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¿
Qué es el escepticismo? No es nada esotérico. Nos lo
encontramos a diario. Cuando compramos un coche
usado, si tenemos el mínimo de sensatez, emplearemos
algunas habilidades escépticas residuales (las que nos haya
dejado nuestra educación). Podrías decir: “Este tipo es de
apariencia honesta. Aceptaré lo que me ofrezca.” O podrías
decir: “Bueno, he oído que de vez en cuando hay pequeños
engaños, quizá involuntarios, relacionados con la venta de
coches usados por parte del vendedor”, y luego hacer algo.
Le das unas pataditas a los neumáticos, abres las puertas,
miras debajo del capó. (Podrías valorar cómo anda el coche
aunque no supieses lo que se supone que tendría que haber
debajo del capó, o podrías traerte a un amigo aficionado a
la mecánica.) Sabes que se requiere algo de escepticismo,
y comprendes por qué. Es desagradable que tengas que es-
tar en desacuerdo con el vendedor de coches usados, o que
tengas que hacerle algunas preguntas a las que es reacio a
contestar. Hay al menos un pequeño grado de confrontación
personal relacionado con la compra de un coche usado y na-
die afirma que sea especialmente agradable. Pero existe un
buen motivo para ello, porque si no empleas un mínimo de
escepticismo, si posees una credulidad absolutamente libre
de obstáculos, probablemente tendrás que pagar un precio
tarde o temprano. Entonces desearás haber hecho una peque-
ña inversión de escepticismo con anterioridad.
Ahora bien, no hace falta emplear cuatro años de carre-
ra para comprender esto.Todo el mundo lo comprende. El
problema es que los coches usados son una cosa, y los anun-
cios de televisión y los discursos de presidentes y líderes
políticos son otra. Somos escépticos en algunas cosas, pero,
desafortunadamente, no en otras.
Por ejemplo, hay un tipo de anuncio de aspirina que revela
que el producto de la competencia solo tiene una cierta can-
tidad del ingrediente analgésico que los médicos recomien-
dan (no te dicen cuál es ese
misterioso ingrediente), mientras
que su producto tiene una cantidad muy
superior (de 1,2 a 2
veces más por cada pastilla). Por tanto deberías comprar su
producto. Pero ¿por qué no simplemente tomar dos pastillas
de la competencia? Nadie te ha dicho que preguntes. No apli-
ques escepticismo en este asunto. No pienses. Compra.
Las afirmaciones de los anuncios comerciales constituyen
pequeños engaños. Nos hacen gastar algo más de dinero,
o nos inducen a comprar un producto algo inferior. No es
tan terrible. Pero considera esto: Tengo aquí el programa de
este año de la Expo Whole Life de San Francisco. Veinte
mil personas asistieron a la del año pasado. He aquí algu-
nas de las presentaciones: “Tratamientos Alternativos para
Enfermos de SIDA: reconstruirán las defensas naturales y
prevendrán crisis del sistema inmunitario. Aprende sobre los
últimos avances que los medios han ignorado por completo.”
Me parece que esa presentación podría causar graves daños.
“Cómo las Proteínas Sanguíneas Atrapadas Producen Dolor
La
carga
del
escepticismo
Carl Sagan
Traducción al español de Gabriel Rodríguez Alberich
El 20 de diciembre de 2011 se cumplieron 15 años del fallecimiento de Carl Sagan. Como homenaje
publicamos este artículo originariamente aparecido en la revista Skeptical Inquirer vol. 12, otoño de
1987.
Carl Sagan fue profesor de la cátedra David Duncan de Astronomía y Ciencias Espaciales en la
Universidad de Cornell, responsable de misiones de la NASA como la Mariner, Viking, Voyager y Ga-
lileo, instructor de astronautas, genial divulgador científico, cofundador de la Sociedad Planetaria y
gran activista escéptico contra las pseudociencias. Entre los numerosos premios que ha recibido se
encuentran el Pullitzer, el Apollo, el Masursky y la medalla al Bienestar Público. El asteroide 2709 fue
bautizado con su nombre.
Este artículo está reproducido con el permiso de su viuda Ann Druyan, a quien le agradecemos la
atención prestada.
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y Sufrimiento.” “Cristales: ¿son
Talismanes o Piedras?” (Yo
tengo mi propia opinión). Dice: “Al igual que un cristal en-
foca ondas de sonido y luz para la radio y la televisión” -las
radios de galena tienen bastante tiempo- “también podría
amplificar las vibraciones espirituales del hombre desintoni-
zado.” Apuesto a que muy pocos de vosotros estáis desinto-
nizados. O esta otra: “El Retorno de la Diosa, Ritual de Pre-
sentación.” Otra: “Sincronicidad, la Experiencia de Recono-
cimiento.” Esa la da el “Hermano Charles”. O, en la siguien-
te página: “Tú, Saint-Germain, y Cómo Curarse Mediante
la Llama Violeta.” Sigue y sigue, con montones de anuncios
acerca de las oportunidades (que van desde lo dudoso a lo
espurio) disponibles en la Expo Whole Life.
Si tuvieras que bajar a la Tierra en cualquier momento en
el que hubiese presencia humana te encontrarías con un con-
junto de sistemas de creencias populares, más o menos simi-
lares. Cambian, a veces rápidamente, a veces en una escala
de varios años: pero, a veces, sistemas de creencia de este
tipo duran muchos miles de años. Al menos unos cuantos
están siempre presentes. Creo que es razonable preguntarse
por qué. Somos Homo sapiens. Ésa es nuestra característica
diferenciadora, eso de sapiens. Se supone que somos listos.
Entonces ¿por qué nos rodea siempre todo ese tema? Bueno,
por una parte, muchos de esos sistemas de creencia tratan
necesidades humanas reales que no se presentan en nuestra
sociedad. Existen necesidades médicas insatisfechas, nece-
sidades espirituales, y necesidades de comunicación con el
resto de la comunidad humana. Puede que haya más caren-
cias de este tipo
en nuestra sociedad que en muchas otras de
la historia de la humanidad. Por tanto, es razonable para la
gente probar y hurgar en varios sistemas de creencia, para
ver si ayudan en algo.
Por ejemplo, tomemos una manía de moda: la canaliza-
ción. Tiene como premisa fundamental, al igual que el espi-
ritualismo, que, cuando morimos, no desaparecemos exac-
tamente, sino que una parte de nosotros continúa. Esa parte,
dicen, puede retomar el cuerpo de un humano u otras criatu-
ras en el futuro, y por tanto, desde un punto de vista personal,
la muerte pierde mucha amargura para nosotros. Y lo que
es más, tenemos una oportunidad, si los argumentos de la
canalización son ciertos, de contactar con seres queridos que
han muerto.
Si no empleas un mínimo de
escepticismo, probablemente
tendrás que pagar un precio
tarde o temprano.
(Foto: juanosborne.com)
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¿Hemos contactado con los extraterrestres?
Hablando personalmente, yo estaría encantado de que la
reencarnación fuese cierta. Perdí a mis dos padres en los úl-
timos años, y me encantaría tener una pequeña conversación
con ellos, para decirles cómo están los niños y asegurarme de
que todo va bien dondequiera que estén. Eso toca algo muy
profundo. Pero, al mismo tiempo, y precisamente por esa ra-
zón, sé que hay gente que intenta beneficiarse de las vulne-
rabilidades de los afligidos. Es mejor que que los espiritua-
listas y los canalizadores tengan un argumento convincente.
O tomemos la idea de que, pensando en formaciones geo-
lógicas, podemos decir dónde hay depósitos de mineral o
petróleo. Uri Geller afirma eso. Ahora bien, si eres un ejecu-
tivo de una compañía de exploración de mineral o petróleo,
tus garbanzos dependen de que encuentres los minerales o
el petróleo: por tanto, gastar cantidades triviales de dinero,
comparadas con lo que te gastas a menudo en exploración
geológica, en este caso para encontrar físicamente los depó-
sitos, no suena tan mal. Podrías caer en la tentación.
O tomemos a los OVNI, el argumento de que nos están
visitando continuamente seres de otros mundos en naves es-
paciales. Encuentro esto muy emocionante. Al menos es una
ruptura con lo ordinario. He empleado una buena cantidad
de tiempo en mi vida científica trabajando en el tema de la
búsqueda de inteligencia extraterrestre. Pienso en el esfuerzo
que podría ahorrarme si esos tipos estuvieran visitándonos.
Pero al reconocer
alguna vulnerabilidad emocional relacio-
nada con una pretensión tenemos que hacer los esfuerzos
más firmes de escrutinio escéptico. En esa situación es cuan-
do pueden aprovecharse de nosotros.
Ahora reconsideremos la canalización. Hay una mujer en
el Estado de Washington que afirma que suele entrar en con-
tacto con alguien que tiene 35.000 años de edad: Ramtha
(quien, por cierto, habla muy bien inglés con lo que me pa-
rece un acento indio). Supongamos que tenemos a Ramtha
aquí y supongamos que Ramtha es cooperativo. Podríamos
hacer algunas preguntas: ¿Cómo sabemos que Ramtha vi-
vió hace 35.000 años? ¿Quién está llevando la cuenta de los
milenios que se interponen? ¿Cómo es que son exactamente
35.000 años? Eso es un número muy redondo. ¿35.000 más
qué, o menos qué? ¿Cómo eran las cosas hace 35.000 años?
¿Cómo era el clima? ¿Dónde vivió Ramtha? (Sé que habla
inglés con un acento indio, pero ¿dónde se hablaba así hace
35.000 años?) ¿Qué come Ramtha? (Los arqueólogos saben
algo sobre lo que comía la gente por aquel entonces.) Ten-
dríamos una buena oportunidad de descubrir si sus afirma-
ciones son ciertas. Si fuera realmente alguien de hace 35.000
años, podríamos aprender mucho sobre hace 35.000 años.
Por tanto, de una manera u otra, o Ramtha es realmente al-
guien de hace 35.000 años, en cuyo caso descubriremos algo
sobre ese periodo (que es anterior a la glaciación de Wiscon-
sin, una época interesante), o es un farsante y se equivoca-
rá. ¿Cuáles son los idiomas indígenas, cómo es la estructura
social, con quién más vive Ramtha (hijos, nietos), cuál es el
ciclo de vida, la mortalidad infantil, qué ropas lleva, cuál es
su esperanza de vida, qué armas, plantas y animales hay?
Dinos. En cambio, lo que oímos son las homilías más ba-
nales, indistinguibles de las que los supuestos ocupantes de
los OVNI
les dicen a los pobres humanos que afirman haber
sido abducidos por ellos.
Ocasionalmente, por cierto, recibo una carta de alguien
que está en contacto con un extraterrestre que me invita a
“preguntar lo que sea”. Así que tengo una lista de pregun-
tas. Los extraterrestres están muy avanzados, recordemos.
Por tanto pregunto cosas como: “Por favor, dénme una de-
mostración simple del Último Teorema de Fermat.” O de la
Conjetura de Goldbach. Y luego tengo que explicar qué son
estas cosas, porque los extraterrestres no las llamarán Últi-
mo Teorema de Fermat, así que escribo la pequeña ecuación
con sus exponentes. Nunca recibo respuesta. Por otra par-
te, si les pregunto algo como “¿deberíamos
ser buenos los
humanos?”, siempre recibo respuesta. Pienso que se puede
deducir algo de esta habilidad diferenciada para contestar
preguntas. Si son cosas imprecisas y vagas, están encanta-
dos de responder, pero si es algo específico, que dé ocasión a
descubrir si saben algo realmente, sólo hay silencio.
El científico francés Henri Poincarè hizo una observación
sobre por qué la credulidad está tan extendida: “También
sabemos lo cruel que es la verdad a menudo, y nos pregun-
tamos si el engaño no es más consolador.” Eso es lo que he
intentado decir con mis ejemplos. Pero no creo que ésa sea
la única razón por la que la credulidad está extendida. El
escepticismo desafía a instituciones establecidas. Si enseña-
mos a todo el mundo, digamos a los estudiantes de instituto,
el hábito de ser escépticos, quizá no limiten su escepticismo
a los anuncios de aspirinas y a los canalizadores de 35.000
años. Puede que empiecen a hacerse inoportunas preguntas
sobre las instituciones económicas, o sociales, o políticas o
religiosas. ¿Luego dónde estaremos?
El escepticismo es peligroso. Ésa es precisamente su fun-
ción, en mi opinión. Es menester para el
escepticismo el ser
peligroso. Y por eso hay una gran renuencia a enseñarlo en
las escuelas. Por
eso no encontramos en los medios un espa-
cio general para el escepticismo.
Por otra parte, ¿cómo evi-
taremos un futuro peligroso si no poseemos las herramien-
tas intelectuales elementales para hacer preguntas agudas a
aquéllos que están nominalmente al cargo, especialmente en
una democracia?
Creo que éste es un buen momento para reflexionar sobre
el tipo de problema nacional que se podría haber evitado si
la sociedad americana fuese más escéptica. El fiasco de Irán/
Nicaragua es un ejemplo tan obvio que no hostigaré aún más
a
nuestro pobre y hostigado presidente (Reagan) hablando
sobre ello. Otro asunto similar es
la resistencia de la Admi-
nistración a un Tratado de Prohibición de Pruebas Nuclea-
res y su continua pasión por aumentar las armas nucleares
(uno de los pilotos principales en la carrera nuclear) bajo
el pretexto de estar más seguros. También lo es la “Guerra
de las Galaxias”. Los hábitos de pensamiento escéptico que
fomenta el CSICOP
1
son relevantes en asuntos nacionales de
“También sabemos lo cruel que
es la verdad a menudo, y nos
preguntamos si el engaño no
es más consolador”
(Henry Poincaré)
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una gran importancia. Hay tantas tonterías promulgadas por
los partidos políticos que el hábito de escepticismo imparcial
debería declararse un objetivo nacional esencial para nuestra
supervivencia.
Quiero decir algo más sobre la carga del escepticismo.
Se pueden coger hábitos de pensamiento con los que uno se
divierte burlándose
de toda la gente que no ve las cosas tan
bien como tú. Esto es un peligro social potencial, presente en
una organización como el CSICOP. Tenemos que proteger-
nos cuidadosamente de esto.
Me parece que lo que se necesita es un equilibrio exqui-
sito entre dos necesidades conflictivas: el mayor escrutinio
escéptico de todas las hipótesis que se nos presentan, y al
mismo tiempo una actitud muy abierta a las nuevas ideas.
Obviamente, estas dos maneras de pensar están en cierta ten-
sión. Pero si sólo puedes ejercitar una de ellas, sea cual sea,
tienes un grave problema.
Si sólo eres escéptico, entonces no te llegan nuevas ideas.
Nunca aprendes nada nuevo. Te conviertes en un viejo cas-
carrabias convencido de que la estupidez gobierna el mundo.
(Existen, por supuesto, muchos datos que te apoyan.) Pero
de vez en cuando, quizá uno entre cien casos, una nueva idea
resulta estar en lo cierto, ser válida y maravillosa. Si tienes
demasiado arraigado el hábito de ser escéptico en todo, vas a
pasarla por alto o tomarla a mal, y en ningún caso estarás en
la vía del entendimiento y del progreso.
Por otra parte, si eres receptivo hasta el punto de la mera
credulidad y no tienes una pizca de sentido del escepticismo,
entonces no puedes distinguir las ideas útiles de las inútiles.
Si todas las ideas tienen igual validez, estás perdido, porque
entonces, me parece, ninguna idea tiene validez alguna.
Algunas ideas son mejores que otras. El mecanismo para
distinguirlas es una herramienta esencial para tratar con el
mundo y especialmente para tratar con el futuro. Y es preci-
samente la mezcla de estas dos maneras de pensar el motivo
central del éxito de la ciencia.
Los científicos realmente buenos practican ambas. Por su
cuenta, cuando hablan consigo mismos, amontonan grandes
cantidades de nuevas ideas y las critican implacablemente.
La mayoría de ellas nunca llega al mundo exterior. Sólo las
ideas que pasan por rigurosos filtros salen y son criticadas
por el resto de la comunidad científica. A veces ocurre que
las ideas que son aceptadas por todo el mundo resultan ser
erróneas, o al menos parcialmente erróneas, o al menos son
reemplazadas por ideas de mayor generalidad. Y, aunque,
por supuesto, existen algunas pérdidas personales (vínculos
emocionales con la idea de que tú mismo has jugado un pa-
pel inventivo), no obstante la ética colectiva es que, cada vez
que una idea así es derribada y reemplazada por algo me-
jor, la misión de la ciencia ha salido beneficiada. En ciencia,
ocurre a menudo que los científicos dicen: “¿Sabes?, ése es
un gran argumento; yo estaba equivocado.” Y luego cambian
su mentalidad y jamás se vuelve a escuchar de sus bocas esa
vieja opinión. Realmente hacen eso. No ocurre tan a menudo
como debiera, porque los científicos son humanos y el cam-
bio es a veces doloroso. Pero ocurre a diario. No soy capaz
de recordar la última vez que pasó algo así en la política
o en la religión. Es muy raro que un senador, por ejemplo,
responda: “Ése es un buen argumento. Voy a cambiar mi afi-
liación política.”
Me gustaría decir unas cuantas cosas sobre las estimulan-
tes sesiones sobre la búsqueda de inteligencia extraterrestre
(SETI
2
) y sobre el lenguaje animal en nuestra conferencia
del CSICOP. En la historia de la ciencia existe un instructivo
desfile de importantes batallas intelectuales que tratan todas
ellas sobre la centralidad del ser humano. Podríamos llamar-
las batallas sobre la presunción anti-copernicana.
¿Cuál es nuestra posición en el Universo?
He aquí algunas de las cuestiones:
Somos el centro del Universo. Todos los planetas y las
estrellas y el Sol y la Luna giran alrededor nuestro. (Chico,
debemos ser realmente especiales.)
Ésa era la creencia impuesta (Aristarco aparte) hasta la
época de Copérnico. Le gustaba a mucha gente porque les
daba una posición central personalmente injustificada en el
Universo. El mero hecho de estar en la Tierra te hacía pri-
vilegiado. Eso te hacía sentir bien. Luego llegó la prueba
de que la Tierra era sólo un planeta y de que esos puntos
brillantes en movimiento eran también planetas. Decepcio-
nante. Incluso deprimente. Mejor cuando éramos centrales
y únicos.
Pero al menos nuestro Sol está en el centro del Universo.
No, esas otras estrellas también son soles, y lo que es más,
nos encontramos en las afueras de la galaxia. No estamos
nada cerca del centro de la galaxia. Muy deprimente.
Bueno, al menos la Vía Láctea está en el centro del Uni-
verso.
Luego un poco más de progreso científico. Descubrimos
que no existe eso del centro del Universo. Lo que es más,
hay cien mil millones de galaxias más. Ésta no tiene nada de
especial. Completamente deprimente.
Bueno, al menos nosotros, los humanos, somos el piná-
culo de la creación. Estamos
aparte. Todas esas criaturas, las
plantas y los animales, son inferiores. Nosotros somos supe-
riores, no tenemos conexión con ellos. Todo ser viviente ha
sido creado separadamente.
Luego viene Darwin. Descubrimos una continuidad evo-
lutiva. Estamos relacionados estrechamente con las otras
bestias y vegetales. Es más, nuestros parientes biológicos
más cercanos son los chimpancés. Ésos son nuestros parien-
tes más cercanos (¿esos bichos?) Es una vergüenza. ¿Has
ido alguna vez al zoo y los has visto? ¿Sabes lo que hacen?
Imagina lo embarazosa que era esta verdad en la Inglaterra
victoriana, cuando Darwin tuvo esta idea.
Hay otros ejemplos importantes (sistemas de referencia
privilegiados en física y la mente inconsciente en psicología)
que pasaré por alto.
Mantengo que en la tradición de este largo conjunto de
debates (cada uno de los cuales ha sido ganado por los co-
pernicanos, por los tipos que dicen que no hay nada especial
Si sólo eres escéptico, entonces
no te llegan ideas nuevas.
Nunca aprendes nada nuevo.
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54
en nosotros), hubo una nota callada profundamente emocio-
nal en los debates de las dos sesiones del CSICOP que he
mencionado. La búsqueda de inteligencia extraterrestre y el
análisis de un posible lenguaje animal hieren a uno de los
sistemas de creencia precopernicanos que quedan:
Al menos somos las criaturas más inteligentes de todo el
Universo.
Si no existen más chicos listos en ninguna parte, aunque
estemos relacionados con los chimpancés, aunque estemos
en las afueras de un universo vasto y tremendo, al menos
todavía nos queda algo especial. Pero, en el momento que
encontremos inteligencia extraterrestre, se perderá el último
pedazo de presunción. Creo que parte de la resistencia a la
idea de la inteligencia extraterrestre es debida a la presun-
ción anticopernicana. Asimismo, sin tomar ninguna postura
en el debate de si hay otros animales (los primates superio-
res, especialmente los grandes monos) inteligentes o con un
lenguaje, se trata claramente, desde un punto de vista emo-
cional, de la misma cuestión. Si definimos a los humanos
como criaturas que tienen lenguaje y nadie más tiene len-
guaje, al menos somos únicos en ese aspecto. Pero si resulta
que todos esos sucios, repugnantes y graciosos chimpancés
pueden, con el Ameslan
3
o de cualquier otra manera, comu-
nicar ideas, entonces ¿qué nos queda de especial a nosotros?
En los debates científicos existen, a menudo inconsciente-
mente, predisposiciones emocionales que impulsan estas
cuestiones. Es importante darse cuenta de que los debates
científicos, al igual que los debates seudocientíficos,
pueden
llenarse de emociones por todas estas razones.
¿Estamos solos en el universo?
Ahora echemos un vistazo más de cerca a la búsqueda de
inteligencia extraterrestre por radio. ¿En qué se diferencia de
la pseudociencia? Dejadme contar un par de casos reales. A
principios de los sesenta, los soviéticos ofrecieron una rueda
de prensa en Moscú en la que anunciaron que una fuente
distante de radio, llamada CTA-102, estaba variando si-
nusoidalmente, como una onda seno, con un periodo de unos
100 días. ¿Por qué convocaron una rueda de prensa para
anunciar que una fuente distante de radio estaba variando?
Porque pensaban que era una civilización extraterrestre de
inmenso poder. Eso se merece convocar una rueda de prensa.
Esto es incluso anterior a la existencia de la palabra cuásar.
Hoy sabemos que CTA-102 es un cuásar. No sabemos muy
bien lo que es un cuásar: y existe más de una explicación
para ellos mutuamente excluyente
en la literatura científi-
ca. No obstante, pocos consideran seriamente que un cuásar,
como CTA-102, sea una civilización galáctica extraterrestre,
porque hay un número de explicaciones alternativas de sus
propiedades que son más o menos consistentes con las leyes
físicas que conocemos sin evocar a la vida alienígena. La
hipótesis extraterrestre es una hipótesis de último recurso.
Solo si falla todo lo demás se acude a ella.
Segundo ejemplo: en 1967, científicos británicos encon-
traron una fuente de radio cercana que fluctuaba en un pe-
riodo de tiempo mucho más corto, con un periodo constante
de hasta diez cifras significativas. ¿Qué era? Su primer pen-
samiento fue que era algo como un mensaje que se nos es-
taba enviando, o un faro de navegación interestelar para las
naves espaciales que volaban entre las estrellas. Incluso le
dieron, entre los de la Universidad de Cambridge, el perver-
tido nombre de LGM-1 (Little Green Men, u Hombrecillos
Verdes). Sin embargo (eran más listos que los soviéticos), no
convocaron una rueda de prensa, y pronto se hizo claro que
lo que tenían era lo que ahora se llama un púlsar. De hecho
fue el primer púlsar, el púlsar de la Nebulosa Cangrejo. Bue-
no, ¿qué es un púlsar? Un púlsar es una estrella comprimida
hasta el tamaño de una ciudad, soportada como no lo está
ninguna otra estrella, no por presión gaseosa, no por exclu-
sión electrónica, sino por las fuerzas nucleares. Es, en cierto
sentido, un núcleo atómico del tamaño de Pasadena. Sosten-
go que esa es una idea al menos tan rara como la del faro de
navegación interestelar. La respuesta a lo que es un púlsar
tiene que ser algo muy extraño. No es una civilización extra-
terrestre, es otra cosa: pero otra cosa que abre nuestros ojos
y mentes e indica posibilidades en la naturaleza que nunca
habríamos adivinado.
Luego está la cuestión de los falsos positivos. Frank Drake
en su original experimento Ozma, Paul Horowitz en el pro-
grama META (Megachannel Extraterrestrial Assay) patroci-
nado por la Sociedad Planetaria, el grupo de la Universidad
de Ohio y muchos otros grupos han recibido señales que han
hecho palpitar sus corazones. Pensaron
por un momento que
habían
captado una señal genuina. En algunos casos no te-
nemos la menor idea de lo que fue; las señales no se han
repetido. La noche siguiente apuntas el mismo telescopio al
mismo punto en el cielo con la misma modulación y la mis-
ma frecuencia, y lo pasa-bandas
4
todo de la misma manera,
y no oyes nada. No publicas esos datos. Puede ser un mal
funcionamiento del sistema de detección. Puede ser un avión
militar AWACS revoloteando y emitiendo en canales de fre-
cuencia supuestamente reservados para la radioastronomía.
Puede ser un aparato de diatermia en la misma calle. Hay
muchas posibilidades. No se declara inmediatamente que
has descubierto inteligencia extraterrestre sólo porque has
encontrado una señal anómala.
Y si se repitiese, ¿lo anunciarías? No. Puede ser una bro-
ma. Puede ser algo que le pasa a tu sistema y que no eres
capaz de descifrar. En cambio, llamarías a los científicos de
un montón de radiotelescopios y les dirías que en ese punto
particular del cielo, a esa frecuencia, modulación, y banda
y todo eso, pareces captar algo curioso. ¿Por favor, podrían
mirar si captan algo parecido? Y sólo si obtienen la misma
información varios observadores independientes del mismo
punto del cielo piensas que tienes algo. Aún
entonces sigues
sin saber que ese algo es inteligencia extraterrestre, pero al
menos has podido determinar que no es algo de la Tierra. (Y
también que no es algo en órbita terrestre; está más lejos que
eso.) Este es el primer plan de acción que se requiere para
asegurarse de que realmente tienes una señal de una civiliza-
ción extraterrestre.
Creo que parte de lo que
impulsa a la ciencia es la sed
de maravilla. Es una emoción
muy poderosa.
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55
Fíjate que hay una cierta disciplina implicada. El escep-
ticismo impone una carga. No puedes salir y gritar que hay
pequeños hombrecillos verdes, porque vas a parecer muy
tonto, como les pasó a los soviéticos con el CTA-102, que
resultó ser algo muy distinto. Es necesaria una cautela espe-
cial cuanto las implicaciones son de tanta importancia como
aquí. No estamos obligados a decidirnos por algo en cuanto
tenemos unos datos. No pasa nada por no estar seguros.
Me suelen preguntar: “¿Crees que existe inteligencia ex-
traterrestre?” Y yo respondo con los argumentos habituales.
Hay un montón de lugares allá afuera, miles de millones.
Luego digo que me sorprendería mucho que no existiese in-
teligencia extraterrestre, pero que por supuesto no tenemos
pruebas concluyentes de ello. Y luego me preguntan: “Vale,
pero ¿qué es lo que crees realmente?” Y respondo: “Ya te
he dicho lo que creo.” “Sí, pero ¿qué te dicen tus entrañas?”
Pero yo no intento pensar con mis entrañas. En serio, es me-
jor reservarse la opinión hasta que tengamos pruebas.
Después de que se publicase mi artículo “El Arte de la
Detección de Camelos” en Parade (1 de febrero de 1987)
5
,
recibió, como se puede
imaginar, un montón de cartas. Pa-
rade es leído por 65 millones de personas. En el artículo di
una larga lista de cosas que eran presuntos o demostrados
camelos (treinta o cuarenta). Los defensores de todas esas
cosas resultaron uniformemente ofendidos, por lo que recibí
montones de cartas. También ofrecí un conjunto de instruc-
ciones muy elementales acerca de cómo tratar a los camelos
(los argumentos de una autoridad no valen, todos los pasos
de una cadena de evidencias tienen que ser válidos, etcé-
tera). Mucha gente contestó diciendo: “Tiene usted toda la
razón en las generalidades; desafortunadamente, eso no es
aplicable a mi doctrina particular.” Por ejemplo, uno de ellos
decía que la idea de que existe inteligencia extraterrestre
fuera de la Tierra es un ejemplo de excelente camelo. Con-
cluía: “Estoy tan seguro de esto como de cualquier otra cosa
en mi experiencia. No hay vida consciente en otro lugar del
Universo. El Hombre vuelve así a su legítima posición en el
centro del Universo.”
Otro remitente también estaba de acuerdo con todas mis
generalidades, pero decía que, como escéptico empedernido,
yo había cerrado mi mente a la verdad. Más notablemente,
he ignorado la evidencia de que la Tierra tiene seis mil años
de antigüedad. Bueno, no la he ignorado; he considerado
la supuesta evidencia y luego la he rechazado. Existe una
diferencia, y ésta es una diferencia, podríamos decir, entre
prejuicio y postjuicio. Prejuicio es hacer un juicio antes de
considerar los hechos. Postjuicio es hacer un juicio después
de considerarlos. El prejuicio es terrible, en el sentido de
que se cometen injusticias y graves errores. El postjuicio no
es terrible. Por supuesto, no puedes ser perfecto; también
puedes cometer errores. Pero es permisible hacer un juicio
después de haber examinado la evidencia. En algunos círcu-
los incluso se fomenta.
Creo que parte de lo que impulsa a la ciencia es la sed de
maravilla. Es una emoción muy poderosa. Todos los niños
la sienten. En una clase de parvulario, todos la sienten; en
una clase de bachillerato casi nadie la siente, o siquiera la
reconoce. Algo pasa entre el parvulario y el bachillerato, y
no es solo la pubertad. No solo los colegios y los medios no
enseñan mucho escepticismo, tampoco se fomenta mucho
este emocionante sentido de lo maravilloso. Ambas, ciencia
y pseudociencia,
despiertan ese sentimiento. Una defectuosa
divulgación de la ciencia establece un nicho ecológico para
la pseudociencia.
Si la ciencia se explicase a la gente de a pie de una mane-
ra accesible y excitante, no habría sitio para la seudociencia.
Pero existe una especie de Ley de Gresham por la que, en la
cultura popular, la mala ciencia expulsa a la buena. Y por esto
pienso que tenemos que culpar, primero, la comunidad cien-
tífica por no hacer un mejor trabajo divulgando la ciencia, y
segundo, a los medios, que a este respecto son casi por com-
pleto inútiles. Todo periódico americano tiene una columna
diaria de astrología. ¿Cuántos tienen siquiera una columna se-
manal de astronomía? Y también pienso que es culpa del sis-
tema educativo. No enseñamos a pensar. Esto es un error muy
serio que podría incluso, en un mundo infestado con 60.000
armas nucleares, comprometer el futuro de la humanidad.
Sostengo que hay mucha más maravilla en la ciencia que
en la pseudociencia. Y además, en la medida que esto tenga
algún significado, la ciencia tiene como virtud adicional (y no
es una despreciable) su veracidad.
Copyright 1987 por Carl Sagan.
Notas:
1.
N. de la R: CSICOP: Committee for the Scientific Investigation of
Claims of the Paranormal. Actualmente CSI: Committee for Skeptical
Inquiry
2.
N. de la R.: Search for ExtraTerrestrial Intelligence
3.
N. de la R.: Lenguaje para sordos usado en EEUU
4.
N. de la R.: Tratar la señal con un filto que elimina ciertas
frecuencias, así como ruídos
5.
N. de la R.: En su libro “El mundo y sus demonios” incide sobre el
mismo tema.
(Foto: juanosborne.com)