el escéptico
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EL SUDARIO DE CADOUIN
Cadouin es una villa de Périgord,
uno de los lugares de Francia donde
mejor se come, y además con una
excelente relación entre calidad y
precio. Está situada entre las locali-
dades de Bergerac y Sarlat. La villa
se desarrolló en torno a una abadía
cisterciense fundada en 1115.
En el siglo XII era práctica común
que los monasterios e iglesias impor-
tantes tuvieran reliquias. Es más, no
se podía fundar ninguna nueva igle-
sia sin sus correspondientes reli-
quias. La más significativa de la aba-
día de Cadouin era nada menos que
el santo sudario que había cubierto la
cara de Cristo, tal como se cuenta en
el Evangelio de San Juan.
Una reliquia tan importante había
llevado a numerosos peregrinos a
Cadouin durante la Edad Media,
pero en 1866 las peregrinaciones
habían decaído mucho. Los peregri-
nos se concentraban especialmente
en tres días del año: 15 días después
de Pascua, Pentecostés y el 8 de sep-
tiembre, fechas en que se llevaba a
cabo la ostensión —palabra rara,
pero se dice así— del santo sudario
públicamente y la reliquia era lleva-
da en procesión.
El 5 de septiembre de 1866, tres días
antes de la ostensión habitual, fue un
día especial pues monseñor Dabert,
obispo de Périgueux, quiso relanzar
el peregrinaje del santo sudario, para
lo cual llenó el día de actos religio-
sos, y uno de ellos fue el traslado de
la reliquia desde el cofre que lo había
albergado a otro mucho más lujoso y
digno de su importancia. El nuevo
relicario es impresionante y en la
actualidad puede verse en el Museo
del santo sudario, en la sala capitular
del claustro de la abadía de Cadouin.
El obispo tuvo éxito en su intento de
relanzamiento de la peregrinación. A
partir de ese día, y hasta 1934, los
peregrinos que marchaban a ver el
santo sudario fueron en aumento,
ayudados sin duda por la mejora de
los transportes.
La abadía de Cadouin fue fundada
por el anacoreta Gérard de Salles. En
sus orígenes, ni la abadía ni el eremi-
ta pertenecían a ninguna orden, pero
en 1119 ambos pasaron a formar
parte de la poderosísima orden del
Císter.
No sabemos exactamente cuándo
llegó el santo sudario a la abadía. La
primera mención es de 1214: Simon
de Monfort ofrece la cantidad de 25
libras del Périgord para mantener
encendida una lámpara que debía
arder día y noche delante del santo
sudario.
¿Cuál era su origen? No hay datos
históricos, pero un documento de
La Sábana Santa
¡VAYA TIMO!
Félix Ares de Blas
Los debates sobre si el lienzo conservado en Turín —llama-
do habitualmente en castellano sábana santa— es o no la
verdadera mortaja de Jesucristo se vuelven a menudo apa-
sionados y violentos. Dicho de otra forma: irracionales. Al
autor no le gustaría que eso ocurriese con este libro. En él
defiende que la sábana turinesa es de origen medieval y que
por ello no puede ser la auténtica mortaja de Cristo. Este libro
no es una obra ni a favor ni en contra de los cristianos ni del
cristianismo: trata simplemente de poner las cosas claras
sobre una falsa reliquia medieval. Explicar qué son hechos,
qué son hipótesis plausibles y qué son auténticas idioteces
no puede ser malo ni para la ciencia ni para la fe.
Reproducción, con todos los permisos, del
capítulo primero de La sábana santa ¡vaya
timo!, de Félix Ares, publicado en la colec-
ción “¡Vaya timo!”, de Editorial Laetoli,
2006 (10 euros).
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1135 señala que había sido descu-
bierto en el transcurso de la primera
cruzada, iniciada en 1097, por el
obispo de Le Puy, quien lo confió a
uno de sus capellanes, quien al morir
se lo dejó a su vez a un monje del
Périgord. La reliquia quedó deposita-
da en una iglesia cercana a Cadouin.
Al sufrir un incendio, los monjes de
la abadía que habían acudido a sofo-
carlo descubrieron que el santo suda-
rio milagrosamente no se había que-
mado. Se llevaron el lienzo a su aba-
día y, para poder estar cerca de él, el
párroco de la iglesia incendiada
(ahora sin iglesia) ingresó en la
orden del Císter y en la abadía de
Cadouin.
Del siglo XIII procede un documen-
to de un monje de Trois-Fontanes, en
la diócesis de Lieja, en el que se aña-
den algunos datos. Fundamental-
mente dice lo mismo, pero propor-
ciona más detalles. Por ejemplo, que
el santo sudario fue descubierto en
Antioquía —la primera cruzada
llegó a esa ciudad en 1097— en un
recipiente de plomo y cerca de la
santa lanza.
No creo que haga falta advertir que
estos relatos se crearon en gran parte
para demostrar la propiedad indiscu-
tible de tan importante reliquia por
parte de la abadía. Se duda que refle-
jen la realidad, pero no de que a par-
tir del siglo XIII hubo grandes pere-
grinaciones para ver el santo sudario,
que atraía no sólo a los habitantes de
Périgord sino a numerosos peregri-
nos.
Para evitar el pillaje durante la Gue-
rra de los Cien Años, en la época del
Gran Cisma de Occidente, el abad de
Cadouin Bertrand de Moulins deci-
dió transportar el santo sudario a
Toulouse en 1392. Los tolosanos
tuvieron la reliquia en gran estima,
tanto que cuando los de Cadouin
pidieron que les devolvieran su santo
sudario, se negaron a hacerlo. Hubie-
ron de esperar a 1455 para recuperar
lo que era suyo, y lo hicieron de un
modo digno de una película de
Hollywood.
La abadía de Cadouin envió a cuatro
monjes a cursar estudios a Toulouse.
Además de estudiar las asignaturas
de su carrera, los monjes hicieron
otro tanto con las protecciones del
santo sudario. Así que lograron
duplicar las llaves del relicario y un
día entraron, lo abrieron y se larga-
ron con él a todo correr hasta
Cadouin. El retorno de la reliquia de
modo tan espectacular aumentó su
popularidad, pero el lienzo sufrió
una serie de incidencias que resulta-
ría muy prolijo enumerar aquí. En
resumen, temiendo que los tolosanos
hicieran algo parecido a los monjes
de Cadouin, el abad se llevó el sud-
ario a la abadía cisterciense de Oba-
zine, en el Limousin. Pero cuando
los de Cadouin se la reclamaron, los
de Obazine hicieron oídos sordos.
¡Era demasiado valiosa para devol-
verla sin más!
En 1482, Louis XI se interesó por la
reliquia. Los monjes de Cadouin fue-
ron a hablar con él para exponer su
caso y lograron que se la devolvie-
ran. Pero no sólo eso, pues el rey per-
mitió numerosos mercados y ferias
en el pueblo para relanzar su econo-
mía. Y así fue. Mercados, ferias y
una importante reliquia eran un fuer-
te atractivo para el turismo de la
época.
Los peregrinos eran muy numerosos
y hacían donativos cada vez más
importantes. Quiero señalar dos de
ellos, pues pueden mostrarnos la uti-
lidad del sudario. Los habitantes de
Saint-Austremoines ofrecen a
Cadouin “diez libras de cera, en
honor de N. S. J. C., de la Virgen y
del santo sudario para que cese la
peste”. La villa de Condom ofrece un
cáliz con la inscripción “cáliz ofreci-
do al santo sudario a fin de que sus
habitantes sean librados de la peste”.
Estas ofrendas muestran que los
peregrinos creían en el poder protec-
tor y curativo del santo sudario.
En 1643, el nuevo obispo de Sarlat
efectuó su primera visita pastoral a la
diócesis. Al llegar a la abadía de
Cadouin, el prior le presentó docu-
mentos sobre el pasado esplendor de
la abadía, y en especial el pergamino
que cuenta cómo llegó el santo sud-
ario hasta allí y los 2.000 milagros
atribuidos al mismo. El obispo, mon-
señor Lingendes, llevó a cabo un
proceso verbal que atestiguaba la
autenticidad de la reliquia y escribió
una carta pastoral destinada a relan-
zar el culto del santo sudario de
Cadouin.
Durante la Revolución Francesa, en
1790, los monjes fueron dispersados,
pero el sudario se salvó gracias a que
el alcalde de Cadouin lo escondió en
La Sábana Santa ¡VAYA TIMO!
A partir del siglo XIII
hubo grandes peregri-
naciones para ver el
santo sudario, que
atraía no sólo a los
habitantes de Périgord
sino a numerosos
peregrinos.
En el siglo XII era prác-
tica común que los
monasterios e iglesias
importantes tuvieran
reliquias. No se podía
fundar ninguna nueva
iglesia sin ellas. La
más significativa de la
abadía de Cadouin era
nada menos que el
santo sudario.
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su casa. Y el 8 de septiembre de
1797 volvió a ser ostendido.
Las peregrinaciones continuaron,
aunque fueron decayendo. Casi
con seguridad, el renacimiento
del culto a la Virgen, que hizo
furor en toda Francia, no fue
ajeno a la disminución de pere-
grinos en Cadouin. El culto al
santo sudario era todavía vigoro-
so y atraía a una multitud de fie-
les, pero se echaban de menos los
muchos peregrinos procedentes
con anterioridad de toda Europa y
hasta de América.
Monseñor Georges, obispo de
Périgueux de 1849 a 1860, donó
otra reliquia de la pasión a la igle-
sia abacial de Cadouin: un
supuesto trozo de la cruz de Cris-
to, con certificado de autentici-
dad. Las dos reliquias se hallaban
custodiadas en una capilla prote-
gida por una verja de madera.
El 29 de junio de 1866, Nicolas-
Joseph Dabert, obispo de Péri-
gueux y Sarlat, se dirigió a los fie-
les de su diócesis por medio de
una carta pastoral de 36 páginas
en la que decía que el siguiente 5
de septiembre se celebraría una
ceremonia para trasladar el lienzo
a un nuevo relicario digno de ese
precioso monumento de nuestra
redención. También se refería a la
importancia de las peregrinacio-
nes e invitaba a los fieles a acudir
a Cadouin el día señalado. Mon-
señor Dabert reafirmaba oficial-
mente, y sin ningún género de
dudas, la autenticidad de la tela.
El 5 de septiembre de 1866 se
realizó el traslado, que fue todo
un éxito. Marie-Anaïs Beaure-
gard, que estuvo en la ceremo-
nia y la describió en su libro
Guía del peregrino, nos dice
que, a pesar de que se había
calculado en 6.000 el número de
peregrinos, creía que esta cifra era
muy baja.
Aunque no conozcamos el número
exacto de peregrinos sí sabemos que
monseñor Dabert tuvo éxito en su
intento. A partir de ese momento,
aumentaron las peregrinaciones al
santo sudario de Cadouin. Cuando
llegaban, los peregrinos podían
encontrarse al fin a pocos centíme-
tros de un trozo de tela que era testi-
monio de la resurrección de Cristo.
Durante el tiempo en que el lienzo
estaba expuesto, un monje recogía
las medallas, estampas y demás
objetos que los peregrinos le entrega-
ban y hacía que tocasen el santo sud-
ario. De ese modo, parte de las pro-
piedades milagrosas del lienzo se
trasladaban al objeto con el que
había estado en contacto.
Tras el relanzamiento del peregrinaje
a Cadouin, se elevaron algunas
voces que criticaban la autenticidad
de la reliquia. Según un libro de 1870
del vizconde de Gourges, el sudario
era el mismo que había visto el obis-
po de Périgueux Arculphe en el año
670. Inmediatamente apareció otro
libro crítico con las ideas del vizcon-
de. El nuevo libro era del conde
Riant y en él afirmaba que la falta de
datos entre 670 y 1210 (aproximada-
mente) hacía dudoso que el objeto
fuera el mismo visto por Arculphe.
Sólo era una duda, así que nada pasó
hasta 1903. En esa fecha, el canóni-
go Ulysse Chevalier publicó un artí-
culo de 115 páginas sobre la sábana
de Turín en el Boletín de historia
Diversos datos permitie-
ron a Francez afirmar que
el tejido procedía del
Egipto fatimí y había sido
confeccionado hacia 1100.
Vista al claustro de la Abadía de Cadouin.
(Archivo)
Vista de la Abadía de Cadouin. (Archivo)
Portada de la Abadía de Cadouin. (Archivo)
el escéptico
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eclesiástica y arqueología religiosa
de la diócesis de Valence, y en él pro-
porciona algunos datos reveladores
sobre el sudario de Cadouin. Pido a
los lectores que recuerden este nom-
bre, Ulysse Chevalier, pues volvere-
mos a hablar de él.
Chevalier consideraba falsa la sába-
na de Turín —obra, según él, pintada
por un artista del siglo XIV— y
decía que, de los 40 lienzos que
había estudiado, entre los muchos
que pretendían ser la auténtica mor-
taja de Cristo, sólo había dos media-
namente creíbles: uno de ellos era el
sudario de Besançon y el otro el de
Cadouin. Añadía también que
Adrien de Longpérier había leído en
el de Cadouin un verso del Corán y
que, por ese y otros datos, la conclu-
sión era que se trataba de un voile
musulman.
Tras la publicación del artículo, el
obispo de Périgueux, monseñor
Delamaire, se vio obligado a consul-
tar con un experto en tejidos anti-
guos. Su diagnóstico fue digno de la
Sibila: si el lienzo posee pruebas his-
tóricas de autenticidad, nada impide
considerarlo del siglo I. Una forma
espléndida de lavarse las manos. Así
que el tema quedó zanjado y las
peregrinaciones continuaron hasta
1933.
En esta fecha, el jesuita J. Francez
preparaba una obra sobre los lienzos
sepulcrales de Cristo y pidió fotos
del de Cadouin para estudiar el tejido
y comparar su trama con la del sud-
ario de Turín. Cuando recibió las
fotos, Francez descubrió que en el
tejido podía verse la estrella copta de
ocho puntas, perteneciente a una
comunidad cristiana egipcia muy
posterior a la época de Cristo. Este
hecho, más sus conocimientos texti-
les, le hicieron sospechar que el lien-
zo era de origen egipcio fatimí. Pidió
más fotos y en ellas encontró, ade-
más, un texto cúfico.
Francez envió las fotos a un experto
en escritura antigua árabe, Gaston
Wiet, director del Museo Árabe de
El Cairo, y lo que éste encontró fue
definitivo: un texto en el que aparece
la expresión árabe garante de los
jueces. Esta fórmula no se usó hasta
el año 1078 de nuestra era: por tanto,
el sudario de Cadouin era un tejido
musulmán, probablemente del siglo
XII, tal como había afirmado Cheva-
lier 30 años antes.
Gracias a nuevas fotos, Gaston Wiet
fue capaz de encontrar más frases,
como Mahoma es el enviado de Dios
y otras que hacían referencia a perso-
najes concretos, por ejemplo a Abu-
l-Qasim Schahanschal, quien ejerció
sus funciones de 1094 a 1121. Por
tanto, la fabricación de la tela debía
situarse entre esas fechas. Esos y
otros datos le permitieron a Francez
afirmar que el tejido procedía del
Egipto fatimí y había sido confeccio-
nado hacia el 1100.
El año 1934, las peregrinaciones a
Cadouin fueron suspendidas por el
obispo y desde entonces la villa tuvo
que aprender a vivir sin la inyección
económica de las ostensiones del
santo sudario. Hoy día puede visitar-
se en Cadouin el Museo del santo
sudario. Allí se puede ver su último y
exquisito relicario. Una obra excep-
cional.
Merece la pena apoyar a un pueblo
que aceptó el veredicto de la ciencia
con resignación. ¿Podemos decir lo
mismo de Turín? Recuerden que,
para Chevalier, el lienzo de Cadouin
tenía muchas más probabilidades de
proceder del siglo I que el de Turín.
La Sábana Santa ¡VAYA TIMO!
El año 1934, las peregri-
naciones a Cadouin
fueron suspendidas por
el obispo y desde
entonces la villa tuvo
que aprender a vivir sin
la inyección económica
de las ostensiones del
santo sudario.