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ptico
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primavera-verano 2013
No hablar de religión
Para evitar conflictos mi mujer y yo nos propusimos que
nunca hablaríamos ni de religión ni de política. Y, salvo
unas pocas excepciones, lo cumplimos. Pero las excepcio-
nes merecen unas palabras de reflexión.
En más de tres meses de convivencia, quieras o no, vas
conociendo un poco de las personas que van contigo. Al
embarcar pensé que para tener más de tres meses de va-
caciones lo normal es estar jubilado y para poder pagar un
viaje así se necesita un poco de dinero. Así que me esperaba
que los pasajeros fueran gente mayor y acomodados. Me
esperaba incluso que hubiera más gente de derechas que
de izquierdas, pero lo que no me esperaba es que una gran
mayoría se definiera –sin preguntárselo– como votante del
PP y con carnet y que el mayor insulto para ellos fuera «es
sindicalista». Sí, había una persona a la que acusaban de
sindicalista. Una acusación sorprendente. ¿Qué hubieran
pensado de mí si supieran que yo también fui sindicalista?
Esperaba menos gente de izquierdas que de derechas, pero
no me esperaba que los votantes del PP fueran mayoría
abrumadora.
Conocimos a un matrimonio que había dado muchas
vueltas al mundo «pues son adictivas». Tenían una agencia
de viajes y eran relativamente cultos. Me explico: la falta
de cultura de la gran mayoría de los pasajeros era un gri-
to ensordecedor. Por poner un ejemplo, había muy pocas
personas con título universitario, cuando digo pocas quiero
decir menos del 4%. Hablando con dos de ellas, por la no-
che, cuando la posibilidad de ser asaltados por piratas hizo
que el barco apagara sus luces, vimos varias estrellas fu-
gaces. Les expliqué que eran micro-meteoritos. Entonces,
la mujer, me dijo: «¿Así que las estrellas fugaces no son
estrellas?». Jamás hubiera pensado que una persona con un
título superior pudiera hacer una pregunta así.
Volvamos a la pareja de adictos a la vuelta al mundo.
Acabábamos de ver monos disecados en un museo de We-
llington, Nueva Zelanda. Como hacía mucho calor, por
hablar de algo, les comenté que el sistema de riego san-
guíneo de los chimpancés y el nuestro son muy diferentes.
El nuestro tiene que refrigerar un enorme cerebro y el del
chimpancé no. Por ello nosotros podemos estar varias horas
en la playa al sol, pero eso mataría al chimpancé. Entonces,
el hombre dijo algo así como: el cuerpo humano es mara-
villoso, ¿cómo es posible que haya personas que al ver la
perfección del cuerpo humano no crean en Dios? Aquello
me cayó como un jarro de agua fría. Primero: no estábamos
hablando de religión sino de chimpancés. Segundo, ¿toda-
vía hoy hay personas cultas que no tienen ni puñetera idea
de cómo funciona la evolución?
No quise contestar y para evitar la respuesta dije que me
esperaba mi mujer. Él no era tonto así que me dijo: «Ya, ya
sé que no hay que hablar de religión». Y me fui.
Hablando de evolución, tenía mis serias dudas de cómo
la presentarían los países islámicos. Una sorpresa agrada-
ble fue ver que, en el museo nacional de Kuala Lumpur,
hablaban de evolución humana de un modo totalmente
correcto. Allí en las vitrinas estaban expuestas las copias
de los cráneos más famosos: el niño de Taung, varios Aus-
tralopithecus, Homo habilis, … nuestro propio cráneo y el
de un chimpancé. Todos juntos para ver las similitudes y
diferencias. Fue una sorpresa agradable.