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e voy a meter en un tema del que no solo no soy 

especialista, sino que ni siquiera soy un mediocre 

aficionado; no obstante, creo que muchos de los 

lectores están mi misma situación y hay una pequeña pro-

babilidad de que mis reflexiones sirvan para algo.

En estos momentos, pensar que hay «dos culturas» me 

parece tremendamente incorrecto. En primer lugar, la cien-

cia es una parte de la cultura. No solamente se trata de que 

la cultura abarca todas las actividades humanas —y la cien-

cia es una de ellas—; también se trata de que lo que la cien-

cia investiga depende de la cultura. Veamos unos ejemplos.

Si surge una cultura agrícola, necesitará investigar sobre la 

sucesión de las estaciones, la duración de los ciclos anuales, 

etc., y ello lleva a la investigación sobre la astronomía. Las 

necesidades de las sociedades agrícolas hacen que resulte de 

gran valor investigar sobre el calendario, los movimientos 

estelares, los ciclos del agua —lluvias y sequías—, etc. La 

agricultura no solo da valor a la investigación astronómi-

ca; también lo hace con la investigación de qué plantas son 

comestibles, las formas de cultivo, la forma de abonar, los 

problemas de agotamiento de suelos, etc.

Los astrónomos, por poner un ejemplo, lograron deter-

minar la duración del año y los ciclos de las estaciones, pero 

desconocían las razones profundas de todo ello: no sabían 

que la tierra giraba sobre su eje, ni lo que eran los planetas 

o las estrellas, y los humanos somos curiosos y necesitamos 

respuestas; no nos gusta el «no sabemos». Queremos certe-

zas. De ahí a inventarse religiones solares hay una distancia 

mínima. Realmente, no sé si fue la astronomía la que dio 

lugar a las religiones solares o si fueron las religiones las 

que valoraron la astronomía, pero no me importa en este 

momento. Lo importante es que ciencia, valores y cultura 

se mezclan.

Otro ejemplo que me atrevo a mencionar es el de Becca-

ria, que con su obra De los delitos y las penas inicia el estudio 

de lo que son el delito, el delincuente y la misión de las 

penas. Introduce en la sociedad un nuevo valor que viene 

a decir que lo importante es que el número y la gravedad 

de los delitos disminuyan. Ese valor es cuantificable y da 

origen a la ciencia de la criminología. Con posterioridad, 

en el siglo XX nos dimos cuenta de que las víctimas habían 

sido las grandes olvidadas de este fenómeno, y se crea un 

nuevo valor: las víctimas deben ser ayudadas y resarcidas, 

y para saber cuál es el mejor método surge la ciencia de la 

victimología.

No quiero multiplicar los ejemplos, sino solo señalar que 

muchas ciencias surgen porque hay nuevos valores, valores 

que promueven nuevas ciencias.

Y al contrario: la ciencia crea nuevas situaciones y obtiene 

nuevos conocimientos que hacen cambiar la sociedad y sus 

valores.

En estos días, es habitual oír que «los valores están en cri-

sis». Normalmente esto lo dicen —en nuestro país— perso-

nas conservadoras, muy ligadas a lo tradicional. No hay que 

ser muy perspicaz para concluir que lo que quieren decir no 

es lo que dicen. Lo que quieren decir es: «nuestros valores, 

esos que se basaban en nuestra tradición y en las creencias 

de la Iglesia Católica, los únicos valores dignos de ese nom-

bre, ya no los acepta la gran mayoría de la población». Lo 

que no tienen en cuenta es que, tal como nos han enseñado 

ciencias como la historia, la antropología, la etnografía, etc., 

los valores no son fijos. Cambian en el espacio y en el tiem-

po. Pocas dudas hay de que los valores medievales no son los 

mismos de hoy (variación en el tiempo). Por poner un par 

de ejemplos: a nadie en la Edad Media europea se le hubie-

ra podido ocurrir que el matrimonio homosexual no fuera 

una aberración condenable a tortura o muerte. Si alguien se 

hubiera quejado de lo bárbara que era la pena de muerte, se 

hubieran reído de él.  Y también hay variación en el espacio. 

Por ejemplo, en el siglo XIX, dejar morir a los viejos era lo 

estándar entre los inuit —esquimales— mientras que era 

inconcebible en Europa.

He tenido que ir al pasado, pues tras la brutalidad de las 

dos guerras mundiales surgió un sistema de valores global 

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e oca a oca

Valores y ciencia

Félix Ares

Los valores delimitan lo que se investiga, y los resultados de la 

investigación modifican los valores.

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que se aplica (o trata de aplicar) en (casi) todo el mundo, y 

que se llama Declaración Internacional de los Derechos Huma-

nos. Esa carta (casi) eliminó la muerte a los ancianos de los 

inuit o el canibalismo de diversos lugares de África y de la 

polinesia. Después volveré a esta Declaración.

Los valores evolucionan y compiten entre sí, y nos queda-

mos –espero– con los mejores. Arriba había dicho que los 

valores no son algo fijo, sino que cambian en el espacio y en 

el tiempo; y hay que añadir un nuevo factor: hoy son mu-

cho menos uniformes que antes. Antes, en un grupo social 

había unos valores que admitía casi todo ese grupo. Hoy 

no es así; en sociedades mucho más complejas, hay decenas 

o centenas de sistemas mezclados, y no hay un libro —la 

Biblia, el Corán, la Torá por ejemplo— que los establez-

ca. En nuestras sociedades conviven personas con diferen-

tes valores. ¿Cuáles elegir? ¿Los de la religión dominante? 

¿Los que dicten los políticos? A estas alturas de civilización, 

creo que ningún axiólogo se enfadará conmigo si digo que 

el único método que se me ocurre para decidir qué valores 

deben imperar en un momento y en un lugar debe ser el 

democrático.

Y eso nos lleva a una consideración que me parece intere-

sante: los valores influyen decisivamente en lo que se inves-

tiga; los valores son democráticos; ergo, lo que se investiga 

es (debería ser) democrático. Cuidado, no estoy diciendo 

que hayamos alcanzado ese nivel de civilización, sino que es 

la meta hacia la que vamos. Quizá el fallo del razonamiento 

esté en que nuestros valores todavía no son democráticos. 

Todavía padecemos una democracia muy imperfecta.

Tampoco estoy diciendo que la ciencia —ni sus resulta-

dos— se base solo en valores, pero sin duda estos influyen 

en lo que se investiga. En absoluto. Asumo que el método 

científico tiene sus mecanismos para aproximarlos a la reali-

dad y puede llegar a producir paradojas, como que la ciencia 

que nace basándose en un valor llegue a demostrar que este 

está equivocado. Un ejemplo puede ser el de los espiritistas 

científicos —que los hubo—, que empezaron a estudiar la 

existencia de los contactos con «el más allá» y concluyeron 

que era una farsa. Ídem con la ufología científica —que la 

hubo—.

Nuestros valores están evolucionando con una rapidez 

vertiginosa. Voy a dar unos ejemplos de cosas que se han 

conseguido tras las dos guerras mundiales: la Carta de los 

Derechos Humanos, la Carta de los Derechos del Niño, el 

derecho al voto e igualdad de derechos políticos de la mujer, 

la igualdad de derechos por el color de la piel, la abolición 

de la pena de muerte en la mayoría de las naciones, el  evi-

tar el sufrimiento en animales, el matrimonio homosexual, 

la creación de diversos tribunales internacionales de deli-

tos contra la humanidad, la introducción de nuevos delitos 

como los ecológicos, etc. Cada vez vamos a sociedades más 

tolerantes con las ideas de los demás y toleramos menos la 

brutalidad con otros humanos y animales.

Y en contra de lo que parece, tal como demuestra Steven 

Pinker en su obra The Better Angels of Our Nature, estamos 

en la época con —proporcionalmente— menor número de 

muertes violentas de toda la historia de la humanidad. Creo 

que no me equivoco si digo que casi todos compartimos 

el valor de «disminuir el número de delitos violentos». Tal 

como demuestra el libro citado, es una meta alcanzable.

Cuando en la sociedad los valores están perfectamente 

establecidos y prefijados de un modo dogmático, sin posi-

ble discusión de los mismos, la ciencia suele estancarse. Los 

valores perfectamente estáticos implican una sociedad per-

fectamente ordenada, donde todo está en su sitio y no hay 

ninguna anomalía; y ya sabemos que la ciencia evoluciona 

con las novedades y las anomalías.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos ha 

sido probablemente el mayor logro de la humanidad en el 

siglo XX, aunque su gestación fuese enormemente lenta. 

Desde la Declaración de los Derechos de Virginia en 1776, 

que es su claro antecedente, hasta la actual declaración de la 

ONU en 1948, pasaron 172 años.

El problema, que espero que no ocurra, es que se con-

vierta en una especie de dogma inamovible y eso paralice su 

deseable evolución. La humanidad se enfrenta a problemas 

nuevos, por ejemplo el cambio climático, que exigen nuevos 

valores y nuevas respuestas. Otra es qué hacer con la mano 

de obra excedente humana cuando los robots hagan casi 

todo el trabajo. Espero que la ONU tenga cintura suficiente 

para que seamos capaces de afrontarlo.

Cesare Beccaria (foto:  http://biografieonline.it)