El magnífico artículo de Luis Alfonso Gámez sobre la falta de pruebas históricas de la existencia del indio Juan Diego, aspecto que por sí sólo debiera haber hecho pensar a la Iglesia lo inconveniente de la beatificación de éste, tal vez no baste para convencer a alguno de ustedes que pueda haber leído obras sobre el tema en que se sostiene la imposibilidad de que la efigie de la Guadalupana sea obra humana. Puesto que la imagen existe, aseguran, tendremos en ello una prueba no documental de la veracidad del Nican Mopohua y, por ende, un testimonio irrefutable de un acontecimiento sobrenatural.
¿Qué hay de cierto en ello? Para determinarlo, vamos a proceder al análisis de las afirmaciones de ese tipo contenidas en la obra más asequible para el lector español, El misterio de la Virgen de Guadalupe de Juan José Benítez. Las citas que haremos de ella corresponden a la edición publicada en la colección Biblioteca J. J. Benítez, Editorial Planeta DeAgostini, Barcelona, 2.001.
Quiero advertir previamente que no voy a entrar a cuestionar la existencia o no de fenómenos sobrenaturales. No es cometido de la historia el determinar tal cosa, sino únicamente el investigar si el supuesto hecho milagroso presenta pruebas suficientes de su existencia real. La lectura en clave sobrenatural que se quiera o no hacer, es independiente del acontecimiento histórico o de su invención.
De igual manera, la ciencia tiene la obligación de someter a análisis la pretensión de que un objeto material es inexplicable por cuanto no puede ser obra humana. Nuevamente, la creencia personal no está comprometida por el resultado de ese examen crítico. Por tanto, que nadie vea las siguientes palabras como un ataque a su fe que respeto aunque, como ateo, evidentemente no comparto.
¿Una pintura imposible?
El primer misterio que se le presenta al Sr. Benítez es el informe realizado por el químico austríaco Kuhn, premio Nobel en 1.936. El conocido ufólogo navarro dice: “Ya en 1.936, un químico -todo un premio Nobel- había realizado lo que, sin duda, era el primer y último análisis directo de la supuesta pintura de la tilma.” (Pág. 48) Sin embargo, en las páginas siguientes explicará en qué consistió el “análisis directo” que vulneró las más elementales normas del procedimiento científico. Por de pronto, no existió un protocolo que controlara la recogida de muestras para su análisis. Sencillamente, el abad de la basílica regaló al obispo de Saltillo, Felipe Cortés, unos hilos supuestamente procedentes del tejido original. Éste, pasado algún tiempo, le entregó dos hebras al metalúrgico Sodi Pallarés que, por mediación del profesor de alemán Hahn, se las envió al doctor Kuhn. Ni uno sólo de estos pasos tuvo ningún tipo de control, lo que, por sí mismo, desvirtúa cualquier resultado obtenido.
La conclusión del químico austríaco fue que en los dos hilos entregados no había restos de colorantes vegetales, animales ni minerales, es decir, que no habían sido pintados por ninguna técnica existente en el S XVI. Sorprendente pero menos si tenemos en cuenta que idéntica pretensión existió sobre la Sábana Santa de Turín hasta que se encargó su análisis al doctor McCrone, recientemente fallecido. La experiencia en este caso demostró que los restos de determinados pigmentos sólo aparecían con el uso de técnicas muy avanzadas. Otra irregularidad en el caso del análisis químico es que se citan las conclusiones pero no la metodología del experimento. Los
pro-aparicionistas a los que sigue el Sr. Benítez no explican si se emplearon reactivos químicos (y si así fue, cuáles), microscopía (y si es así, con qué aumentos trabajaron...) o espectografía, lo que, a priori, parece la opción más probable puesto que fue por este motivo por el que se le concedió el Nobel. No obstante, desde esa fecha, la espectrografía ha avanzado lo suficiente como para que sea muy arriesgado el seguir repitiendo unos resultados de unos análisis con una recogida de muestras claramente defectuosa y sin confirmación ulterior por la negativa de la Iglesia Católica a permitir una investigación en profundidad sobre la supuesta tilma. Además, como veremos en su momento, las investigaciones realizadas de forma parcial no sólo no apoyan los resultados del austríaco sino que los desmienten por completo.
Así, tras una investigación mediante fotografía infrarroja realizada por Smith y Callagan éstos aseguraron que la Guadalupana había sido repintada y retocada en ocasiones. Por tanto, tienen que existir pigmentos en la tilma salvo que pensemos que las restauraciones fueran también milagrosas. El intento del Sr. Benítez, siguiendo a los autores antedichos, de conciliar estos hechos, mediante una imagen inicial inexplicable sobre la que se hicieron retoques humanos no resulta creíble. Aceptemos, como mero ejercicio teórico, la realidad del prodigio. ¿Qué pintor se hubiera atrevido a poner su pincel a rectificar una imagen celestial? Porque no se trata solamente de un arreglo de zonas deterioradas sino que, por ejemplo, las manos se acortaron, posiblemente para que parecieran las manos de una mestiza o indígena cuyos dedos son más cortos que los de las representaciones europeas góticas. También se añadieron (según Smith y Callagan), el ángel, la Luna, los bordes dorados del manto, los rayos solares, los adornos de la túnica, los brazaletes... Claro que no sólo se añadió, también se suprimió una corona dorada. (Pág 84-105)
Así las cosas ¿qué queda de la supuesta efigie milagrosa original? “Por encima de cualquier duda, las fotografías infrarrojas prueban que el azul del manto y el rosa de la túnica son originales y que nunca fueron retocados ni sobrepintados. Es más: han permanecido indemnes al tiempo a pesar de los cuatro siglos y medio transcurridos” (Pág. 104)
Vayamos por partes. ¿Los añadidos son tales o forman parte de la imagen original? Aquí el Sr. Benítez incurre en auto-contradicción con la siguiente descripción que nuestro autor considera como parte del Nican Mopohua y, además, casi contemporánea del supuesto hecho milagroso:
"Su velo, por fuera, es celeste; sienta bien en su cabeza; para nada cubre su rostro; y cae hasta sus pies, ciñéndose un poco por en medio: tiene toda su franja dorada, que es algo ancha, y estrellas de oro por dondequiera, las cuales son cuarenta y seis.
Su cabeza se inclina hacia la derecha; y encima sobre su velo, está una corona de oro, de figuras ahusadas hacia arriba y anchas hacia abajo.
A sus pies está la luna, y cuyos cuernos ven hacia arriba. Se yergue exactamente en medio de ellos y de igual manera aparece en medio del sol, cuyos rayos la siguen y rodean por todas partes. Son cien los resplandores de oro, unos muy largos, otros pequeñitos y con figuras de llamas: doce circundan su rostro y cabeza; y son por todos cincuenta los que salen de cada lado. Al par de ellos, al final, una nube blanca rodea los bordes de su vestidura. Esta preciosa imagen, con todo lo demás, va corriendo sobre un ángel, que medianamente acaba en la cintura, en cuanto descubre; y nada de él aparece hacia sus pies, como que está metido en la nube.
Acabándose los extremos del ropaje y del velo de la Señora del cielo, que caen muy bien en sus pies, por ambos lados los coge con sus manos el ángel, cuya ropa es de color bermejo, a la que se adhiere un cuello dorado, y cuyas alas desplegadas son de plumas ricas, largas y verdes, y de otras diferentes."(Pág. 34)
Si como pretende en la página 34 ésa fuera la descripción contemporánea de la imagen ¿cómo es que en las páginas 84-105 los elementos originales se convierten es añadidos posteriores? Cualquiera de las explicaciones para esta incoherencia sería perjudicial para el “milagro”, si la descripción del Nican Mopohua fuera errónea, perdería su carácter de testimonio fideligno, algo tanto más grave cuando la historicidad de la Aparición se basa en este texto de forma casi exclusiva. Si, por otra parte, el estudio de Smith y Callagan estuviera mal realizado ya no habría razón para suponer que no estamos ante una pintura.
El Sr. Benítez intenta salvar ese problema afirmando que: “En resumen, si el documento más antiguo de que disponemos hoy, y en el que se hace ya una exhaustiva descripción de la imagen de la Señora de Guadalupe, se remonta a los años 1545 o 1550, ello quiere decir, lógicamente, que los retoque y añadidos tuvieron que ser ejecutados sobre el original entre estas fechas y 1531, fecha de las apariciones.” (Pág. 112) No obstante, se olvida de que el texto del Nican Mopohua asegura: “...se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyácac, que se nombra Guadalupe.” (Pág. 31) De forma que nuevamente volvemos a encontrarnos con la misma disyuntiva, el texto es erróneo o la equivocación está en el estudio de los norteamericanos.
La verdad, sin embargo, es que no existe tal necesidad de elección. El Sr. Benítez yerra al considerar que esa descripción es parte del Nican Mopohua, error que le viene dado por su consideración de que el Huei Tlamahuicoltica (publicado en 1.649) de Lasso de la Vega es lo mismo que el Nican Mopohua. No es su única equivocación sobre este aspecto. Resulta muy curiosa su afirmación de que: “Tuvieron que pasar algunos años, sin embargo, para que el relato de Valeriano -escrito originalmente en náhuatl- fuera traducido al castellano. El acierto fue obra del bachiller Luis Lasso de la Vega, que lo envió a la imprenta en 1649.” (Pág. 18) En realidad la obra de Lasso de la Vega, como habrán podido deducir fácilmente por el título, está escrita en náhuatl. La traducción al castellano fue obra de otro Luis, Luis Becerra Tanco en 1.666. Aunque el Huei Tlamahuicoltica contenga, por vez primera en una obra impresa, el Nican Mopohua también presenta añadidos de la mano de Lasso de la Vega. La descripción que cita el Sr. Benítez es uno de ellos. Por tanto, lo único que prueba esa descripción es que en torno a 1.649 la imagen ya tenía ese aspecto.
Figura 1
¿Es posible delimitar un poco más la cuestión de si se produjeron repintes y cuándo? Empecemos por el Nican Mopohua. En él se afirma que la imagen se formó tal y como se conservaba en ese momento. ¿Cuándo fue ese momento? Aunque por cuestiones filológicas se considere que es bastante anterior a la obra de Lasso de la Vega y que fue escrito en el S XVI, la fecha exacta de su composición es un misterio. Aunque los partidarios de su historicidad (por cierto, obviando que es una obra literaria) crean que se redactó en torno a 1.540 eso es imposible por cuanto el supuesto milagro (o aparición) no tuvo lugar hasta 1.555. Así se atestigua en los Anales de Juan Bautista, en el sermón del Padre Bustamante (que considera en 1.556 que la devoción era novedosa) y en la carta del virrey Martín Enríquez. Todos ellos coinciden en que fue en esas fechas cuando comenzó la devoción a la Guadalupana, contradiciendo la afirmación del Nican Mopohua de que tuvo lugar en 1.531 y explicando la paradoja que supone que el testigo del prodigio de la tilma, el obispo Zumárraga, negara en 1.547 que en su propia época se produjeran milagros. El por qué el anónimo escritor de este texto (aunque se atribuye a Antonio Valeriano no hay pruebas de su autoría) cambió las fechas e introdujo como personaje a Zumárraga (fallecido en 1.548) debe ser entendido bien como una confusión, bien como una ficción literaria. La crítica textual moderna ha encontrado claros paralelismos entre el Nican Mopohua y las narraciones de la aparición de su homónima en Extremadura. Tampoco lo que podríamos llamar “milagro de las flores” es algo desconocido en la hagiografía contemporánea. Un ejemplo de ello, podemos encontrarlo en la vida del franciscano Diego de Alcalá. Tanto es así que algunos investigadores contemporáneos consideran que el Nican Mopohua, aunque fuera escrito por alguien perteneciente a la cultura náhuatl, es una adaptación de un texto en castellano.
No obstante, la inutilidad del Nican Mopohua como fuente dado el número de errores históricos que contiene, no supone que estemos condenados a no poder someter a crítica las afirmaciones de Smith y Callagan tanto las relativas a retoques parciales como las relacionadas con la misteriosa preservación del rostro, el manto y la túnica. Lo primero es innegable.
Figura 2
Basta con observar copias antiguas de la imagen (fig. 1) y compararlas con el original actual (fig. 2) para ver que, efectivamente, la Virgen aparecía coronada y que hoy dicha joya ha desaparecido. Incluso se sabe la fecha y el por qué de esta modificación. En enero de 1.887 se comenzó a hablar de la coronación de la Guadalupana. Parte del clero de la Basílica se opuso a esta pretensión porque si la imagen “divina” ya lo estaba ¿qué necesidad había de que fuera coronada por los hombres? En junio de este mismo año cuando se procedía a efectuar unas fotografías de la imagen se descubrió que la corona había desaparecido. Según confesó en su lecho de muerte el pintor Rafael Aguirre, el autor de la eliminación fue su maestro, José Salomé Pina por encargo del clero que deseaba se celebrara la coronación de la Virgen. Una vez suprimido el obstáculo, el 12 de octubre de 1.895 se procedió a la ceremonia con el visto bueno del papa León XIII. Otros aspectos, como el supuesto añadido de rayos, media luna, ángel... por el contrario no pueden determinarse con tanta claridad como pretenden los norteamericanos que consideran que esas alteraciones se produjeron para paliar los daños sufridos por el lienzo en la inundación de 1.629. No obstante la figura 1 está datada en 1.606 y ya presenta dichos elementos. Si realmente son añadidos tienen que datar de una época más temprana. Hay que señalar, además, que Smith y Callagan parecen estar incurriendo en un error, el considerar que las zonas que presentan un deterioro innegable son los añadidos mientras que la que permanece aparentemente incólume es la original. El problema es que ninguna parte de la tilma está libre de pérdidas. Para comprobarlo, basta con comparar la fig. 2 con la fig. 3, una copia realizada por el pintor Correa a finales del s XVII y que llevó su intención de ser fiel al original hasta el punto de que, según su discípulo Cabrera, realizó una reproducción exacta del dibujo empleando un papel aceitado. Como podemos ver, los colores se han ido aclarando en el original mucho más que en la reproducción pese a su menor antigüedad. Por último, recientemente han salido a la luz pública hechos que demuestran que, si bien los norteamericanos tenían razón en alguna de sus afirmaciones, se equivocaron gravemente en otras. Pronto volveremos sobre el tema.
Figura 3
La ausencia de pigmentos según Kuhn y la imagen intacta e inexplicable (al menos en parte) de Smith y Callagan no son los únicos motivos por los que el Sr. Benítez duda del carácter humano de esta efigie. También cita: “Era casi imposible que una manta de <> de maguey -que suele tener una duración máxima de unos veinte años- se hubiera conservado intacta, y con aquella viveza en los colores, después de 450 años...
Allí, en efecto, había algo muy raro.” (Pág. 53)
Se rompe el silencio
Durante siglos, el cuestionar la autenticidad de la Aparición y del milagroso ayate ha sido la mejor forma de encontrarse con problemas. Desde el padre Bustamante, que tuvo que enfrentarse a una investigación en 1.566 por haber asegurado públicamente que la pintura había sido realizada por el indio Marcos y por dudar de los milagros atribuidos a ella, hasta el padre Sevando Teresa de Mier que después de haber calificado a la historia de la Aparición como “leyenda” estuvo a punto de ser linchado en pleno S XIX. Así no es extraño que Joaquín García Icazbalceta, el más grande de los historiadores mexicanos decimonónicos, se hiciera de rogar cuando el arzobispo de México le pidió, a finales del XIX, que escribiera sobre este tema. Sólo cuando el arzobispo se lo pidió como amigo y se lo ordenó como autoridad religiosa accedió a ello. El resultado fue el más célebre de los alegatos anti-aparicionistas y cuyo contenido, realmente explosivo, D. Joaquín pidió que no se hiciera público aunque finalmente si se dio a la imprenta.
Podríamos pensar que eso era cosa de otros tiempos, pero incluso hoy es una postura incómoda como podría testificar el abad de la basílica de Guadalupe, padre Schulenburg, que después de hacer pública su opinión de que la historia de Juan Diego era una leyenda se vio presionado para que presentara su renuncia. Desde medios pro-aparicionistas exaltados incluso se le llegó a tildar de racista y a decir barbaridades tales como que por su origen alemán despreciaba a los que no eran blancos. El escándalo fue mayúsculo tanto más cuanto que se estaba preparando el ascenso a los altares del indígena.
La polémica, sin embargo, ha tenido un aspecto positivo. Se ha prestado mayor atención a todo lo relacionado con la efigie y, como fruto de ello, se han hecho públicas informaciones que hasta el momento habían permanecido ocultas. Citaremos tres de ellas publicadas en el semanario mexicano El Proceso por Rodrigo Vera, un periodista experto en el tema del guadalupanismo:
En 1.947 y 1.973 la pintura de la Virgen fue restaurada por D. José Antonio Flores Gómez.
En la entrevista (“Un restaurador de la guadalupana expone detalles técnicos que desmitifican la imagen.” Por Rodrigo Vera. El Proceso nº 1.343) afirma: “Una restauración implica pintar las partes dañadas, no toda la imagen, porque eso es ya una repintada, que es otra cosa. De manera que le metí mano a una parte de la túnica. Pero no a las estrellas estampadas en ella porque ya estaban repintadas.” Para la restauración usó pinturas “De agua. Era obligado. Tenía que ser de las disueltas en agua y no en aceite porque son de las que se usaron originalmente. De ahí que se hayan desprendido tan fácilmente.” “Descubrí que la tela no es de ixtle, como se dice, pues el ixtle tiene una trama muy tosca, muy rústica, con un cordel muy grueso. En cambio, la imagen Guadalupana está pintada sobre una trama muy fina, como la que se saca del algodón.” “Antes de mí, otros restauradores ya le habían dado retoques a la imagen. Eso lo noté desde la primera vez que intervine. Y estoy seguro de que otros intervinieron después de mí.”
En 1.982 D. José Sol Rosales realizó un estudio técnico de la pintura a petición del abad Schulenburg que estaba preocupado por el evidente deterioro que sufría la imagen. El contenido del informe que elaboró (“El análisis que ocultó el Vaticano.” Por Rodrigo Vera. El Proceso nº 1.333) es: La imagen está pintada “sobre una tela de lino y cáñamo” “Tradicionalmente se ha dicho que esta obra está ejecutada sobre el lienzo desnudo; esto es totalmente falso, pues es evidente al examen ocular la presencia de una preparación de color blanco, de un grosor que podría considerarse medio y aplicada irregularmente.” “La pintura es la ejecutada usando diversas variantes de la técnica modernamente conocida como temple; una de ellas, la usada en manto y ropaje, fue empleada en el S XVI con el nombre de aguazo, deriva de las técnicas en la pintura de las llamadas sargas y presupone el realizar la pintura sobre el lienzo humedecido ligeramente para facilitar la fijación del color.” “El negro seguramente es un negro de humo usado tradicionalmente en todas las épocas... El blanco es, con toda seguridad, sulfato de calcio... Los pigmentos azul y verde son, con mucha probabilidad, óxidos básicos de cobre... Las tierras son óxidos de hierro... Como pigmentos rojos, además del óxido de hierro rojo, se usaba el bermellón, compuesto de azufre y mercurio, y el carmín de la cochinilla mexicana.” “Con un examen ocular, auxiliado de luz rasante y con luces ultravioletas, se detectan diversas áreas de repintes en zonas importantes... También se detectan repintes en el fondo, manto y a lo largo de la unión de los lienzos.”
De todo ello, se informó al Vaticano y más concretamente al cardenal Sodano. (“Manos humanas pintaron la guadalupana.” Por Rodrigo Vera. El Proceso nº 1.332) En una de sus cartas, el abad Schulenbur aseguró: “... y nos dimos perfecta cuenta de que reunía todas las características de una pintura hecha por mano humana, con el deterioro propio de la antigüedad de la imagen misma. Dicho examen crítico lo enviamos a esa sede apostólica como un signo de honestidad y de amor a la verdad.” “El consultor histórico del Vaticano ni siquiera mandó analizar la imagen de la guadalupana para comprobar que, efectivamente, fue hecha por un pintor del S XVI y no producto de un milagro.”
En 1.999, el cardenal Rivera Carrera, arzobispo de México y destacado pro-aparicionista, le pidió al microbiólogo Leoncio Garza-Valdés (conocido por su errónea impugnación de la datación por C14 de Santo Sudario de Turín falseada, según él, por la existencia de microorganismos en las muestras) que realizara una investigación sobre el lienzo. Según D. Leoncio (“La guadalupana: tres imágenes en una.” Por Rodrigo Vera. El Proceso nº 1.334) empleando técnicas de fotografías con luz ultravioleta e infrarroja con material mucho más moderno que el de Smith y Callahan, descubrió que hay tres imágenes superpuestas, una primera completamente diferente a la actual con un niño Jesús desnudo en brazos e idéntica a un relieve en madera situado en el monasterio de Guadalupe en Extremadura. Está fechada (la pintura) en 1.556 y firmada con las iniciales M.A. ¿Marcos Aquino? La segunda es muy similar a la actual, pero con el rostro con rasgos más indígenas. La tercera es la que conocemos.
No obstante, hay que hacer notar que sus dos acompañantes en la investigación, el Dr. Guilberto Aguirre y el fotógrafo Lester Rosebrook se desmarcaron de esas conclusiones en el artículo “Test of faith” John MacCormack. San Antonio Express-News de 2 de junio del 2002. El Dr. Aguirre aseguró: “Dr. Garza-Valdes and I have the same images, but our conclusions are entirely different. I can´t find anyone who agrees with Dr. Garza-Valdes.” “Secondly, he claims to not only see two other paintings, but a nude baby Jesus in the arms of the Virgin, as well as the initials M.A. and the date 1556. I have studied these photos, but I do not see these things.”
Como pueden ver, independientemente de que nuevas investigaciones confirmen o no los aspectos más “espectaculares” de la investigación de Garza-Valdés (y, considerando que desde un principio reconoció que su interés por investigar la guadalupana residía en que la editorial Doubleday le había propuesto escribir un libro sobre este tema, me atrevo a sugerir que no se confirmarán nunca) aún así han quedado bastante claros algunos aspectos que contradicen las afirmaciones contenidas en el libro del Sr. Benítez. La imagen es una pintura, realizada en un soporte de lino y cáñamo, con el uso de las técnicas y los pigmentos conocidos en el S XVI. Su estado de conservación no es bueno pese a haberse realizado distintas restauraciones y repintes que afectaron también a la zona que supuestamente estaba libre de ellos. Los “añadidos” no son identificados como tales por los restauradores.
Con todo ello, las pretensiones de sucesos “inexplicables” desaparecen y podríamos devolver la Virgen de Guadalupe al lugar que le corresponde por derecho propio, el de una magnífica obra de arte, símbolo de una nación admirable por muchos conceptos y emblema de la fe católica de muchos mexicanos (y de otras nacionalidades) si no fuera porque aún queda un tema por explicar, las figuras humanas en los ojos de la Virgen.
Los ojos de la Guadalupana
Aunque en buena lógica ya no sea necesario por cuanto al haber devuelto a la pintura de la Guadalupana al rango de obra humana las afirmaciones sobre este tema quedan privadas de base, sin embargo, dada la importancia que le concede el Sr. Benítez, he creído conveniente dedicar algo de espacio adicional a refutar la afirmación de que en los ojos de la Vigen de Guadalupe se pueden contemplar (previos procesos de ampliación) una serie de figuras humanas, algo ciertamente inexplicable.
Según reconoce el escritor navarro, su fuente en este caso es una obra mexicana: “El título me enganchó desde un primer momento: Descubrimiento de un busto humano en los ojos de la Virgen de Guadalupe. Dictámenes médicos y otros estudios científicos. Los autores -Carlos Salinas y Manuel de la Mora- presentaban en aquel brevísimo reportaje unas fotografías y unos documentos sencillamente increíbles, la figura, en efecto, de un hombre con barba en la córnea del ojo derecho de la imagen que se venera actualmente en la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, en México (Distrito Federal).” (Pág. 12)
Figura 4
Todo ello resulta impresionante ¿o tal vez no? Por de pronto, según nos informa el propio Sr. Benítez, la primera persona de la que se tienen noticias que advirtiera algo en los ojos de la Guadalupana fue Alfonso Marcué en 1.929. Pudo observarlo al examinar unas fotografías que acababa de realizar. El Sr. Salinas también lo advirtió en una fotografía en blanco y negro (realizada por Jesús Cataño en 1.946) en el año 1.951 aunque después pudo confirmarlo al natural. El problema es que según el Sr. Benítez, entre las fotografías tomada por Manuel Ramos en 1.923 y las de Marcué de 1.929 se produjo una restauración secreta del rostro de la Virgen. La intervención afectó: “A los ojos. Les añadieron tales sombras en las zonas inferiores, que los ojos parecen desorbitados. El ojo derecho fue el más perjudicado. Parece incluso como si hubiera sido golpeado.” (Pág. 125) Tales descubrimientos se realizaron, por tanto, después de una restauración y en una zona en la que se detectaba una intervención poco afortunada.
No obstante, alguien podrá argüir que es posible que la zona concreta del ojo en la que se localizó la figura no hubiera sido modificada. En efecto, puede ser. Abandonaré momentáneamente la obra del ufólogo español para ir a su fuente, la obra antedicha de los Sres. Salinas y de la Mora (Editorial Tradición S.A. Segunda edición. México D.F. Febrero de 1.980). En uno de los diversos dictámenes técnicos que contiene el Dr. Torroella afirma: “A nosotros los oftalmólogos no nos corresponden dictaminar si la imagen de nuestra Señora de Guadalupe es o no una obra sobrenatural y ni siquiera si las figuras que vemos en sus ojos son realmente unas figuras ó simples acúmulos de pintura, esa es materia para otros especialistas.” (Pág. 10)
Figura 5
Esa frase me hizo pensar en que las afirmaciones concernientes a las figuras en los ojos de la Guadalupana eran falsables. Bastaría para ello el demostrar que eran producto de una acumulación de pintura. Dado que en la obra antedicha (y que es extensamente reproducida por el Sr. Benítez en la suya en las páginas 168-204) se explica con detenimiento la manera en que el Sr. Salinas descubrió la figura, no era difícil reproducir el experimento pero con dos diferencias, la fotografía inicial sería una de las tomadas por D. Manuel Ramos en 1.923 (antes de la restauración del rostro) y buscaría figuras humanas en otras partes de la pintura que no fueran los ojos.
Figura 6
Los resultados los tienen ante ustedes. La figura 4 es la fotografía inicial, la 5 una selección de un fragmento en el que he mantenido parte del rostro para que puedan apreciar en qué zona aparecen las “personas” (silueteadas en blanco para que se perciban más fácilmente) y la 6 una ampliación de ellas. Con un poco de imaginación, podrán advertir un grupo de tres personas, a la izquierda un hombre con barba, en el centro una mujer gritando y a la derecha otro hombre (éste más borroso). Todo esto tiene un nombre, paraideloia, la tendencia a ver formas conocidas en algo amorfo. Cuando jugábamos a decir a qué se parecen las nubes, estábamos haciendo lo mismo que estos investigadores guadalupanos y, los resultados eran tan poco científicos como éstos.
Sin embargo, nada de esto es así para el Sr. Benítez que concluye su libro con una comparación entre el Santo Sudario de Turín y la imagen de la Virgen de Guadalupe: “... parece como si el <> de los cielos hubiera escondido en este viejo ayate del siglo XVI otro as... Un triunfo destinado -como en el caso del lienzo que se conserva en Turín- a los hombres del siglo XX.” (Pág. 306) Con todos mis respetos a los creyentes en el “alto estado mayor de los cielos” si éstos son los ases que lleva, ¡¡órdago a chica!!
Para saber más sobre la supuesta aparición de la Virgen de Guadalupe, pueden consultar el artículo de Luis Alfonso Gámez: Juan Diego, ¿el santo que nunca existió?
José Luis Calvo