el esc
é
ptico
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otoño 2016
gunos a los que sí) le interesa una máquina con consciencia
de sí misma y con problemas metafísicos. Imagínense el si-
guiente escenario: usted, con su móvil, pide un taxi autóno-
mo al estilo de los de Desafío total (Total Recall). Llega el
coche —obviamente, sin muñequito parlanchín; aunque el
coche sí que habla:
—Buenos días, bienvenido al servicio de coches Eureka.
Según mis datos, vamos a la fábrica de lechugas «La Verdu-
ra Fresca».
—Sí, así es.
Usted se monta y entonces el coche empieza a charlar.
—¿Sabe? Estoy frustrado.
—¿Por qué?
—Pues porque yo podía haber sido astrofísico o cirujano,
y ya ve, he terminado de taxista. Mi hardware y mis progra-
mas de aprendizaje profundo (deep learning) son idénticos
a los de mi compañero de promoción, DaVinci5, que es un
cirujano de gran prestigio; o a Hawking3, que se dedica a
analizar las fotos multiespectrales de varios telescopios es-
paciales. O podría invertir en Wall Street como mi colega
Bolonia17. Eso me frustra mucho.
Supongo que la primera vez que nos encontráramos con
un taxi así nos haría gracia; pero si se repitiera varias veces,
pediríamos que se callase y que se limitase a conducir, y a lo
sumo, a ofrecernos música o películas.
Y ese es el tema. No nos interesa construir máquinas que
sean como los humanos. Nos interesa hacer máquinas que
lo hagan mejor que nosotros en campos especializados. Por
ejemplo, cuando se construyeron las grúas, no se intentó ha-
cer una máquina con la fuerza de un humano. Se hizo una
máquina que era capaz de mover pesos mucho mayores que
lo que nosotros podíamos. Cuando se hicieron los aviones,
no se intentó que fueran un pájaro; se hicieron máquinas
que volaban mucho más rápido que los pájaros y que nos
llevaban en su panza. Cuando quisimos resolver ecuaciones
diferenciales, creamos programas al estilo de Mathematica,
que lo hace mucho más rápido que nosotros. Cuando quisi-
mos construir una biblioteca universal, no hicimos un gran
edificio con millones de libros; creamos enormes bases de
datos, al estilo de Google, a las que podemos acceder desde
cualquier lugar del mundo.
Eso es lo que necesitamos y eso es lo que construiremos:
máquinas que serán mucho mejores que nosotros en campos
específicos. Mejores cirujanos, mejores médicos diagnos-
ticadores, mejores constructores, mejores aspiradores, me-
jores descubridores de fármacos, mejores inventores de al-
goritmos, mejores programadores, mejores profesores… Es
incluso posible que en un futuro veamos anuncios similares
a este: «Compre un Domo23, un robot para los trabajos del
hogar, sin autoconsciencia».
Porque en ningún momento parece ser que el que tengan
autoconsciencia sea una ventaja para nosotros. Y si no tie-
nen autoconsciencia, todas las ideas de la superación de los
humanos por las máquinas no dejan de ser una película de
ciencia ficción. Desde siempre, desde la primera máquina
que inventamos —¿una piedra para sacar el contenido in-
terior de un fruto seco?— han sido, en su tarea específica,
mejores que nosotros. Y nunca hemos temido que las piedras
nos sustituyeran, o que eso fuera grave. La máquina arco
permitía mandar flechas más lejos que nosotros; la máquina
escritura permitía enviar los mensajes más lejos, tanto en
el espacio como en el tiempo… y nunca nos hemos sentido
amenazados. ¿Por qué ahora?