Edición 2012 - Número 255
Carlos Santamaría Moreno
(Artículo publicado originalmente en la bitácora Dulces prejuicios).
Hoy traigo una conversación:
- Dime algo sobre tu novio.
- Mi novio es muy inteligente y muy guapo.
- Algo más.
- Es muy rubio, casi albino.
- Algo más.
- Se sabe la letra prácticamente entera de una canción de Alejandro Sanz.
- Algo más.
- Mi novio no existe.
Es obvio que la respuesta a la última pregunta afecta de una manera especial a la conversación. La existencia no es una característica cualquiera de las cosas. Esto es algo que nos dejó claro Kant: no se puede comprar comida real con monedas imaginarias. No existir no es un mero defecto del novio (el pobre no existe, por lo demás es estupendo).
Podría parecer evidente que para que algo tenga algún efecto tendrá al menos que existir. Pero no debe serlo tanto porque hay una hermandad que basa su práctica en la idea de que algo que no existe tiene efectos curativos. Se llama Homeopatía.
La homeopatía defiende que a los enfermos se les puede curar administrándoles agentes que producen síntomas parecidos a los de su dolencia pero en cantidades ínfimas. ¿Cuánto de ínfimas? Tan ínfimas como la existencia del novio de nuestra historia.
Por ejemplo, uno de los fármacos homeopáticos más exitosos se obtiene a partir de vísceras de pato. La receta viene a ser la siguiente: tómese una parte de hígado de pato bereber y disuélvase en cien de agua. De la mezcla resultante, tómese una parte y disuélvase de nuevo en cien de agua. Repítase este proceso entre cien y doscientas veces. En realidad da igual cien que doscientas porque a partir de doce veces la ciencia nos dice que no habrá ni una sola molécula del hígado del pato en la mezcla. Viene determinado por lo que se conoce como número de Avogadro.
Para hacernos una idea, es como si un avión arrojase un hígado de pato en un lugar al azar del continente asiático. La noche siguiente un paracaidista se lanza a ciegas desde otro avión en cualquier lugar del mundo. Antes de saltar su jefe le advierte: ten cuidado, no pises el hígado de pato que tiraron ayer. Pues bien, la probabilidad del paracaidista de pisar el hígado de pato al caer es mayor que la de un usuario del remedio homeopático de consumir una molécula del mismo hígado.
Aunque todo esto no se sabía en la época de su fundación, en la actualidad la homeopatía reconoce que sus remedios no contienen principio activo alguno. Lo que defienden, por extraño que resulte, es precisamente que algo que no existe tiene propiedades terapéuticas. ¿Las tiene? Por fortuna, no. Digo que por fortuna porque si las tuviera habría que replantearse todo lo que sabemos sobre el mundo. No podríamos confiar en la ingeniería que sujeta el puente que cruzamos, o el avión en que volamos. Si las cosas que no existen empezasen a tener efectos la ciencia no serviría de nada: esterilizar el instrumental de un quirófano sería un acto sencillamente absurdo.
En el mundo hay muchas creencias sin base científica, o incluso contrarias a la Ciencia. Lo que hace especialmente turbador el asunto de la homeopatía es que quienes la defienden son a menudo profesionales de la Medicina y la Farmacia con grado y título universitario. Como no podemos saber de todo, uno de los prejuicios más útiles de que disponemos es el criterio de autoridad. Nos fiamos de la opinión de las personas que en cada campo nos parecen mejor formadas. Por eso es preocupante que organizaciones profesionales colegiadas respalden ese tipo de prácticas y que se impartan cursos universitarios como se ha visto recientemente.
La Ciencia es de todos aunque no todos la practiquen y por supuesto no todos la entendamos siempre. Las personas tienen derecho a ser informadas sobre las conclusiones de la Ciencia. A nadie se le debe ocultar lo que la Ciencia sabe. Los medicamentos pasan una serie de pruebas y ensayos clínicos para valorar su eficacia y seguridad. Se trata de que los profesionales que los prescriben y las personas que los consumen puedan confiar en ellos. Cuando una persona encuentra en la farmacia remedios homeopáticos junto a medicamentos que han pasado por las pruebas adecuadas está recibiendo un mensaje erróneo: se están poniendo al mismo nivel dos cosas que no lo están.
La diferencia es simple, los medicamentos de verdad deben demostrar que funcionan para ser puestos a la venta. Supongamos que tenemos algún indicio para pensar que un cierto ácido (por ejemplo, el acetilsalicílico) puede resultar útil para bajar la fiebre. Colocaremos una cantidad determinada de dicho ácido en, pongamos, cien pastillitas de color blanco. Tendremos preparadas otras tantas pastillas idénticas con el mismo sabor y olor, pero sin el dicho ácido (lo que se llama control-placebo). Administraremos las doscientas pastillas a otras tantas personas que tengan fiebre. Ni estas personas ni quienes les dan las pastillas saben si están recibiendo la que contiene el ácido o la que no. Si observamos que la fiebre baja en mayor medida entre quienes tomaron las pastillas con el principio activo podremos suponer que este tiene algún efecto.
Precisamente, la homeopatía jamás ha sido capaz de demostrar algo así. Sus “homeopastillas” no funcionan mejor que el control placebo. Como hemos visto la ciencia no esperaría otra cosa, y tampoco el sentido común: lo que no es no es causa de nada, decía el bueno de Aristóteles. La revista The Lancet una de los más prestigiosos órganos de difusión de la medicina científica publicó en agosto de 2005 una serie de trabajos que comparaban cientos de experimentos y ensayos clínicos sobre la presunta efectividad de la homeopatía. La conclusión era simple: la homeopatía no funciona mejor que el placebo; esto está suficientemente demostrado y no hay por qué gastar más recursos en ello. El editorial de la revista instaba a los médicos a ser “claros y honestos con sus pacientes sobre la falta de eficacia de la homeopatía”, y su título era bastante expresivo: “El fin de la homeopatía”.
El conocido divulgador James Randi ofrece un millón de dólares a cualquier laboratorio que sea capaz de demostrar científicamente la efectividad de un solo medicamento homeopático. Randi tiene su dinero a salvo porque difícilmente alguien podrá demostrar que lo que no existe tiene algún efecto, pero para proteger el dinero de los consumidores propone que se etiqueten los remedios homeopáticos con la advertencia de que no son medicinas. La idea de que el estado debe administrar la razón para el bien común ya ha aparecido en este blog. Ahora propongo que se ponga en práctica pidiendo a los fabricantes de remedios homeopáticos que prevengan al potencial consumidor con la siguiente advertencia:
“La eficacia de este producto no está demostrada científicamente”
He iniciado una petición en Actuable para recaudar firmas para apoyar esta propuesta. Sería una forma de poner las conclusiones científicas al alcance de todos.
URL: http://www.dulces-prejuicios.com/2012/03/homeopastilla-como-curarse-con…