el esc
é
ptico
76
Anuario 2017
introducción
En este artículo, cuya idea surgió originalmente en
un debate escolar, se pretende hacer un recorrido por
las distintas interpretaciones que a lo largo de la his-
toria se han hecho acerca de la construcción y eleva-
ción de las pirámides de todas las culturas y aportar
una más, si cabe. Aunque nos vamos a centrar en las
egipcias, no se descuidan otras, pero no con el grado
de atención con el que se analizan aquellas. La idea es
mostrar cómo en el acervo popular las pirámides, se-
guramente por su monumentalidad, y por ser obra arti-
ficial, han poblado la imaginación de muchos curiosos
—y otros no tanto— que han querido ver en ellas algo
muy diferente de lo que realmente son.
Dividimos el artículo en cuatro partes: en la primera
analizamos las diferentes interpretaciones que ponen
el acento en la función que las mismas cumplían; en
la segunda parte nos centramos en las interpretaciones
que lo hacen en el origen; en la tercera exponemos
nuestra propia tesis técnico-material sobre el origen y
función de las mismas; y por último, en la cuarta parte
aplicamos dicha hipótesis al caso egipcio.
En la primera parte abordamos cinco interpretacio-
nes sobre la función de las pirámides, siguiendo un
cierto criterio diacrónico: 1) la función social, basada
en los textos históricos que nos hablan de ello; 2) la
función geométrico-astronómica, que quiere ver en
la construcción de las pirámides distintas claves ca-
balísticas de números mágicos o relativos a posicio-
nes astronómicas; 3) la función esotérico-religiosa,
que pretende ver en ellas modelos ocultos de arcanos
saberes, muchos de los cuales estarían ligados a in-
terpretaciones religiosas, psíquicas o mágicas; 4) la
función tecnológica, que ha querido ver también en
ellas desde grandes centrales energéticas a antiguos
métodos alquímicos de licuación de la piedra; y 5) la
propia interpretación de la egiptología clásica como
función funeraria y con sus correspondientes críticas
a las interpretaciones anteriores, considerada por no-
sotros como acertada en cuanto a la función, aunque
insuficiente para dar cuenta del origen.
En la segunda parte abordamos el problema del
origen de las pirámides desde tres perspectivas: 1)
exponemos, someramente, el tipo de interpretaciones
que hacen recaer el origen de las pirámides, dadas las
similitudes existentes en la forma de todas ellas, en
algún tipo de intervención externa, v. g. realizadas por
civilizaciones extraterrestres; 2) a continuación hace-
mos lo propio con aquellos que consideran que dichas
construcciones son reliquias de culturas ancestrales
mucho más avanzadas de lo que nos es dado pensar,
incluso que la nuestra actual; que de alguna forma de-
jaron estos restos como huella permanente de su grado
de civilización —entre los que destacan, sobremane-
ra, los atlantes—, en cierto modo emparentada con la
anterior interpretación, si consideramos que algunos
consideran a los atlantes como extraterrestres venidos
a la Tierra hace millones de años; 3) por último, se
hace referencia a una hipótesis menos fantástica, que
afirma que la pervivencia de este tipo de estructuras
El enigma
de la pirámide
Emilio Jorge González Nanclares
Profesor de Filosofía en Enseñanzas Medias
Orígenes, funciones e interpretaciones de estos espectaculares monumentos, que
tanto han estimulado la imaginación
el esc
é
ptico
77
Anuario 2017
indicaría un nexo común, pues no es posible que apa-
rezcan recurrentemente en todo lugar y tiempo de la
misma manera y forma: es la hipótesis difusionista,
cuyo principal representante es el aventurero noruego
Thor Heyerdahl.
En la tercera parte planteamos directamente nuestra
tesis, que denominaremos técnico-material, por consi-
derar que la forma piramidal está ligada estrechamen-
te al tipo de materiales utilizados en su construcción y
que tenían, como es lógico suponer, un límite de eleva-
ción. Así, pasamos a describir los distintos materiales
con los que se han creado, desde los primeros amonto-
namientos de piedras que por la fuerza de la gravedad
tienden a tomar la forma piramidal, pasando por mate-
riales más elaborados como el trabajo en arcilla —bien
cruda (adobe), bien cocida (ladrillo)— hasta llegar a la
piedra, que es la dominadora de las grandes pirámides
de todas las culturas. Implica ello también la existen-
cia de un cierto grado de complejidad social, pues no
es lo mismo amontonar piedras que construir grandes
bloques de granito perfectamente cubicados y nivela-
dos, lo que requiere, como hemos dicho y se analiza
en el texto, la existencia de una sociedad compleja,
fuertemente especializada y tecnificada para la reali-
zación de tales tareas que piden, cuando poco, un gran
número de mano de obra, bien esclava, bien asalaria-
da. Finalizamos esta parte con la aplicación del Espa-
cio Antropológico de Gustavo Bueno a la construcción
de las pirámides en un doble nivel: Primero en cuanto
al origen de la estructura piramidal, que no es más que
continuación de la elevación en altura, y que se debe,
a nuestro juicio, a la necesidad de protección tanto de
cara a los fenómenos de la naturaleza —bien agresivos
en ocasiones, como sabemos—, como a la protección
Las pirámides implican un cierto grado de complejidad
social, pues no es lo mismo amontonar piedras que
construir grandes bloques.
Complejo de pirámides de Guiza, Egipto (foto: Wikimedia Commons)
el esc
é
ptico
78
Anuario 2017
contra las bestias salvajes; y por supuesto contra otros
pueblos que veían en los excedentes de producción de
las culturas agrícolas un suculento botín que llevarse a
la boca. Y en segundo lugar, aunque muy ligado al pri-
mero, en cuanto a la función que estaban cumpliendo
como almacenes, tumbas, templos u observatorios as-
tronómicos (o varias de estas cosas al mismo tiempo),
que necesitarían fortalecerse y blindarse en relación al
grado de complejidad tanto material como ideológico
que dicha cultura hubiera alcanzado.
A propósito de esto último se inserta una cuarta
parte, en realidad un apéndice, que no es más que la
aplicación de la tesis anterior al caso egipcio y a la ne-
cesidad de protección que necesitaban los faraones de
las grandes dinastías para salvaguardar de los saquea-
dores sus tesoros, enterrados con ellos, por su creencia
en la vida posterior a la muerte, función ideológica
que reafirma su función funeraria.
1. Concepto de enigma, misterio y secreto
No obstante, antes de nada, no nos resistimos a ha-
cer aquí un pequeño análisis del concepto de enigma
que aparece en el título, contraponiéndolo a otros tér-
minos que también han sido utilizados en la termino-
logía piramidológica como misterio y secreto, y que
ha sido el leiv motiv que nos ha llevado a decantarnos
por el primero. Hablar de pirámides trae a la memo-
ria un halo de misterio, de civilizaciones perdidas, que
estimula las más ocultas creencias de que hay algo de
incognoscible y secreto detrás de todas estas cons-
trucciones. Sin embargo, si utilizamos el concepto de
enigma, y no por ejemplo el de misterio o el de se-
creto, es, precisamente, para resaltar que, como bien
dice la Real Academia Española: enigma es algo que,
aunque «difícilmente puede entenderse o interpretar-
se», no impide que no se pueda descifrar, como por
ejemplo el enigma de la esfinge. En este sentido se
opone a misterio, definido como «cualquier cosa ar-
cana o recóndita, que no se puede comprender o ex-
plicar» en cuanto algo dado ya de antemano de forma
incognoscible o iniciática, recogido tradicionalmente
por la terminología religiosa para definir sus dogmas:
el misterio de la santísima trinidad, por ejemplo, o los
misterios griegos de Eleusis. Secreto, «lo que cuida-
dosamente se tiene reservado y oculto», en cambio, es
un término que apunta hacia algo escondido, aunque
no por ello indescifrable; sencillamente no está al al-
cance de, pongamos por caso, la mano o la vista, por
ejemplo, cuando el juez decreta el secreto del suma-
rio, o los políticos apelan a los secretos de Estado.
parte i. la función
2. Interpretaciones histórico-sociológicas: Fun-
ción social
Heródoto, que visitó Egipto hacia el año 440 a. C.,
nos informa de que las pirámides de Guiza fueron le-
vantadas en tiempos del despótico faraón Keops, quien
cerró todos los templos e impidió que se hicieran sa-
crificios. Cerca de 100.000 hombres, decía, que se tur-
naban cada tres meses, intervienen en su construcción.
Tardaron diez años en construir la calzada de acceso
de 900 metros por la que arrastraban los bloques y
veinte años más en construir el grueso de la pirámide
mediante máquinas izadoras. A su juicio, fueron 106
años, unidos a los 50 de Kefrén y a los 56 de Micerino,
los que los egipcios vivieron sumidos en la miseria
para alimentar la ambición y el orgullo de los farao-
nes, hasta tal punto, sigue diciendo, les cogió odio la
gente del pueblo que a «estos dos reyes ni mentarlos
quieren, y a las pirámides las llaman pirámides de Fi-
litis, por el nombre de un pastor que en aquel tiempo
apacentaba sus rebaños por esos parajes»
1
. Heródoto,
de alguna manera, había inaugurado la interpretación
histórico-sociológica.
Otros autores, como el griego Estrabón (que vi-
sitó Egipto en el año 24 a. C.) o Diodoro de Sicilia,
continúan con esta tradición. Estrabón alaba los co-
nocimientos astronómicos de los sacerdotes egipcios
de quienes dice que «son inigualables en la ciencia
del cielo. Misteriosos y reacios a comunicarse, en
ocasiones pueden ser persuadidos después de mucha
solicitud para que impartan algunos de sus preceptos,
aunque pese a ello sigan ocultando la mayor parte».
Diodoro de Sicilia, en el 56 a. C., que fue el primero
Taylor y Smyth inauguraron una tradición, la
piramidología, cuyos seguidores fueron bautizados como
piramidiots por los egiptólogos.
el esc
é
ptico
79
Anuario 2017
en apuntar la utilización de rampas para construir las
pirámides, en cambio, nos transmitía, en conexión con
Heródoto, el amargo recuerdo que habían dejado reyes
como Keops y su hijo Kefrén:
Aunque estos reyes mandaron construir las pirá-
mides para que les sirviera de sepultura, ninguno
de ellos fue enterrado allí. Las gentes irritadas por
los trabajos insoportables a los que habían sido
condenados juraron que sacarían sus cuerpos de
estos lugares para hacerlos pedazos. Los faraones
al saberlo hicieron que sus amigos, después de su
muerte, enterraran sus cuerpos en lugares más se-
guros y secretos.
3. Interpretaciones geométrico-astronómicas:
Función matemática
En la Edad Moderna, y dentro del contexto científi-
co que la caracteriza (la Revolución Científica, ligada
al renacido interés por el platonismo y el pitagorismo)
se inicia un tipo de interpretaciones que tratarán de
encontrar las claves matemáticas o astronómicas pre-
sentes en este tipo de monumentos. Así, en 1638 el
matemático inglés John Greaves viajó a Egipto con la
intención de encontrar en la estructura de las pirámi-
des los datos que le permitieran establecer las dimen-
siones de la Tierra, pero fracasado su intento de medir
las pirámides debido a la gran cantidad de escombros
que rodeaban la base de la Gran Pirámide, solo pudo
hallar el inicio de un pozo que había servido para co-
municar la cámara de la reina con el pasaje descen-
dente de finalidad todavía hoy no muy bien aclarada,
y explorado posteriormente en su totalidad en 1840
por el comerciante genovés Caviglia. Publicó sus ob-
servaciones en su famoso libro Pyramidographia, que
serviría de base a Isaac Newton para disertar acerca de
las medidas según las cuales habían sido construidas
las pirámides: el codo sagrado (63 cm) y el codo real
(52 cm). Posteriormente fue demostrado por Petrie
que solo se había usado el codo real.
Esta tradición derivaría en manos del escritor visio-
nario británico John Taylor (The Great Pyramid. Why
was it Built and Who built it?, 1859). Para este autor
era del todo imposible que los seres humanos hubieran
alcanzado en tan poco tiempo, solo 1600 años después
de la creación del mundo, el alto grado de desarrollo
que manifestaban; concluyó que solo de la mano di-
vina podría haberse dado tan eminente prodigio. Se
basaba para ello en el testimonio del sacerdote egipcio
Manetón —primer cronógrafo oficial de las dinastías
unificadoras—, quien había afirmado que Egipto fue
dominado por un pueblo desconocido sin librar batalla
alguna; ese pueblo no habría sido otro que el pueblo
elegido de Dios. Tesis que le venía muy bien, por cier-
to, a la conservadora sociedad victoriana justo en el
mismo año en que Darwin publicaba su obra El origen
de las especies.
Uno de los más fieles seguidores de Taylor fue el
astrónomo escocés, y miembro de la Royal Society,
Charles Piazzi Smyth, quien, en una suerte de conju-
gación entre las teorías geométricas y las religiosas,
intenta demostrar la tesis de Taylor de que «el perí-
metro total de la base de la Gran Pirámide (232,805
m x 4) es de 931,22 metros. Si se divide este número
por 2 veces su altura, que cuando se construyó era de
148,208 metros, se halla el valor de Π = 3,14159». Sin
entrar a valorar la exactitud de las medidas que aporta
(y que precisará Flinders Petrie con posterioridad), se
pasa por alto en este análisis que en el papiro matemá-
tico Rhind, del reino Medio, el valor mencionado para
Π es de 3,1605, y no de 3,1416.
Parafraseando al egiptólogo español José Antonio
Solis Miranda:
¿Qué quiere decir la coincidencia de una cifra?
Si alguien asume como relevante que la altura de
la Gran Pirámide sea 1/270.000 de la circunferen-
cia del planeta, ¿qué podemos deducir de la enver-
gadura de un Boeing 720, que es exactamente la
millonésima parte de la circunferencia ecuatorial
de la Tierra? ¿Que los constructores aeronáuticos
ocultan sus conocimientos entre las puntas de las
alas?
2
Portada de la revista esotérica Más Allá dedicada a la piramidología
el esc
é
ptico
80
Anuario 2017
John Taylor y Piazzi Smyth inauguraron una tradi-
ción que desde entonces fue conocida con el nombre
de piramidología, y a cuyos seguidores los egiptólo-
gos anglosajones bautizaron con el ingenioso nombre
de piramidiots. Entre los más fervorosos entusiastas
de estas originales teorías se encontraba el joven ma-
temático, químico e incipiente arqueólogo William
Matthew Flinders Petrie, al cual la lectura de los libros
de aquellos había dejado tan impresionado que solo
después de un desesperado intento por hacer cuadrar
las medidas de sus maestros con las reales de las pi-
rámides, lo que trajo como virtuosa consecuencia el
hecho de realizar las medidas más concienzudas que
se habían efectuado hasta entonces de la Gran Pirámi-
de, escribió:
Es necesario decirles a nuestros lectores que las
extraordinarias falacias y erróneas declaraciones
relativas a la Gran Pirámide no son sino lamenta-
bles tonterías. Las teorías proféticas que elaboran
los escritores sustituyen a otras de hace sesenta
años, y estas a otras y así sucesivamente.
3
Todo ello sin querer despreciar las medidas reali-
zadas en las construcciones realmente existentes, que
en muchos casos concuerdan con las posiciones as-
tronómicas de los solsticios y equinoccios del lugar,
así como de algunos astros importantes para su cul-
tura agrícola, como por ejemplo el orto de Sirio, en
la egipcia, que marcaba el inicio de las inundaciones
del Nilo. Pero este tipo de conocimientos, que eran
frecuentes en dichas sociedades, sobre todo por la ne-
cesidad que tenían de fijar determinados jalones que
establecieran el proceso correcto de la producción, v.
g. inundación, siembra y cosecha (las tres estaciones
anuales consideradas por los egipcios), eran costosos
y difíciles de aprender y solamente conocidos por
unos pocos, la casta de los sacerdotes habitualmente.
Por ello, era importante fijarlos en construcciones ma-
teriales concretas, que todo el mundo pudiera ver y
usar en el momento sin necesidad de saber nada de as-
tronomía o geometría, lo habitual en aquellos tiempos
4
(al igual que muchas otras construcciones neolíticas,
por ejemplo, Stonehenge o los dólmenes de Anteque-
ra); y de ahí que los sabios de la época, que además de
sacerdotes (porque estaban en contacto con lo divino,
los astros) eran matemáticos, astrónomos, arquitectos,
médicos, etc., lo hicieran. Así como también, y como
un virtuoso efecto secundario, que quedara constancia
para el alcance de las generaciones venideras.
4. Interpretaciones esotérico-religiosas: Función
esotérica
A partir de aquí surgen toda una pléyade de doctri-
nas de índole esotérica que se ejemplifican en el libro
de la visionaria rusa Helena Petrovna Blavatsky, La
Doctrina Secreta (1888), quien sostiene que la Gran
Pirámide exteriormente «simboliza los principios
creadores de la naturaleza e ilustra los principios de
la geometría, matemáticas, astrología y astronomía» e
interiormente era «un templo majestuoso que recogía
la iniciación de la familia real», siendo así que el sar-
cófago de pórfido «era la fuente bautismal de la que el
neófito surgía, renaciendo de nuevo y convirtiéndose
en adepto».
Esta tradición, que se adentra profusamente en el si-
glo XX, es sin duda la que mayor número de seguido-
res ha aglutinado, y es la que goza aún hoy, sin duda,
de una salud de hierro. Y si no, solo hace falta ojear los
muchos libros que se presentan con el atrayente título
de el poder psíquico de..., la energía secreta de..., el
misterio de las pirámides, etc., muchos de los cuales
bucean en este tipo de interpretaciones y abundan de
una forma sorprendente en las bibliotecas públicas.
Interpretación que, actualizada, continua el dentista
francés François-Xavier Héry, quien se dice pariente
lejano del gran Champollion, en su libro La Biblia de
Piedra (1990), y que sostiene que la Gran Pirámide
no es más que un enorme canto a la espiritualidad
monoteísta —si bien aún toscamente intuida— que
posteriormente reinaría en el imperio nuevo egipcio
para imponerse finalmente con el judeo-cristianismo,
renovando con ello las teorías de Taylor.
Cuando el radiestesista francés Antoine Bovis visi-
tó la pirámide de Keops advirtió (al menos eso dice él)
Las interpretaciones esotéricas han generado toda una
industria de pirámides en miniatura que ha lucrado los
bolsillos de más de uno.
el esc
é
ptico
81
Anuario 2017
que los alimentos, arrojados a un cubo de basura den-
tro de la cámara real, no mostraban ningún síntoma de
putrefacción. Al día siguiente, según parece, depositó
en la cámara unos trozos de carne para comprobar al
cabo de unos días que no se había descompuesto. Esta
percepción le llevó a profundizar los estudios hasta el
punto de construir una réplica a escala de dicha pi-
rámide. En esos experimentos notó que esa pequeña
pirámide producía una momificación de animales y
conservaba las flores y los alimentos. Su hipótesis
fue que la Gran Pirámide de Keops estaba construida
con unas proporciones tales que generaban una fuerza
desconocida capaz de invertir el curso normal de los
procesos físicos y especialmente de los biológicos. A
partir de ahí se creó la llamada escala de Bovis, que
pretende medir la «vibración energética» o longitud
de onda que emite un lugar o un cuerpo. La «vibración
normal» de un cuerpo sano es, según esto, de 6500
unidades Bovis. Un lugar que emite una vibración su-
perior a las 7000 unidades nos aporta energía y nos
ayuda a recuperar nuestro equilibrio vibracional y por
tanto nuestra salud; y esto es la pirámide.
Aunque estas conclusiones no obtuvieron la menor
acogida en los círculos científicos, y los pocos experi-
mentos que se hicieron no pasaron de previsibles com-
portamientos psicosomáticos, sus conclusiones dieron
comienzo a toda una pléyade de teorías y doctrinas en
todas partes del mundo, mezcladas en ocasiones con
mitologías legendarias, como es el caso del Feng Shui,
que une los arcanos conocimientos del taoísmo con
la supuesta energía piramidal. En todo caso, a partir
de estas ideas se ha generado una industria de la pro-
ducción de pirámides en miniatura que ha lucrado los
bolsillos de más de uno.
5. Interpretaciones físico-químicas. Función tec-
nológica
Tiene aquí cabida la increíble teoría del ingeniero
Christopher Dunn acerca de las pirámides de Egipto,
y quién sabe si también del resto del mundo. Según
Dunn, a raíz de la lectura del libro de Peter Tompkins
Secrets of the Great Pyramid, y basándose en datos
aportados por el ufólogo Brad Steiger (Worlds Before
Our Own) quien suponía haber encontrado vestigios
del uso de un tubo de Crookes
5
en las tallas murales de
la cripta inferior del templo de Hathor en Dandara, la
Gran Pirámide no es más que una gran central energé-
tica que los egipcios utilizaron para alimentar un com-
plejo sistema de maquinaria con la cual construyeron
sus enormes monumentos y alcanzaron un tecnología
comparable a la actual:
He acumulado una plétora de hechos y deduc-
ciones a partir de un análisis formal del diseño de
la Gran Pirámide y de casi todos los objetos que se
han encontrado en su interior que, tomados en su
conjunto, apoyan mi hipótesis de que la Gran Pi-
rámide era una planta generadora y la cámara del
rey, su centro energético. Gracias al elemento que
alimenta nuestro Sol (el hidrógeno) y combinando
la energía del universo con la de la Tierra, los an-
tiguos egipcios convirtieron la energía vibratoria
en energía de microondas. Para hacer funcionar
la central de energía, los diseñadores y los opera-
rios tuvieron que inducir una vibración en la Gran
Pirámide que estuviera en sintonía con las vibra-
ciones resonantes armónicas de la Tierra. Cuando
la pirámide vibraba en sintonía con la vibración
terrestre, se convertía en un oscilador acoplado y
podía mantener la transmisión de energía desde la
Tierra casi sin ningún esfuerzo. Es posible que las
tres pirámides más pequeñas situadas al este de la
Gran Pirámide sirvieran para ayudarla a conse-
guir la resonancia, de la misma forma en que en
la actualidad se emplean motores de gasolina más
pequeños para poner en marcha motores diésel
grandes.
6
Por último no me resisto también a citar aquí las
interpretaciones alquimistas. En 1988 se editó en Es-
tados Unidos el libro titulado The Pyramids, An Enig-
ma Solved, en el que se recogían las investigaciones
Piazzi-Smyth suponía que las pirámides de Guiza constituían algo así como
el centro geométrico del mundo (Wikimedia Commons)
el esc
é
ptico
82
Anuario 2017
llevadas a cabo por Joseph Davidovits, profesor de
la universidad de Toronto, y Margaret Morris, de la
de Minnesota, en la que sostenían que antiguos pue-
blos como los egipcios, los incas y quizá los mayas y
teotihuacanes, poseían increíbles técnicas para poder
reblandecer las piedras. Estos autores basan sus afir-
maciones en unos sospechosos análisis microscópicos
efectuados en rocas de la meseta de Guiza y en la que
según ellos podía apreciarse la presencia de restos de
uñas, pelos, fibras textiles e incluso piel, junto con
unas sospechosas burbujas de aire en la superficie su-
perior de las rocas calizas, así como de determinadas
formas redondeadas o con unas extrañas huellas de
haber sido extraídas a paladas. ¿Cómo puede ser po-
sible este ablandamiento? Pues la explicación es sen-
cilla, según ellos: «los antiguos egipcios sabían cómo
convertir la roca más dura en una pastosa masa que,
durante su manipulación, podría recoger restos de ma-
teriales o formar grumos, al igual que ocurre con la
masa del pan o del dulce mientras es manipulada por
los reposteros». Este tema, que fue llevado al deba-
te televisivo La Clave por José Luis Balbín, tiene su
soporte histórico según ellos en la Estela de Famine,
situada en la isla de Sehel, descubierta en 1889 por el
egiptólogo Charles Wilbour y descifrada en 1935 por
el francés Barquet. En dicha estela, también conocida
como el sueño de Inhotep, hay un par de pasajes en
donde, según ellos, el dios Khnum (guardián de las
fuentes del Nilo y dios alfarero creador) da al rey una
lista de minerales y productos químicos para fabricar
bloques aglomerados con los que construir templos.
6. Crítica de las interpretaciones anteriores des-
de la egiptología clásica
Prácticamente todas o casi todas las interpretacio-
nes anteriores basan sus ideas en el rechazo de que
las pirámides egipcias hubieran sido utilizadas como
tumbas apoyándose en al menos dos supuestos:
1) Que en ninguna pirámide se ha encontrado nunca
el cuerpo de un faraón.
2) Que en ninguna pirámide se ha encontrado nunca
el nombre de un faraón.
Dejemos que sea el joven historiador y egiptólogo
de la Universidad Complutense de Madrid, J. M. Parra
Ortiz, el que, con contundencia, rebata estos argumen-
tos:
Es bien cierto que los restos momificados encon-
trados en el interior de las pirámides han sido es-
casos, pero no lo es menos que existen en cantidad
suficiente como para refutar de una vez por todas
la ingenua teoría de que no eran tumbas. [...]. Res-
pecto a los restos de los faraones, veamos una lis-
ta de aquellos que se sabe con alguna certeza que
pertenecieron a monarcas egipcios:
- Esnefru (IV Dinastía): en 1950 se encontraron
en el interior de la pirámide Roja de Dashur res-
tos de su momia, entre ellos parte del cráneo —cu-
bierto parcialmente de piel—, la mayor parte de la
mandíbula inferior, el hueso de la cadera, algunas
costillas, parte del pie izquierdo, las vendas del pie
derecho, un dedo y algunas vértebras.
- Menkaure (IV Dinastía): en una de las habita-
ciones del interior de la pirámide, bajo un metro de
escombros, se encontró un sarcófago de madera de
época saíta con el nombre de Menkaure y las pier-
nas y la parte inferior de un torso humano, junto
con un pie y algunas vértebras y costillas, todos
ellos cubiertos de piel. La postura del cuerpo, li-
geramente flexionada, es típica del Reino Antiguo,
pero el C
14
ha dado una antigüedad de 1.650 años
que, sin duda, puede deberse a la contaminación
de los restos desde que fuera saqueada la tumba
[…]
No es que sean muchos, pero sin lugar a dudas
son más que suficientes como para poder afirmar
con rotundidad que los faraones fueron enterrados
en las pirámides que se les atribuyen. La escasez
y estado fragmentario de los restos se deben al
saqueo de las tumbas, cuando los ladrones mal-
trataron los cuerpos para encontrar los amuletos
de materiales preciosos cubiertos por las vendas.
Estos robos fueron habituales en Egipto desde el
momento mismo en que comenzaron los enterra-
mientos, pues Petrie encontró tumbas predinásti-
cas intactas, pero que habían sido saqueadas poco
Desde la egiptología clásica se ha sostenido básicamente
la idea funeraria como finalidad última de las pirámides,
al menos las egipcias.
el esc
é
ptico
83
Anuario 2017
después de la inhumación. La tradición continuó,
y, durante el Tercer Período Intermedio, una co-
misión tebana fue comprobando algunas tumbas
reales de la zona, dejando constancia de su dili-
gencia con inscripciones como la siguiente sobre
los ataúdes:
«Año 19, 3er mes de akhet, día 28. En este día,
inspección de la esposa del rey Merytamun».
Sin embargo, la inscripción no indica que se tra-
tara de una inspección para comprobar si había
sido saqueada, ¡sino para saquearla! Se trataba
de un trabajo oficial realizado por orden del Gran
Sacerdote de Amón en Tebas, Pinedjem, cuyo poder
chocaba por entonces con el del faraón y que se
esforzaba por conseguir nuevas fuentes de ingresos
allí donde pudiera
7
.
7. La interpretación de la egiptología clásica.
Función funeraria.
Desde la historiografía clásica se han criticado con
dureza todas estas interpretaciones, sosteniendo bá-
sicamente la idea funeraria como finalidad última de
las pirámides, al menos las egipcias. Así, por ejem-
plo, el gran egiptólogo Jean Philippe Lauer, en su li-
bro El misterio de las pirámides, carga contra todos
estos autores sosteniendo que, en realidad, no existe
apenas misterio: «La Gran Pirámide, como todas las
pirámides, es una tumba». Sin embargo, sigue sien-
do difícil justificar cómo un mausoleo puede haber
alcanzado dimensiones tan impresionantes como las
que alcanzaron las de Keops y su sucesor Kefrén, o
incluso antes las de Zoser o Esnefru, lo que da pábulo
a la proliferación de toda esta pléyade de pseudointer-
pretaciones.
Cuando de justificar se trata el origen de estas cons-
trucciones, los historiadores al uso se remiten a la fun-
ción que les atribuyen los antiguos egipcios, argumen-
tando en sentido emic, (interno) y tomando por buenas
las propias justificaciones que se desprenden del des-
ciframiento de los jeroglíficos (o de los petroglifos en
el caso de las mesoamericanas).
Así, por ejemplo, son clásicas las argumentaciones
en las que las pirámides escalonadas representan un
medio simbólico (una escalera) para acceder al firma-
mento: Un encuentro con los dioses circumpolares que
nunca mueren. En efecto, el jeroglífico determinativo
de la palabra ascender tiene forma de una pirámide
escalonada y en uno de los textos de las pirámides se
recoge perfectamente esta idea: «Le has dado la escala
al dios, le has dado la escala de Seth
8
, para que pueda
ascender con ella hasta el cielo y escoltar a Ra» (Pir.
974).
Las pirámides lisas, según algunos egiptólogos, en
cambio, representan la manifestación simbólica de un
rayo de sol petrificado, ejemplificado en los rayos que
atraviesan las nubes en días de tormenta. Esto habría
tenido lugar a comienzos de la IV dinastía, en la que
los faraones habían vuelto a un culto solar más puro,
el culto de Atum-Ra que, en la etapa anterior, después
de que Huni, el Golpeador, hubiera hecho volver al
redil a las tribus del sur que habían iniciado un cona-
to de disgregación de los faraonatos de Sekhemkhet y
Khaba, demasiado alejados de los centros de poder al
establecer su capitalidad en Menfis.
Sin embargo, estas interpretaciones, aun man-
teniéndose en la más pura ortodoxia (quizá para no
recaer en piramidología, de la que huyen como gato
escaldado), recaen en un excesivo apego a las propias
justificaciones internas que los egipcios u otros pue-
blos dieron de sí mismos (no les ocurre lo mismo a los
piramidiots, quienes aceptan o rechazan las leyendas
según les va en ellas); sin que esto quiera decir que
dichas justificaciones no sean correctas, internamente
hablando, y que no hayan jugado su papel ideológico
e imitativo en muchos casos. Desde un punto de vista
filosófico-materialista cuesta trabajo aceptar sin más
esta argumentación como una explicación del origen y
función real de dicha forma piramidal
Actualmente hay algunos egiptólogos que no des-
cartan otros posibles usos, si bien complementarios
el esc
é
ptico
84
Anuario 2017
del funerario, considerando que las pirámides también
cumplieron una función social importante. Así, por
ejemplo, el ya citado egiptólogo español José Miguel
Parra Ortiz, que ha publicado un libro excelente sobre
la historia de las pirámides de Egipto
9
, en su último
libro Las pirámides. Historia, mito y realidad, nos
cuenta:
No conviene olvidar tampoco que los obreros
que se encargaban de edificar el complejo fune-
rario del rey eran alimentados y cobijados en las
cercanías del mismo. Las investigaciones de Leh-
ner en Guiza, por ejemplo, han permitido desen-
terrar lo que sin duda es una panadería, posibles
almacenes de grano y salazones de pescado. Por
otra parte, en el interior de los grandes recintos
que cobijaban los edificios culturales de Khaefre
y Menkaure se han encontrado otro tipo de edifi-
cios auxiliares. Al oeste de la pirámide del hijo de
Khufu se excavaron una serie de estancias alarga-
das que Petrie, en el siglo XIX, interpretó como las
barracas de los constructores, pero que un nuevo
estudio ha permitido interpretar, como mínimo,
como un taller de escultor y con otras funciones
que no podemos sospechar por el momento. Al su-
reste de la pirámide de Menkaure hay otros restos
de edificios que han sido identificados también con
talleres en donde se fabricaban desde cestas y ce-
rámica hasta objetos de alabastro y herramientas
de cobre. Los obreros necesitaban una constante
provisión de alimentos y herramientas; por tanto,
es lógico que el centro productor de los mismos
estuviera en las cercanías del lugar en donde rea-
lizaban su trabajo. Así se mejoraba la producción
y se evitaban los retrasos.
10
Así pues, las pirámides ponían en marcha una gran
maquinaria productiva que trascendía con mucho la
sola función de tumba que se les asignaba. Toda una
pléyade de trabajadores vivían y producían a su través,
generando un círculo económico que garantizaba la
actividad constante y el consumo de lo producido, in-
crementando terriblemente la especialización y la pro-
ducción de toda la maquinaria social; estableciendo lo
que Parra define como el Maat, es decir, «el conjunto
deificado de ideal que permitía al mundo funcionar co-
rrectamente».
Estamos básicamente de acuerdo con esta reinter-
pretación de la función que la industria de la construc-
ción de pirámides llegó a alcanzar en el Imperio Anti-
guo. Máxime si se añade a lo que nos cuenta Parra Or-
tiz todo el impulso que las distintas técnicas, ligadas
a la extracción, el transporte y la construcción, debió
suponer en cuanto al desarrollo y mejora de nuevas
técnicas
11
y utilización de nuevos materiales, como la
utilización de distintos tipos de caliza, la importación
de una gran cantidad de madera, la explotación de las
canteras de granito de Asuán, etc.
Pero aun aceptando todo esto, quedamos aún muy
insatisfechos en cuanto a la justificación divina de su
origen, pues estas interpretaciones son puramente in-
ternas a las ideologías y religiones al uso en la época
dentro de cada cultura. No es que estas interpretacio-
nes, al contrario que las anteriores, no sean correctas;
es que son, a nuestro juicio, miopes desde el punto de
vista materialista, pues no ven más allá de lo que sus
agentes afirman acerca de las mismas (punto de vista
emic). Desde un punto de vista material (etic, externo)
y asumiendo que sus conclusiones funcionales son co-
rrectas, las pirámides eran tumbas; estas interpretacio-
nes nos parecen francamente insuficientes en cuanto
no descifran los motivos reales, infraestructurales, de
la realización de las mismas, esto es, de su origen (por
ejemplo, al interpretarlas como rampas de lanzamien-
to del alma hacia el cielo, sede de los dioses
1
).
parte ii. el origen
8. Sobre el origen de las pirámides
Bien es cierto que resulta tremendamente difícil,
pero no imposible, deslindar el origen de la función
de algo. Muchas de las teorías expuestas anteriormen-
te implicaban ya en su propia función la explicación
del origen. No obstante, no es menos cierto que, en
el complejo proceso histórico que nos envuelve para
representar este problema, los orígenes quedan ge-
neralmente envueltos por los posteriores usos que se
realizan del fenómeno de justificación, cuando no se
modifican por ellos.
Son clásicas las pseudointerpretaciones acerca del
origen de las pirámides basadas en la intervención de
terceros en discordia. Ya hemos descrito someramente
algunas de aquellas que acuden directamente a la in-
tervención divina en su formación. Nos quedan ahora
por investigar otras que, incapaces de aceptar que la
extraña similitud con que presenta todo este tipo de
construcciones sea fruto del azar, entienden que ha te-
nido que haber una mano invisible común que haya
guiado su formación. Básicamente citaremos las dos
clásicas: la que explica el fenómeno por la interven-
ción de seres extraterrestres y la que lo hace a partir
de antiguas y desaparecidas civilizaciones terrestres
que, después de haber alcanzado un alto grado de de-
sarrollo, sufrieron un colapso terrible que acabó con
ellas, aunque aún tuvieron tiempo de difundir algunos
de los conocimientos adquiridos a través del globo te-
rráqueo: los atlantes. Y añadiremos una interpretación
más: la difusionista.
9. Seres venidos de otros planetas. Origen extra-
terrestre.
Escépticos ante las explicaciones oficialistas del fe-
nómeno y alertados por la gran cantidad de supuestas
el esc
é
ptico
85
Anuario 2017
construcciones piramidales existentes, algunos grupos
han lanzado la idea de que este tipo de estructura no
ha podido sino tener un origen común, que no es otro
que el de la intervención de extraterrestres venidos de
probables planetas habitados de nuestro sistema solar
o de remotas galaxias con tecnologías totalmente des-
conocidas para nosotros.
Pero ya antes otros ufólogos consagrados habían
creído ver en los vestigios: dibujos, esculturas, escri-
tos y leyendas mesoamericanas (Popol Vuh, Chilam
Balam, etc.) y de otras culturas arcaicas indicios de
las visitas de estos seres venidos del cielo. Según estos
autores, el Kukulcán de los mayas y el Quetzalcóatl
de los aztecas eran dioses venidos de las estrellas. Un
busto labrado en piedra refleja a Quetzalcóatl dentro
de la boca de una serpiente. ¡No!, ¡no es la boca de
una serpiente!, es un casco de astronauta al que se le
dio forma de serpiente. En una serie de cuadros pin-
tados por zapotecas encontrados en la región de Oa-
xaca, México, aprecian ciertos objetos raros, objetos
humeantes, que les dan la impresión de asemejarse a
las supuestas naves empleadas por Quetzalcóatl:
¡Oh hijos nuestros! Vamos a marcharnos, pero
regresaremos. Ahora os dejamos sabias recomen-
daciones y consejos. Escuchadlos todos vosotros,
que vinisteis de una lejana patria... no nos olvidéis
nunca [Popol Vuh].
Ya no digamos nada de los enormes geoglifos de
Nazca, los ídolos de la isla de Pascua, los templos de
Teotihuacan y Chichen Itzá, las pirámides de Egipto o
las mayas de Tikal, Palenque o Copán.
No vamos a detenernos aquí a realizar una crítica
de estas tesis que en la mayor parte de los casos se
hunden por su propio peso, aunque no nos resistimos
a citar la refutación que dos científicos checos, el as-
trónomo Jaroslav Klokocník y el ingeniero Frantisek
Vítek, especialista en geodesia, hicieron de las tesis de
Von Däniken acerca de la interpretación extraterrestre
de los petroglifos de Nazca.
Sostienen estos investigadores que en la planicie
de Nazca hay una capa clara de arena, arcilla y yeso
cubierta por grava oscura que al retirarse deja ver la
capa clara inferior. Debido a la escasa pluviosidad de
la zona, las figuras grabadas en ella han podido con-
servarse hasta hoy. Estas líneas pueden, además, estar
relacionadas con algunos hitos importantes del calen-
dario astronómico como son los puntos por donde sale
y se pone el sol, los solsticios y los equinoccios, etc.
Constituyen pues una gran red geodésica que facilita-
ba a los viajeros su orientación y a los pueblos agríco-
las su estacionalidad.
El supuesto extraterrestre del que habla Van Däni-
ken no sería sino un pescador, símbolo de la orien-
tación, que sujeta en su mano una red y a cuyos pies
aparece un pez, símbolo de la abundancia. Por último,
estos dos autores revelaron que cien aldeanos habían
podido grabar una figura de tamaño medio en unos
pocos días. La creación de una figura de colosales di-
mensiones requeriría como máximo un año.
10. El colapso de civilizaciones perdidas. Los at-
lantes.
Otra idea que ronda la cabeza de numerosos aman-
tes de los misterios piramidales es que la forma de di-
chas estructuras debe su origen a una supuesta antigua
civilización, que, ¡cómo no!, no puede ser otra que
la mítica Atlántida citada por Platón en el Timeo y el
Critias. No obstante, no hay ninguna otra referencia a
la existencia del mismo y, a lo sumo, algún que otro
autor moderno ha intentado reavivar la tan denomina-
da existencia de estos legendarios personajes. Así, por
ejemplo, en el número de junio de 1913 del Bulletin
de l`Institut Océanographique el geólogo M. O. Ter-
mier publicaba su conclusión de que Platón había sido
absolutamente exacto en su relato, afirmando que «en
una época relativamente reciente, hacia el fin de la era
cuaternaria, al oeste del estrecho de Gibraltar se hun-
dió una vasta región continental formada de grandes
islas, y las huellas de este cataclismo quedan visibles
aún para el geólogo...».
Pero, sin duda, ninguna el personaje que más con-
tribuyó a la pervivencia del mito fue el psíquico nor-
teamericano Edgar Cayce, ya citado. En su libro Mis-
Hay dos grupos de pseudointerpretaciones clásicas
del origen de las pirámides: la intervención de seres
extraterrestres y la de los atlantes.
el esc
é
ptico
86
Anuario 2017
terios de la Atlántida se recogen más de 700 de sus
«lecturas psíquicas», tomadas al dictado de sus visio-
nes; estas empiezan por la llegada de la humanidad a
la Tierra hace unos diez millones de años y terminan
con el hundimiento de la Atlántida hacia el año 10.000
a.C. Este profundo personaje, conocido como el Pro-
feta Dormido, ha influido sobre un numeroso público,
e incluso se ha creado una Fundación a su nombre, la
Asociación para la Investigación y la Iluminación, en
Virginia, dedicada a la investigación de antiguos ves-
tigios de los atlantes, en la cual se debate anualmente
el estado de la cuestión sobre los mismos.
11. Thor Heyerdahl, el aventurero del siglo XX.
La hipótesis difusionista
Hay otras alternativas posibles que no pasan por el
mundo perdido de la Atlántida. Me refiero a aquellos
que suponen que hubo un contacto e influencia real
entre los diversos pueblos y culturas antiguos a todos
los niveles.
Desde que en 1937 Thor Heyerdahl leyó en los li-
bros de texto de biología de la Universidad de Oslo
que las balsas de los pueblos sudamericanos no ha-
brían podido navegar por mar abierto, y por tanto
colonizar la Polinesia, este aventurero indomable se
dedicó en cuerpo y alma a evidenciar lo contrario; en
su idea estaba demostrar que todos o casi todos los
pueblos, primitivos y menos primitivos, habrían podi-
do desarrollar técnicas de navegación que les permi-
tieran colonizar otras tierras. De esta manera se puso
manos a la obra en 1947 y, junto a otros cinco ague-
rridos acompañantes, embarcó en una embarcación de
gruesos troncos de madera de balsa y guayaquil, muy
ligera y rica en resinas, unidos con cabos de cáñamo
sin clavos, espigas metálicas ni alambres; navegaron
desde la costa del Perú hasta la Polinesia en 97 días
a lo largo de 6.435 km, en lo que se conoció como el
viaje transoceánico de la Kon Tiki. Más tarde en una
experiencia similar, hacia los años 70 del siglo pasa-
do, viajó por el Atlántico a bordo del Ra I y el Ra II,
en embarcaciones construidas con plantas acuáticas
norteafricanas y papiro, semejantes a la totora egipcia.
Con ello intentaba demostrar la viabilidad de un viaje
por mar de los antiguos egipcios hasta América.
Razón por la cual entendió en 1990, cuando apa-
recieron unas extrañas estructuras de piedra en forma
piramidal en el barrio de Chacona 20 km al suroeste
de Santa Cruz de Tenerife, que había encontrado por
fin el eslabón perdido entre estas dos antiguas civi-
lizaciones: «Si estuvieran rodeadas de vegetación y
escuchásemos a los loros pensaríamos que estábamos
viendo las construcciones mayas de México y Guate-
mala», decía.
Las pirámides de Güímar, como así fueron cono-
cidas, constan de un conjunto de cinco o seis cons-
trucciones situadas en un recinto de unos 70.000 m
2
, y
eran consideradas por los lugareños como montículos
de piedras procedentes de la limpieza de los campos de
cultivo durante el siglo XIX. Algunos historiadores de
la Universidad de la Laguna corroboraron la versión
de los lugareños. Thor Heyerdahl, convencido de la
influencia difusionista que estas pirámides represen-
taban, persuadió a un amigo suyo, el empresario Fred
Olsen, para que comprara el recinto que estaba a punto
de ser derruido para construir una carretera. Hoy día el
Parque Etnográfico de las Pirámides de Güímar cons-
tituye uno de los principales atractivos turísticos de
la isla de Tenerife, y está compuesto por un complejo
en el que tienen cabida todo tipo de atracciones: un
museo, un auditorio, una sala de navegación, una sala
de exposiciones, una zona de ocio, un auditorio, una
sala de pequeños exploradores, un cine y, cómo no,
una tienda en donde puedes adquirir una réplica de las
pirámides y todo tipo de objetos relacionados con las
antiguas civilizaciones.
No negamos que los contactos de los que habla He-
yerdahl puedan haberse producido esporádicamente
entre diferentes pueblos marítimos. Lo que sí nos re-
sulta un poco más difícil de comprender es que estos
contactos, en ocasiones de grupos muy reducidos de
individuos, puedan haber generado todo el complejo
sistema social y arquitectónico que representan las
grandes civilizaciones que estamos tratando. El acer-
vo técnico, cultural y religioso es fruto de un complejo
Las pirámides de Güímar son montículos de piedras
procedentes de la limpieza de los campos de cultivo
durante el siglo XIX.
el esc
é
ptico
87
Anuario 2017
proceso histórico que requiere la intervención no solo
de una gran cantidad de personas, sino de un sistema
de trasmisión colectivo de creencias verdaderas bien
consolidadas a través de un largo proceso diacrónico
que exige, además, el empleo de formas de transmi-
sión no oral. Por ello, la supuesta llegada de un peque-
ño grupo de individuos provenientes de una cultura
determinada a un remoto lugar, ya habitado por unos
pueblos que mantienen sus propios usos y costumbres
aplicados al medio, hace poco menos que imposible
que aquellos puedan determinar las líneas tecnológi-
cas, sociales, religiosas y culturales de estos.
parte iii. origen técnico material
12. Planteamiento del origen técnico-material
De todo lo dicho hasta ahora se desprende que nin-
guna de las interpretaciones que se presentan consigue
de un modo convincente, nos parece, explicar el ori-
gen de la construcción piramidal en las distintas cultu-
ras que en el mundo han sido.
Una vez desechadas las interpretaciones pirami-
dológicas que intentan encontrar el origen de estas
estructuras en elementos ajenos al campo histórico-
antropológico (divinos, espirituales, psíquicos, mági-
cos, extraterrestres, etc.), y declaradas insuficientes las
historio-sociográficas por cuanto que, o bien recaen
en el emicsmo (v. g. las religiosas) o bien pretenden
reducirlas a meras superestructuras ideológicas (v. g.
las sociologistas), vamos a intentar ensayar aquí una
interpretación que dé cuenta, sin negar en absoluto las
aportaciones de estas ciencias, de su origen (o quizá
deberíamos hablar de orígenes si entendemos las ideas
difusionistas como insuficientes para explicar la recu-
rrencia de estas estructuras).
La primera tesis que mantenemos, nada novedosa,
por cierto, es la siguiente
13
: El núcleo originario de
la construcción piramidal está condicionado por los
materiales y técnicas utilizados por cada pueblo y cul-
tura.
Esto es, todas las técnicas y materiales utilizados
en construcción desde la antigüedad tienen un límite
en altura, a partir del cual es preciso escalonar si se
quiere llegar más arriba. Flinders Petrie calculó para
el adobe crudo y secado al sol un límite de 116 m, a
partir del cual la construcción se desmoronaría bajo su
propio peso.
Las primeras estructuras que tuvieron algún pareci-
do con la forma piramidal fueron los amontonamien-
tos de tierra, como se supone que fueron los primeros
enterramientos en el Egipto neolítico, la denominada
pirámide de tierra de los olmecas en la Venta (en forma
cónica y con unas dimensiones considerables de 125
m de diámetro por 31,5 m de alto), o posteriormente,
los denominados mounds de algunos de los pueblos
del norte de América. Estos amontonamientos, a los
cuales solo de manera muy forzada se les puede lla-
mar pirámides, tienen una limitación evidente por el
ángulo natural de deslizamiento de los materiales que
los componen.
13. De la arcilla al ladrillo
Después de los elementos naturales para resguar-
darse (ramas, troncos, hojas, huesos, etc.), el hombre
empezó a usar barro o arcilla para la fabricación de
sus habitáculos, en muchas ocasiones mezclada con
aquellos para darles consistencia. El adobe, arcilla re-
blandecida y a veces mezclada con cañas o paja puesta
a secar al sol, constituyó (y aún lo constituye hoy en
algunos lugares) un elemento indisociable de los pri-
meros asentamientos humanos sedentarizados en zo-
nas cálidas y secas. El límite de resistencia al que nos
hemos referido anteriormente es solo un caso límite,
pues antes de alcanzar esa altura es muy probable que
cualquier construcción vertical de adobe acabe decli-
nando. No obstante, y en función de la mayor o menor
calidad de la arcilla, de la mejor o peor técnica em-
pleada tanto para la fabricación de los bloques como
para la preparación del mortero, de la combinación
con otros materiales, etc., esto es, de las técnicas cons-
tructivas al uso, se obtendrá una altura de elevación
El piramidólogo Thor Heyerdahl tiene un busto en Güímar, Tenerife.
(foto: Wikimedia Commons)
el esc
é
ptico
88
Anuario 2017
límite a partir del cual la construcción correrá serio
peligro de derribo. En el caso del ladrillo, por muy
depurada que sea la técnica de fabricación, su levanta-
miento vertical en altura también tiene un límite. Hoy
en día la mayoría de nuestras casas se siguen levantan-
do con ladrillos pero estos no constituyen el soporte
central del peso de la estructura.
Entre los años 1923 y 1925, un equipo de la Uni-
versidad de Arizona desenterró en Cuicuilco, locali-
dad arqueológica ubicada en el sudoeste del valle de
México, una construcción que fue denominada inme-
diatamente como Pirámide de Cuicuilco, datada alre-
dedor del año 550 a. C. La base del monumento es una
plataforma circular escalonada de alrededor de 122 m
de diámetro y una altura de 27 m. Estaba construida de
rocas bastas y recubiertas con pavimentos y paramen-
tos de arcilla a diferentes niveles.
14. La piedra
El uso de la piedra en las grandes construcciones se
puede establecer con mayor seguridad pues es, obvia-
mente, más resistente que el adobe. Por qué determi-
nados pueblos empezaron a usarla y otros no depende,
lógica aunque no exclusivamente, de la existencia de
dicho material en el entorno concreto en que se ha-
llen situados. Es un tópico, pero un tópico verdadero,
reconocer que si los egipcios comenzaron a edificar
con piedra era porque tenían a su disposición y rela-
tivamente cerca grandes reservas de dicho material,
pero no es suficiente. Otros pueblos ha habido que
subsistieron al lado de grandes masas rocosas y no por
ello iniciaron ninguna construcción de estas caracte-
rísticas.
Vamos a detenernos brevemente en el análisis de
los modos y maneras de dos culturas que sí manejaron
la piedra como un elemento fundamental de su cons-
trucción: los egipcios y los mayas, aunque por razones
y con procedimientos diferentes.
15. Egipto, un don del Nilo… y de las pirámides
El paso de la arcilla a la utilización de la piedra de
forma generalizada se da por primera vez en la pirá-
mide escalonada de Zoser, primer faraón de la III Di-
nastía. Previamente, las mastabas predinásticas eran
de adobe o, a lo sumo, en algunos reyes tinitas, con
pavimentos y paramentos laterales recubiertos de ca-
liza de Tura.
Aunque ya poseían toda una organización construc-
tiva con el barro crudo y cocido, que les haría mucho
más liviano el camino, la técnica y la habilidad nece-
sarias para producir los grandes sillares de piedra que
tiene, por ejemplo, la pirámide de Kefrén se consiguió
lentamente.
Comenzando por las pequeñas piedras del tamaño
de los antiguos ladrillos de adobe de la pirámide de
Zoser, podemos ir viendo cómo las dimensiones y el
peso de los sillares crecieron progresivamente con
cada una de las pirámides, hasta alcanzar su punto
máximo en los sillares de la pirámide de Kefrén, de
casi tres toneladas de media, o el templo alto de Mike-
rinos, algunos de cuyos bloques pesan el doble que el
mayor sillar empleado en la Gran Pirámide, en torno
a las doscientas toneladas. Posteriormente se produce
el proceso inverso: durante la V Dinastía los bloques
fueron disminuyendo de tamaño y, en ocasiones, en
las zonas internas, fueron sustituidos por cascotes. En
el Reino Medio se llegó incluso a sustituir la piedra
por los ladrillos sin cocer, aunque con una notable di-
ferencia respecto a la época tinita: el amontonamiento
de ladrillos quedaba ahora protegido por una capa de
sillares de piedra caliza de la mejor calidad, la caliza
de Tura, finamente aparejada para darle al monumento
el aspecto que como construcción real requería.
Con este desarrollo de la cantería se produce una
mayor efectividad en el funcionamiento de los dife-
rentes departamentos de la administración egipcia: los
impuestos se recaudan con mayor regularidad y con
más éxito, se desarrollan las técnicas de organización
de los gremios de trabajadores, se constituyen redes de
preparación y distribución de alimentos para abastecer
a los obreros, se mejoran las técnicas de escritura para
la planificación previa de los edificios y el cómputo de
los materiales necesitados, se perfeccionan las técni-
cas de cubicación, nivelación y angulación
14
, etc. Se
¿Qué impelía a estos pueblos a elevar sus construcciones
hacia lo alto como si se tratara de tocar el cielo o de
buscar al propio Dios, como dice la egiptología clásica?
el esc
é
ptico
89
Anuario 2017
calcula que había cuatro veces más obreros trabajando
para Zoser que fabricando ladrillos para los faraones
tinitas.
En estas fechas se supone que la población asentada
en todo el Estado, una franja de 15 o 20 km de ancho
por casi 2000 km de largo, era aproximadamente de un
millón de personas. Prueba de ello es que también se
llevaron adelante otras obras notables aunque menos
espectaculares, como la construcción en piedra de la
presa de Wadi Gerawi, de 98 m de base y 14 de altura,
cercana a Menfis.
16. Los Mayas y la astronomía
El caso de la cultura maya, aunque diferente por su
entorno medioambiental, no difiere gran cosa en cuan-
to a las posibilidades de resistencia de los materiales
utilizados, como es lógico, por otra parte, si conside-
ramos universales las leyes de la resistencia de mate-
riales.
Las formaciones cársticas de Yucatán ofrecieron
siempre una buena caliza, muy apropiada para el tra-
bajo de tallado y escultura. En las regiones que tienen
relieve montañoso y volcánico, en cambio, se recurrió
al tipo de piedras volcánicas (basaltos, etc.) para le-
vantar sus muros. La madera tampoco faltaba nunca
en las zonas ocupadas por los mayas (al menos duran-
te los primeros periodos). La gran selva pluvial pro-
porciona caoba y zapote (madera blanca, aunque poco
resistente), empleadas para fabricar los marcos de las
puertas y las esculturas que revisten el interior de los
templos construidos en lo alto de las pirámides.
Pero antes de edificar las construcciones, hay que
poner las bases. Estos zócalos podían alcanzar un ta-
maño considerable, debido a la ley de las superposi-
ciones
15
. Hay plataformas que miden 150-200 m de
largo por 100-150 m de ancho y 8-10 m de alto, lo
cual representa un volumen de 200.000-250.000 m
3
.
Una masa tan grande de materiales se acerca al medio
millón de toneladas. Estamos hablando del terraplén
de un solo edificio construido en un país llano como
Uxmal.
Los mayas eran capaces de transportar volúmenes
de material tan considerables como este para construir
terrazas y acrópolis como ocurre en Copán. Para lle-
var a cabo estas gigantescas obras de terraplenado se
necesitaron centenares, incluso miles de obreros. Los
materiales eran transportados a hombros, para lo cual
se utilizaban cuadrillas de peones durante la estación
seca, cuando no eran necesarios en la agricultura, al
igual que en Egipto. Las obras exigían una importante
infraestructura social, tanto para la alimentación como
para la organización del trabajo.
17. Desarrollo de la hipótesis técnico-material
Ahora bien, aunque las técnicas y materiales utiliza-
dos sean una condición necesaria para la construcción
Mound de Moundsville, EE.UU. (Wikimedia Commons)
el esc
é
ptico
90
Anuario 2017
piramidal, no constituyen una condición suficiente. La
pregunta clave es: ¿por qué construían en altura? ¿Qué
impelía a estos pueblos a elevar sus construcciones ha-
cia lo alto como si se tratara de tocar el cielo o de bus-
car al propio Dios, como dice la egiptología clásica?
La explicación del fenómeno, a nuestro juicio,
constituye una tesis doble:
Segunda Tesis: La respuesta al problema de cons-
truir en altura que, junto con la tesis anterior, da como
resultado la aparición de la construcción piramidal tie-
ne su fundamento en el concepto de protección
16
, uni-
do a la existencia de un tipo de sociedad sedentariza-
da, y por tanto basada en la agricultura, con una rela-
tiva complejidad social que implica la especialización
y a veces superespecilización de grupos de individuos
dentro de la misma, liberados por los excedentes de
producción alimentaria producidos por los campesi-
nos o agricultores
17
.
Esta tesis, a diferencia de la primera, que es de ca-
rácter general pues se basa en cuestiones tales como la
resistencia de los materiales utilizados y de la eficacia
de las técnicas empleadas, no se puede considerar sin
un análisis particularizado de cada uno de los casos o
culturas que se pretenden analizar.
Entendemos la necesidad de protección como una
función compleja dentro del desarrollo de los distintos
pueblos, y más de aquellos que producen unos exce-
dentes alimentarios que tienen que conservar y res-
guardar de posibles rapiñas ajenas. Función que enten-
demos se desglosa en dos niveles: a nivel primario, la
protección se establece como protección contra algo;
a nivel secundario, la protección se manifiesta como
protección para hacer algo.
Para analizar este doble nivel de la función de pro-
tección en las sociedades sedentarizadas, condición
imprescindible para que existan asentamientos, uti-
lizaremos el concepto de espacio antropológico de
Gustavo Bueno, en cuanto a establecer las conexiones
que dicha función mantiene con las distintas relacio-
nes que el hombre establece con los distintos mate-
riales del espacio antropológico, esto es, del espacio
humano.
- En el eje radial (esto es, el eje que establece las
relaciones del hombre con la naturaleza), el primer
nivel, la protección contra, vendría determinado por
la necesidad de estos pueblos de protegerse frente a
las catástrofes naturales
18
: grandes tormentas e inun-
daciones
19
, terrenos pantanosos o poco consolidados,
etc. El segundo nivel, el de la protección para, estaría
dado, en cambio, por la consolidación de un tipo de
conocimientos, de creencias verdaderas, con fulcros
reales, que durante generaciones se habrían ido acu-
mulando y constituirían ya algo que estaba fuera de
la propia corporeidad de los sujetos particulares (v. g.
astronómicas, geométricas, contables, etc.) y la nece-
sidad de perpetuarlos; esto es, de objetivarlos, de dar-
les carácter corpóreo: los calendarios mayas, egipcios
o mesopotámicos, por ejemplo; los procedimientos
calculísticos sumerios, etc. De todos los cuales depen-
dían no ya el prestigio de los sumos sacerdotes que los
mantenían, sino las propias producciones de alimentos
de las sociedades agrícolas y de las técnicas que las
sustentaban.
- En el eje angular (esto es, las relaciones que el
hombre mantiene con los animales) el primer nivel de
protección contra vendría determinado por la necesi-
dad de guarecerse de las bestias salvajes que consti-
tuían un grave riesgo para los individuos, o de otros
seres humanos que por su lejanía geográfica o cultural
eran vistos como seres diferentes, capaces de salvarlos
o aniquilarlos
20
. Pero también, en el segundo nivel, la
protección para, se podría instalar para preservar la
inmortalidad del cuerpo, por ejemplo, o para agradar a
los dioses benéficos o maléficos (con el fin de que no
se irritaran), etc, lo que implicaba la existencia de una
religión secundaria bien consolidada
21
.
- En el eje circular (esto es, las relaciones que el
hombre mantiene con otros hombres), la protección
contra podría venir determinada por la necesidad de
defenderse contra las incursiones, saqueos y guerras
La necesidad de protegerse de las fieras, de las inundaciones
o de las incursiones de otros pueblos generaría en su origen
la construcción de estructuras elevadas, que con el tiempo
fueron adquiriendo otras funciones.
el esc
é
ptico
91
Anuario 2017
con otros pueblos limítrofes enfrentados y en continua
disputa, ya entonces reconocidos como tales e iguales
a ellos mismos. Pero también contra el robo, disturbios
o conspiraciones que pudieran originarse dentro de los
propios ciudadanos. El segundo nivel, el de protección
para, podría venir dada por la consolidación de la fun-
ción del rey-gobernante que garantizaría la adecuada
organización social, poder y equilibrio distributivo de
todas sus funciones, de ahí que los templos, palacios y
demás siempre estén construidos en altura.
18. A modo de conclusión y final
Con este esquema sostendremos que el origen pri-
migenio, concreto y material de las construcciones,
solo por analogía muy difusa, llamadas pirámides, se
inserta en principio como una resultancia del primer
nivel de cada uno de estos tres ejes; esto es, en la de su
defensa frente al medio, las alimañas y otros hombres.
Solo en un momento posterior, lo que implica que
tuviera que haberse dado previamente el primero, el
segundo nivel pasaría a ocupar el lugar de motor ge-
nerador de estos monumentos. Así por ejemplo, ve-
mos que la función de blindaje y trampaje —valga el
palabro— de las tumbas egipcias, que las yergue hasta
convertirlas en monumentos que parecen escaparse de
nuestros concretos límites humanos (y de ahí toda la
historia de los piramidólogos), se insertaría en el se-
gundo nivel (ver apéndice final, parte IV).
En definitiva, la necesidad de protegerse de las
fieras primero (el animal nouménico con el que los
hombres mantienen relaciones de generación y muer-
te), de resguardarse de las inundaciones (el mito del
diluvio es recurrente en muchas de estas culturas) o de
defenderse de las incursiones y rapiña de otros pue-
blos, generaría en un primer momento la construcción
de estructuras elevadas que, a través de distintas su-
perposiciones dadas a escalas temporales muy largas,
milenios probablemente, irían adquiriendo de modo
aproximado la forma escalonada (las primeras ciuda-
des sumerias, las denominadas pirámides de Tucumé,
etc.). Solo en un fase posterior, cuando entran en jue-
go los componentes secundarios que hemos descrito,
y que envuelven ya, en algunos casos, componentes
de tipo ideológico (v.g. la necesidad de preservar la
incorruptibilidad del cuerpo, de materializar el acervo
de conocimientos alcanzados o la de garantizar la fun-
ción de soberano-gobernante soporte de la compleja
organización social) se erigen la grandes estructuras
que conocemos con el nombre de pirámides, porque
es cuando verdaderamente adquieren su forma apro-
ximada.
La contrastación de esta tesis implicaría un minu-
cioso y detallado análisis de todas y cada una de las
culturas involucradas, que desborda con mucho los lí-
mites de este artículo; pues no son en todos los casos
los mismos ejes y niveles los que generan la construc-
Complejo de pirámides de Teotihuacán, México (foto: Juan A. Rodríguez)
el esc
é
ptico
92
Anuario 2017
ción piramidal. A modo de ejemplo, se adjunta una
aproximación esquemática a un caso concreto.
parte iv. apéndice. análisis de un caso parti-
cular: egipto
19. El caso egipcio. Las tumbas
Durante el periodo predinástico, los pueblos de
Egipto enterraban a sus muertos en los límites de la
franja del desierto, lejos del alcance de las aguas de
la inundación. La arena del desierto, expuesta al sol,
absorbía los fluidos del cuerpo y sin la humedad no
había ninguna posibilidad de que las bacterias de la
descomposición realizaran su trabajo; se producía,
pues, una momificación natural. Con el tiempo, algu-
nos de estos enterramientos podían salir a la luz, bien
por el desplazamiento de la arena, bien por el hurgar
de algunos animales. Cuando los habitantes locales
descubrían estos restos, la impresión que les daba era
la de que esa persona no había acabado de morir aún
y de que, por tanto, de alguna manera, tras la muerte,
seguía viva.
Un fenómeno similar bien pudo haber sido el que
generó en el pueblo egipcio la creencia de la vida
después de la muerte, aunque con la preservación del
cuerpo. El siguiente paso fue el de producir dicha mo-
mificación de modo artificial y adjuntar al cuerpo del
difunto los enseres o elementos que le pudieran acom-
pañar en la otra vida, que también estaba en esta
22
.
Durante cientos de años los egipcios poderosos
fueron enterrando a sus muertos, acompañados de un
cada vez más rico ajuar, que se iría incrementando a
medida que los pueblos prosperaban o dependiendo de
la importancia social del difunto. Sin embargo, estas
tumbas representaban un goloso botín para muchos,
y no es de extrañar que ya desde épocas tempranas
resultaran excavadas y saqueadas.
En estas condiciones, las tumbas egipcias empie-
zan a crecer y a fortificarse para defenderse de los sal-
teadores. Los primeros recintos funerarios de los que
se tiene noticia, las tumbas predinásticas de Nagada,
Hieracómpolis y Abydos, presentan ya una estructura
monumental muy superior a las propias construccio-
nes urbanas en las que vivían, y de las cuales podían
protegerse en vida gracias a sus ejércitos. En época di-
nástica, cuando el imperio se unifica y el rey de Egipto
se convierte en faraón, su mausoleo se vuelve cada vez
más grande; ya no solo es enterrado con todo su ajuar,
sino que también aparecen en él diversos esqueletos
de sirvientes que supuestamente habían sido sacrifi-
cados para que le acompañaran en su tránsito. En la
tumba de Hor-Aha, el primer faraón de la I Dinastía,
aparecieron 33 servidores, todos ellos hombres jóve-
nes menores de 25 años. En la de su nieto, el también
faraón Djer, se encontraron 318 servidores. La mayor
acumulación de riqueza en las tumbas de estos gran-
des jerarcas aumentó el interés por su profanación.
Las tumbas de estos primeros faraones, llamados ti-
nitas, estaban formadas por una cámara subterránea
rodeada por varios almacenes.
Cuando Menfis se convierte en la capital del rei-
no en la II Dinastía, las tumbas son ya mastabas de
grandiosas dimensiones, y eso incluso a pesar de
que, según el parecer de algunos historiadores, estos
reyes fueron menos importantes que los de Abydos.
Las mastabas son edificios rectangulares de ladrillo
con las caras externas decoradas de fachada de pa-
lacio, en cuyo interior tienen un recinto de acceso a
un pozo, que conduce a la cámara mortuoria que se
rellena completamente cuando se procede a la inhu-
mación. Algunas de ellas tienen varias puertas falsas
en los laterales.
20. Los saqueadores
El Museo Arqueológico de Madrid está desde los
años ochenta excavando el complejo funerario de He-
racleópolis Magna, datado entre el primer periodo in-
termedio y el Imperio Medio (correspondiente a las
dinastías IX a XI). Según cuenta la directora de la mi-
sión, María del Carmen Pérez, cuando se encontraron
con las tumbas sus restos «estaban rotos intencionada-
Las grandes pirámides de Egipto son una gran caja de
blindaje frente al expolio sistemático que se llevó a cabo
desde el mismo momento que se empezaron a hacer ente-
rramientos con los objetos y enseres del difunto.
el esc
é
ptico
93
Anuario 2017
mente y de manera salvaje, quizá durante algún con-
flicto bélico, fragmentos pertenecientes a una misma
tumba, decorados con escenas e inscripciones estaban
esparcidos por todas partes (...) túneles excavados por
furtivos, cámaras de piedra saqueadas por el techo»
23
.
Expolios que hicieron que la reconstrucción fuera un
auténtico puzzle.
Cuando William Mattew Flindes Petrie se dio cuen-
ta de que, a diferencia del resto de pirámides conoci-
das, la pirámide de ladrillos de Hauwara no tenía la
entrada en uno de sus lados, creyó que estaba ante una
tumba inexplorada hasta entonces. Ni corto ni perezo-
so, excavó un muro transversal en ella (en busca de la
tumba de Amenenhet III, de la XII Dinastía), y cuando
llegó a las cámaras se encontró con que la pirámide ya
había sido violada por ladrones muchísimo antes que
él. Petrie no alcanzaba a imaginarse cómo los ladrones
de antaño, en muchas peores condiciones que él, pues
después de todo él actuaba en la legalidad sin miedo a
los guardianes y sacerdotes, habían podido sortear las
trampas y señuelos y alcanzar su objetivo; se trataba
de una tarea de semanas, meses y quizá años. Hasta
que Petrie vislumbró una explicación mucho más sim-
ple: la corrupción.
La violación de tumbas fue un acto sistemático en
Egipto. Los ricos ajuares que acompañaban los ente-
rramientos animaban a los ladrones a correr el ries-
go de enfrentarse a ser sorprendidos y ejecutados o
enterrados vivos. La industria del robo en el antiguo
Egipto alcanzó un alto grado de organización y sofisti-
cación. Los expolios rara vez eran efectuados por una
sola persona, sino que lo habitual era la actuación en
equipo
24
. El carácter corporativista de la profesión de
saqueador nos hace suponer que contarían con todo el
acervo de herramientas necesarias para su actividad:
martillos, cinceles, punzones, sacos, etc., algunos de
ellos pertenecientes, incluso, a las mismas cuadrillas
que las habían construido.
Los diversos papiros que se conservan están llenos
de referencias a estos saqueos y expolios: «Fuimos
otra vez a las jambas y quitamos 5 kite de oro. Con
él compramos grano en Tebas y nos lo repartimos. Al
cabo de unos días, Peminu, nuestro superior, discutió
con nosotros y nos dijo: no me habéis dado nada. Así
que volvimos a ir a las jambas de la puerta. Y arranca-
mos 5 kite de oro, lo cambiamos por un buey y se lo
entregamos a Peminu»
25
.
La corrupción, como intuyó Petrie, tampoco estaba
ausente de estos actos. En el papiro 10054 y 10053 se
cuenta: «Entonces, cuando fuimos arrestados, Khae-
mitet, el escriba del distrito, se acercó hasta mí y le di 4
kite de oro que me habían correspondido en el reparto.
Pero acertó a oírlo Setejmes, el escriba de los archivos
reales, y nos amenazó con estas palabras: Voy a infor-
mar de todo ello al sumo sacerdote de Amón. Así que
trajimos 3 kite de oro y los entregamos a Setejmes».
Según Marry J. Kemp cuenta en su libro El anti-
guo Egipto. Anatomía de una civilización, a finales
del Imperio Nuevo se produjeron frecuentes cambios
en el valor de los metales, probablemente a causa del
aumento de circulación de la plata motivado por los
frecuentes robos cometidos en las tumbas reales. Este
hecho habría actuado como regulador de la economía,
haciendo descender el nivel de inflación y, por tanto,
favoreciendo la bajada de los precios de los artículos
de primera necesidad, tales como los cereales.
Certeza de profanación de tumbas hay desde el Im-
perio Antiguo. Así que no es extraño comprobar cómo
los egipcios, ante el expolio generalizado de estas, tra-
taran de protegerlas por todos los medios: laberintos,
trampas, pozos, blindajes graníticos o furiosas amena-
zas y maldiciones están por doquier para salvaguardar
la inmortalidad de los cuerpos de los difuntos
26
.
Podemos concluir, por tanto, que las grandes pirá-
mides de Egipto son, en realidad, una gran caja de
blindaje frente al expolio sistemático que muy pro-
bablemente se llevó a cabo desde el mismo momen-
to que se empezaron a hacer enterramientos con los
objetos y enseres del difunto, basado en su creencia
en la vida eterna y en las riquezas materiales que lo
acompañaban, por cierto, aplicadas a una época de
grandes faraones que habían conseguido unificar los
distintos reinos y hacerse con un poder común a todo
el Imperio, capaces de reunir a grandes contingentes
de individuos en épocas estacionales.
Notas:
1. Herodoto. Historia de Egipto.
2. Solís Miranda, J.A. (2001) Los Enigmas de las pirámi-
des. Ed. Zócalo.
3. Flinders Petrie, W.M. (1930) Ancient Egypt. Ed. Mac
Millan.
4. Y tristemente cada vez más en estos, como lo prueba
el que se atribuya a estas medidas carácter mágico y no se
sitúen en el contexto técnico-cultural que hemos descrito.
5. Precursor del tubo de rayos catódicos de los televiso-
res antiguos, desarrollado por William Crookes. Cuando se
hace el vacío en el tubo y se aplica una corriente eléctrica,
se produce un efecto luminoso dentro de él.
6. “Tecnologías del antiguo Egipto” Barcelona, 2000.
Pág. 249.
7. José Miguel Parra Ortiz, Las pirámides. Mito y reali-
dad, Pág 198-201.
8. Dios del desierto, pero también es el dios del movi-
miento descendente del sol en el hemisferio sur; por esta
razón representa al calor destructivo del verano; es él quien
roba la luz del sol, por lo que es tenido como maligno.
9. Historia de las pirámides de Egipto, Editorial Complu-
tense, Madrid, 1997.
10. Op. Cit. Pág. 182.
11. En pocos años se pasó del adobe a la piedra, de los
pequeños bloques de la pirámide escalonada, de unos 20
cm aprox., hasta los bloques de casi tres toneladas de la
el esc
é
ptico
94
Anuario 2017
pirámide de Kefrén, o a los bloques graníticos, mucho más
duros, de la pirámide de Mikerinos.
12. Véase nota 21
13. Entre otros los egiptólogos Borchardt, Petrie, Speleer
o Edwards ya defendían que de alguna manera la concep-
ción de la pirámide es el resultado de una suma de intentos,
durante varias generaciones de arquitectos, que alcanzan
como resultado una forma arquitectónica perfecta fruto tam-
bién, en todo caso, de las posibilidades técnicas de un pe-
ríodo determinado.
14. Los egipcios conocían el ángulo recto contenido en
lo que ellos denominaban el triángulo sagrado, el triángulo
3, 4 y 5.
15. Que implica la construcción de un edificio sobre las
ruinas otros anteriores.
16. Del latín protegere, definido por el DRAE como la
acción de resguardar a una persona, animal o cosa de un
perjuicio o peligro, poniéndole algo encima o debajo (y aña-
diríamos nosostros: rodeándolo, etc.).
17. Pero que no necesariamente tienen que estar jerar-
quizados en forma piramidal, como es el caso de algunas
comunidades preíncas.
18. En el siglo XVI los incas abandonaron Tucumé ante
el desolador panorama que el fenómeno del niño dejó en
sus construcciones, destruídas casi en su totalidad pese a
la megalítica altura que habían alcanzado algunas de ellas,
como hemos visto.
19. Todavía recordamos las desoladoras imágenes del
Huracán Mitch en Honduras y Guatemala.
20. Recordemos cómo narra Colón el primer encuentro
con los indígenas americanos, que los vieron como dioses
procedentes del allende el mar, motivo por el cual comen-
zaron a adorarlos. Espacio que estaba fuera de su visión de
sí mismos como hombres, hombres mayas, aztecas, etc.
21. Para más información véase el libro El animal divino,
de Gustavo Bueno.
22. Los egipcios creían en la existencia de dos elemen-
tos en la parte espiritual del hombre: el ba que se separaba
del cuerpo y el ka que necesitaba del cuerpo para consoli-
darse en este mundo.
23. Heracleópolis Magna. Un decorado para la eternidad.
Revista GEO, nº 184, Pág. 87.
24. Los papiros conservados en los que se relatan des-
cripciones de robos o declaraciones de inculpados nos ha-
blan siempre de varios individuos: «un grupo de ladrones de
Tebas guardaba en su casa la pesa de piedra que habían
utilizado para repartir el botín de una tumba» (papiro 10052
del Museo Británico de Londres).
25. Papiro 10053 del Museo Británico.
26. Y esta es, además, una posible explicación de por
qué en el Imperio Medio se dejaron de construir pirámides,
bien visibles a la vista, sustituidas por hipogeos o subte-
rráneos mucho más camuflados y resguardados de los
saqueadores, como el de Tutankamón, la única tumba real
encontrada intacta.
III Beca de Investigación
Sergio López Borgoñoz