy [...] nuevos conocimientos
llevan a pensar que la teoría de la
evolución es más que una hipótesis".
Más que una hipótesis, ¡guau! ¡Qué
maravilla! Si no fuera porque decir
eso es como no decir nada (todas las
teorías científicas son mucho más
que hipótesis). Cualquiera, incluso
un creata como tú, puede elaborar
diez, quince, veinte, mil hipótesis
científicas al día. Es un buen ejerci-
cio para los niños: pedirles que
inventen hipótesis. Ahora bien, pro-
ducir una teoría requiere muchísimo
más trabajo; es harina de otro costal.
¿Acaso el papa lo ignoraba? Me
extraña mucho.
A continuación, Karol se mete en un
barullo del copón. Una lectura atenta
del texto nos obliga a deducir que no
se estaba refiriendo a la teoría de la
evolución, sino al hecho. El hecho
evolutivo de que las especies están
emparentadas y se transforman con
el tiempo, eso es lo que el papa con-
sidera "más que una hipótesis".
Afirma, justo después, que una teoría
es una elaboración "metacientífica"
(¿y por qué no, simplemente, "cientí-
fica"?), que "prueba su validez en la
medida en que puede verificarse" y
"se mide constantemente por el
nivel de los hechos". Bueno.
Luego dice que conviene hablar de
las teorías (en plural) de la evolu-
ción. Eso es correcto hasta cierto
punto, pues actualmente los cientí-
ficos no tienen mucho donde esco-
ger: trabajan una sola teoría de la
que se discuten aspectos importan-
tes, pero que globalmente carece
de rivales dignos de mención.
Y finalmente encontramos el tru-
quito: esas diferentes teorías de la
evolución tan misteriosas se
basan, según este papa, en distin-
tas filosofías... que podrían ser de
tipo "materialista" o de tipo "espiri-
tualista". ¿Cómo demonios puede
existir una teoría científica espiritua-
lista? ¿Acaso una revista profesional
admitiría un trabajo en el que se
mencionaran almas inmortales o
soplos divinos? ¿Podría esa teoría
"medirse por el nivel de los
hechos"?
¿Quizá se refería a ideas (que no teo-
rías científicas) como las del padre
Teilhard de Chardin? Este jesuita se
imaginaba la evolución biológica
como un desarrollo inexorable de
los seres vivos hacia la espirituali-
dad. En el futuro, todos convergiría-
mos en un "punto omega" que sería
algo así como la unión plena con
Dios. Teilhard de Chardin -¡vaya por
Dios!- era un poquito hereje y fue
denunciado por la Congregación
para la Doctrina de la Fe, que no es
otra cosa que un nombre actualizado
para la vieja Inquisición.
Según dijo Juan Pablo II
"nuevos conocimientos
llevan a pensar que la
teoría de la evolución es
más que una hipótesis".
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Volviendo al hilo: no existen, ni pue-
den existir en la ciencia teorías que
se basen en filosofías espiritualistas.
Pero Karol, que en paz descanse,
concluye: "las teorías de la evolución
que, en función de las filosofías en
las que se inspiran, consideran que el
espíritu surge de las fuerzas de la
materia viva, o que se trata de un
simple epifenómeno de esta materia,
son incompatibles con la verdad
sobre el hombre".
Y yo me pregunto, ¿acaso se ocupa la
teoría de la evolución de esos asun-
tos? ¿No es más bien la neurobiolo-
gía la que estudia y explica la mente
humana, y su relación con la materia
gelatinosa pero tangible del cerebro,
sin necesidad de acudir a ninguna
fuerza fantasmagórica? ¿No son la
psicología moderna y la etología las
que comparan constantemente nues-
tra conducta con la de los animales
que los católicos consideran inferio-
res? ¿Y qué hay de la paleoantropolo-
gía y la arqueología, que estudian el
surgimiento de las capacidades sim-
bólicas, el altruismo, la compasión y
la superstición religiosa en los huma-
nos primitivos? ¿Por qué el Papa dis-
para contra la teoría de la evolución,
que al fin y al cabo se ocupa de meca-
nismos generales? Los casos concre-
tos y complejos, como la aparición
del hombre y de "su espíritu", han de
explicarse mediante otras muchas
disciplinas, además de la teoría de la
evolución. ¿No será que Su Santidad
no entendía el concepto de teoría y
consideraba la evolución del mismo
modo que los creatas más burros, es
decir, como una "doctrina" materia-
lista y no científica que abarca prácti-
camente todo?
La Iglesia católica -lo sabemos por
ése y otros textos y declaraciones-
acepta el hecho evolutivo. Pero,
dado que no admite explicaciones
que involucran exclusivamente pro-
cesos naturales, rechazará cualquier
hipótesis sobre el origen del hombre
que se enmarque en la teoría sintéti-
ca de la evolución o cualquier otra
teoría evolutiva científica.
La Iglesia católica, digámoslo claro,
no tolera la teoría de la evolución.
¿Está del lado de la ciencia? ¡Tururú!
Es difícil interpretar escritos visco-
sos y ambiguos como el citado men-
saje de Juan Pablo II, pero la verdad
es que no me dan ninguna sensación
de simpatía o apertura mental hacia
los resultados más sublimes de la
investigación científica: las teorías.
Que, por su propia naturaleza, están
y estarán siempre libres de espíritus,
fantasmas o ángeles. Y libres del
pesado de Dios.
El creacionsimo ¡VAYA TIMO!
La Iglesia católica acep-
ta el hecho evolutivo.
Pero rechaza cualquier
hipótesis sobre el origen
del hombre que se
enmarque en la teoría
sintética de la evolución
o cualquier otra teoría
evolutiva científica.
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