el escéptico
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NO TODO ES FUTBOL
Carlos Chordá
Artículo
N
o cabe duda de que somos seres pasionales. Una
de las principales (pre)ocupaciones de muchos,
llegando a ser una auténtica obsesión, es la
marcha del club de sus amores. Como si de un carácter
hereditario se tratara, el gen del fútbol se transmite de
generación en generación poniéndose de manifi esto el
fenotipo correspondiente: camiseta ofi cial los domingos
y fi estas de guardar, canto desaforado del himno lo
mismo en cenas de cuadrilla que en la boda de la prima,
odio incondicional al «otro» equipo...
Mientras no se desmadre, el apego a los colores no pasa
de ser una afi ción tan respetable como la brisca o la
pesca con cucharilla. Incluso cuando se manifi esta con
un fervor que podríamos considerar como religioso.
Porque lo cierto es que hay quien no termina de encontrar
muchas diferencias entre los sentimientos religiosos y
los balompédicos. Allá cada cual.
Sin embargo, en la vida no todo es fútbol. Bien está
manifestar por el equipo un amor irracional (o arracional,
si se me permite usar tal expresión: no es la razón quien
guía esos sentimientos), pero este tipo de apegos no
debería empapar otros ámbitos, porque entonces pueden
salpicarnos a los demás. En política, pongamos por caso.
Debemos tener siempre presente que los representantes
que salgan elegidos, de entre lo que podamos elegir,
van a tomar decisiones que nos van a afectar a todos
en aspectos tan diversos como cuál va a ser el salario
mínimo, por dónde va a pasar un tren de alta velocidad,
qué asignaturas van a estudiar nuestros chavales o a qué
edad van a poder entrar en una prisión. Hay muchos y
buenos motivos para pararse a pensar, con frialdad,
calculadamente, a quién vamos a dar nuestro voto.
O incluso si vamos a ejercer ese derecho. Por eso me
resulta bochornoso, cuando llega la época electoral, ver
a esas hordas de hinchas que llenan estadios, frontones,
auditorios, adorando a su equipo —político—, riendo las
gracias de su ídolo y abucheando al equipo contrario.
Gente que seguiría depositando una fe ciega en el líder
aunque a éste le pillaran abusando de su anciana madre.
A diferencia de la pasión por los clubes de fútbol, que
poco (aunque a veces no tan poco) nos afecta a los que
carecemos del gen, una elevada proporción de «fi eles
hasta la muerte» de su partido político pueden estar
decidiendo el rumbo de las naciones.
Algo parecido pasa con cuestiones científi cas. Por
supuesto, no con todas. Nadie toma partido a favor o
en contra de la ley de la gravitación universal, o de la
velocidad de la luz, o de la polinización de los jazmines.
En estos terrenos, las cosas son como son, y lo que
pensemos de ese tipo de realidad, nos guste o no, es
completamente indiferente. Debería sorprendernos, por
la misma razón, el hecho de que una parte muy importante
de la población elija bando —no se puede llamar de
otra manera— ante la conveniencia de la vacunación
universal, la peligrosidad de las radiaciones de las
antenas de telefonía, el cambio climático, los cultivos
transgénicos, la teoría de la evolución biológica, las
centrales nucleares... Claro que todos tenemos derecho a
opinar, pero los efectos biológicos de las radiaciones son
tan opinables como la velocidad de la luz en el vacío; en
cuanto a cuestiones como los transgénicos o las células
madre, cuántos de los que sientan cátedra al respecto
deberían hacer examen de conciencia y admitir lo poco
que saben del tema... No voy a entrar en qué opción es
la mejor, porque no me refi ero a eso. Para ser sincero,
yo ni siquiera lo tengo claro en algunos casos. Pero es
muy fácil errar si se toman decisiones sólo porque una
mayoría enarbole una bandera con la misma refl exión
con que anima a su equipo de fútbol.
Pasión por el Futbol. (Archivo)