background image
el escéptico
106
PRIMER CONTACTO
E
l presente trabajo pretende indagar en una ilusión
científica que no se convirtió en realidad porque
jamás existió, aunque sí gozó de una corta pero
intensa pseudoexistencia e incluso llegó a ser considerada
como ciencia, tal y como hoy en día se consideran los
rayos X, la Teoría de la Relatividad o la mecánica cuánti-
ca.
A lo largo de las páginas que siguen intentaré realizar una
aproximación a los indetectables rayos N, ubicarlos en su
contexto y avanzar alguna explicación por la que la creen-
cia en los mismos permaneció tanto tiempo como auténti-
ca ciencia cuando los rayos en realidad ni existieron ni, por
ello, nunca pudieron hallarse. Espero explicarles esta para-
doja.
BREVE RESUMEN EPISTEMOLÓGICO
Hay autores que sostienen que la ciencia es una especie de
“consenso”, un concepto difícilmente definible pero que
viene a decir que nada hay objetivo a nuestro alrededor y
que las investigaciones científicas obedecen más a un
“ponerse de acuerdo” los científicos, que a algo que exista
“fuera de nosotros”. No obstante, la ciencia es todo menos
consenso, en el sentido de que todo lo afirmado debe ser
comprobado o rebatido por cualquiera que desee hacerlo,
exista consenso o no.
En este sentido no hay opiniones científicas en el sentido
que se da a las opiniones artísticas, sino modelos aproxi-
mados del Universo basados en pruebas científicas. Pode-
mos discutir si el Guernica es un buen cuadro o simple-
mente una tomadura de pelo, pero la discusión sobre si la
Tierra gira alrededor del Sol es, simplemente, estéril.
Por supuesto, el valor de una teoría científica no es abso-
luto, ni mucho menos, dado que se trata de modelos siem-
pre mejorables. El Calórico, el Flogisto y la Teoría de la
Gravitación
de Newton fueron modelos que luego han
sido superados o completados por otros que explican más
o mejor el Universo. No obstante, durante el tiempo en que
fueron útiles, fueron ciencia.
El caso estudiado aquí, los Rayos Blondlot, es al tiempo
igual y diferente que los arriba mencionados. Es igual en
el sentido de que tal modelo fue descartado tras no poder
aportar pruebas convincentes sobre la existencia de los
rayos, pero es diferente en el sentido de que no fue una
construcción teórico matemática, sino que el engaño vino
LOS RAYOS QUE
NUNCA EXISTIERON
José Manuel Facal Díaz
"Mantener que los molinos de viento son gigantes, mientras se están observando y tocando, constituye sin duda
alguna la mayor de las locuras. Ahora bien, vistos a lo lejos, a enorme distancia, el imaginar, el pensar, e incluso
el llegar a creer que pudieran ser gigantes... es, contrariamente, el mayor de los pensamientos, es la última base
sobre la que se apoya toda la ciencia" Harvey, "El detective y la doctora" (They might be giants) 1.971, film.
"El problema de la ciencia es establecer la distancia a la que se puede garantizar que los molinos de viento no
son gigantes" (Josep P. All, Autobiografía)
"Pero, ¿tú crees que la ciencia es algo más que lo que hay en los libros?." (Francisco Lorenzo, en una conversa-
ción personal)
"Declaraciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias" (Carl Sagan)
Para Kelvin (1824-1907), la física “era
más un tema de ajustar los decimales
de las medidas que de la existencia
de nuevas preguntas y respuestas”.
Pero en modo alguno fue así.
background image
el escéptico
107
dado porque se detectó experimentalmente algo que no
existía, análogamente a algo que sucedió posteriormente
en los años ochenta del siglo XX: la Fusión Fría.
CONTEXTO
El contexto histórico: la guerra franco prusiana
Vale la pena detenerse un momento en la historia, dado que
gran parte de este tipo de problemas fue acrecentado por
las tensiones derivadas de una guerra.
Alrededor del año 1870 Prusia buscaba la unificación
general de los estados alemanes en torno de sí, y Francia
tenía intenciones de anexionarse Luxemburgo, todo ello en
medio de presiones de los diversos estados europeos. La
Guerra franco-prusiana, declarada por Francia y ganada
por Prusia, fue un conflicto que tuvo lugar desde julio de
1870 hasta mayo de 1871.
Los cambios políticos en Francia fueron enormes, y entre
ellos estuvo el derrocamiento del emperador francés
Napoleón III (1808-1873) y la vuelta de la nación a una
República.
Con el Tratado de Frankfurt (Hesse), Otto von Bismarck
(1815-1898), además de generar la unificación alemana,
impuso unas inmensas reparaciones dinerarias a Francia,
al tiempo que se anexionaba las provincias de Alsacia y
Lorena, ricas en minas de carbón. En Lorena estaba
Nancy, su capital, la ciudad de René Prosper Blondlot.
Hasta 1918, fin de la Primera Guerra Mundial, Alsacia y
Lorena no volverían a Francia. Durante todos esos años se
llevó sobre estas regiones un programa de germanización,
que se tornaría de afrancesamiento tras la Primera Guerra
Mundial. Vale la pena recordar que Francia las volvió a
perder y recuperar durante la Segunda Guerra Mundial.
El contexto científico
A) La radiación
Durante el siglo XIX se hicieron notables aportaciones a la
física, especialmente a la termodinámica, lo que motivó el
famoso comentario en 1898 de William Thompson (Lord
Kelvin, 1824-1907) de que la física “era más un tema de
ajustar los decimales de las medidas que de la existencia de
nuevas preguntas y respuestas”. Pero en modo alguno fue
así. Haremos un pequeño resumen de aquella época.
Para comenzar, los experimentos de Albert Abraham
Michelson (1852-1931) sobre el éter y el estudio de las
relaciones entre la materia y la energía se encargarían de
anular tal creencia, dando lugar a sendas revoluciones
científicas.
En 1900 Max Kart Ernst Ludwig Planck (1858-1947)
introdujo la cuantización de la energía que daría lugar a la
mecánica cuántica. Por su parte, Albert Einstein (1879-
1955) propuso en 1905 la Teoría de la Relatividad en su
‘’Electrodinámica de los cuerpos en movimiento’’.
En ese momento faltaba una formulación teórica. A finales
del citado siglo se conocía bastante sobre la radiación del
cuerpo negro, y científicos como Wilhelm Wien (1864-
1928) y Heinrich Rubens (1865-1922), habían hecho en
Munich medidas de la radiación emitida por tales cuerpos,
pero la expresión empírica de Wien, dada en 1896, no se
ajustaba a la realidad para frecuencias bajas.
John William Strutt Rayleigh (1842-1919) y James Hop-
wood Jeans (1877-1946) lo intentaron con el electromag-
netismo clásico, pero sólo consiguieron justificar bien los
resultados a baja frecuencia; las frecuencias altas continua-
ban sin explicación, todo ello era un problema conocido en
su momento como la catástrofe del ultravioleta.
En el año 1900, Planck propuso, auspiciado por Ludwig
Edward Boltzmann (1844-1906), la cuantización de la
energía, es decir, la idead de que los intercambios energé-
ticos entre radiación y materia ocurren de forma disconti-
nua, en forma de cuantos y proporcional a la frecuencia de
la radiación. Esto ajustó la teoría a los datos experimenta-
les. Al mismo tiempo, Albert Einstein (1879-1955) aplicó
la teoría para la explicación del efecto fotoeléctrico. Todo
ello justificó lo que la teoría clásica de radiación no podía
explicar: que la energía fuese independiente de la intensi-
dad de la radiación, detalle ya observado por Heinrich
Rudolf Hertz (1857-1894) y también por Philip Eduard
Antón von Lenard (1862-1947).
Posteriormente, mediante el estudio de espectros, se llega-
ría dentro de un inmenso mar de dudas a la formulación de
la mecánica cuántica alrededor de 1925, teoría todavía
sujeta a debate.
B) Los rayos X
En 1895, Wilhelm Konrad Roentgen (1845-1923) des-
cubrió los rayos X, lo que le valió el Premio Nobel en
1901. Tales rayos, un tipo de radiación electromagnéti-
ca muy penetrante (longitud de onda desde 10 nm hasta
Los rayos que nunca existieron
El Calórico, el Flogisto y la Teoría de
la Gravitación de Newton fueron
modelos que luego han sido supera-
dos o completados por otros que
explican más o mejor el Universo. No
obstante, durante el tiempo en que
fueron útiles, fueron ciencia.
background image
el escéptico
108
0,001nm), se produce bombardeando un material con elec-
trones de alta velocidad.
El diseño experimental inicial se realizaba con el tubo de
William Crookes (1832-1919), una ampolla de vidrio
sometida a un vacío parcial y con dos electrodos. En él,
cuando una corriente eléctrica traspasa el gas, éste se ioni-
za y los iones positivos golpean el cátodo y expulsan elec-
trones del mismo. Estos electrones, que forman un haz de
rayos catódicos, bombardean las paredes de vidrio del tubo
y producen Rayos X.
Los rayos X encontraron una inmediata utilidad en la
medicina. En el año 1899, el dentista
Edmund Kells tomó una de las prime-
ras radiografías dentales, con objeto
de verificar si un conducto estaba
obstruido. Vale la pena comentar que
su vida fue un tanto curiosa: experi-
mentó él mismo con los rayos, perdió
una mano por ello, experimentó para
mejorar las radiografías, perdió la otra
y finalmente se suicidó.
En definitiva, fue la época de las radiaciones: Roentgen
había descubierto los rayos X en 1895, Becquerel la
radioactividad en 1896 y en 1900 ya se habían identifica-
do los rayos alfa, beta y gamma.
LOS RAYOS BLONDLOT
Y fue justo en época cuando ocurrió un caso realmente
espectacular en 1903, en la ciudad de Nancy. René Prosper
Blondlot (1849-1930), notable científico que había traba-
jado anteriormente en experimentos de doble refracción
bajo campos eléctricos intensos y también en medidas de
la velocidad de propagación de los impulsos eléctricos, y
además ganador por tres veces del Premio de la Academia
de Ciencias de París, dijo haber descubierto un nuevo tipo
de radiación, los rayos N.
Y tras él, varios de los mejores científicos de la época
garantizaron con multitud de artículos que así había
sido, cuando de hecho los rayos jamás habían llegado a
detectarse.
La ilusión de los rayos Blondlot
Tal radiación extraña provenía de los
experimentos de Blondlot de polari-
zación de los rayos X producidos
mediante una chispa eléctrica a través
de un prisma de cuarzo, en un intento
de demostrar que tales rayos eran
ondas. Razonó que si la luz pasaba a
través del plano de polarización, la
chispa tendría diferente intensidad que si no lo hacía y por
tanto los rayos serían ondas. En resumen, que si se ponía
un trozo de un material en una determinada dirección, se
vería sobre una pantalla una radiación más intensa que si
el trozo estaba en una posición diferente.
Pero cometió un error de bulto: creyó descubrir un tipo
desconocido de radiación que era capaz de incrementar la
luminosidad del haz emitido por una chispa eléctrica. Afir-
mó ver un aumento de la luminosidad producida en la pan-
talla, lo cual implicaba un nuevo tipo de radiación. En
otras palabras, si iluminaba con una linterna, le cabía espe-
rar ver la luz de ésta; de aparecer otro tipo de luminosidad,
debía estarse ante un nuevo tipo de
radiación.
Blondlot era un científico honesto, y
se preguntó si influiría su visión, y
para eliminar el componente subjeti-
vo comprobó la luminosidad utilizan-
do una fotografía o un compuesto quí-
mico fluorescente. Pero en realidad el
problema era que, al final, la interpre-
tación del aumento de la luminosidad en la fotografía
dependía de sus ojos y su cerebro, y la ilusión se seguía
produciendo. En esencia, lo que se trataba era de determi-
nar el mayor o menor oscurecimiento en una placa, y si
bien la diferencia entre ver algo o no ver nada es clara
(caso de los Rayos X), entre diferentes tonos la compara-
ción es muy difícil.
Si a ello añadimos que el revelado era hecho por las mis-
mas personas que realizaban los experimentos el engaño
cuajó totalmente.
Imaginemos que yo sé qué placas deben estar más oscuras;
incluso sin intentar engañar, dejaré que se revelen durante
más tiempo, o las mantendré más bajo la luz… o cualquier
cosa que ayude a mi conclusión.
Y ello constituye un error extraordinario, comparado al de
los médicos que probaban un nuevo medicamento y sabí-
an qué producto de los administrados no era el placebo, lo
que motivó la instauración del método del doble ciego en
tales experimentos.
Características de los rayos
Blondlot
Durante su corta existencia (1903-
1906) los rayos de Blondlot parecie-
ron tener propiedades “extrañas”. No
deja de ser curioso cómo los libros de
ciencia tratan este tema: dado que los
rayos no han existido nunca, ahora se
Fue la época de las radiacio-
nes: Roentgen había descu-
bierto los rayos X en 1895,
Becquerel la radioactividad
en 1896 y en 1900 ya se
habían identificado los rayos
alfa, beta y gamma.
Si se ponía un trozo de un
material en una determina-
da dirección, se vería
sobre una pantalla una
radiación más intensa que
si el trozo estaba en una
posición diferente.
background image
el escéptico
109
ven sus raras propiedades con cierto
aire de condescendencia ante el error
de Blondlot. Los juicios desde esta
posición son difíciles de justificar,
dado que los grandes descubrimientos
se caracterizaron precisamente por
aportar propiedades realmente extra-
ñas (mecánica cuántica, Teoría de la
Relatividad,…).
Entre las propiedades más extrañas
estaba su producción. La radiación
del Blondlot provenía de los rayos X, pero luego se afirmó
que también venían del Sol, de algunos metales calentados
y del cuerpo humano incluso cuando estaba muerto. Ade-
más, aumentaban la agudeza visual de las persona y serví-
an para verificar la eficacia de los medicamentos usados
para el corazón, dado que éste era un emisor. Lo mismo
para las contracciones del parto.
Atravesaban casi todo tipo de materiales, excepto el agua,
la sal gema y la madera cuando estaba verde. Excitaban
compuestos químicos pero al rociarlos con cloroformo
desaparecía tal efecto.
El aluminio se reveló como un material que refractaba los
rayos N.
Becquerel pensó que podían transmitirse por cable y otros
propusieron usarlos para tomar radiografías.
Con todo, en algunos experimentos que no parecían fun-
cionar porque los materiales en cuestión disminuían la
intensidad de la descarga eléctrica en lugar de aumentarla
Blondlot propuso ad hoc la hipótesis de que existían rayos
N1, rayos negativos.
La ceguera
En esos tres años gran parte
de los científicos franceses
vivieron en una pura ilusión.
Hasta 1906 tales rayos fueron
observados y constatados por
120 científicos, con más de
trescientos artículos y tesis
doctorales. Sólo Blondlot
escribió 26 artículos. Esto constituyó un caso histórico de
ceguera —o, mejor, de hipervisión múltiple—. Para hacer-
se una idea, vale la pena pensar ahora mismo en la home-
opatía y todo lo que se ha escrito... ¿qué sucederá en el
futuro con este tipo de descubrimientos inexistentes?
Muchos científicos llegaron a visualizar los rayos, aunque
éstos nunca tuvieron existencia como tales. Entre quienes
respaldaban a Blondlot, estaban gran-
des físicos como Antoine Henri Bec-
querel (1852-1908), con nada menos
que diez artículos, y del lado contrario
figuraban, entre otros, Kelvin y Croo-
kes.
Este efecto de fe ciega, de ver lo que
queremos ver, de ninguna manera es
una anécdota. Este tipo de cuestiones
aparecen cada cierto tiempo. La
poliagua
fue un caso de ceguera: Fed-
yakin, en el año 1962, haciendo experimentos de conden-
sación en capilares, observó un líquido parecido al agua
pero más denso y que se congelaba a unos 50ºC bajo cero,
pero tras muchos artículos describiendo sus propiedades,
en 1971 se comprobó que era simplemente agua contami-
nada con el cuarzo de los capilares.
Otros ejemplos que podrían citarse son la fusión fría de
Pons y Fleischmann, o la del elemento 118 o, simplemen-
te, algunos experimentos pseudocientíficos como la visión
remota
o el doblamiento de metales, donde también han
incurrido en grandes errores físicos notables.
Pero volvamos a los rayos N. Ya entonces, un físico ale-
mán, Heinrich Rubens, no había logrado reproducir los
resultados del francés, y en el Reino Unido tampoco podí-
an repetir los experimentos con resultados. Ello logró que
durante este período aparecieron ciertas tensiones entre los
científicos franceses y los británicos y alemanes, dado que
estos últimos eran en general incapaces de atrapar los
rayos N.
Mientras tanto, la Academia de Ciencias le había otorgado
el premio Leconte a Blondlot
en 1904, con un jurado inte-
grado entre otros por Becque-
rel y Jules Henri Poincaré
(1854-1912). Poincaré, según
algunas versiones, tenía serias
dudas y redactó la concesión
del premio casi sin nombrar
los rayos N (Poincaré era tam-
bién de Nancy y la influencia
de ello en la concesión del
premio no debió de ser pequeña). Entre otros detalles, ser-
vía para adjudicarle la paternidad de los rayos a Blondlot
ante otros científicos, e incluso ante un espiritista que
anunciaron haberla descubierto años antes.
En septiembre del año 1904, el tema se debatió en la Uni-
versidad de Cambridge, en un congreso internacional de
física, y a instancias de Rubens se decidió invitar a un
Los rayos que nunca existieron
En esos años gran parte de
los científicos franceses
vivieron en una pura ilusión.
Hasta 1906 tales rayos fue-
ron observados y constata-
dos por 120 científicos, con
más de trescientos artículos
y tesis doctorales.
Robert Wood era una persona algo
extraña para su época, un desmitifica-
dor especializado en desenmascarar a
los espiritistas (su afición favorita) y al
tiempo un excelente físico. Trató los
rayos N como lo que él consideraba
que eran: un engaño.
background image
el escéptico
110
experto norteamericano, presente en el congreso, para
aclarar la situación.
El final de los rayos N
En realidad, recapitulemos, en los experimentos se trataba
de detectar el mayor o menor brillo en una pantalla, pero
lo que realmente sucedía era que los científicos aceptaban
como cierto aquello que creían que aparecía cuando se
suponía que debía aparecer, un tipo de ilusión conocida
por todos los oculistas cuando un paciente con unas cata-
ratas avanzadas “ve” sus propias manos agitadas ante sus
ojos o pinta sus labios con un espejo delante. Si alguien
pudiese demostrar de alguna manera la no detectabilidad
de los rayos, el tema estaría resuelto.
El final vino provocado por un cazaembusteros —y ade-
más en este caso profesor de física— llamado Robert
William Wood (1868-1955), experto en óptica, espectros-
copia y fotografía de la Johns Hopkins University
(EEUU). Éste había intentado reproducir los experimentos
en su país, pero no había conseguido hacerlo. Se fue a
Francia a trabajar con Blondlot y no consiguió ver en
modo alguno los rayos N.
Robert Wood era una persona algo extraña para su época,
un desmitificador especializado en desenmascarar a los
espiritistas (su afición favorita) y al tiempo un excelente
físico. Al igual que hacía contra otras muchas pseudocien-
cias, optó por el camino más expeditivo y trató los rayos N
como lo que él consideraba que eran: un engaño.
Para empezar se presentó hablando en alemán, a pesar de
que hablaba francés, para poder escuchar las conversacio-
nes entre Blondlot y su ayudante M. L. Wirtz (que con el
tiempo ha llegado a ser considerado como el único culpa-
ble… aunque no hay pruebas claras de ello). Posterior-
mente quitaba piezas importantes en los aparatos del expe-
rimento.
Durante todo el tiempo que Wood estuvo en Nancy, el
equipo francés fue incapaz de mostrarle pruebas experi-
mentales de la existencia de los rayos. En una experiencia,
por ejemplo, Wood ponía y quitaba su mano delante del
emisor de rayos y el equipo de Blondlot decía cuándo el
emisor era tapado… pero no coincidían las observaciones
con el movimiento de la mano. Blondlot hasta llegó a argu-
mentar que se necesitaba cierto entrenamiento visual del
que Wood carecía.
Al final Wood usó un método drástico para comprobar la
fiabilidad del experimento, un sistema no carente de lógi-
ca si bien puede tacharse de deshonesto. No obstante, a mi
juicio este tipo de inmoralidad es preferible a una teoría
inútil. Veamos un ejemplo en otro ámbito antes de seguir
con los rayos N.
Un caso parecido aconteció cuando varios investigadores
admitieron que un par de jovencitos movían cosas a distan-
cia, mediante telequinesia, sin ningún tipo de control expe-
rimental. Los investigadores también veían que había
objetos que cambiaban de lugar, pero en gran parte era,
como Blondlot, porque creían en lo que hacían y el rigor
experimental no era el correcto.
Al final se descubrió que los “psíquicos” eran magos y
estaban engañando a los investigadores, quienes no habían
previsto controles exhaustivos a pesar de ser avisados por
magos profesionales.
Todo el engaño fue perpetrado por un mago experimenta-
do, James Randi, quién cansado de avisar que los contro-
les de los parapsicólogos no eran correctos, no le quedó
más remedio que organizar este espectáculo. Yo estoy de
acuerdo con él.
Wood lo tuvo fácil. Los experimentos de Blondlot se rea-
lizaban en la oscuridad, para observar la poca luz emitida
por una pantalla fosforescente. Todo lo que hizo Wood fue
coger un prisma de aluminio —pieza crucial del experi-
mento— y metérselo en el bolsillo. El equipo científico
siguió viendo el efecto de los rayos sobre un círculo fosfo-
rescente.
Tras comprobar que el protocolo experimental no tenía
garantías porque dependía de la visión de los investigado-
res (y por ello de las ilusiones de sus cerebros más que de
algo constatable objetivamente), Wood publicó sus resul-
tados en Nature y los rayos Blondlot se vinieron abajo.
La hipótesis más probable era que Blondlot no engañaba
cuando hablaba de sus rayos, pero el experimento carecía
de controles y las mismas personas que realizaban el expe-
rimento contrastaban los resultados, algo que nunca debe
hacerse.
Al final se retó a Blondlot a descubrir dónde se hallaba un
emisor de rayos N si se le suministraban dos cajas idénti-
cas y cerradas, una con un supuesto emisor de rayos N y
otra sin él. Blondlot rehusó y eso fue el fin.
Blondlot seguramente no engañaba
cuando hablaba de sus rayos, pero el
experimento carecía de controles y las
mismas personas que realizaban el
experimento contrastaban los resulta-
dos, algo que nunca debe hacerse.
background image
el escéptico
111
No obstante, los rayos N se siguieron utilizando para ilus-
trar un libro sobre el fascismo. Esto mueve a reflexión pro-
funda, y el impacto de la ciencia en el desarrollo político
merecería una investigación aparte. El libro en cuestión
apareció cuando ya no existían oficialmente los rayos N.
Jörg Lanz von Liebenfels escribía para la revista Ostara,
que contaba también con un pintor de acuarela llamado
Adolf Hitler. El libro contaba historias de unos arios (dio-
ses) y su relación con los humanos inferiores. Entre las
particularidades que tenían los arios estaba la posibilidad
de ver con los rayos N...
CONCLUSIONES
Quizás hoy pueda parecer raro que grandes científicos
puedan cometer un error de este tipo, pero en modo algu-
no lo es.
En primer lugar porque se aceptó mayoritariamente el
argumento de autoridad de los grandes científicos. Hoy en
día sucede lo mismo cuando se analizan los artículos cien-
tíficos para ser publicados: se ha demostrado que las deci-
siones de publicación de un artículo dependen de la uni-
versidad y del autor del mismo.
Vale aquí la pena repasar la historia reciente donde dos psi-
cólogos enviaron artículos ya publicados por ciertas revis-
tas, pero cambiando los nombres de las universidades y de
los autores. Las revistas rechazaron ocho artículos que pre-
viamente habían aceptado y publicado. Esto prueba que la
capacidad de reflexión, sin duda, se ve interferida por lo
que deseamos o creemos.
A mi juicio, más curioso y extraño me parece que, sabien-
do que este problema existe, las grandes revistas no hayan
hecho nada para evitarlo, algo así como que se envíen los
originales sin firmar. Eso sí es extraño.
En segundo lugar, por la competencia entre científicos. A
lo largo de la historia esta competencia llevó a descubri-
mientos que resultaron ser falsos o burdas falsificaciones
especialmente en medicina y biología.
Finalmente, en aquel contexto histórico posterior a la Gue-
rra Franco Prusiana, algunos autores proponen la tesis de
que un descubrimiento científico revitalizaría la imagen de
Francia, más todavía si se tiene en cuenta que los rayos X
eran un descubrimiento alemán y que en ese momento
gran parte de Alsacia y Lorena era territorio alemán.
Las ideas en este caso no son claras para los diferentes
autores, ya que unos tienden a pensar en problemas entre
naciones mientras que otros prefieren pensar en un simple
caso de autoengaño (con la aquiescencia de reputados
científicos) mezclado con un intento de notoriedad y con
la idea de que se está en el camino correcto y por lo tanto
incluso se permite alguna trampa.
Lo curioso de este caso es que nunca se llegó a clarificar la
tesis del engaño. Ha habido muchos intentos de falsifica-
ción en la historia de la ciencia, pero la inmensa mayoría
se han descubierto. En este caso, hasta el descubridor
Wood pensaba que Blondlot era honesto y su ayudante
Wirtz el culpable… pero nunca se ha llegado a demostrar.
BIBLIOGRAFÍA
— Asimov, Isaac: Más allá de cualquier lugar. Barcelona: Edi-
ciones B, 1993. ISBN:84-406-3300-9.
— Di Troccio, Federico: Las mentiras de la Ciencia. Madrid:
Alianza Editorial, 1997.
— Feyerabend, Paul K. Contra el Método. Barcelona: Ariel,
1981.
— Gardner, Martin. La ciencia, lo bueno, lo malo y lo falso.
Madrid: Alianza Editorial, 1988.
— Gille, Bertrand: Introducción a la Historia de las Técnicas.
Barcelona: Crítica, 1999.
— Kuhn, Thomas. La estructura de las revoluciones científicas.
Madrid: Fondo de Cultura Económica, 1975.
— Marina, José Antonio: La inteligencia fracasada. Teoría y
práctica de la estupidez
. Barcelona: Anagrama, 2005.
— Mumford, Lewis: Técnica y Civilización. Madrid: Alianza
Universidad, 1992.
— Randi, James. The Truth about Uri Geller. New York: Pro-
metheus Books, 1975.
— Randi, James. Fraudes Paranormales. Gerona: Tikal Edicio-
nes, 1994.
— Rodríguez Arias, Enerio
(http://www.psicologiacientifica.com/publicaciones/biblioteca/a
rticulos/ar-enerio01.htm).
— Sánchez Gómez, José L.: “Algunos aspectos de fundamenta-
ción de la Mecánica Cuántica un siglo después”, en Revista
Española de Física
, 2003, vol.17, n.1.
— Sánchez Gómez, José Luis: “La interpretación de la Teoría
Cuántica, un debate permanente”, en Revista Española de Físi-
ca
, 2000, vol. 14, n. 1.
— Sánchez Ron, José Manuel: “La cuantización de la Física
(1900-1927)”, en Revista Española de Física, 2000, vol.14, n.1.
— Segura, Simon. Manual de Historia Económica Mundial y
de España
. Madrid: Centro de Estudios Ramón Areces, 1992.
— Sokal, Alan; Bricmont, Jean. Imposturas Intelectuales. Bar-
celona: Paidos, 1999.
— Stuewer, Roger H.: Historia y física (http://gric.univ-
lyon2.fr/Equipe2/coast/ressources/ICPE/espagnol/PartB/B3.htm
).
— Thomas, Hugh: Una historia del Mundo. Barcelona: Grijal-
bo, 1982.
— VVAA “El siglo XX, II. Las ciencias físicas”. En Historia
General de las Ciencias
, vol.6. Barcelona: Orbis, 1988.
— VVAA Atlas Histórico Mundial. Madrid: Istmo, 1997.
Nunca se llegó a clarificar
la tesis del engaño
Los rayos que nunca existieron