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Como veíamos en la revista anterior, hay 

conspiraciones de todos los colores y para todos 

los gustos: chemtrails, vacunas, transgénicos, 

llegada a la Luna, cambio climático, energías 

limpias, holocausto, SIDA...  sin embargo, entre 

todas ellas hay una que llama especialmente 

la atención, y es precisamente a la que dedica 

su número de agosto 2011 la revista Skeptical 

Inquirer: La conspiración de los atentados del 

11-S en los EEUU. 

Una década después

Esta teoría conspirativa nació apenas una semana tras el 

fatídico día 11, y sigue plenamente vigente, con afirmacio-

nes y sospechas que se han ido perfeccionando y sofistican-

do con el paso del tiempo. No vamos a dedicar esta sección 

a recordar los argumentos utilizados por el “Movimiento por 

la verdad del 11-S” (9/11 Truth Movement) para justificar 

su  existencia,  ni  mucho  menos  a  desmontarlos,  ya  que  el 

artículo en cuestión de la revista americana ya se encarga 

de ello en profundidad

1

. Simplemente he tomado esta teoría, 

que continúa plena de vigor a pesar del tiempo transcurrido 

desde los atentados, como referente para seguir ahondando 

en este fascinante tema. 

En la revista anterior repasamos algunos de los posibles 

motivos que subyacen a la creación y difusión de este tipo 

de teorías que básicamente se centraban en satisfacer el ego 

personal. 

Esta vez, sin embargo, vamos a intentar mostrar otro mo-

tivo mucho más trascendente y, desde mi punto de vista, pe-

ligroso.

Marketing y responsabilidad

Hace unos años realicé un master de Marketing en una 

prestigiosa escuela de negocios de Barcelona, y aprendí prin-

cipalmente dos cosas: la primera es que el marketing no es 

más que la aplicación del sentido común en su vertiente más 

esencial, pero barnizándolo con nombres rimbombantes. La 

segunda es un aspecto crucial del marketing y que general-

mente se malinterpreta: las necesidades no se crean, están 

latentes en el individuo. Cuando alguien adquiere un produc-

to aparentemente inservible, no es que le hayan creado esa 

necesidad, sino que está cubriendo alguna que poco o nada 

tiene que ver con la utilidad práctica del aparato en cuestión. 

La necesidad satisfecha puede estar relacionada con la nece-

sidad de superación social, de autoestima, de competencia 

personal, etc. En realidad, el marketing consiste en satisfacer 

este tipo de necesidades, con productos de cualquier índole 

(no hay más que ver cualquier anuncio para darse cuenta de 

qué es en realidad lo que nos están ofreciendo a cambio de 

nuestro dinero).

Volviendo al tema de la presente sección, y relacionado 

con lo anteriormente expuesto, podemos identificar un ín-

timo problema humano que todos necesitamos resolver y 

satisfacer de una manera u otra, esto es, cómo afrontar nues-

tra responsabilidad individual cuando tomamos decisiones 

implicantes.

Tomar decisiones abruma: por una parte, obliga a pensar 

en las opciones posibles, evaluarlas, y decantarse por alguna 

de ellas. Implica un esfuerzo que no todos están dispuestos 

a asumir. Por otra parte, implica también responsabilizarse 

de las consecuencias que pueden conllevar. Si nosotros no 

tomamos las decisiones, los posibles errores y consecuen-

cias serán efectivamente atribuidos a otros, o al destino, o 

a la suerte o a cualquier otro factor o entidad, y nosotros no 

tendremos que cargar con la responsabilidad de haber toma-

do la decisión equivocada, y tampoco habremos invertido 

esfuerzo en tomarlas. Seguir las decisiones de otros permite 

beneficiarse de las correctas, y cargar a esos otros la culpa de 

las incorrectas. Genial ¿no?

Así tratado, creo que resulta fácil identificar que temas 

tan aparentemente dispares como conspiraciones, religiones, 

extraterrestres, supersticiones... tienen mucho que ver entre 

sí, ya que todos son diferentes aspectos del mismo problema 

humano.   

Sobre conspiraciones

y conspiranoicos

II

Sergio López Borgoñoz

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El factor común de todas estas entelequias es que nuestro 

destino no nos pertenece. Está escrito o en manos de vete-

a-saber-quién y, por tanto, poco o nada podemos hacer para 

variarlo.

¿Qué más da que sea un dios omnipotente y omnisciente 

(o varios, en función de cada religión) ... o un grupo de mag-

nates que manejan en la sombra los hilos de la sociedad... 

o unos extraterrestres que controlan la evolución del Homo 

sapiens sin que nos apercibamos de ello, o fuerzas ocultas y 

misteriosas que rigen nuestro destino?

La disonancia cognitiva

En la toma de decisiones, (la renuncia a tomar decisiones 

es también una decisión que supone un coste en sí misma) es 

también muy importante el efecto de la disonancia cognitiva. 

Cuando hay un esfuerzo o se produce un coste, lo consistente 

es que a este costo o penalidad le siga una recompensa apre-

ciable. Toda persona busca el éxito, que no es otra cosa que 

la recompensa ante el esfuerzo. Por el contrario, el fracaso 

es disonante; ocurre cuando al esfuerzo o costo no le sigue 

la recompensa. En estos casos, el individuo puede reducir la 

consiguiente disonancia buscando otra posible recompensa 

futura: sólo se aprende del error, esto servirá para evitar fu-

turos errores... Otras veces, cuando se ha elegido una alter-

nativa que no ha resultado lo satisfactoria que se pensaba, se 

pueden encontrar ventajas que antes no se habían detectado. 

Por eso, después de una compra importante, el comprador 

suele  valorar  mejor  el  producto  adquirido  que  antes  de  la 

compra. 

La motivación para la reducción de la disonancia se debe 

a la tensión psicológica que un individuo tiene que soportar 

cuando su sistema cognitivo presenta una gran disonancia o 

incoherencia interna. Por ejemplo, una persona con valores y 

creencias morales inculcadas desde su infancia puede verse 

involucrado en acciones que él mismo rechazaría (guerras, 

muertes, torturas...), por lo que se ve motivado a introducir 

valores superiores que justificarían su actitud: la defensa de 

la Patria, el evitar males mayores, etc. 

Muy pocas personas son realmente inmunes a este tipo de 

argumentos. ¿Quién no se ha justificado a sí mismo alguna 

vez por no haber dado una limosna al mendigo, o por no ha-

ber contribuido en alguna cuestación humanitaria para algún 

país africano, alegando que el destino de nuestra aportación 

sería distinto y sería gastado en vicios, o contribuiría a enri-

quecer a algún dirigente del tercer mundo? 

En el caso de conspiranoicos o creyentes en general, el 

mecanismo que permite reducir la disonancia cognitiva por 

la renuncia a plantearse una cosmogonía coherente es que-

jarse y denunciar la existencia de conspiraciones (o tropas 

alienígenas, qué más da), o apelar a la inescrutabilidad de 

los designios de un ente divino que vela por nosotros y sabe 

lo que nos conviene. 

Las consecuencias

Sin embargo, las teorías conspiranoicas (por centrarnos 

en el objeto de la sección) no son inocentes. No son un sim-

ple juego divertido para creerse más listo que los demás. La 

difusión de este tipo de teorías puede conllevar consecuen-

cias sociales importantes, como pueden ser:

-Desconfianza  en  las  instituciones  públicas.  Si  creemos 

que nuestro gobierno (y no sólo el nuestro, sino todos) no es 

más que un pelele a las órdenes de  no-se-sabe-exactamente-

quién,  que  o  bien  actúa  engañado  o,  aún  peor,  colabora  y 

es cómplice de los engaños... ¿Qué se podrá esperar de un 

estado de derecho que evidentemente estará diseñado para 

favorecer  a  unos  pocos  y  perjudicar  a  la  gran  mayoría  de 

ciudadanos? ¿Por qué tendríamos que respetarlo y educar a 

nuestros menores en este marco?

-Desconfianza en la ciencia. Si llegamos a asumir que las 

farmacéuticas criminales nos están causando las enfermeda-

des para luego poder vendernos los medicamentos, y además 

están engañándonos con respecto a enfermedades como el 

SIDA, e insisten en que nos vacunemos a pesar de los gran-

des riesgos que conlleva con tal de poder enriquecerse con 

las vacunas... ¿Por qué deberíamos acogernos a las campañas 

de vacunación (con el riesgo que supone para los niños ya 

vacunados que exista un número elevado de niños no vacu-

nados)? ¿Por qué los estados deben aceptar tratamientos re-

trovirales para SIDA (el departamento de salud de Sudáfrica 

rechazó este tratamiento por no aceptar criterios científicos)? 

¿Por qué aceptar alimentos genéticamente manipulados (el 

gobierno de Zambia, inmerso en una hambruna, rechazó una 

partida de estos alimentos remitida por los EEUU)?   

-Desconfianza en la lógica. Cuando percibes que la lógica 

deja de ser una herramienta útil para conocer el entorno, ya 

que todo está distorsionado y manipulado para engañarnos, 

mucha gente podría renunciar (de hecho lo hace) a razonar 

críticamente.

-Desconfianza en el ser humano. ¿De qué sirve actuar para 

cambiar las cosas, cuando no podemos hacer nada, hagamos 

lo que hagamos? Si el futuro está escrito, o manipulado, sólo 

podemos resignarnos.

1- Y, cómo no, el artículo que ilustra la portada del nº 35 de El Escéptico.