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ptico

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otoño-invierno 2013

‘tradujo’ estos papiros, y escribió así el Libro de Abraham

Este libro es particularmente racista, pues degrada a la 

gente de piel oscura, repitiendo el tema de la maldición a 

Cam en la Biblia. Pues bien, en el siglo XX, estos papiros 

originalmente en posesión de Smith aparecieron, y fueron 

traducidos por egiptólogos profesionales. La traducción de 

estos especialistas no era ni remotamente cercana al Libro 

de Abraham.

En 1835, Smith compró unos papiros egipcios, que ‘tra-

dujo’ como el Libro de Abraham. Un libro particularmente 

racista que degrada a la gente de piel oscura, repitiendo el 

tema de la maldición a Cam en la Biblia.

Si Smith hubiese sido más cuidadoso en su estafa, no se 

habría lanzado a ‘traducir’ un texto para el cual se corría 

el riesgo de que algún egiptólogo profesional ofreciese 

una traducción muy distinta. Quizás, Smith sí creía genui-

namente en su habilidad para traducir textos egipcios an-

tiguos. Pero, en aquella época, la egiptología aún estaba 

en una fase embrionaria, y es plausible pensar que Smith 

sabía que su ‘traducción’ era fraudulenta, pero no veía gran 

riesgo en ella, pues pensaba que sencillamente nadie sabía 

cómo traducir jeroglíficos.

Con todo, hubo otro episodio que sí permite pensar que 

llegó un punto en el cual Smith perdió parcialmente con-

tacto con la realidad, y creyó sus propias mentiras. Duran-

te la estadía de Smith en Illinois, en 1843, se encontraron 

enterradas en la localidad de Kinderhook, unas planchas 

metálicas con unos caracteres extraños. Se las llevaron a 

Smith, y éste, nuevamente, procedió a ‘traducirlas’ usan-

do su piedra visionaria. Muchos años después, en 1879, un 

hombre llamado Wilbur Fugate alegó que todo aquello ha-

bía sido un truco, y él mismo había fabricado y enterrado 

esas planchas, para poner a prueba la fiabilidad de Smith.

Este episodio hace pensar que Smith empezaba a creer en 

sus propias dotes visionarias. Pues, contrario a la historia 

de las planchas doradas, estas planchas no fueron enterra-

das por él mismo. Un estafador se hubiese percatado de que 

alguien trataba de someterlo a prueba, y habría renunciado 

a intentar traducirlas. Pero, con todo, Smith se lanzó a tra-

ducirlas. Esto abre el compás de sospecha de que Smith 

finalmente sí creía sus propias mentiras.

La historia de Smith es fascinante porque, a diferencia 

de Jesús, Pablo o Mahoma, ocurrió apenas hace ciento cin-

cuenta años. La distancia entre los profetas y adivinos de 

la antigüedad y nosotros es demasiado amplia como para 

saber qué realmente ocurría. Pero, la historia de Smith está 

ampliamente documentada. Y, su análisis nos ilustra bien 

sobre cómo operan las mentes de los profetas. La histo-

ria de las planchas doradas resulta absurda a mucha gente. 

Pero, precisamente, su carácter absurdo debería colocarnos 

en alerta, y obligarnos a considerar si los mismos meca-

nismos de los cuales se valió Smith, han sido también em-

pleados por otros profetas. La historia de Smith presta un 

servicio al historiador de las religiones, pues ilustra cómo 

puede surgir una religión. Pues bien, la misma suspicacia 

e incredulidad que aplicamos al origen del mormonismo, 

deberíamos también aplicarla al origen de todas las otras 

religiones que se han fundado sobre las experiencias de 

personajes que alegan recibir revelaciones divinas.