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introducción

En este artículo, cuya idea surgió originalmente en 

un debate escolar, se pretende hacer un recorrido por 

las distintas interpretaciones que a lo largo de la his-

toria se han hecho acerca de la construcción y eleva-

ción de las pirámides de todas las culturas y aportar 

una más, si cabe. Aunque nos vamos a centrar en las 

egipcias, no se descuidan otras, pero no con el grado 

de atención con el que se analizan aquellas. La idea es 

mostrar cómo en el acervo popular las pirámides, se-

guramente por su monumentalidad, y por ser obra arti-

ficial, han poblado la imaginación de muchos curiosos 

—y otros no tanto— que han querido ver en ellas algo 

muy diferente de lo que realmente son. 

Dividimos el artículo en cuatro partes: en la primera 

analizamos las diferentes interpretaciones que ponen 

el acento en la función que las mismas cumplían; en 

la segunda parte nos centramos en las interpretaciones 

que lo hacen en el origen; en la tercera exponemos 

nuestra propia tesis técnico-material sobre el origen y 

función de las mismas; y por último, en la cuarta parte 

aplicamos dicha hipótesis al caso egipcio.

En la primera parte abordamos cinco interpretacio-

nes sobre la función de las pirámides, siguiendo un 

cierto criterio diacrónico: 1) la función social, basada 

en los textos históricos que nos hablan de ello; 2) la 

función geométrico-astronómica, que quiere ver en 

la construcción de las pirámides distintas claves ca-

balísticas de números mágicos o relativos a posicio-

nes astronómicas; 3) la función esotérico-religiosa, 

que pretende ver en ellas modelos ocultos de arcanos 

saberes, muchos de los cuales estarían ligados a in-

terpretaciones religiosas, psíquicas o mágicas; 4) la 

función tecnológica, que ha querido ver también en 

ellas desde grandes centrales energéticas a antiguos 

métodos alquímicos de licuación de la piedra; y 5) la 

propia interpretación de la egiptología clásica como 

función funeraria y con sus correspondientes críticas 

a las interpretaciones anteriores, considerada por no-

sotros como acertada en cuanto a la función, aunque 

insuficiente para dar cuenta del origen.

En la segunda parte abordamos el problema del 

origen de las pirámides desde tres perspectivas: 1) 

exponemos, someramente, el tipo de interpretaciones 

que hacen recaer el origen de las pirámides, dadas las 

similitudes existentes en la forma de todas ellas, en 

algún tipo de intervención externa, v. g. realizadas por 

civilizaciones extraterrestres; 2) a continuación hace-

mos lo propio con aquellos que consideran que dichas 

construcciones son reliquias de culturas ancestrales 

mucho más avanzadas de lo que nos es dado pensar, 

incluso que la nuestra actual; que de alguna forma de-

jaron estos restos como huella permanente de su grado 

de civilización —entre los que destacan, sobremane-

ra, los atlantes—, en cierto modo emparentada con la 

anterior interpretación, si consideramos que algunos 

consideran a los atlantes como extraterrestres venidos 

a la Tierra hace millones de años; 3) por último, se 

hace referencia a una hipótesis menos fantástica, que 

afirma que la pervivencia de este tipo de estructuras 

El enigma 

de la pirámide

Emilio Jorge González Nanclares

Profesor de Filosofía en Enseñanzas Medias

Orígenes, funciones e interpretaciones de estos espectaculares monumentos, que 

tanto han estimulado la imaginación

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indicaría un nexo común, pues no es posible que apa-

rezcan recurrentemente en todo lugar y tiempo de la 

misma manera y forma: es la hipótesis difusionista

cuyo principal representante es el aventurero noruego 

Thor Heyerdahl.

En la tercera parte planteamos directamente nuestra 

tesis, que denominaremos técnico-material, por consi-

derar que la forma piramidal está ligada estrechamen-

te al tipo de materiales utilizados en su construcción y 

que tenían, como es lógico suponer, un límite de eleva-

ción. Así, pasamos a describir los distintos materiales 

con los que se han creado, desde los primeros amonto-

namientos de piedras que por la fuerza de la gravedad 

tienden a tomar la forma piramidal, pasando por mate-

riales más elaborados como el trabajo en arcilla —bien 

cruda (adobe), bien cocida (ladrillo)— hasta llegar a la 

piedra, que es la dominadora de las grandes pirámides 

de todas las culturas. Implica ello también la existen-

cia de un cierto grado de complejidad social, pues no 

es lo mismo amontonar piedras que construir grandes 

bloques de granito perfectamente cubicados y nivela-

dos, lo que requiere, como hemos dicho y se analiza 

en el texto, la existencia de una sociedad compleja, 

fuertemente especializada y tecnificada para la reali-

zación de tales tareas que piden, cuando poco, un gran 

número de mano de obra, bien esclava, bien asalaria-

da. Finalizamos esta parte con la aplicación del Espa-

cio Antropológico de Gustavo Bueno a la construcción 

de las pirámides en un doble nivel: Primero en cuanto 

al origen de la estructura piramidal, que no es más que 

continuación de la elevación en altura, y que se debe, 

a nuestro juicio, a la necesidad de protección tanto de 

cara a los fenómenos de la naturaleza —bien agresivos 

en ocasiones, como sabemos—, como a la protección 

Las pirámides implican un cierto grado de complejidad 

social, pues no es lo mismo amontonar piedras que 

construir grandes bloques.

Complejo de pirámides de Guiza, Egipto (foto: Wikimedia Commons)

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contra las bestias salvajes; y por supuesto contra otros 

pueblos que veían en los excedentes de producción de 

las culturas agrícolas un suculento botín que llevarse a 

la boca. Y en segundo lugar, aunque muy ligado al pri-

mero, en cuanto a la función que estaban cumpliendo 

como almacenes, tumbas, templos u observatorios as-

tronómicos (o varias de estas cosas al mismo tiempo), 

que necesitarían fortalecerse y blindarse en relación al 

grado de complejidad tanto material como ideológico 

que dicha cultura hubiera alcanzado.

A propósito de esto último se inserta una cuarta 

parte, en realidad un apéndice, que no es más que la 

aplicación de la tesis anterior al caso egipcio y a la ne-

cesidad de protección que necesitaban los faraones de 

las grandes dinastías para salvaguardar de los saquea-

dores sus tesoros, enterrados con ellos, por su creencia 

en la vida posterior a la muerte, función ideológica 

que reafirma su función funeraria.

1. Concepto de enigmamisterio y secreto

No obstante, antes de nada, no nos resistimos a ha-

cer aquí un pequeño análisis del concepto de enigma 

que aparece en el título, contraponiéndolo a otros tér-

minos que también han sido utilizados en la termino-

logía piramidológica como misterio secreto, y que 

ha sido el leiv motiv que nos ha llevado a decantarnos 

por el primero. Hablar de pirámides trae a la memo-

ria un halo de misterio, de civilizaciones perdidas, que 

estimula las más ocultas creencias de que hay algo de 

incognoscible y secreto detrás de todas estas cons-

trucciones. Sin embargo, si utilizamos el concepto de 

enigma, y no por ejemplo el de misterio o el de se-

creto, es, precisamente, para resaltar que, como bien 

dice la Real Academia Española: enigma es algo que, 

aunque «difícilmente puede entenderse o interpretar-

se», no impide que no se pueda descifrar, como por 

ejemplo el  enigma  de  la  esfinge. En este sentido se 

opone a misteriodefinido como «cualquier cosa ar-

cana o recóndita, que no se puede comprender o ex-

plicar» en cuanto algo dado ya de antemano de forma 

incognoscible o iniciática, recogido tradicionalmente 

por la terminología religiosa para definir sus dogmas: 

el misterio de la santísima trinidad, por ejemplo, o los 

misterios griegos de EleusisSecreto, «lo que cuida-

dosamente se tiene reservado y oculto», en cambio, es 

un término que apunta hacia algo escondido, aunque 

no por ello indescifrable; sencillamente no está al al-

cance de, pongamos por caso, la mano o la vista, por 

ejemplo, cuando el juez decreta el secreto del suma-

rio, o los políticos apelan a los secretos de Estado.

parte i. la función
2. Interpretaciones histórico-sociológicas: Fun-

ción social

Heródoto, que visitó Egipto hacia el año 440 a. C., 

nos informa de que las pirámides de Guiza fueron le-

vantadas en tiempos del despótico faraón Keops, quien 

cerró todos los templos e impidió que se hicieran sa-

crificios. Cerca de 100.000 hombres, decía, que se tur-

naban cada tres meses, intervienen en su construcción. 

Tardaron diez años en construir la calzada de acceso 

de 900 metros por la que arrastraban los bloques y 

veinte años más en construir el grueso de la pirámide 

mediante máquinas izadoras. A su juicio, fueron 106 

años, unidos a los 50 de Kefrén y a los 56 de Micerino, 

los que los egipcios vivieron sumidos en la miseria 

para alimentar la ambición y el orgullo de los farao-

nes, hasta tal punto, sigue diciendo, les cogió odio la 

gente del pueblo que a «estos dos reyes ni mentarlos 

quieren, y a las pirámides las llaman pirámides de Fi-

litis, por el nombre de un pastor que en aquel tiempo 

apacentaba sus rebaños por esos parajes»

1

. Heródoto, 

de alguna manera, había inaugurado la interpretación 

histórico-sociológica.

Otros autores, como el griego Estrabón (que vi-

sitó Egipto en el año 24 a. C.) o Diodoro de Sicilia, 

continúan con esta tradición. Estrabón alaba los co-

nocimientos astronómicos de los sacerdotes egipcios 

de quienes dice que «son inigualables en la ciencia 

del cielo. Misteriosos y reacios a comunicarse, en 

ocasiones pueden ser persuadidos después de mucha 

solicitud para que impartan algunos de sus preceptos, 

aunque pese a ello sigan ocultando la mayor parte». 

Diodoro de Sicilia, en el 56 a. C., que fue el primero 

Taylor y Smyth inauguraron una tradición, la 

piramidología, cuyos seguidores fueron bautizados como 

piramidiots por los egiptólogos.

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en apuntar la utilización de rampas para construir las 

pirámides, en cambio, nos transmitía, en conexión con 

Heródoto, el amargo recuerdo que habían dejado reyes 

como Keops y su hijo Kefrén:

Aunque estos reyes mandaron construir las pirá-

mides para que les sirviera de sepultura, ninguno 

de ellos fue enterrado allí. Las gentes irritadas por 

los  trabajos  insoportables  a  los  que  habían  sido 

condenados juraron que sacarían sus cuerpos de 

estos lugares para hacerlos pedazos. Los faraones 

al saberlo hicieron que sus amigos, después de su 

muerte, enterraran sus cuerpos en lugares más se-

guros y secretos.

3. Interpretaciones geométrico-astronómicas: 

Función matemática

En la Edad Moderna, y dentro del contexto científi-

co que la caracteriza (la Revolución Científica, ligada 

al renacido interés por el platonismo y el pitagorismo) 

se inicia un tipo de interpretaciones que tratarán de 

encontrar las claves matemáticas o astronómicas pre-

sentes en este tipo de monumentos. Así, en 1638 el 

matemático inglés John Greaves viajó a Egipto con la 

intención de encontrar en la estructura de las pirámi-

des los datos que le permitieran establecer las dimen-

siones de la Tierra, pero fracasado su intento de medir 

las pirámides debido a la gran cantidad de escombros 

que rodeaban la base de la Gran Pirámide, solo pudo 

hallar el inicio de un pozo que había servido para co-

municar la cámara de la reina con el pasaje descen-

dente de finalidad todavía hoy no muy bien aclarada, 

y explorado posteriormente en su totalidad en 1840 

por el comerciante genovés Caviglia. Publicó sus ob-

servaciones en su famoso libro Pyramidographia, que 

serviría de base a Isaac Newton para disertar acerca de 

las medidas según las cuales habían sido construidas 

las pirámides: el codo sagrado (63 cm) y el codo real 

(52 cm). Posteriormente fue demostrado por Petrie 

que solo se había usado el codo real.

Esta tradición derivaría en manos del escritor visio-

nario británico John Taylor (The Great Pyramid. Why 

was it Built and Who built it?, 1859). Para este autor 

era del todo imposible que los seres humanos hubieran 

alcanzado en tan poco tiempo, solo 1600 años después 

de la creación del mundo, el alto grado de desarrollo 

que manifestaban; concluyó que solo de la mano di-

vina podría haberse dado tan eminente prodigio. Se 

basaba para ello en el testimonio del sacerdote egipcio 

Manetón —primer cronógrafo oficial de las dinastías 

unificadoras—, quien había afirmado que Egipto fue 

dominado por un pueblo desconocido sin librar batalla 

alguna; ese pueblo no habría sido otro que el pueblo 

elegido de Dios. Tesis que le venía muy bien, por cier-

to, a la conservadora sociedad victoriana justo en el 

mismo año en que Darwin publicaba su obra El origen 

de las especies.

Uno de los más fieles seguidores de Taylor fue el 

astrónomo escocés, y miembro de la Royal Society, 

Charles Piazzi Smyth, quien, en una suerte de conju-

gación entre las teorías geométricas y las religiosas, 

intenta demostrar la tesis de Taylor de que «el perí-

metro total de la base de la Gran Pirámide (232,805 

m x 4) es de 931,22 metros. Si se divide este número 

por 2 veces su altura, que cuando se construyó era de 

148,208 metros, se halla el valor de Π = 3,14159». Sin 

entrar a valorar la exactitud de las medidas que aporta 

(y que precisará Flinders Petrie con posterioridad), se 

pasa por alto en este análisis que en el papiro matemá-

tico Rhind, del reino Medio, el valor mencionado para 

Π es de 3,1605, y no de 3,1416.

Parafraseando al egiptólogo español José Antonio 

Solis Miranda:

¿Qué quiere decir la coincidencia de una cifra? 

Si alguien asume como relevante que la altura de 

la Gran Pirámide sea 1/270.000 de la circunferen-

cia del planeta, ¿qué podemos deducir de la enver-

gadura de un Boeing 720, que es exactamente la 

millonésima parte de la circunferencia ecuatorial 

de la Tierra? ¿Que los constructores aeronáuticos 

ocultan sus conocimientos entre las puntas de las 

alas?

2

Portada de la revista esotérica Más Allá dedicada a la piramidología

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John Taylor y Piazzi Smyth inauguraron una tradi-

ción que desde entonces fue conocida con el nombre 

de piramidología, y a cuyos seguidores los egiptólo-

gos anglosajones bautizaron con el ingenioso nombre 

de piramidiots. Entre los más fervorosos entusiastas 

de estas originales teorías se encontraba el joven ma-

temático, químico e incipiente arqueólogo William 

Matthew Flinders Petrie, al cual la lectura de los libros 

de aquellos había dejado tan impresionado que solo 

después de un desesperado intento por hacer cuadrar 

las medidas de sus maestros con las reales de las pi-

rámides, lo que trajo como virtuosa consecuencia el 

hecho de realizar las medidas más concienzudas que 

se habían efectuado hasta entonces de la Gran Pirámi-

de, escribió:

Es necesario decirles a nuestros lectores que las 

extraordinarias falacias y erróneas declaraciones 

relativas a la Gran Pirámide no son sino lamenta-

bles tonterías. Las teorías proféticas que elaboran 

los  escritores  sustituyen  a  otras  de  hace  sesenta 

años, y estas a otras y así sucesivamente.

3

Todo ello sin querer despreciar las medidas reali-

zadas en las construcciones realmente existentes, que 

en muchos casos concuerdan con las posiciones as-

tronómicas de los solsticios y equinoccios del lugar, 

así como de algunos astros importantes para su cul-

tura agrícola, como por ejemplo el orto de Sirio, en 

la egipcia, que marcaba el inicio de las inundaciones 

del Nilo. Pero este tipo de conocimientos, que eran 

frecuentes en dichas sociedades, sobre todo por la ne-

cesidad que tenían de fijar determinados jalones que 

establecieran el proceso correcto de la producción, v. 

g. inundación, siembra y cosecha (las tres estaciones 

anuales consideradas por los egipcios), eran costosos 

y difíciles de aprender y solamente conocidos por 

unos pocos, la casta de los sacerdotes habitualmente. 

Por ello, era importante fijarlos en construcciones ma-

teriales concretas, que todo el mundo pudiera ver y 

usar en el momento sin necesidad de saber nada de as-

tronomía o geometría, lo habitual en aquellos tiempos

4

 

(al igual que muchas otras construcciones neolíticas, 

por ejemplo, Stonehenge o los dólmenes de Anteque-

ra); y de ahí que los sabios de la época, que además de 

sacerdotes (porque estaban en contacto con lo divino, 

los astros) eran matemáticos, astrónomos, arquitectos, 

médicos, etc., lo hicieran. Así como también, y como 

un virtuoso efecto secundario, que quedara constancia 

para el alcance de las generaciones venideras.

4. Interpretaciones esotérico-religiosas: Función 

esotérica

A partir de aquí surgen toda una pléyade de doctri-

nas de índole esotérica que se ejemplifican en el libro 

de la visionaria rusa Helena Petrovna Blavatsky, La 

Doctrina Secreta (1888)quien sostiene que la Gran 

Pirámide exteriormente «simboliza los principios 

creadores de la naturaleza e ilustra los principios de 

la geometría, matemáticas, astrología y astronomía» e 

interiormente era «un templo majestuoso que recogía 

la iniciación de la familia real», siendo así que el sar-

cófago de pórfido «era la fuente bautismal de la que el 

neófito surgía, renaciendo de nuevo y convirtiéndose 

en adepto».

Esta tradición, que se adentra profusamente en el si-

glo XX, es sin duda la que mayor número de seguido-

res ha aglutinado, y es la que goza aún hoy, sin duda, 

de una salud de hierro. Y si no, solo hace falta ojear los 

muchos libros que se presentan con el atrayente título 

de el poder psíquico de..., la energía secreta de..., el 

misterio de las pirámides, etc., muchos de los cuales 

bucean en este tipo de interpretaciones y abundan de 

una forma sorprendente en las bibliotecas públicas.

Interpretación que, actualizada, continua el dentista 

francés François-Xavier Héry, quien se dice pariente 

lejano del gran Champollion, en su libro La Biblia de 

Piedra (1990), y que sostiene que la Gran Pirámide 

no es más que un enorme canto a la espiritualidad 

monoteísta —si bien aún toscamente intuida— que 

posteriormente reinaría en el imperio nuevo egipcio 

para imponerse finalmente con el judeo-cristianismo, 

renovando con ello las teorías de Taylor.

Cuando el radiestesista francés Antoine Bovis visi-

tó la pirámide de Keops advirtió (al menos eso dice él) 

Las interpretaciones esotéricas han generado toda una 

industria de pirámides en miniatura que ha lucrado los 

bolsillos de más de uno.

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que los alimentos, arrojados a un cubo de basura den-

tro de la cámara real, no mostraban ningún síntoma de 

putrefacción. Al día siguiente, según parece, depositó 

en la cámara unos trozos de carne para comprobar al 

cabo de unos días que no se había descompuesto. Esta 

percepción le llevó a profundizar los estudios hasta el 

punto de construir una réplica a escala de dicha pi-

rámide. En esos experimentos notó que esa pequeña 

pirámide  producía  una  momificación  de  animales  y 

conservaba  las  flores  y  los  alimentos.  Su  hipótesis 

fue que la Gran Pirámide de Keops estaba construida 

con unas proporciones tales que generaban una fuerza 

desconocida capaz de invertir el curso normal de los 

procesos físicos y especialmente de los biológicos. A 

partir de ahí se creó la llamada escala de Bovis, que 

pretende medir la «vibración energética» o longitud 

de onda que emite un lugar o un cuerpo. La «vibración 

normal» de un cuerpo sano es, según esto, de 6500 

unidades Bovis. Un lugar que emite una vibración su-

perior a las 7000 unidades nos aporta energía y nos 

ayuda a recuperar nuestro equilibrio vibracional y por 

tanto nuestra salud; y esto es la pirámide.

Aunque estas conclusiones no obtuvieron la menor 

acogida en los círculos científicos, y los pocos experi-

mentos que se hicieron no pasaron de previsibles com-

portamientos psicosomáticos, sus conclusiones dieron 

comienzo a toda una pléyade de teorías y doctrinas en 

todas partes del mundo, mezcladas en ocasiones con 

mitologías legendarias, como es el caso del Feng Shui

que une los arcanos conocimientos del taoísmo con 

la supuesta energía piramidal. En todo caso, a partir 

de estas ideas se ha generado una industria de la pro-

ducción de pirámides en miniatura que ha lucrado los 

bolsillos de más de uno.

5. Interpretaciones físico-químicas. Función tec-

nológica

Tiene aquí cabida la increíble teoría del ingeniero 

Christopher Dunn acerca de las pirámides de Egipto, 

y quién sabe si también del resto del mundo. Según 

Dunn, a raíz de la lectura del libro de Peter Tompkins 

Secrets of the Great Pyramid, y basándose en datos 

aportados por el ufólogo Brad Steiger (Worlds Before 

Our Own) quien suponía haber encontrado vestigios 

del uso de un tubo de Crookes

5

 en las tallas murales de 

la cripta inferior del templo de Hathor en Dandara, la 

Gran Pirámide no es más que una gran central energé-

tica que los egipcios utilizaron para alimentar un com-

plejo sistema de maquinaria con la cual construyeron 

sus enormes monumentos y alcanzaron un tecnología 

comparable a la actual:

He acumulado una plétora de hechos y deduc-

ciones a partir de un análisis formal del diseño de 

la Gran Pirámide y de casi todos los objetos que se 

han encontrado en su interior que, tomados en su 

conjunto, apoyan mi hipótesis de que la Gran Pi-

rámide era una planta generadora y la cámara del 

rey, su centro energético. Gracias al elemento que 

alimenta nuestro Sol (el hidrógeno) y combinando 

la energía del universo con la de la Tierra, los an-

tiguos egipcios convirtieron la energía vibratoria 

en  energía  de  microondas.  Para  hacer  funcionar 

la central de energía, los diseñadores y los opera-

rios tuvieron que inducir una vibración en la Gran 

Pirámide que estuviera en sintonía con las vibra-

ciones resonantes armónicas de la Tierra. Cuando 

la pirámide vibraba en sintonía con la vibración 

terrestre, se convertía en un oscilador acoplado y 

podía mantener la transmisión de energía desde la 

Tierra casi sin ningún esfuerzo. Es posible que las 

tres pirámides más pequeñas situadas al este de la 

Gran Pirámide sirvieran para ayudarla a conse-

guir la resonancia, de la misma forma en que en 

la actualidad se emplean motores de gasolina más 

pequeños  para  poner  en  marcha  motores  diésel 

grandes.

6

Por último no me resisto también a citar aquí las 

interpretaciones alquimistas. En 1988 se editó en Es-

tados Unidos el libro titulado The Pyramids, An Enig-

ma Solved, en el que se recogían las investigaciones 

Piazzi-Smyth suponía que las pirámides de Guiza constituían algo así como 

el centro geométrico del mundo (Wikimedia Commons)

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llevadas a cabo por Joseph Davidovits, profesor de 

la universidad de Toronto, y Margaret Morris, de la 

de Minnesota, en la que sostenían que antiguos pue-

blos como los egipcios, los incas y quizá los mayas y 

teotihuacanes, poseían increíbles técnicas para poder 

reblandecer las piedras. Estos autores basan sus afir-

maciones en unos sospechosos análisis microscópicos 

efectuados en rocas de la meseta de Guiza y en la que 

según ellos podía apreciarse la presencia de restos de 

uñas,  pelos,  fibras  textiles  e  incluso  piel,  junto  con 

unas sospechosas burbujas de aire en la superficie su-

perior de las rocas calizas, así como de determinadas 

formas redondeadas o con unas extrañas huellas de 

haber sido extraídas a paladas. ¿Cómo puede ser po-

sible este ablandamiento? Pues la explicación es sen-

cilla, según ellos: «los antiguos egipcios sabían cómo 

convertir la roca más dura en una pastosa masa que, 

durante su manipulación, podría recoger restos de ma-

teriales o formar grumos, al igual que ocurre con la 

masa del pan o del dulce mientras es manipulada por 

los reposteros». Este tema, que fue llevado al deba-

te televisivo La Clave por José Luis Balbín, tiene su 

soporte histórico según ellos en la Estela de Famine

situada en la isla de Sehel, descubierta en 1889 por el 

egiptólogo Charles Wilbour y descifrada en 1935 por 

el francés Barquet. En dicha estela, también conocida 

como el sueño de Inhotep, hay un par de pasajes en 

donde, según ellos, el dios Khnum (guardián de las 

fuentes del Nilo y dios alfarero creador) da al rey una 

lista de minerales y productos químicos para fabricar 

bloques aglomerados con los que construir templos. 

6.  Crítica de las interpretaciones anteriores des-

de la egiptología clásica

Prácticamente todas o casi todas las interpretacio-

nes anteriores basan sus ideas en el rechazo de que 

las pirámides egipcias hubieran sido utilizadas como 

tumbas apoyándose en al menos dos supuestos:

1) Que en ninguna pirámide se ha encontrado nunca 

el cuerpo de un faraón.

2) Que en ninguna pirámide se ha encontrado nunca 

el nombre de un faraón.

Dejemos que sea el joven historiador y egiptólogo 

de la Universidad Complutense de Madrid, J. M. Parra 

Ortiz, el que, con contundencia, rebata estos argumen-

tos:

Es bien cierto que los restos momificados encon-

trados en el interior de las pirámides han sido es-

casos, pero no lo es menos que existen en cantidad 

suficiente como para refutar de una vez por todas 

la ingenua teoría de que no eran tumbas. [...]. Res-

pecto a los restos de los faraones, veamos una lis-

ta de aquellos que se sabe con alguna certeza que 

pertenecieron a monarcas egipcios:

- Esnefru (IV Dinastía): en 1950 se encontraron 

en el interior de la pirámide Roja de Dashur res-

tos de su momia, entre ellos parte del cráneo —cu-

bierto parcialmente de piel—, la mayor parte de la 

mandíbula inferior, el hueso de la cadera, algunas 

costillas, parte del pie izquierdo, las vendas del pie 

derecho, un dedo y algunas vértebras.

- Menkaure (IV Dinastía): en una de las habita-

ciones del interior de la pirámide, bajo un metro de 

escombros, se encontró un sarcófago de madera de 

época saíta con el nombre de Menkaure y las pier-

nas y la parte inferior de un torso humano, junto 

con  un  pie  y  algunas  vértebras  y  costillas,  todos 

ellos cubiertos de piel. La postura del cuerpo, li-

geramente flexionada, es típica del Reino Antiguo, 

pero el C

14

 ha dado una antigüedad de 1.650 años 

que, sin duda, puede deberse a la contaminación 

de los restos desde que fuera saqueada la tumba 

[…]

No es que sean muchos, pero sin lugar a dudas 

son más que suficientes como para poder afirmar 

con rotundidad que los faraones fueron enterrados 

en las pirámides que se les atribuyen. La escasez 

y  estado  fragmentario  de  los  restos  se  deben  al 

saqueo  de  las  tumbas,  cuando  los  ladrones  mal-

trataron los cuerpos para encontrar los amuletos 

de materiales preciosos cubiertos por las vendas. 

Estos robos fueron habituales en Egipto desde el 

momento  mismo  en  que  comenzaron  los  enterra-

mientos,  pues  Petrie  encontró  tumbas  predinásti-

cas intactas, pero que habían sido saqueadas poco 

Desde la egiptología clásica se ha sostenido básicamente 

la idea funeraria como finalidad última de las pirámides, 

al menos las egipcias.

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el esc

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ptico

83

Anuario 2017

después de la inhumación. La tradición continuó, 

y,  durante  el  Tercer  Período  Intermedio,  una  co-

misión  tebana  fue  comprobando  algunas  tumbas 

reales de la zona, dejando constancia de su dili-

gencia con inscripciones como la siguiente sobre 

los ataúdes:

«Año 19, 3er mes de akhet, día 28. En este día, 

inspección de la esposa del rey Merytamun».

Sin embargo, la inscripción no indica que se tra-

tara  de  una  inspección  para  comprobar  si  había 

sido  saqueada,  ¡sino  para  saquearla!  Se  trataba 

de un trabajo oficial realizado por orden del Gran 

Sacerdote de Amón en Tebas, Pinedjem, cuyo poder 

chocaba por entonces con el del faraón y que se 

esforzaba por conseguir nuevas fuentes de ingresos 

allí donde pudiera

7

.

7. La interpretación de la egiptología clásica. 

Función funeraria.

Desde la historiografía clásica se han criticado con 

dureza todas estas interpretaciones, sosteniendo bá-

sicamente la idea funeraria como finalidad última de 

las pirámides, al menos las egipcias. Así, por ejem-

plo, el gran egiptólogo Jean Philippe Lauer, en su li-

bro El misterio de las pirámides, carga contra todos 

estos autores sosteniendo que, en realidad, no existe 

apenas misterio: «La Gran Pirámide, como todas las 

pirámides, es una tumba». Sin embargo, sigue sien-

do  difícil  justificar  cómo  un  mausoleo  puede  haber 

alcanzado dimensiones tan impresionantes como las 

que alcanzaron las de Keops y su sucesor Kefrén, o 

incluso antes las de Zoser o Esnefru, lo que da pábulo 

a la proliferación de toda esta pléyade de pseudointer-

pretaciones.

Cuando de justificar se trata el origen de estas cons-

trucciones, los historiadores al uso se remiten a la fun-

ción que les atribuyen los antiguos egipcios, argumen-

tando en sentido emic, (interno) y tomando por buenas 

las propias justificaciones que se desprenden del des-

ciframiento de los jeroglíficos (o de los petroglifos en 

el caso de las mesoamericanas).

Así, por ejemplo, son clásicas las argumentaciones 

en las que las pirámides escalonadas representan un 

medio simbólico (una escalera) para acceder al firma-

mento: Un encuentro con los dioses circumpolares que 

nunca mueren. En efecto, el jeroglífico determinativo 

de la palabra ascender tiene forma de una pirámide 

escalonada y en uno de los textos de las pirámides se 

recoge perfectamente esta idea: «Le has dado la escala 

al dios, le has dado la escala de Seth

8

, para que pueda 

ascender con ella hasta el cielo y escoltar a Ra» (Pir. 

974).

Las pirámides lisas, según algunos egiptólogos, en 

cambio, representan la manifestación simbólica de un 

rayo de sol petrificado, ejemplificado en los rayos que 

atraviesan las nubes en días de tormenta. Esto habría 

tenido lugar a comienzos de la IV dinastía, en la que 

los faraones habían vuelto a un culto solar más puro, 

el culto de Atum-Ra que, en la etapa anterior, después 

de que Huni, el Golpeador, hubiera hecho volver al 

redil a las tribus del sur que habían iniciado un cona-

to de disgregación de los faraonatos de Sekhemkhet y 

Khaba, demasiado alejados de los centros de poder al 

establecer su capitalidad en Menfis.

Sin embargo, estas interpretaciones, aun man-

teniéndose en la más pura ortodoxia (quizá para no 

recaer en piramidología, de la que huyen como gato 

escaldado), recaen en un excesivo apego a las propias 

justificaciones internas que los egipcios u otros pue-

blos dieron de sí mismos (no les ocurre lo mismo a los 

piramidiots, quienes aceptan o rechazan las leyendas 

según les va en ellas); sin que esto quiera decir que 

dichas justificaciones no sean correctas, internamente 

hablando, y que no hayan jugado su papel ideológico 

e imitativo en muchos casos. Desde un punto de vista 

filosófico-materialista cuesta trabajo aceptar sin más 

esta argumentación como una explicación del origen y 

función real de dicha forma piramidal

Actualmente hay algunos egiptólogos que no des-

cartan otros posibles usos, si bien complementarios 

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el esc

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ptico

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Anuario 2017

del funerario, considerando que las pirámides también 

cumplieron una función social importante. Así, por 

ejemplo, el ya citado egiptólogo español José Miguel 

Parra Ortiz, que ha publicado un libro excelente sobre 

la historia de las pirámides de Egipto

9

,  en su último 

libro  Las  pirámides.  Historia,  mito  y  realidad, nos 

cuenta:

No  conviene  olvidar  tampoco  que  los  obreros 

que  se  encargaban  de  edificar  el  complejo  fune-

rario del rey eran alimentados y cobijados en las 

cercanías del mismo. Las investigaciones de Leh-

ner en Guiza, por ejemplo, han permitido desen-

terrar lo que sin duda es una panadería, posibles 

almacenes de grano y salazones de pescado. Por 

otra parte, en el interior de los grandes recintos 

que cobijaban los edificios culturales de Khaefre 

y Menkaure se han encontrado otro tipo de edifi-

cios auxiliares. Al oeste de la pirámide del hijo de 

Khufu se excavaron una serie de estancias alarga-

das que Petrie, en el siglo XIX, interpretó como las 

barracas de los constructores, pero que un nuevo 

estudio  ha  permitido  interpretar,  como  mínimo, 

como un taller de escultor y con otras funciones 

que no podemos sospechar por el momento. Al su-

reste de la pirámide de Menkaure hay otros restos 

de edificios que han sido identificados también con 

talleres en donde se fabricaban desde cestas y ce-

rámica hasta objetos de alabastro y herramientas 

de cobre. Los obreros necesitaban una constante 

provisión de alimentos y herramientas; por tanto, 

es  lógico  que  el  centro  productor  de  los  mismos 

estuviera en las cercanías del lugar en donde rea-

lizaban su trabajo. Así se mejoraba la producción 

y se evitaban los retrasos.

10

Así pues, las pirámides ponían en marcha una gran 

maquinaria productiva que trascendía con mucho la 

sola función de tumba que se les asignaba. Toda una 

pléyade de trabajadores vivían y producían a su través, 

generando un círculo económico que garantizaba la 

actividad constante y el consumo de lo producido, in-

crementando terriblemente la especialización y la pro-

ducción de toda la maquinaria social; estableciendo lo 

que Parra define como el Maat, es decir, «el conjunto 

deificado de ideal que permitía al mundo funcionar co-

rrectamente».

 Estamos básicamente de acuerdo con esta reinter-

pretación de la función que la industria de la construc-

ción de pirámides llegó a alcanzar en el Imperio Anti-

guo. Máxime si se añade a lo que nos cuenta Parra Or-

tiz todo el impulso que las distintas técnicas, ligadas 

a la extracción, el transporte y la construcción, debió 

suponer en cuanto al desarrollo y mejora de nuevas 

técnicas

11

 y utilización de nuevos materiales, como la 

utilización de distintos tipos de caliza, la importación 

de una gran cantidad de madera, la explotación de las 

canteras de granito de Asuán, etc.

Pero aun aceptando todo esto, quedamos aún muy 

insatisfechos en cuanto a la justificación divina de su 

origen, pues estas interpretaciones son puramente in-

ternas a las ideologías y religiones al uso en la época 

dentro de cada cultura. No es que estas interpretacio-

nes, al contrario que las anteriores, no sean correctas; 

es que son, a nuestro juicio, miopes desde el punto de 

vista materialista, pues no ven más allá de lo que sus 

agentes afirman acerca de las mismas (punto de vista 

emic). Desde un punto de vista material (etic, externo) 

y asumiendo que sus conclusiones funcionales son co-

rrectas, las pirámides eran tumbas; estas interpretacio-

nes nos parecen francamente insuficientes en cuanto 

no descifran los motivos reales, infraestructurales, de 

la realización de las mismas, esto es, de su origen (por 

ejemplo, al interpretarlas como rampas de lanzamien-

to del alma hacia el cielo, sede de los dioses

1

).

parte ii. el origen
8. Sobre el origen de las pirámides

Bien es cierto que resulta tremendamente difícil, 

pero no imposible, deslindar el origen de la función 

de algo. Muchas de las teorías expuestas anteriormen-

te implicaban ya en su propia función la explicación 

del origen. No obstante, no es menos cierto que, en 

el complejo proceso histórico que nos envuelve para 

representar este problema, los orígenes quedan ge-

neralmente envueltos por los posteriores usos que se 

realizan del fenómeno de justificación, cuando no se 

modifican por ellos.

Son clásicas las pseudointerpretaciones acerca del 

origen de las pirámides basadas en la intervención de 

terceros en discordia. Ya hemos descrito someramente 

algunas de aquellas que acuden directamente a la in-

tervención divina en su formación. Nos quedan ahora 

por investigar otras que, incapaces de aceptar que la 

extraña similitud con que presenta todo este tipo de 

construcciones sea fruto del azar, entienden que ha te-

nido que haber una mano invisible común que haya 

guiado su formación. Básicamente citaremos las dos 

clásicas: la que explica el fenómeno por la interven-

ción de seres extraterrestres y la que lo hace a partir 

de antiguas y desaparecidas civilizaciones terrestres 

que, después de haber alcanzado un alto grado de de-

sarrollo, sufrieron un colapso terrible que acabó con 

ellas, aunque aún tuvieron tiempo de difundir algunos 

de los conocimientos adquiridos a través del globo te-

rráqueo: los atlantes. Y añadiremos una interpretación 

más: la difusionista.

9. Seres venidos de otros planetas. Origen extra-

terrestre.

Escépticos ante las explicaciones oficialistas del fe-

nómeno y alertados por la gran cantidad de supuestas 

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el esc

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Anuario 2017

construcciones piramidales existentes, algunos grupos 

han lanzado la idea de que este tipo de estructura no 

ha podido sino tener un origen común, que no es otro 

que el de la intervención de extraterrestres venidos de 

probables planetas habitados de nuestro sistema solar 

o de remotas galaxias con tecnologías totalmente des-

conocidas para nosotros.

Pero ya antes otros ufólogos consagrados habían 

creído ver en los vestigios: dibujos, esculturas, escri-

tos y leyendas mesoamericanas (Popol Vuh, Chilam 

Balam, etc.) y de otras culturas arcaicas indicios de 

las visitas de estos seres venidos del cielo. Según estos 

autores, el Kukulcán de los mayas y el Quetzalcóatl 

de los aztecas eran dioses venidos de las estrellas. Un 

busto labrado en piedra refleja a Quetzalcóatl dentro 

de la boca de una serpiente. ¡No!, ¡no es la boca de 

una serpiente!, es un casco de astronauta al que se le 

dio forma de serpiente. En una serie de cuadros pin-

tados por zapotecas encontrados en la región de Oa-

xaca, México, aprecian ciertos objetos raros, objetos 

humeantes, que les dan la impresión de asemejarse a 

las supuestas naves empleadas por Quetzalcóatl:

¡Oh hijos nuestros! Vamos a marcharnos, pero 

regresaremos. Ahora os dejamos sabias recomen-

daciones y consejos. Escuchadlos todos vosotros, 

que vinisteis de una lejana patria... no nos olvidéis 

nunca [Popol Vuh].

Ya no digamos nada de los enormes geoglifos de 

Nazca, los ídolos de la isla de Pascua, los templos de 

Teotihuacan y Chichen Itzá, las pirámides de Egipto o 

las mayas de Tikal, Palenque o Copán.

No vamos a detenernos aquí a realizar una crítica 

de estas tesis que en la mayor parte de los casos se 

hunden por su propio peso, aunque no nos resistimos 

a citar la refutación que dos científicos checos, el as-

trónomo Jaroslav Klokocník y el ingeniero Frantisek 

Vítek, especialista en geodesia, hicieron de las tesis de 

Von Däniken acerca de la interpretación extraterrestre 

de los petroglifos de Nazca.

Sostienen estos investigadores que en la planicie 

de Nazca hay una capa clara de arena, arcilla y yeso 

cubierta por grava oscura que al retirarse deja ver la 

capa clara inferior. Debido a la escasa pluviosidad de 

la zona, las figuras grabadas en ella han podido con-

servarse hasta hoy. Estas líneas pueden, además, estar 

relacionadas con algunos hitos importantes del calen-

dario astronómico como son los puntos por donde sale 

y se pone el sol, los solsticios y los equinoccios, etc. 

Constituyen pues una gran red geodésica que facilita-

ba a los viajeros su orientación y a los pueblos agríco-

las su estacionalidad.

El supuesto extraterrestre del que habla Van Däni-

ken no sería sino un pescador, símbolo de la orien-

tación, que sujeta en su mano una red y a cuyos pies 

aparece un pez, símbolo de la abundancia. Por último, 

estos dos autores revelaron que cien aldeanos habían 

podido  grabar  una  figura  de  tamaño  medio  en  unos 

pocos días. La creación de una figura de colosales di-

mensiones requeriría como máximo un año.

10. El colapso de civilizaciones perdidas. Los at-

lantes.

Otra idea que ronda la cabeza de numerosos aman-

tes de los misterios piramidales es que la forma de di-

chas estructuras debe su origen a una supuesta antigua 

civilización, que, ¡cómo no!, no puede ser otra que 

la mítica Atlántida citada por Platón en el Timeo y el 

Critias. No obstante, no hay ninguna otra referencia a 

la existencia del mismo y, a lo sumo, algún que otro 

autor moderno ha intentado reavivar la tan denomina-

da existencia de estos legendarios personajes. Así, por 

ejemplo, en el número de junio de 1913 del Bulletin 

de l`Institut Océanographique el geólogo M. O. Ter-

mier publicaba su conclusión de que Platón había sido 

absolutamente exacto en su relato, afirmando que «en 

una época relativamente reciente, hacia el fin de la era 

cuaternaria, al oeste del estrecho de Gibraltar se hun-

dió una vasta región continental formada de grandes 

islas, y las huellas de este cataclismo quedan visibles 

aún para el geólogo...».

Pero, sin duda, ninguna el personaje que más con-

tribuyó a la pervivencia del mito fue el psíquico nor-

teamericano Edgar Cayce, ya citado. En su libro Mis-

Hay dos grupos de pseudointerpretaciones clásicas 

del origen de las pirámides: la intervención de seres 

extraterrestres y la de los atlantes.

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el esc

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86

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terios de la Atlántida se recogen más de 700 de sus 

«lecturas psíquicas», tomadas al dictado de sus visio-

nes; estas empiezan por la llegada de la humanidad a 

la Tierra hace unos diez millones de años y terminan 

con el hundimiento de la Atlántida hacia el año 10.000 

a.C. Este profundo personaje, conocido como el Pro-

feta Dormido, ha influido sobre un numeroso público, 

e incluso se ha creado una Fundación a su nombre, la 

Asociación para la Investigación y la Iluminación, en 

Virginia, dedicada a la investigación de antiguos ves-

tigios de los atlantes, en la cual se debate anualmente 

el estado de la cuestión sobre los mismos.

11. Thor Heyerdahl, el aventurero del siglo XX. 

La hipótesis difusionista

Hay otras alternativas posibles que no pasan por el 

mundo perdido de la Atlántida. Me refiero a aquellos 

que suponen que hubo un contacto e influencia real 

entre los diversos pueblos y culturas antiguos a todos 

los niveles.

Desde que en 1937 Thor Heyerdahl leyó en los li-

bros de texto de biología de la Universidad de Oslo 

que las balsas de los pueblos sudamericanos no ha-

brían podido navegar por mar abierto, y por tanto 

colonizar la Polinesia, este aventurero indomable se 

dedicó en cuerpo y alma a evidenciar lo contrario; en 

su idea estaba demostrar que todos o casi todos los 

pueblos, primitivos y menos primitivos, habrían podi-

do desarrollar técnicas de navegación que les permi-

tieran colonizar otras tierras. De esta manera se puso 

manos a la obra en 1947 y, junto a otros cinco ague-

rridos acompañantes, embarcó en una embarcación de 

gruesos troncos de madera de balsa y guayaquil, muy 

ligera y rica en resinas, unidos con cabos de cáñamo 

sin clavos, espigas metálicas ni alambres; navegaron 

desde la costa del Perú hasta la Polinesia en 97 días 

a lo largo de 6.435 km, en lo que se conoció como el 

viaje transoceánico de la Kon Tiki. Más tarde en una 

experiencia similar, hacia los años 70 del siglo pasa-

do, viajó por el Atlántico a bordo del Ra I y el Ra II, 

en embarcaciones construidas con plantas acuáticas 

norteafricanas y papiro, semejantes a la totora egipcia. 

Con ello intentaba demostrar la viabilidad de un viaje 

por mar de los antiguos egipcios hasta América.

Razón por la cual entendió en 1990, cuando apa-

recieron unas extrañas estructuras de piedra en forma 

piramidal en el barrio de Chacona 20 km al suroeste 

de Santa Cruz de Tenerife, que había encontrado por 

fin  el  eslabón  perdido  entre  estas  dos  antiguas  civi-

lizaciones: «Si estuvieran rodeadas de vegetación y 

escuchásemos a los loros pensaríamos que estábamos 

viendo las construcciones mayas de México y Guate-

mala», decía.

Las pirámides de Güímar, como así fueron cono-

cidas, constan de un conjunto de cinco o seis cons-

trucciones situadas en un recinto de unos 70.000 m

2

, y 

eran consideradas por los lugareños como montículos 

de piedras procedentes de la limpieza de los campos de 

cultivo durante el siglo XIX. Algunos historiadores de 

la Universidad de la Laguna corroboraron la versión 

de los lugareños. Thor Heyerdahl, convencido de la 

influencia difusionista que estas pirámides represen-

taban, persuadió a un amigo suyo, el empresario Fred 

Olsen, para que comprara el recinto que estaba a punto 

de ser derruido para construir una carretera. Hoy día el 

Parque Etnográfico de las Pirámides de Güímar cons-

tituye uno de los principales atractivos turísticos de 

la isla de Tenerife, y está compuesto por un complejo 

en el que tienen cabida todo tipo de atracciones: un 

museo, un auditorio, una sala de navegación, una sala 

de exposiciones, una zona de ocio, un auditorio, una 

sala de pequeños exploradores, un cine y, cómo no, 

una tienda en donde puedes adquirir una réplica de las 

pirámides y todo tipo de objetos relacionados con las 

antiguas civilizaciones.

No negamos que los contactos de los que habla He-

yerdahl puedan haberse producido esporádicamente 

entre diferentes pueblos marítimos. Lo que sí nos re-

sulta un poco más difícil de comprender es que estos 

contactos, en ocasiones de grupos muy reducidos de 

individuos, puedan haber generado todo el complejo 

sistema social y arquitectónico que representan las 

grandes civilizaciones que estamos tratando. El acer-

vo técnico, cultural y religioso es fruto de un complejo 

Las pirámides de Güímar son montículos de piedras 

procedentes de la limpieza de los campos de cultivo 

durante el siglo XIX.

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el esc

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ptico

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Anuario 2017

proceso histórico que requiere la intervención no solo 

de una gran cantidad de personas, sino de un sistema 

de trasmisión colectivo de creencias verdaderas bien 

consolidadas a través de un largo proceso diacrónico 

que exige, además, el empleo de formas de transmi-

sión no oral. Por ello, la supuesta llegada de un peque-

ño grupo de individuos provenientes de una cultura 

determinada a un remoto lugar, ya habitado por unos 

pueblos que mantienen sus propios usos y costumbres 

aplicados al medio, hace poco menos que imposible 

que aquellos puedan determinar las líneas tecnológi-

cas, sociales, religiosas y culturales de estos.

parte iii. origen técnico material
12. Planteamiento del origen técnico-material

De todo lo dicho hasta ahora se desprende que nin-

guna de las interpretaciones que se presentan consigue 

de un modo convincente, nos parece, explicar el ori-

gen de la construcción piramidal en las distintas cultu-

ras que en el mundo han sido.

Una vez desechadas las interpretaciones pirami-

dológicas que intentan encontrar el origen de estas 

estructuras en elementos ajenos al campo histórico-

antropológico (divinos, espirituales, psíquicos, mági-

cos, extraterrestres, etc.), y declaradas insuficientes las 

historio-sociográficas  por  cuanto  que,  o  bien  recaen 

en el emicsmo (v. g. las religiosas) o bien pretenden 

reducirlas a meras superestructuras ideológicas (v. g. 

las sociologistas), vamos a intentar ensayar aquí una 

interpretación que dé cuenta, sin negar en absoluto las 

aportaciones de estas ciencias, de su origen (o quizá 

deberíamos hablar de orígenes si entendemos las ideas 

difusionistas como insuficientes para explicar la recu-

rrencia de estas estructuras).

La primera tesis que mantenemos, nada novedosa, 

por cierto, es la siguiente

13

El núcleo originario de 

la construcción piramidal está condicionado por los 

materiales y técnicas utilizados por cada pueblo y cul-

tura.

Esto es, todas las técnicas y materiales utilizados 

en construcción desde la antigüedad tienen un límite 

en altura, a partir del cual es preciso escalonar si se 

quiere llegar más arriba. Flinders Petrie calculó para 

el adobe crudo y secado al sol un límite de 116 m, a 

partir del cual la construcción se desmoronaría bajo su 

propio peso.

Las primeras estructuras que tuvieron algún pareci-

do con la forma piramidal fueron los amontonamien-

tos de tierra, como se supone que fueron los primeros 

enterramientos en el Egipto neolítico, la denominada 

pirámide de tierra de los olmecas en la Venta (en forma 

cónica y con unas dimensiones considerables de 125 

m de diámetro por 31,5 m de alto), o posteriormente, 

los denominados mounds de algunos de los pueblos 

del norte de América. Estos amontonamientos, a los 

cuales solo de manera muy forzada se les puede lla-

mar pirámides, tienen una limitación evidente por el 

ángulo natural de deslizamiento de los materiales que 

los componen.

13. De la arcilla al ladrillo

Después de los elementos naturales para resguar-

darse (ramas, troncos, hojas, huesos, etc.), el hombre 

empezó a usar barro o arcilla para la fabricación de 

sus habitáculos, en muchas ocasiones mezclada con 

aquellos para darles consistencia. El adobe, arcilla re-

blandecida y a veces mezclada con cañas o paja puesta 

a secar al sol, constituyó (y aún lo constituye hoy en 

algunos lugares) un elemento indisociable de los pri-

meros asentamientos humanos sedentarizados en zo-

nas cálidas y secas. El límite de resistencia al que nos 

hemos referido anteriormente es solo un caso límite, 

pues antes de alcanzar esa altura es muy probable que 

cualquier construcción vertical de adobe acabe decli-

nando. No obstante, y en función de la mayor o menor 

calidad de la arcilla, de la mejor o peor técnica em-

pleada tanto para la fabricación de los bloques como 

para la preparación del mortero, de la combinación 

con otros materiales, etc., esto es, de las técnicas cons-

tructivas al uso, se obtendrá una altura de elevación 

El piramidólogo Thor Heyerdahl tiene un busto en Güímar, Tenerife.

 (foto: Wikimedia Commons)

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límite a partir del cual la construcción correrá serio 

peligro de derribo. En el caso del ladrillo, por muy 

depurada que sea la técnica de fabricación, su levanta-

miento vertical en altura también tiene un límite. Hoy 

en día la mayoría de nuestras casas se siguen levantan-

do con ladrillos pero estos no constituyen el soporte 

central del peso de la estructura.

 Entre los años 1923 y 1925, un equipo de la Uni-

versidad de Arizona desenterró en Cuicuilco, locali-

dad arqueológica ubicada en el sudoeste del valle de 

México, una construcción que fue denominada inme-

diatamente como Pirámide de Cuicuilco, datada alre-

dedor del año 550 a. C. La base del monumento es una 

plataforma circular escalonada de alrededor de 122 m 

de diámetro y una altura de 27 m. Estaba construida de 

rocas bastas y recubiertas con pavimentos y paramen-

tos de arcilla a diferentes niveles.

14. La piedra

El uso de la piedra en las grandes construcciones se 

puede establecer con mayor seguridad pues es, obvia-

mente, más resistente que el adobe. Por qué determi-

nados pueblos empezaron a usarla y otros no depende, 

lógica aunque no exclusivamente, de la existencia de 

dicho material en el entorno concreto en que se ha-

llen situados. Es un tópico, pero un tópico verdadero

reconocer que si los egipcios comenzaron a edificar 

con piedra era porque tenían a su disposición y rela-

tivamente cerca grandes reservas de dicho material, 

pero  no  es  suficiente.  Otros  pueblos  ha  habido  que 

subsistieron al lado de grandes masas rocosas y no por 

ello iniciaron ninguna construcción de estas caracte-

rísticas.

Vamos a detenernos brevemente en el análisis de 

los modos y maneras de dos culturas que sí manejaron 

la piedra como un elemento fundamental de su cons-

trucción: los egipcios y los mayas, aunque por razones 

y con procedimientos diferentes.

15. Egipto, un don del Nilo… y de las pirámides

El paso de la arcilla a la utilización de la piedra de 

forma generalizada se da por primera vez en la pirá-

mide escalonada de Zoser, primer faraón de la III Di-

nastía. Previamente, las mastabas predinásticas eran 

de adobe o, a lo sumo, en algunos reyes tinitas, con 

pavimentos y paramentos laterales recubiertos de ca-

liza de Tura. 

Aunque ya poseían toda una organización construc-

tiva con el barro crudo y cocido, que les haría mucho 

más liviano el camino, la técnica y la habilidad nece-

sarias para producir los grandes sillares de piedra que 

tiene, por ejemplo, la pirámide de Kefrén se consiguió 

lentamente.

Comenzando por las pequeñas piedras del tamaño 

de los antiguos ladrillos de adobe de la pirámide de 

Zoser, podemos ir viendo cómo las dimensiones y el 

peso de los sillares crecieron progresivamente con 

cada una de las pirámides, hasta alcanzar su punto 

máximo en los sillares de la pirámide de Kefrén, de 

casi tres toneladas de media, o el templo alto de Mike-

rinos, algunos de cuyos bloques pesan el doble que el 

mayor sillar empleado en la Gran Pirámide, en torno 

a las doscientas toneladas. Posteriormente se produce 

el proceso inverso: durante la V Dinastía los bloques 

fueron disminuyendo de tamaño y, en ocasiones, en 

las zonas internas, fueron sustituidos por cascotes. En 

el Reino Medio se llegó incluso a sustituir la piedra 

por los ladrillos sin cocer, aunque con una notable di-

ferencia respecto a la época tinita: el amontonamiento 

de ladrillos quedaba ahora protegido por una capa de 

sillares de piedra caliza de la mejor calidad, la caliza 

de Tura, finamente aparejada para darle al monumento 

el aspecto que como construcción real requería.

Con este desarrollo de la cantería se produce una 

mayor efectividad en el funcionamiento de los dife-

rentes departamentos de la administración egipcia: los 

impuestos se recaudan con mayor regularidad y con 

más éxito, se desarrollan las técnicas de organización 

de los gremios de trabajadores, se constituyen redes de 

preparación y distribución de alimentos para abastecer 

a los obreros, se mejoran las técnicas de escritura para 

la planificación previa de los edificios y el cómputo de 

los materiales necesitados, se perfeccionan las técni-

cas de cubicación, nivelación  y angulación

14

,  etc. Se 

¿Qué impelía a estos pueblos a elevar sus construcciones 

hacia lo alto como si se tratara de tocar el cielo o de 

buscar al propio Dios, como dice la egiptología clásica?

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calcula que había cuatro veces más obreros trabajando 

para Zoser que fabricando ladrillos para los faraones 

tinitas.

En estas fechas se supone que la población asentada 

en todo el Estado, una franja de 15 o 20 km de ancho 

por casi 2000 km de largo, era aproximadamente de un 

millón de personas. Prueba de ello es que también se 

llevaron adelante otras obras notables aunque menos 

espectaculares, como la construcción en piedra de la 

presa de Wadi Gerawi, de 98 m de base y 14 de altura, 

cercana a Menfis.

16. Los Mayas y la astronomía

El caso de la cultura maya, aunque diferente por su 

entorno medioambiental, no difiere gran cosa en cuan-

to a las posibilidades de resistencia de los materiales 

utilizados, como es lógico, por otra parte, si conside-

ramos universales las leyes de la resistencia de mate-

riales.

Las formaciones cársticas de Yucatán ofrecieron 

siempre una buena caliza, muy apropiada para el tra-

bajo de tallado y escultura. En las regiones que tienen 

relieve montañoso y volcánico, en cambio, se recurrió 

al tipo de piedras volcánicas (basaltos, etc.) para le-

vantar sus muros. La madera tampoco faltaba nunca 

en las zonas ocupadas por los mayas (al menos duran-

te los primeros periodos). La gran selva pluvial pro-

porciona caoba y zapote (madera blanca, aunque poco 

resistente), empleadas para fabricar los marcos de las 

puertas y las esculturas que revisten el interior de los 

templos construidos en lo alto de las pirámides.

Pero antes de edificar las construcciones, hay que 

poner las bases. Estos zócalos podían alcanzar un ta-

maño considerable, debido a la ley de las superposi-

ciones

15

. Hay plataformas que miden 150-200 m de 

largo por 100-150 m de ancho y 8-10 m de alto, lo 

cual representa un volumen de 200.000-250.000 m

3

Una masa tan grande de materiales se acerca al medio 

millón de toneladas. Estamos hablando del terraplén 

de un solo edificio construido en un país llano como 

Uxmal.

Los mayas eran capaces de transportar volúmenes 

de material tan considerables como este para construir 

terrazas y acrópolis como ocurre en Copán. Para lle-

var a cabo estas gigantescas obras de terraplenado se 

necesitaron centenares, incluso miles de obreros. Los 

materiales eran transportados a hombros, para lo cual 

se utilizaban cuadrillas de peones durante la estación 

seca, cuando no eran necesarios en la agricultura, al 

igual que en Egipto. Las obras exigían una importante 

infraestructura social, tanto para la alimentación como 

para la organización del trabajo.

17. Desarrollo de la hipótesis técnico-material

Ahora bien, aunque las técnicas y materiales utiliza-

dos sean una condición necesaria para la construcción 

Mound de Moundsville, EE.UU. (Wikimedia Commons)

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piramidal, no constituyen una condición suficiente. La 

pregunta clave es: ¿por qué construían en altura? ¿Qué 

impelía a estos pueblos a elevar sus construcciones ha-

cia lo alto como si se tratara de tocar el cielo o de bus-

car al propio Dios, como dice la egiptología clásica?

La explicación del fenómeno, a nuestro juicio, 

constituye una tesis doble:

Segunda Tesis: La respuesta al problema de cons-

truir en altura que, junto con la tesis anterior, da como 

resultado la aparición de la construcción piramidal tie-

ne su fundamento en el concepto de protección

16

, uni-

do a la existencia de un tipo de sociedad sedentariza-

da, y por tanto basada en la agricultura, con una rela-

tiva complejidad social que implica la especialización 

y a veces superespecilización de grupos de individuos 

dentro de la misma, liberados por los excedentes de 

producción alimentaria producidos por los campesi-

nos o agricultores

17

. 

Esta tesis, a diferencia de la primera, que es de ca-

rácter general pues se basa en cuestiones tales como la 

resistencia de los materiales utilizados y de la eficacia 

de las técnicas empleadas, no se puede considerar sin 

un análisis particularizado de cada uno de los casos o 

culturas que se pretenden analizar.

Entendemos la necesidad de protección como una 

función compleja dentro del desarrollo de los distintos 

pueblos, y más de aquellos que producen unos exce-

dentes alimentarios que tienen que conservar y res-

guardar de posibles rapiñas ajenas. Función que enten-

demos se desglosa en dos niveles: a nivel primario, la 

protección se establece como protección contra algo

a nivel secundario, la protección se manifiesta como 

protección para hacer algo.

Para analizar este doble nivel de la función de pro-

tección en las sociedades sedentarizadas, condición 

imprescindible para que existan asentamientos, uti-

lizaremos el concepto de espacio  antropológico de 

Gustavo Bueno, en cuanto a establecer las conexiones 

que dicha función mantiene con las distintas relacio-

nes que el hombre establece con los distintos mate-

riales del espacio antropológico, esto es, del espacio 

humano.

- En el eje radial (esto es, el eje que establece las 

relaciones del hombre con la naturaleza), el primer 

nivel, la protección contra, vendría determinado por 

la necesidad de estos pueblos de protegerse frente a 

las catástrofes naturales

18

: grandes tormentas e inun-

daciones

19

, terrenos pantanosos o poco consolidados, 

etc. El segundo nivel, el de la protección para, estaría 

dado, en cambio, por la consolidación de un tipo de 

conocimientos, de creencias verdaderas, con fulcros 

reales, que durante generaciones se habrían ido acu-

mulando y constituirían ya algo que estaba fuera de 

la propia corporeidad de los sujetos particulares (v. g. 

astronómicas, geométricas, contables, etc.) y la nece-

sidad de perpetuarlos; esto es, de objetivarlos, de dar-

les carácter corpóreo: los calendarios mayas, egipcios 

o mesopotámicos, por ejemplo; los procedimientos 

calculísticos sumerios, etc. De todos los cuales depen-

dían no ya el prestigio de los sumos sacerdotes que los 

mantenían, sino las propias producciones de alimentos 

de las sociedades agrícolas y de las técnicas que las 

sustentaban.

- En el eje angular (esto es, las relaciones que el 

hombre mantiene con los animales) el primer nivel de 

protección contra vendría determinado por la necesi-

dad de guarecerse de las bestias salvajes que consti-

tuían un grave riesgo para los individuos, o de otros 

seres humanos que por su lejanía geográfica o cultural 

eran vistos como seres diferentes, capaces de salvarlos 

o aniquilarlos

20

. Pero también, en el segundo nivel, la 

protección para, se podría instalar para preservar la 

inmortalidad del cuerpo, por ejemplo, o para agradar a 

los dioses benéficos o maléficos (con el fin de que no 

se irritaran), etc, lo que implicaba la existencia de una 

religión secundaria bien consolidada

21

.

- En el eje circular (esto es, las relaciones que el 

hombre mantiene con otros hombres), la protección 

contra podría venir determinada por la necesidad de 

defenderse contra las incursiones, saqueos y guerras 

La necesidad de protegerse de las fieras, de las inundaciones 

o de las incursiones de otros pueblos generaría en su origen 

la construcción de estructuras elevadas, que con el tiempo 

fueron adquiriendo otras funciones.

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con otros pueblos limítrofes enfrentados y en continua 

disputa, ya entonces reconocidos como tales e iguales 

a ellos mismos. Pero también contra el robo, disturbios 

o conspiraciones que pudieran originarse dentro de los 

propios ciudadanos. El segundo nivel, el de protección 

para, podría venir dada por la consolidación de la fun-

ción del rey-gobernante que garantizaría la adecuada 

organización social, poder y equilibrio distributivo de 

todas sus funciones, de ahí que los templos, palacios y 

demás siempre estén construidos en altura.

18. A modo de conclusión y final

Con este esquema sostendremos que el origen pri-

migenio, concreto y material de las construcciones, 

solo por analogía muy difusa, llamadas pirámides, se 

inserta en principio como una resultancia del primer 

nivel de cada uno de estos tres ejes; esto es, en la de su 

defensa frente al medio, las alimañas y otros hombres. 

Solo en un momento posterior, lo que implica que 

tuviera que haberse dado previamente el primero, el 

segundo nivel pasaría a ocupar el lugar de motor ge-

nerador de estos monumentos. Así por ejemplo, ve-

mos que la función de blindaje y trampaje —valga el 

palabro— de las tumbas egipcias, que las yergue hasta 

convertirlas en monumentos que parecen escaparse de 

nuestros concretos límites humanos (y de ahí toda la 

historia de los piramidólogos), se insertaría en el se-

gundo nivel (ver apéndice final, parte IV).

En  definitiva,  la  necesidad  de  protegerse  de  las 

fieras primero (el animal nouménico con el que los 

hombres mantienen relaciones de generación y muer-

te), de resguardarse de las inundaciones (el mito del 

diluvio es recurrente en muchas de estas culturas) o de 

defenderse de las incursiones y rapiña de otros pue-

blos, generaría en un primer momento la construcción 

de estructuras elevadas que, a través de distintas su-

perposiciones dadas a escalas temporales muy largas, 

milenios probablemente, irían adquiriendo de modo 

aproximado la forma escalonada (las primeras ciuda-

des sumerias, las denominadas pirámides de Tucumé, 

etc.). Solo en un fase posterior, cuando entran en jue-

go los componentes secundarios que hemos descrito, 

y que envuelven ya, en algunos casos, componentes 

de tipo ideológico (v.g. la necesidad de preservar la 

incorruptibilidad del cuerpo, de materializar el acervo 

de conocimientos alcanzados o la de garantizar la fun-

ción de soberano-gobernante soporte de la compleja 

organización social) se erigen la grandes estructuras 

que conocemos con el nombre de pirámides, porque 

es cuando verdaderamente adquieren su forma apro-

ximada.

La contrastación de esta tesis implicaría un minu-

cioso y detallado análisis de todas y cada una de las 

culturas involucradas, que desborda con mucho los lí-

mites de este artículo; pues no son en todos los casos 

los mismos ejes y niveles los que generan la construc-

Complejo de pirámides de Teotihuacán, México (foto: Juan A. Rodríguez)

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ción piramidal. A modo de ejemplo, se adjunta una 

aproximación esquemática a un caso concreto.

parte iv. apéndice. análisis de un caso parti-

cular: egipto

19. El caso egipcio. Las tumbas

Durante el periodo predinástico, los pueblos de 

Egipto enterraban a sus muertos en los límites de la 

franja del desierto, lejos del alcance de las aguas de 

la inundación. La arena del desierto, expuesta al sol, 

absorbía los fluidos del cuerpo y sin la humedad no 

había ninguna posibilidad de que las bacterias de la 

descomposición realizaran su trabajo; se producía, 

pues, una momificación natural. Con el tiempo, algu-

nos de estos enterramientos podían salir a la luz, bien 

por el desplazamiento de la arena, bien por el hurgar 

de algunos animales. Cuando los habitantes locales 

descubrían estos restos, la impresión que les daba era 

la de que esa persona no había acabado de morir aún 

y de que, por tanto, de alguna manera, tras la muerte, 

seguía viva.

Un fenómeno similar bien pudo haber sido el que 

generó en el pueblo egipcio la creencia de la vida 

después de la muerte, aunque con la preservación del 

cuerpo. El siguiente paso fue el de producir dicha mo-

mificación de modo artificial y adjuntar al cuerpo del 

difunto los enseres o elementos que le pudieran acom-

pañar en la otra vida, que también estaba en esta

22

.

Durante cientos de años los egipcios poderosos 

fueron enterrando a sus muertos, acompañados de un 

cada vez más rico ajuar, que se iría incrementando a 

medida que los pueblos prosperaban o dependiendo de 

la importancia social del difunto. Sin embargo, estas 

tumbas representaban un goloso botín para muchos, 

y no es de extrañar que ya desde épocas tempranas 

resultaran excavadas y saqueadas.

En estas condiciones, las tumbas egipcias empie-

zan a crecer y a fortificarse para defenderse de los sal-

teadores. Los primeros recintos funerarios de los que 

se tiene noticia, las tumbas predinásticas de Nagada, 

Hieracómpolis y Abydos, presentan ya una estructura 

monumental muy superior a las propias construccio-

nes urbanas en las que vivían, y de las cuales podían 

protegerse en vida gracias a sus ejércitos. En época di-

nástica, cuando el imperio se unifica y el rey de Egipto 

se convierte en faraón, su mausoleo se vuelve cada vez 

más grande; ya no solo es enterrado con todo su ajuar, 

sino que también aparecen en él diversos esqueletos 

de sirvientes que supuestamente habían sido sacrifi-

cados para que le acompañaran en su tránsito. En la 

tumba de Hor-Aha, el primer faraón de la I Dinastía, 

aparecieron 33 servidores, todos ellos hombres jóve-

nes menores de 25 años. En la de su nieto, el también 

faraón Djer, se encontraron 318 servidores. La mayor 

acumulación de riqueza en las tumbas de estos gran-

des jerarcas aumentó el interés por su profanación. 

Las tumbas de estos primeros faraones, llamados ti-

nitas, estaban formadas por una cámara subterránea 

rodeada por varios almacenes.

Cuando  Menfis  se  convierte  en  la  capital  del  rei-

no en la II Dinastía, las tumbas son ya mastabas de 

grandiosas dimensiones, y eso incluso a pesar de 

que, según el parecer de algunos historiadores, estos 

reyes fueron menos importantes que los de Abydos. 

Las  mastabas  son  edificios  rectangulares  de  ladrillo 

con las caras externas decoradas de fachada  de  pa-

lacio, en cuyo interior tienen un recinto de acceso a 

un pozo, que conduce a la cámara mortuoria que se 

rellena completamente cuando se procede a la inhu-

mación. Algunas de ellas tienen varias puertas falsas 

en los laterales.

20. Los saqueadores

El Museo Arqueológico de Madrid está desde los 

años ochenta excavando el complejo funerario de He-

racleópolis Magna, datado entre el primer periodo in-

termedio y el Imperio Medio (correspondiente a las 

dinastías IX a XI). Según cuenta la directora de la mi-

sión, María del Carmen Pérez, cuando se encontraron 

con las tumbas sus restos «estaban rotos intencionada-

Las grandes pirámides de Egipto son una gran caja de 

blindaje frente al expolio sistemático que se llevó a cabo 

desde el mismo momento que se empezaron a hacer ente-

rramientos con los objetos y enseres del difunto.

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mente y de manera salvaje, quizá durante algún con-

flicto bélico, fragmentos pertenecientes a una misma 

tumba, decorados con escenas e inscripciones estaban 

esparcidos por todas partes (...) túneles excavados por 

furtivos, cámaras de piedra saqueadas por el techo»

23

Expolios que hicieron que la reconstrucción fuera un 

auténtico puzzle.

Cuando William Mattew Flindes Petrie se dio cuen-

ta de que, a diferencia del resto de pirámides conoci-

das, la pirámide de ladrillos de Hauwara no tenía la 

entrada en uno de sus lados, creyó que estaba ante una 

tumba inexplorada hasta entonces. Ni corto ni perezo-

so, excavó un muro transversal en ella (en busca de la 

tumba de Amenenhet III, de la XII Dinastía), y cuando 

llegó a las cámaras se encontró con que la pirámide ya 

había sido violada por ladrones muchísimo antes que 

él. Petrie no alcanzaba a imaginarse cómo los ladrones 

de antaño, en muchas peores condiciones que él, pues 

después de todo él actuaba en la legalidad sin miedo a 

los guardianes y sacerdotes, habían podido sortear las 

trampas y señuelos y alcanzar su objetivo; se trataba 

de una tarea de semanas, meses y quizá años. Hasta 

que Petrie vislumbró una explicación mucho más sim-

ple: la corrupción.

La violación de tumbas fue un acto sistemático en 

Egipto. Los ricos ajuares que acompañaban los ente-

rramientos animaban a los ladrones a correr el ries-

go de enfrentarse a ser sorprendidos y ejecutados o 

enterrados vivos. La industria del robo en el antiguo 

Egipto alcanzó un alto grado de organización y sofisti-

cación. Los expolios rara vez eran efectuados por una 

sola persona, sino que lo habitual era la actuación en 

equipo

24

. El carácter corporativista de la profesión de 

saqueador nos hace suponer que contarían con todo el 

acervo de herramientas necesarias para su actividad: 

martillos, cinceles, punzones, sacos, etc., algunos de 

ellos pertenecientes, incluso, a las mismas cuadrillas 

que las habían construido.

Los diversos papiros que se conservan están llenos 

de referencias a estos saqueos y expolios: «Fuimos 

otra vez a las jambas y quitamos 5 kite de oro. Con 

él compramos grano en Tebas y nos lo repartimos. Al 

cabo de unos días, Peminu, nuestro superior, discutió 

con nosotros y nos dijo: no me habéis dado nada. Así 

que volvimos a ir a las jambas de la puerta. Y arranca-

mos 5 kite de oro, lo cambiamos por un buey y se lo 

entregamos a Peminu»

25

.

La corrupción, como intuyó Petrie, tampoco estaba 

ausente de estos actos. En el papiro 10054 y 10053 se 

cuenta: «Entonces, cuando fuimos arrestados, Khae-

mitet, el escriba del distrito, se acercó hasta mí y le di 4 

kite de oro que me habían correspondido en el reparto. 

Pero acertó a oírlo Setejmes, el escriba de los archivos 

reales, y nos amenazó con estas palabras: Voy a infor-

mar de todo ello al sumo sacerdote de Amón. Así que 

trajimos 3 kite de oro y los entregamos a Setejmes».

Según Marry J. Kemp cuenta en su libro El anti-

guo  Egipto.  Anatomía  de  una  civilización,  a  finales 

del Imperio Nuevo se produjeron frecuentes cambios 

en el valor de los metales, probablemente a causa del 

aumento de circulación de la plata motivado por los 

frecuentes robos cometidos en las tumbas reales. Este 

hecho habría actuado como regulador de la economía, 

haciendo descender el nivel de inflación y, por tanto, 

favoreciendo la bajada de los precios de los artículos 

de primera necesidad, tales como los cereales.

Certeza de profanación de tumbas hay desde el Im-

perio Antiguo. Así que no es extraño comprobar cómo 

los egipcios, ante el expolio generalizado de estas, tra-

taran de protegerlas por todos los medios: laberintos, 

trampas, pozos, blindajes graníticos o furiosas amena-

zas y maldiciones están por doquier para salvaguardar 

la inmortalidad de los cuerpos de los difuntos

26

.

Podemos concluir, por tanto, que las grandes pirá-

mides de Egipto son, en realidad, una gran caja de 

blindaje  frente  al  expolio  sistemático  que  muy  pro-

bablemente se llevó a cabo desde el mismo momen-

to que se empezaron a hacer enterramientos con los 

objetos y enseres del difunto, basado en su creencia 

en la vida eterna y en las riquezas materiales que lo 

acompañaban, por cierto, aplicadas a una época de 

grandes faraones que habían conseguido unificar los 

distintos reinos y hacerse con un poder común a todo 

el Imperio, capaces de reunir a grandes contingentes 

de individuos en épocas estacionales.

Notas:

1. Herodoto. Historia de Egipto.

2. Solís Miranda, J.A. (2001) Los Enigmas de las pirámi-

des. Ed. Zócalo.

3. Flinders Petrie, W.M. (1930) Ancient Egypt. Ed. Mac 

Millan.

4. Y tristemente cada vez más en estos, como lo prueba 

el que se atribuya a estas medidas carácter mágico y no se 

sitúen en el contexto técnico-cultural que hemos descrito.

5. Precursor del tubo de rayos catódicos de los televiso-

res antiguos, desarrollado por William Crookes. Cuando se 

hace el vacío en el tubo y se aplica una corriente eléctrica, 

se produce un efecto luminoso dentro de él.

6.  “Tecnologías del antiguo Egipto” Barcelona, 2000. 

Pág. 249.

7. José Miguel Parra Ortiz, Las pirámides. Mito y reali-

dad, Pág 198-201.

8. Dios del desierto, pero también es el dios del movi-

miento descendente del sol en el hemisferio sur; por esta 

razón representa al calor destructivo del verano; es él quien 

roba la luz del sol, por lo que es tenido como maligno.

9.  Historia de las pirámides de Egipto, Editorial Complu-

tense, Madrid, 1997.

10. Op. Cit. Pág. 182.

11. En pocos años se pasó del adobe a la piedra, de los 

pequeños bloques de la pirámide escalonada, de unos 20 

cm aprox., hasta los bloques de casi tres toneladas de la 

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el esc

é

ptico

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Anuario 2017

pirámide de Kefrén, o a los bloques graníticos, mucho más 

duros, de la pirámide de Mikerinos.

12. Véase nota 21

13. Entre otros los egiptólogos Borchardt, Petrie, Speleer 

o Edwards ya defendían que de alguna manera la concep-

ción de la pirámide es el resultado de una suma de intentos, 

durante varias generaciones de arquitectos, que alcanzan 

como resultado una forma arquitectónica perfecta fruto tam-

bién, en todo caso, de las posibilidades técnicas de un pe-

ríodo determinado.

14. Los egipcios conocían el ángulo recto contenido en 

lo que ellos denominaban el triángulo sagrado, el triángulo 

3, 4 y 5.

15. Que implica la construcción de un edificio sobre las 

ruinas otros anteriores.

16.  Del latín protegere, definido por el DRAE como la 

acción de resguardar a una persona, animal o cosa de un 

perjuicio o peligro, poniéndole algo encima o debajo (y aña-

diríamos nosostros: rodeándolo, etc.).

17. Pero que no necesariamente tienen que estar jerar-

quizados en forma piramidal, como es el caso de algunas 

comunidades preíncas.

18. En el siglo XVI los incas abandonaron Tucumé ante 

el desolador panorama que el fenómeno del niño dejó en 

sus construcciones, destruídas casi en su totalidad pese a 

la megalítica altura que habían alcanzado algunas de ellas, 

como hemos visto.

19. Todavía recordamos las desoladoras imágenes del 

Huracán Mitch en Honduras y Guatemala.

20. Recordemos cómo narra Colón el primer encuentro 

con los indígenas americanos, que los vieron como dioses 
procedentes del allende el mar, motivo por el cual comen-
zaron a adorarlos. Espacio que estaba fuera de su visión de 
sí mismos como hombres, hombres mayas, aztecas, etc. 

21. Para más información véase el libro El animal divino

de Gustavo Bueno.

22. Los egipcios creían en la existencia de dos elemen-

tos en la parte espiritual del hombre: el ba que se separaba 
del cuerpo y el ka que necesitaba del cuerpo para consoli-
darse en este mundo.

23. Heracleópolis Magna. Un decorado para la eternidad

Revista GEO, nº 184, Pág. 87.

24. Los papiros conservados en los que se relatan des-

cripciones de robos o declaraciones de inculpados nos ha-
blan siempre de varios individuos: «un grupo de ladrones de 
Tebas guardaba en su casa la pesa de piedra que habían 
utilizado para repartir el botín de una tumba» (papiro 10052 
del Museo Británico de Londres).

25. Papiro 10053 del Museo Británico.
26. Y esta es, además, una posible explicación de por 

qué en el Imperio Medio se dejaron de construir pirámides, 
bien visibles a la vista, sustituidas por hipogeos o subte-
rráneos  mucho  más  camuflados  y  resguardados  de  los 
saqueadores, como el de Tutankamón, la única tumba real 
encontrada intacta.

III Beca de Investigación 

Sergio López Borgoñoz