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n este número de El Escéptico contamos con un 

artículo titulado “11-S: Teorías de la Conspira-

ción” que me llama la atención. Ni qué decir tie-

ne que yo sabía que había movimientos que negaban 

que el atentado contra las Torres Gemelas fuera obra 

de radicales islámicos, pero me ha sorprendido leer la 

cantidad de teorías conspiranoicas que hay. Me llama 

la atención algunas de las frases que dice el autor del 

trabajo, Julio Plaza del Olmo, como «A tal extremo lle-

ga la negación a todo lo que se considere oficial, que 

hay quien niega que en las Torres Gemelas se estrella-

ran sendos aviones». Quiero subrayar: «todo lo que se 

considere oficial». Yo, que he vivido en el franquismo 

estaba muy acostumbrado a que la versión oficial fuera 

falsa. Los No&Do y los telediarios te daban muchas 

pistas; ya sabíamos que si las noticias alababan al  ré-

gimen eran falsas y por lo tanto, lo contrario era la ver-

dad. He vivido en pleno negacionismo de lo que decían 

los  medios  oficiales  y  normalmente  acertábamos:  ni 

Fraga se bañó cerca de la zona donde cayó la bomba 

atómica de Palomares, ni nunca se construyó un tren de 

«alta velocidad» que uniera Madrid con Barcelona (en 

tiempos de Franco). Pero aquello era la España de cha-

ranga y pandereta. Una España sin prensa libre, donde 

un gobierno dictatorial mentía a la población. Lo que 

me sorprende es que estas conspiranoias surjan en un 

país con una democracia afianzada, como es Estados 

Unidos, y con una prensa libre. Locos siempre hay, eso 

no es preocupante. Incluso es bueno: se demuestra que 

los locos pueden expresarse en libertad. Lo que me sor-

prende es el enorme grado de seguimiento que tienen.

Hace unos pocos años me llevé la terrible sorpresa 

de que cuando hablaba en las emisoras de radio con las 

que colaboraba, más de la mitad de los periodistas no 

se creía que el ser humano había llegado a la Luna. Los 

argumentos eran los que han sido tan magníficamen-

te bien desmontados por Eugenio Manuel Fernández 

Aguilar en su libro La Conspiración Lunar de la co-

lección ¡Vaya Timo! Y he tenido que discutir con ellos 

de que las vacunas no son el diablo que nos muestra 

una monja de Montserrat, que los móviles no son más 

perjudiciales que las señales que emite la televisión en 

UHF o que la homeopatía era una estupidez esférica 

–es estúpida la mires por donde la mires.

Insisto en que la discrepancia de una persona o dos 

me parece una prueba de madurez, una prueba de in-

dependencia de pensamiento. Lo que me sorprende es 

la cantidad de gente que cree idioteces. Admito que 

haya gente que crea bobadas que nos han llegado por la 

tradición, a fin de cuentas es bonito creer las historie-

tas que nos contaban los abuelos; pero que haya tanta 

gente que crea imbecilidades que se han creado en los 

últimos años me produce urticaria. 

Una de ellas es esta del 11-S que nos ha llevado a 

que viajar en avión sea un martirio. En nuestro país 

prefiero ir en autobús a tener que sufrir la humillación 

de desnudarme en los aeropuertos. Uno se siente ten-

tado a pensar que no tiene importancia. «¡Que crean lo 

que quieran!» Pero tras no creerse que dos aviones de 

pasajeros derribaron las Torres Gemelas se llega con la 

misma facilidad a que las vacunas son inventos inútiles 

de  las  multinacionales  para  aumentar  beneficios,  que 

los gobiernos ocultan que las redes wifi son el demo-

nio en persona, que los transgénicos son una trampa 

de Monsanto para subyugar a los agricultores, que la 

OMS persigue el aumento de beneficios de las farma-

céuticas, que las multinacionales ocultan los motores 

de agua y otras fuentes de energía baratas e ilimitadas, 

que la medicina científica es una falacia inventada por 

los ateos para evitar que la gente se cure confiando en 

dios y rezando, que las enfermedades son un castigo 

divino y que se curan portándose bien, que el cambio 

climático es un invento de los científicos para cobrar 

subvenciones, que el SIDA no está producido por un 

virus, que la agricultura que aporta nutrientes artificia-

les y fitosanitarios produce cáncer, o que modificar el 

código genético de una planta atenta contra dios y nos 

hace culpables de orgullo desmedido y de blasfemia.

Por eso programas como Cuarto Milenio o Espacio 

en Blanco me ponen los pelos de punta, pues socavan 

todo el sistema de ciencia y tecnología, la idea de que 

hay multitud de personas que trabajan por el bien de la 

humanidad con unos sueldos ridículos, pero que lo ha-

cen porque creen que van a aportar algo y lo hacen con 

pruebas,  sometiéndose  al  método  científico.  Socavan 

todo lo que hay de altruista en el ser humano.

Para acabar voy a reproducir unas frases del libro de 

Michael Specter titulado Denialism (Negacionismo): 

«[La] popularidad puede confundirse fácilmente con la 

autoridad. Ocurre cada día en Internet. Confundir po-

pularidad con autoridad es uno de los sellos distintivos 

del negacionismo. La gente se siente confortada de for-

mar parte de una multitud. El sentimiento de que temas 

complejos pueden resolverse por una especie de voto 

mayoritario, como si se tratara de una elección, ayuda 

a explicar el amplio apoyo a las «Medicinas Alternati-

vas». También son la razón de que los movimientos an-

tivacuna hayan sido tan exitosos. La democracia man-

da. Millones de personas toman suplementos antioxi-

dantes. No es probable que esta tendencia cambie»...

Y continúa: «El negacionismo es un virus, y los vi-

rus son contagiosos».

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ditorial

Félix Ares

Presidente de ARP-SAPC

Conspiración y negacionismo