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primavera 2014
la ética de amor universal -que se le atribuye en los evan-
gelios sinópticos teológicamente orientados- por medio de
la distinción documental de dos tipos de enemigos referi-
dos: el privado (inimicus) merecedor de perdón y el público
(hostis) una «raza de víboras» e «hipócritas», compuesto
por romanos, herodianos, saduceos, algunos miembros del
estamento clerical, apóstatas, ricos y poderosos, etc., todos
ellos enemigos del pueblo fiel de Israel y de su Dios.
El segundo texto, “Dios no existe y él lo sabe” (2011,
publicado por vez primera en rev. Anthropos, nº 231), cul-
mina toda una reflexión de más de una década sobre la gé-
nesis de la religiosidad redirigiendo la baldía cuestión del
Dios monoteísta hacia la cuestión de las almas y espíritus
en el contexto general del qué, el cómo y el por qué de
las religiones. Éstas, en tanto tramas fenomenológicas que
articulan la religiosidad, encuentran en el animismo la con-
ditio sine qua non del mito religioso y hallan en la reciente
investigación neurofilosófica las claves de su ilegitimidad
ontológica y epistemológica. Esta trama justifica la ironía
del título, pues «el artificio por el que ha funcionado el timo
de la religión ha sido, al fin, desvelado». En este sentido,
concluye Puente Ojea, el gran apoyo metafísico occidental
lo encuentra el cristianismo más que en Platón, en Aristóte-
les que es quien fragua la gran trampa ontológica gestiona-
da por el conjunto de las religiones de Libro. Frente a ello,
el autor finaliza contraponiendo dos principios axiomáticos
que debieran regir la ontología y la epistemología.
Con la crítica a la metafísica aristotélica recogida en
“Dios no existe y él lo sabe” se da pie, en el cuarto y último
núcleo temático en que hemos dividido la obra, para recu-
perar tres momentos de la disputa más dilatada en el tiem-
po en la historia intelectual española reciente –iniciada en
1995- que el autor mantuvo con Gustavo Bueno y los de-
votos seguidores de su Materialismo Filosófico. Se trata de
tres textos centrales en el debate -vieron la luz entre 2002
y 2003- que no obstante, no resolvieron la crítica mutua de
idealismo. Su inclusión en esta obra muestra con claridad
el grado de aflicción que dicha crítica provoca en el autor.
Tan solo resta destacar, con la emoción propia de quienes
seguimos su pensamiento con el respeto y la admiración
propia del reconocimiento al clásico y al maestro, que si
esta obra está realmente escrita “desde la última vuelta del
camino” – como apunta de forma entrañable al inicio Puen-
te Ojea-, dicha vuelta no deja de ser un punto de inflexión y
un elemento catalizador: un puente lleno de gratitud para el
hombre que desde los tiempos de oscuridad moral e indi-
gencia intelectual supo levantar la mirada y el vuelo y para
la densa obra que reta constantemente a conjugar prestan-
cia, valentía y brillantez en la ardua tarea de contribuir a la
búsqueda de la verdad en la libertad de la conciencia y en el
hallazgo de una «voluntad estatal que cree las condiciones
institucionales y objetivas para restaurar las condiciones
reales de una sociedad secular y pluralista».
Miguel Ángel López Muñoz