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Me pregunto hasta dónde puede llegar esta broma, en qué momento una creencia estúpida (para los tiempos que corren) deja de ser inocente y se puede convertir en algo peligroso. Me pregunto cómo identificar con antelación los peligros de toda idea estúpida antes de que se expanda como la pólvora.
Hace ahora diez años, publicábamos un brevísimo escrito del filósofo Mario Bunge donde reclamaba a los escépticos una mayor dedicación a temas de mayor calado que los extraterrestres o el Big Foot, como es la teoría económica. Se preguntaba por qué el mundo que aparecía en las revistas escépticas, lleno de criaturas imposibles y extrañas naves, era muy distinto a la realidad. Por qué los autores no se dedicaban a desmontar los lemas de Keynes y sus sucesores. Dedicar tiempo a buscar las huellas de un mono peludo que nadie ha visto es, quizás, dedicarle demasiado esfuerzo a nada.
Por supuesto, algunas ideas parecen más peligrosas que otras. Pero la aparentemente inocua creencia en extraterrestres ha demostrado no ser tan inocente para mucha gente, llegando al extremo de acabar con sus vidas con la vana intención de llegar a otros mundos.
Si algún día esta moda de la tierra plana tiene algún recorrido mayor, pensaremos que debimos hacer algo en su momento para cortar el mal de raíz. Pero tampoco podemos escandalizarnos por todas las ideas simplonas que, en su mayoría, dejarán de escucharse dentro de poco.
Es una paradoja constante en el mundo del escepticismo. Lo estamos viendo en la larguísima lista de pseudoterapias que han elaborado de forma conjunta el Ministerio de Ciencia y el Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social. Estoy seguro de que algunas de esas falsas terapias surgen de alguna idea simplona, casi inocente, que no parece dañar a nadie. Pero que, con el tiempo, acaban siendo un jugoso negocio para embaucadores. En algún momento alguien debió cortar de raíz esa bobada, por el bien de todos.
El número de ideas peregrinas aumenta, es mucho mayor que el esfuerzo que podamos hacer por ir desmintiéndolas una a una. Por eso debemos usar una regla simple, que el peso de la prueba ha de caer en la persona que realiza la afirmación. Así, de una tacada, el gobierno ha catalogado a 73 pseudoterapias de las que no se ha encontrado ningún intento serio de demostrar sus supuestas propiedades. Por delante aún tiene una lista igual de extensa, pero también tiene la tarea más dura: hacer entender a los ciudadanos de cómo funciona este mecanismo. Se debe trasladar de las campañas de concienciación a los planes de estudios, y conseguir ciudadanos que puedan defenderse intelectualmente del bombardeo masivo de argumentos falaces.
Estamos indefensos, y el bombardeo de bobadas no ha hecho más que empezar.
ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico
Hablan de la posmodernidad como uno de los jinetes del apocalipsis: culpable de la desaparición de los valores, el "millenial" llorón, el resurgimiento de los populismo, protector de pseudociencias y la superstición. ¿Pero qué es? ¿Y por qué post? ¿Se puede aprovechar o reciclar? Albert Carlavilla, profesor de filosofía y psicología, tratará de abordar el tema de forma clara y directa, para todos los públicos.
Cristina Escandón
Licenciada en Biología y máster en Diseño gráfico y Editorial. Es directora de Arte e ilustradora de Principia (Premio bitácoras 2016 a mejor blog de arte y cultura), Principia Magazine y Principia Kids. También es directora de arte de la exposición Ciencia de Acogida, que ocupó el Ayuntamiento de Madrid de mayo a noviembre de 2017.
Charla: La aportación de los refugiados