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Capítulo primero del libro La Parapsicología ¡vaya timo!
CEREBRO Y MENTE
Carlos J. Álvarez
Especial
Las ciencias del cerebro y la conducta
Q
uiero comenzar afi
rmando que soy un
enamorado del conocimiento de lo que somos y,
por tanto, de la investigación sobre la mente y el
cerebro humanos. Quienes tienen inquietudes similares
a las mías se encuentran en un momento apasionante.
Dicen algunos que si el siglo XX fue el siglo de los
grandes avances en genética, el siglo XXI será el siglo
del cerebro. En ese sentido, me resulta muy gratifi cante
asistir al proceso que estamos ya viviendo y colaborar en
él en la medida de mis posibilidades. En otras ocasiones
he bosquejado un resumen de esa excitante aventura que
ha sido la historia de la psicología. Gracias al esfuerzo de
numerosos científi cos y pensadores, han pasado muchas
cosas desde fi nales del siglo XIX.
En aquel momento, psicofísicos como Fechner lograron,
quizá por primera vez, medir objetivamente una cualidad
mental, algo que ciertos fi lósofos, por ejemplo Descartes,
habían considerado tal vez imposible. Establecieron
leyes matemáticas que demostraban relaciones precisas
entre magnitudes físicas (luz, peso, sonido, etc.) y las
sensaciones experimentadas por una persona. Más tarde,
Wundt dio nombre a la psicología, la fundó como nueva
ciencia, y estableció el primer laboratorio de psicología
en la Universidad de Leipzig, Alemania, en 1879. A
partir de ese momento se sucedieron los hallazgos
científi cos sobre la mente y se amplió el número de
temas de estudio. Mientras la psicología experimental
se encargaba de estudiar en laboratorio aquellos
procesos comunes a todo ser humano, en el mundo
anglosajón se desarrollaba la metodología observacional
o correlacional. Se comenzaron a medir las diferencias
individuales y capacidades como la inteligencia o la
personalidad. Personajes como Galton, Pearson, Cattell o
Binet desarrollaron el concepto de correlación estadística
y la metodología de medida basada en tests. A principios
del siglo XX surgió la escuela conductista, infl uida por el
estudio de los refl ejos de investigadores rusos (después
soviéticos) como Pávlov y por la fi losofía positivista.
Empeñados en hacer de la psicología una ciencia natural,
eliminaron la mente como objeto de estudio y se centraron
en la conducta observable y mensurable, así como en los
estímulos externos que la determinan.
A mediados del siglo XX, la ciencia psicológica recuperó
la mente como tema legítimo de estudio, en parte gracias
a la aparición de los ordenadores. Te preguntarás,
con razón, qué tienen que ver los ordenadores con
la psicología... Pues resulta que estos trastos hacen
algo parecido a lo que hace nuestro cerebro: realizan
operaciones de cómputo, procesan información. ¿Crees
que un programa informático tiene algo de misterioso?
¿Verdad que no? Si un programador informático puede
diseñar un programa que realice conductas inteligentes,
como jugar al ajedrez o solucionar complejos problemas
Portada original del libro. (Archivo)
Especial colección «¡Vaya Timo!»
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matemáticos, ¿por qué no tratar los procesos mentales
como procesos de cómputo? Esto hizo la ciencia
cognitiva con notable éxito: ahora teníamos un nuevo
lenguaje para hablar de la mente.
La ciencia cognitiva no nace sólo debido a la crisis del
conductismo sino que en su gestación colaboran discipli-
nas tan dispares como la ingeniería de telecomunicacio-
nes, las matemáticas, las neurociencias o la lingüística.
La psicología cognitiva vuelve de este modo a estudiar
los procesos mentales y hereda del conductismo el inte-
rés por la experimentación de laboratorio y la medición
objetiva de las conductas. Se podía estudiar la mente,
pero sólo a través de lo que se podía medir: los compor-
tamientos observables. La relación entre mente y cerebro
era equivalente a la de software (programas) y hardware
(máquina) en los ordenadores. De la misma forma que
un programador podía estudiar y elaborar programas in-
formáticos sin preocuparse por la máquina, un psicólogo
cognitivo podía estudiar los procesos mentales sin aten-
der a su sustrato físico.
Sin embargo, algo está cambiando actualmente. Casi
podría afi rmar que ya ha cambiado. Gracias a la
mayor accesibilidad a técnicas que permiten registrar
directamente la actividad cerebral, entre otros factores,
cada vez es más frecuente encontrar investigaciones
cognitivas en las que se registra la actividad eléctrica
mediante electrodos (electrofi siología) o se emplean
técnicas de neuroimagen funcional, como la resonancia
magnética (fMRI) o la tomografía por emisión de
positrones (TEP). Estas técnicas permiten obtener una
medida directa de la actividad cerebral que se produce
cuando un sujeto realiza una tarea cognitiva que se está
investigando.
Mientras las neurociencias han tenido que aproximarse
a las distinciones de procesos y estructuras mentales
de la psicología cognitiva, así como a sus diseños y
metodología experimental, la psicología ha aprovechado
los conocimientos y avances metodológicos de las
neurociencias. Por ello, se habla hoy de neurociencia
cognitiva. Lo que está ocurriendo es realmente
apasionante: la frontera entre la psicología —que
mide conductas y estudia procesos mentales— y las
neurociencias —que estudian el cerebro— se diluye
cada vez más.
Esa increíble máquina llamada cerebro
Sería imposible resumirte aquí la cantidad ingente
de cosas que se han descubierto durante esa pequeña
historia de la psicología que te acabo de contar. Una cosa
sí es cierta, y tal vez te sorprenda: los poderes mentales
existen. Esa máquina biológica que llamamos cerebro
hace cosas increíbles y me gustaría contarte algo sobre
lo que sabemos hasta el momento de su funcionamiento
y estructura.
Representación 3D de un proceso de pensamiento a través
de técnicas de neuroimagen funcional (fMRI). (Universidad
alemana de Bochum)
El sistema límbico interviene en pulsiones
como el sexo o el hambre y también en las
emociones (¡aquí están las emociones, y no
en el corazón!)”
De forma general, y sin entrar en debates fi losófi cos,
podría decirse que cuando hablamos de mente o de
procesos mentales estamos hablando de aquellas cosas
que hace o produce el cerebro. Para empezar, me gustaría
contarte que el cerebro no aparece de la nada ni nos lo
regaló algún ente tal como es hoy día: por el contrario, es
el fruto de millones de años de evolución, de pequeños
cambios a partir de otros cerebros «más pequeños» y
menos complejos.
Si ves un cerebro real, o una foto del mismo, llama la
atención a simple vista que es muy arrugado. Esa parte
visible y rugosa, la corteza cerebral, es la zona más moderna
o evolucionada del cerebro. Pero aunque es la más visible,
no es la única. Hay estructuras más antiguas —anteriores
en la evolución— que se encuentran por debajo y en la
región interna de la corteza, con funciones especializadas y
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vitales. Por ejemplo, el tronco cerebral, que empieza en la
médula espinal y tiene funciones automáticas relacionadas
con la supervivencia, como controlar la respiración. Por
encima del tronco se encuentra el tálamo, una especie de
central controladora de los impulsos nerviosos que llegan
desde los sentidos para luego redireccionarlos a otras
partes del cerebro. Detrás del tronco observamos otra
estructura: el cerebelo, que tiene que ver con el control de
nuestros movimientos y con el equilibrio. Entre el tronco y
la corteza se halla el sistema límbico, un conjunto de áreas
que intervienen en pulsiones como el sexo o el hambre y
también en las emociones (¡aquí están las emociones, y
no en el corazón!)
Una de esas estructuras es la amígdala, de la que hablaré
más adelante.
Volviendo a la corteza cerebral, si nos fi jamos bien, los
surcos que recorren dicha corteza son como pequeñas
fronteras que demarcan distintas partes. Así, por ejemplo,
podemos observar un surco profundo que va desde atrás
hacia adelante y que «parte» el cerebro en dos: los llamados
hemisferios. Además, otros surcos en cada hemisferio
separan los llamados lóbulos (frontal, parietal, occipital,
temporal, etc.). Pues bien, esas distintas zonas del cerebro
tienen también diferentes funciones y están especializadas
en determinados procesos mentales. Por ejemplo, hay
zonas especializadas en procesar lo que entra por nuestros
sentidos (gusto, olfato, vista, oído, tacto). La información
que reciben nuestros sentidos consiste en distintos tipos
de energía física, por decirlo de algún modo: luz en el caso
de la vista, sonidos en el caso del oído...
Esa información la traducen nuestros órganos sensoriales
a energía electroquímica, la cual viaja desde esos órganos
receptores (los ojos, los oídos...) a través de unos canales
(los nervios), pasando por el tálamo, hasta zonas de la
corteza que entienden o elaboran esa información, la
comparan con información que tenemos almacenada,
la integran con otra, etc. Esos procesos de integración o
elaboración de la información, aunque son muy rápidos,
implican muchas operaciones, tanto desde el punto de
vista químico como computacional.
Otras estructuras del cerebro están especializadas en la
«salida»de información: la producción de una respuesta
o conducta (hablar, mover un músculo, tomar una
decisión...).
Cuando se mira un cerebro parece un todo unitario, pero
lo cierto es que, si se analiza detenidamente —con un
microscopio, por ejemplo—, te darás cuenta de que todo
el tejido cerebral está formado por pequeñas estructuras:
unas células llamadas neuronas.
Aunque no son las únicas, son las células más importantes
de nuestros cerebros. Para que te hagas una idea, el cerebro
está formado por más de 100 000 millones de neuronas.
Estas células tienen una especie de ramitas que les
permiten conectarse con otras muchas neuronas. Gracias
a esos anclajes (dendritas y axones), las neuronas pueden
comunicarse y transmitir impulsos a través de procesos
de intercambio. De la misma forma que una batería de
coche genera electricidad a partir de reacciones químicas,
el impulso eléctrico que surge de la comunicación entre
neuronas se debe a procesos químicos. Nuestro premio
Nobel Ramón y Cajal contribuyó de manera especial al
descubrimiento de todo esto.
Los verdaderos poderes mentales
Estos procesos neuronales, esencialmente químicos y
eléctricos, son el origen de lo que llamamos procesos
cognitivos, es decir, la mente. Ya sé que cuesta creer
que el odio, el amor o el pensamiento se reducen a la
actividad de las neuronas, pero así es, sin ninguna duda.
Sin el cerebro, nosotros no seríamos nosotros. Sin
esa máquina y toda su imparable actividad eléctrica y
química, no podríamos sentir ni hablar ni soñar ni oír ni
recordar ni pensar ni prestar atención ni enfadarnos ni
enamorarnos… Sí, aunque digamos que ésas son «cosas
del corazón», todo pasa dentro de nuestras cabezas.
¿No te parece que todas esas cosas son ya muchas como
para que, además, el cerebro tenga otros poderes? ¿No
será pedirle demasiado a nuestro órgano más importante?
¿No es sufi ciente todo lo que hace la «glándula que
segrega conductas»? Personalmente, esos poderes que
conocemos, y que usamos cada segundo de nuestras vidas,
son los que realmente me sorprenden y me interesan.
Esquema del sistema límbico humano. (DkImages)
Especial colección «¡Vaya Timo!»
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Su enorme complejidad ha llevado a miles de científi cos
a interesarse en ellos y trabajar para entenderlos un poco
mejor. Como decía más atrás, los poderes mentales sí
existen. Voy a contar algo sobre alguno de ellos.
Pensemos en el lenguaje. Si abrimos un manual de
psicolingüística para estudiantes, o sencillamente un
manual de introducción a la psicología, o un libro de
divulgación (todavía más sencillo, y los hay muy buenos),
nos daremos cuenta enseguida de un hecho. Hay cosas que
hacemos a diario, sin esforzarnos, de forma automática,
muy rápidamente, y que hacemos bastante bien. Una
de ellas es hablar y entender el lenguaje. Sin embargo,
cuando uno se acerca a analizar esta habilidad, como
hace un científi co, se hace patente que lo que parecía tan
sencillo no lo es en absoluto: se trata realmente de una
actividad muy compleja.
Por ejemplo, para comprender un mensaje hablado
tenemos que convertir una señal física sonora que llega a
nuestro oído en unidades con signifi cado. En ese momento
empiezan ya los problemas. Cuando visualizamos en un
ordenador, por ejemplo, la onda sonora correspondiente
a una frase, vemos que no existen fronteras físicas que
marquen los límites entre palabras o sintagmas. No
hablamos separando cada palabra. La cosa es todavía
más complicada porque en la onda sonora no existen
componentes que se correspondan, uno a uno, a los
fonemas del lenguaje. Por ejemplo, el sonido de una L
es físicamente distinto en LA y en LO. Por tanto, nuestro
cerebro se enfrenta a una dura labor: tiene que procesar
unidades lingüísticas a partir de una onda sonora que no
le da pistas en absoluto. Todavía hoy sigue debatiéndose
cómo lo hacemos, a pesar de ser una tarea que realiza
perfectamente un niño de dos años. A partir de ese paso
preliminar, no puedes imaginar la cantidad de operaciones
que efectúa nuestro cerebro para comprender una frase
o un mensaje, y que ha descubierto la psicolingüística,
especialidad de la psicología cognitiva: segmentar las
palabras en sílabas, acceder a la forma completa de las
palabras y luego a su signifi cado, ensamblarlas en sintagmas
y, una vez hecho esto, en frases. Pero, ¡qué curioso!, se
ha comprobado (aunque es tema de debate) que existen
procesos mentales de tipo sintáctico, gramatical, que
operan de forma independiente y por distintas estructuras
cerebrales que los procesos que tienen que ver con el
signifi cado.
¿No es todo esto alucinante? Imagina lo complejo que
es que, a pesar de los grandes avances en informática e
inteligencia artifi cial, no hay un solo ordenador que sea
tan efi ciente y rápido procesando el lenguaje como el
cerebro de un niño de dos años.
Otro de nuestros grandes poderes es la memoria. No
existe mecanismo de almacenamiento de información ni
disco duro en la Tierra que supere a la memoria humana.
Aunque solemos hablar de memoria, en singular, la
psicología hace tiempo que demostró que no existe la
memoria sino las memorias. ¿No te llama la atención que,
por un lado, te den un número de teléfono y, si no haces
un esfuerzo especial, lo olvides casi al instante y, por otro,
no se conozca límites a la capacidad de la memoria y
sigas almacenando recuerdos hasta el fi n de tus días? ¿No
resulta sorprendente esa fragilidad y pobreza junto a ese
enorme poder de almacenamiento?
Pues bien, la ciencia ha demostrado que esto se debe a que
existe un almacén denominado memoria a corto plazo,
que retiene poca información durante escasos segundos, y
otro, llamado memoria a largo plazo, que no tiene límites
de capacidad y sus contenidos duran por siempre. ¿Te das
cuenta de que en un caso de amnesia sólo se pierde una
parte de la memoria, la relativa a las vivencias cotidianas?
El amnésico típico sigue hablando, lo cual indica que su
memoria de conceptos, reglas lingüísticas, conocimiento
del mundo, etc., siguen intactos. También esto tiene su
explicación.
Esa memoria a largo plazo se divide, a su vez, en dos
submemorias: la episódica y la semántica, con sustratos
neuronales distintos. Esta fascinante complejidad
de los procesos mentales, que he tratado de ilustrar
muy resumidamente con estos dos ejemplos, puedes
aplicarla a cualquier otra función cerebral, como los
procesos de sensación y percepción, el pensamiento y
el razonamiento, las emociones, la atención, el formato
de las representaciones mentales, los mecanismos
de aprendizaje... No sé qué opinarás, pero, ante el
sofi sticado funcionamiento de nuestro cerebro, ¿no son
estos procesos los verdaderos poderes mentales? Más
adelante comprobaremos cómo estos poderes reales,
estos mecanismos mentales que sabemos que existen y
que conocemos cada vez mejor gracias a la ciencia, son
precisamente los que explican muchos de los supuestos
fenómenos paranormales.
Para terminar este capítulo, me gustaría adelantarte aquí
mi humilde opinión: el ser humano es ya sufi cientemente
apasionante, complejo y poderoso como para buscar otras
capacidades o habilidades de dudosa existencia. Pero
ha llegado ya el momento de que nos ocupemos de esas
dudosas capacidades.