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el esc

é

ptico

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nos aquello que todos aceptan, nos ayuda a ver las cosas de 

otra manera, nos empuja a superar nuestros prejuicios. 

He escrito este libro desde el pensamiento crítico, desde 

la convicción de que el mundo sería un lugar mejor sin el 

nacionalismo. Este ensayo, al igual que el resto de títulos de 

esta colección, no deja de ser un episodio más de la lucha de 

la Ilustración contra el Romanticismo, de la razón contra la 

pasión ciega, contra esas pulsiones primarias que todos tene-

mos en nuestro interior y que deben ser combatidas. 

Otro de los puntos en los que coincido con el movimiento 

escéptico es en mi rechazo del partidismo. El escepticismo 

es un posicionamiento filosófico, una actitud intelectual. No 

he escrito El nacionalismo ¡vaya timo! para favorecer unos 

determinados intereses partidistas. No soy, ni he sido, ni as-

piro a ser miembro de ningún partido político, sindicato o de 

cualquier otra organización similar. 

Este  ensayo  no  busca  contribuir  al  irresoluble  conflicto 

nacionalista, sino que persigue la superación de esa lucha 

combatiendo la ideología que la provoca. Es imposible que 

los diferentes nacionalismos españoles lleguen a ningún tipo 

de acuerdo porque se disputan el mismo territorio. La única 

posibilidad  de  superar  toda  esa  conflictividad  es  dándonos 

cuenta de la falsedad de la ideología que alimenta ese enfren-

tamiento. 

El nacionalismo es irracional porque es una religión po-

lítica. Sus seguidores creen en la existencia de una nación 

que muchas veces nada tiene que ver con la realidad, siempre 

mucho más rica y plural que su visión deformada del mundo. 

Esta ideología está sostenida en ideas dogmáticas que fomen-

tan la división y el enfrentamiento. Y puede incluso llevar a 

creer a algunos que vale la pena morir y matar por su nación. 

Pienso que lo más importante no son las naciones ni los 

Estados. Éstos no dejan de ser creaciones humanas, entidades 

que hemos inventado y que sirven para administrar nuestra 

existencia colectiva. Lo más importante son las personas. La 

nación, convertida por los nacionalistas en una entidad tras-

cendente, se convierte en un instrumento de enfrentamien-

to, de confrontación. Esta ideología se basa en la dicotomía 

nosotros-ellos,  donde  “nosotros”  son  los  miembros  de  mi 

nación y los “otros” son aquellos que pertenecen a otras na-

ciones. Esta división es la causante de innumerables guerras 

y de la muerte inútil de millones de seres humanos a lo largo 

de la historia. 

Creo coincidir totalmente con el espíritu del movimiento 

escéptico si afirmo que sólo somos una especie animal que ha 

cobrado conciencia y que ha alcanzado un grado de desarro-

llo nunca antes visto en nuestro planeta. Todas las divisiones 

que podamos establecer entre nosotros, en naciones, razas o 

religiones, en el fondo carecen de sentido, porque es mucho 

más aquello que nos une que aquello que nos separa. 

Desterremos al enorme baúl de los errores humanos to-

das las ideologías de la división. No hagamos de la identidad 

personal una excusa para el enfrentamiento. No importa que 

hablemos castellano, catalán, gallego, euskera o cualquier 

otro idioma. La lengua es básicamente un instrumento de co-

municación, una forma de unir a las personas. No dejemos 

que el nacionalismo lingüístico nos separe.

Me  gustaría  concluir  citando  nuevamente  una  frase  del 

editorial del primer número de la revista El escéptico: “Sólo 

el  pensamiento  crítico  hace  ciudadanos  realmente  libres”. 

Todo debe someterse al tribunal de la razón, incluso ideo-

logías como el nacionalismo, porque ese es el único camino 

para lograr la libertad. 

Texto leído en una mesa redonda organizada con motivo de la 

asamblea de la ARP-SAPC celebrada en Barcelona el 24-03-2012.