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ecía Berger Evans en su obra Historia Natural del
Disparate
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que en la lucha contra el pensamiento
irracional teníamos la guerra perdida, a lo máximo
que podíamos aspirar era a ganar alguna escaramuza y en el
mejor de los casos alguna batalla. Pero la guerra, lo que se
dice la gran batalla, estaba totalmente perdida.
La capacidad que demuestra el ser humano en inventar
estupideces es abrumadora: cuando uno cree que ha logrado
extirpar una de ellas, renace, como un ave Fénix maligna,
con otro ropaje y todavía más estúpida que la original. Un
ejemplo clarísimo lo tenemos con el «Creacionismo»; cuan-
do se le acorrala y los racionalistas ganamos una pequeña
escaramuza, renace de sus cenizas como «Diseño Inteligen-
te
2
». Tal vez otro ejemplo mucho más actual sea la nueva
ley del aborto que ha preparado el ministro de Justicia, Ga-
llardón. Los laicos creíamos que habíamos ganado la batalla
del alma. Me explico, creíamos –al menos yo lo creía así–
que habíamos logrado ganar una pequeña escaramuza: que
el tema de la existencia o no de un alma era cosa particular,
formaba parte de la intimidad de cada uno, pero que esa
creencia no podía usarse para hacer leyes o para eliminar
los derechos de los demás. Ha vuelto a renacer con fuerza
inusitada. En una escaramuza radiofónica que tuve con la
presidenta de una asociación «provida» me quedó claro que
lo que hay detrás de esos movimientos es la creencia de que
cuando se une un óvulo y un espermatozoide ocurre algo
mágico: un dios o similar introduce un alma en esa célula y
la transforma en algo extraordinario. A lo largo de la esca-
ramuza, que duró casi una hora, la provida negó lo del alma
que yo le planteaba, pero cada vez que trataba de justificar
por qué era tan malo, por ejemplo, la «píldora del día des-
pués», que lo que hace es evitar que se implante un grupo de
unas pocas células en el útero, llegó a decir que es que eso
«era matar a un ser vivo». Su concepto de «ser vivo» era un
tanto estrambótico, pues para ella el óvulo fecundado sí lo
es pero no lo son ni el óvulo ni el espermatozoide. Por fin,
terminó hablando de «energías vitales» que se introducen al
fecundar el óvulo. Me puse grosero con eso de las «energías
vitales» pero para mí fue muy claro que volvía a hablar del
alma, aunque la llamase de otro modo, y de que esa era su
única justificación.
En este número de la revista hablamos sobre cuatro cur-
sos de verano en los que ha participado ARP-SAPC. En to-
dos ha habido charlas que defendían el espíritu crítico y no
solo por parte de los miembros de nuestra asociación. Por
mi parte he constatado que el panorama de la «divulgación
científica» ha cambiado notablemente y en mi opinión para
bien. Por ejemplo, hace veinte años en estos congresos era
muy difícil introducir temas que defendieran lo racional y
era difícil que no se colasen conferencias altamente irracio-
nales. Hoy no es así; hoy todos estos congresos rezuman
espíritu crítico por todas partes, y es difícil que se cuelen
pseudociencias. Hace veinte años, algunos habrían conside-
rado a «Cuarto Milenio» un programa de divulgación, hoy
se le considera un programa de promoción del pensamiento
irracional y muy pocos dudan de que Punset no sabe de lo
que habla y hace un batiburrillo bastante infumable entre
ciencia y pseudociencia
3
.
En estos congresos he visto que el espíritu crítico está pre-
sente en todos los actos. Es lo estándar. Estoy convencido
de que en una pequeña parte se debe a nuestra labor. En ese
sentido pocas dudas hay de que hemos contribuido a ganar
una batalla.
Los organizadores y participantes de estos congresos son
en su mayoría jóvenes con unas ganas inmensas de hacer las
cosas bien y de comerse el mundo. Lástima que les haya to-
cado vivir su juventud en esta crisis demoledora y oscuran-
tista. Lástima que unas políticas miopes se hayan cargado
los derechos en nombre de un tal «mercado» al que yo no
conozco y por el que nunca he votado. Es más, no conozco
a nadie que haya votado por él. ¿Cuándo se presentó a las
elecciones?
Hasta la aparición de esta crisis, los ciudadanos poco a
poco íbamos ganado espacios de libertad; incluso el que
proliferasen las pseudociencias era ganar un espacio de li-
bertad: las personas podían pensar y creer en muchas cosas
distintas, incluso las más estúpidas. Con Franco se creían
cosas estúpidas, pero no cualquier cosa, solo lo permitido
por el régimen. Las pseudociencias estaban prohibidas. La
época del pensamiento dogmático y unificado se iba que-
dando atrás. Pero ahora ha llegado la crisis y vemos que el
oscurantismo ha renacido con una fuerza tremenda. ¿Quién
Ganamos batallas
Félix Ares
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e oca a oca
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podría pensar que la ministra de trabajo implorase ayuda
a la virgen del Rocío o que el ministro del interior pida la
intercesión de Santa Teresa? ¿Y qué me dicen del Ayunta-
miento de Córdoba, el cual elimina parte del carnaval en
periodo de Cuaresma? ¿O el de Cádiz, que ha prohibido el
nudismo en sus playas?... Tan solo falta que en las radios se
ponga tan solo música clásica y en los cines y televisiones
tostones sobre romanos y narraciones bíblicas para sentirme
como en las Semanas Santas franquistas. Me dan ganas de ir
a «matar judíos
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» con los amigos, como se hacía en algunos
sitios durante el franquismo.
Hoy más que nunca son necesarios actos como el «Semi-
nario Galileo Galilei: primeras actividades de reflexión so-
bre la laicidad», organizado por la universidad de Granada y
del que nos hablan dos de sus responsables.
La libertad tiene un precio. Yo puedo creer que unas hier-
bas me curan de un cáncer pero esas creencias pueden lle-
varme a la muerte, como ocurrió con el famoso Steve Jobs
de Apple, tal como cuenta la crónica de «Los problemas so-
ciales de las pseudociencias», que se impartió en un curso
de verano de la Universidad de Alicante. La libertad cambia
la ubicación de la responsabilidad. Sin libertad, la responsa-
bilidad es de otros. Con libertad, la responsabilidad es nues-
tra. Eso muchas veces asusta, pues como no hay un dogma
ni sacerdotes o gurús que nos guíen, debemos aprender para
poder tomar decisiones correctas. El título del libro de Erich
Frömm Miedo a la libertad es sugerente. El título, no hablo
del libro. Debemos aprender a perder el miedo a la libertad.
En ese sentido la divulgación es importantísima. Hasta el
punto de que, sin divulgación científica, es casi imposible
que haya una auténtica democracia en el siglo XXI. ¿Cómo
podemos votar sobre el modelo energético si no tenemos ni
idea de lo que es la energía? ¿Cómo podemos votar sobre el
aborto si no sabemos lo que es un ser vivo? ¿Cómo pode-
mos votar sobre transgénicos si no sabemos lo que son los
genes? ¿Cómo podemos decir que es mejor
ser vegetariano «porque no quiero comer
seres vivos
5
»? Aprender en la era de inter-
net nos obliga a ser capaces de discernir el
trigo de la paja en un universo lleno casi ex-
clusivamente de paja. En el curso «Els Ju-
liols», que se celebró en la Universidad de
Barcelona, entre otras cosas, se analizaron
artículos de periódico para ver cómo habían
tratado ciertos temas científicos y ver cómo
deberían haberlo hecho. Unas pequeñas he-
rramientas para aprender a navegar por el
mar de la super-información.
Esa super-información nos obliga a nave-
gar por los procelosos mares de los estafa-
dores de todo género que acechan entre las
olas. Un caldo de cultivo para las estafas son
las pseudociencias. En el curso de verano
de la Universidad de Castilla La Mancha,
celebrado en Albacete, con el tema de «Es-
cepticismo y pensamiento crítico» se habló
de estos temas y se dijo que, si se trata de
defender un beneficio económico, todas las
pseudociencias son estafas. Subrayo todas.
Me parece una excelente iniciativa y una excelente «regla
del pulgar
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»: si hay beneficio económico en una pseudo-
ciencia [casi con seguridad que] se trata de una estafa.
Estos casos de los que he hablado no son más que unos
pocos de los muchos que ha habido en España. Por suerte, el
espíritu crítico es más fuerte que nunca. En las universida-
des españolas se ha aprovechado el verano para defenderlo.
Es una gran noticia. El escepticismo ha salido del armario y
se está desparramando desde la universidad a los demás ám-
bitos de la sociedad. Es lamentable que la universidad haya
tardado tanto; debería haberlo hecho hace muchos años.
Ante una presidenta de la Comunidad de Castilla la Man-
cha con peineta rogándole a la virgen que nos saque del ato-
lladero económico, que en un curso de verano de su univer-
sidad se hable de «escepticismo y pensamiento crítico» es
otra escaramuza ganada.
Creo que no es exagerado decir que este verano, a base
de ganar muchas escaramuzas, hemos ganado una batalla
al oscurantismo. Ojalá esté equivocado y no vayamos de
victoria en victoria hacia la derrota final.
1- Evans, Bergen. Historia Natural del Disparate. Compañía General
Fabril Editora. Buenos Aires, 1962
2- Pérez Fernández, Ismael. El Diseño Inteligente. Colección ¡Vaya
Timo! Editorial Laetoli. Pamplona 2014.
3- Entre los que dudan de la irracionalidad de Punset está el magní-
fico investigador y divulgador Pere Estupinya. Personas como él, listas,
bien preparadas y que traguen con las ruedas de molino de Punset me
descolocan.
4- En mi época, durante la dictadura franquista, en León, ir a «matar
judíos» era juntarse un grupo de amigos e ir de bar en bar tomando un
vino tinto. Cada vino era un judío muerto. Ni que decir tiene que en aque-
llos momentos yo no era consciente del tono anti-judío de estos actos.
A todos nos habían enseñado que los judíos eran malos pues habían
matado a nuestro dios, un tal Jesucristo. Los judíos eran malos y los
«moros» y también todo aquel que no aceptase el pensamiento unificado
franquista, que hunde sus raíces en la intolerancia de los «Reyes Católi-
cos». La clave es «intolerancia»
5- ¿Las lechugas y tomates no son seres vivos?
6- cervezascaseras.com.mx/wordpress/la-regla-del-pulgar/