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Dossier
Escepticismo:
¿Una virtud epistémica?
MarÃa José Frápolli
Departamento de FilosofÃa I, Universidad de Granada
No siempre la actitud escéptica es una aliada
de la ciencia y el sentido comúnâ¦
1. ¿Qué es escepticismo?
Escepticismo es un término engañoso. De hecho,
refiere a dos actitudes diferentes ante el conocimiento, una de las cuales es perfectamente racional y la
otra perfectamente irracional. Parte del trabajo que
hacemos las filósofas consiste en analizar el alcance de nuestros conceptos. El procedimiento que usamos para ello pasa por identificar qué queremos decir
cuando los usamos en intercambios lingüÃsticos reales. En este artÃculo me propongo explicitar las diversas acepciones de la palabra escepticismo y valorar
en qué sentido cierto escepticismo es saludable como
parte de nuestra vida racional y en qué otros sentidos ser escéptico puede dar lugar a comportamientos
tan irracionales que sean imposibles de mantener. En
otras palabras, no siempre la actitud escéptica es una
aliada de la ciencia y el sentido común.
Las dos acepciones principales de la palabra escepticismo son las siguientes: La primera, a la que
llamaré «escepticismo común», es la actitud de quienes exigen argumentos y pruebas para creer en alguna afirmación o teorÃa. Bien entendida, esta actitud distingue la ciencia de la superstición y permite
construir sistemas de conocimiento cohesionados. La
segunda, a la que llamaré «escepticismo filosófico»,
es la posición que niega la existencia del conocimiento en base a la falibilidad humana. Bien entendida,
esta actitud subraya la naturaleza provisional de lo
que sabemos y nos prepara para aceptar la revisión
de nuestras creencias. Mal entendida, es la puerta por
la que la religión y otras supersticiones encuentran
un resquicio por el que reclamar un lugar en pie de
igualdad con la ciencia y el conocimiento. Las dos
acepciones están Ãntimamente relacionadas y es fácil
deslizarse desde la razonable desconfianza de quien
necesita ciertas evidencias para creer hasta la dogmática posición de quien le niega a la verdad papel
alguno. Veremos las dos versiones sucesivamente.
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2. Escepticismo común
No podemos creer todo lo que oÃmos. No podemos creer todo lo que leemos, ni en internet, ni en los
periódicos, ni en los libros. Las opiniones son muchas y son libres, pero el camino del conocimiento
es duro de transitar. Dudar en principio de todo lo
que nos llegue puede representar el ejercicio de la
virtud epistémica de la cautela. El vicio epistémico
correspondiente es la credulidad o la ingenuidad. En
un mundo tan complicado como este en el que vivimos, hacemos bien en poner en cuestión lo que acaba
de decirnos el polÃtico de turno, lo que le hemos oÃdo
al último streamer o lo que leemos en uno de los hilos
de Twitter que llegan a nuestro teléfono. Estos ejemplos no están elegidos al azar.
La sociedad de internet ha revolucionado el ámbito de la transmisión del conocimiento y la opinión,
y no siempre de manera positiva. La democratización del conocimiento âesto es, la democratización
del ejercicio de la autoridad que debe investir a un
agente epistémico y del reconocimiento del estatus
de fuente fiable de conocimiento que otros nos confierenâ es uno de los aspectos más beneficiosos que
el uso generalizado de internet ha traÃdo consigo. El
conocimiento humano está ahora disponible para
cualquier persona que lo requiera, algo que nunca ha
ocurrido antes en la historia. Con una simple conexión, cualquiera puede encontrar cursos en abierto
de las universidades más prestigiosas sobre los temas
más variados, asistir a debates entre las mentes más
brillantes o conocer los últimos avances en ciencia y
filosofÃa. Además, las personas que tengan algo que
decir pueden alcanzar una gran audiencia para sus
ideas, simplemente ofreciéndolas en internet a quienes quieran escuchar y debatir. Tampoco estos ejemplos han sido elegidos al azar.
La democratización, que conlleva también agilidad y frescura, tiene su lado negativo, sin embargo.
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El acceso generalizado a la difusión ha diluido la categorÃa de experto. O eso parece. En principio, cualquiera puede decir lo que quiera y no hay un filtro
que seleccione lo que merece la pena y bloquee lo
que no. Asà explicado, esto parece la selva de las opiniones. En un contexto como el descrito, la sana actitud del escepticismo común es muy recomendable:
por principio, dudo y espero a tener la justificación
necesaria para creer.
Sin embargo, la imagen de internet como una selva en la que toda teorÃa pueda florecer es engañosa.
El relato oficial subraya que nos hemos quedado sin
un respaldo institucional a la distinción entre experto y mero opinador, que tanto vale mi conocimiento como tu opinión, que cualquier punto de vista es
tan bueno como cualquier otro. Al amparo de este
relato catastrofista emergen nuevos términos como
«posverdad», «hechos alternativos» o «fake news».
El nuevo escenario parece aconsejar, pues, una revisión prácticamente completa de los ejes básicos de la
epistemologÃa como disciplina y de nuestras prácticas epistémicas.
Si es aconsejable ser cautos y ejercer la virtud del
escepticismo común, empecemos por desconfiar de
este relato que aparentemente todo el mundo acepta. Hay suficientes razones para poner en duda partes
sustanciales del mismo. En primer lugar, el discurso
de las fake news, la posverdad y los hechos alternati-
vos se basa en una determinada posición ideológica.
Esto es, es un relato polÃtico bien diseñado para diluir el papel de la ciencia y el conocimiento en aras
de una revolución polÃtica regresiva que producirá
individuos más crédulos, menos formados, más manipulables. Pero esta tendencia polÃtica no afecta en
absoluto al sistema del conocimiento.
Internet es una selva solo para aquellos que no tienen genuino interés en saber. Incluso en la supuesta
selva de internet, es relativamente fácil distinguir a
los expertos de los charlatanes. Robert Sapolski y Richard Leakey no compiten en pie de igualdad con el
último youtuber que rechace la evolución humana.
Y distinguir entre unos y otros es una tarea asumible, pero para ello hay que ser conscientes de otra
premisa básica en la que se basa el conocimiento: su
conectividad. Las afirmaciones que defendemos (que
la tierra es esférica, que los humanos actuales son el
resultado de cientos de miles de años de evolución,
que estamos emparentados de manera indirecta con
gorilas, chimpancés y bonobos a través de un ancestro común o que vemos la realidad que nos rodea a
través de nuestros conceptos) no son independientes
del resto de nuestras creencias. Los filósofos nos referimos a la conectividad con términos como holismo y
coherentismo. La conectividad del conocimiento implica que la mayorÃa de las teorÃas conspirativas son
insostenibles, y que no pueden añadirse al resto de las
Robert Sapolsky (izquierda) y Richard Leakey (derecha), bioantropólogo y arqueólogo, respectivamente,
célebres por sus notables aportaciones al estudio de la evolución humana. Imágenes: Internet Archive y Wikimedia Commons
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creencias y las prácticas de quienes las mantienen sin
constituir un todo contradictorio. No se puede ser terraplanista y subir a un avión, consultar el tiempo que
va a hacer durante nuestras vacaciones o utilizar el
GPS del coche. ¿Podemos imaginarnos la magnitud
de la conspiración que supuestamente estarÃa detrás
de las teorÃas antivacunas? Todo el sistema sanitario,
cientÃfico, polÃtico, farmacéutico, millones de personas defendiendo la bondad de los procedimientos
que permiten resistir a los virus a sabiendas de que
son falsos. Se necesita mucha explicación para hacer
creÃble esta conspiración descomunal.
Por todo ello, el éxito de las conspiraciones hay
que buscarlo fuera de la epistemologÃa, en la polÃtica,
como he mencionado, o en la psicologÃa. Los creyentes en las conspiraciones creen en ellas porque quieren positivamente creerlas, quizá por la necesidad de
sentirse parte de algo más grande que ellos mismos,
el deseo de pertenencia a un grupo cohesionado, o
por el sentimiento de falsa superioridad que permite
el espejismo de creerse mejor informados o de ser
más listos que aquellos que siempre los han mirado
por encima del hombro. Lo que sea que lo explique
no es asunto de la epistemologÃa.
Quedémonos pues con una posición más elaborada que la mera duda por defecto. Hay que dudar en
principio de aquello que resulta extraño o que choca
con otras creencias. Hay que dudar de los individuos
cuyo estatuto epistémico de informador fiable no está
apoyado por razones. Estas razones pueden ser nuestra historia común con el individuo en cuestión, sus
credenciales académicas o un discurso sólidamente
fundamentado en datos y argumentos, entre otras.
Pero dudar de todo por principio es irracional. Afortunadamente, no lo hace nadie. Ni siquiera los defensores más convencidos del escepticismo común.
3. El escepticismo filosófico
El escepticismo filosófico adopta formas diversas.
En su versión más radical, es la teorÃa filosófica que
rechaza la posibilidad del conocimiento al negar a los
agentes humanos la capacidad de llegar a la verdad,
esto es, de discernir entre apariencias y realidad.
La manera de razonar en dicotomÃas es muy común en filosofÃa, en polÃtica y en la vida corriente.
O yo o el caos. Los que no están conmigo están contra mÃ. En nuestro tema, el razonamiento dicotómico
toma la forma del eslogan quien no es un escéptico
es un dogmático. Y claro, nadie quiere que lo tilden
de dogmático. En el campo de la epistemologÃa el dilema se convierte en trilema, el llamado trilema de
Agripa o de Münchhausen: el conocimiento no es
posible porque el proceso de la justificación o se extiende infinitamente, o se mueve en un cÃrculo, o se
detiene en una afirmación no justificada. Ninguna de
las tres opciones es aceptable.
Cuando el tipo de argumentación que utilizamos
sistemáticamente nos aboca a una situación imposible, lo razonable es preguntarse qué falla. Puede ser
el razonamiento mismo o pueden ser algunas de las
premisas de las que partimos. En el caso del escepticismo filosófico es una mezcla de ambos. El escepticismo filosófico descansa en el error argumentativo
de la generalización injustificada. Este error consiste
en suponer que, porque algo ocurre en ciertos contextos en ciertos momentos, tiene que ocurrir en todos
los casos y a la vez. Si algunas veces los sentidos
nos engañan y vemos partido el palo sumergido en el
agua, entonces no podemos confiar en nuestros sentidos. Además, es una consecuencia de la idea de que
los seres humanos estamos desconectados del mundo
que nos rodea, que no es más que el decorado de nuestras actuaciones. La asunción de que el conocimiento
es fundamentalmente teórico y que el conocimiento
práctico es meramente derivado es una tercera fuente
que alimenta el escepticismo filosófico.
Pero el caso es que sabemos muchas cosas, aunque
no lo sepamos todo. Sabemos que el mundo no empezó ayer, que cuando abra la puerta la calle seguirá
estando ahÃ, que el agua es un fluido que quita la sed,
que España es una monarquÃa parlamentaria. Algu-
Internet es una selva solo para aquellos
que no tienen genuino interés en saber.
Incluso en la supuesta selva de internet, es
relativamente fácil distinguir a los expertos de
los charlatanes
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nas de las cosas que sabemos están tan asociadas al
marco teórico y lingüÃstico en el que vivimos que no
pueden ni ponerse en duda ni justificarse. Son lo que
Wittgenstein llamaba «proposiciones gozne» (hinge
propositions). Sabemos una cantidad enorme de cosas que nos permiten vivir en el mundo y en sociedad.
Es verdad que algunas cosas que creÃamos saber han
resultado falsas, pero eso no invalida la ingente cantidad de conocimiento que ponemos en juego incluso
en nuestras acciones más nimias.
Adoptar el disfraz de filósofo (presocrático, socrático, moderno o posmoderno) y declararnos escépticos acerca de todo no nos convierte en sujetos epistémicos más sofisticados. Al contrario, indica falta
de análisis y compresión de la realidad, porque solo
podemos detectar los errores contra el trasfondo del
conocimiento verdadero.
La posibilidad de que algunas de nuestras creencias resulten ser falsas no hace razonable que las coloquemos en pie de igualdad con otra serie de creencias para las que no tenemos la mÃnima evidencia racional, y que son frecuentemente incompatibles con
lo que sabemos. Con lo que sabemos, sÃ, porque si
nuestras creencias básicas fueran completamente falsas, el Homo sapiens se habrÃa extinguido, como lo
hicieron otras especies, y ninguno de nosotros resistirÃa un dÃa normal. Si la mayorÃa de nuestras creencias fueran falsas, no podrÃamos dar un paso ni como
individuos ni como especie.
4. Los riesgos de la actitud no comprometida
Hay que tener cuidado con estas posiciones superintelectualizadas y aparentemente más elaboradas
que la supuesta simplicidad de las personas corrientes. Hay que tener cuidado, porque las religiones de
todo tipo usan las evidentes debilidades de las versiones desenfrenadas de la modestia epistémica a su
favor. Si la ciencia no lo sabe todo, se argumenta,
¿cómo podemos saber que Dios no existe, o que el
universo no fue creado, o que no hay vida después
de la muerte, o que no nos visitan seres de otras ga-
laxias? Si la ciencia defendió en algún momento de
la historia que la Tierra es el centro del universo, que
el espacio es plano o que el infinito es matemáticamente intratable, ¿por qué no podrÃa ocurrir que en
el futuro descubriéramos que la concepción cientÃfica
del mundo es falsa y que, después de todo, el relato
bÃblico es correcto? Si la ciencia es falible, ¿por qué
rechazar el creacionismo? La «actitud cientÃfica» de
dudar de todo y evaluar todos los argumentos deberÃa
aplaudir el debate entre creacionistas y evolucionistas, entre defensores de la medicina y defensores de
la homeopatÃa. En esta trampa caen con demasiada
frecuencia los intelectuales y sus instituciones, incluidas las universidades.
No hay que evaluarlo todo, solo aquello que tiene credenciales sólidas y que puede, aun con ajustes,
incorporarse al sistema global del conocimiento. No
cualquier narrativa puede añadirse al relato cientÃfico
para rellenar sus huecos. La ciencia promueve una
actitud modesta y asume la falibilidad humana, pero
construye a partir del conocimiento aceptado. Solo
es racional dudar de lo que sabemos cuando entra
en conflicto con otras posiciones que nos parecen en
principio verosÃmiles.
No lo sabemos todo, pero sabemos mucho. Mucho
de lo que sabemos podrÃa ser falso, pero una parte
relevante constituye conocimiento verdadero. Esta
es la auténtica actitud antidogmática. Dudar de todo,
por el contrario, incluso si fuera posible, nos colocarÃa fuera de la comunidad de los seres racionales.
Además, la defensa teórica del escepticismo generalizado, común o filosófico, nos deja sin argumentos
contra la pseudociencia. No les hagamos el juego. No
hay ninguna razón, una razón que resista un análisis
racional, para comprar la agenda polÃtica de los que
quieren devolvernos a una época de superstición, en
la que el autoritarismo sustituya a la democracia y el
relato de la falsa libertad vuelva a dejarnos sin derechos.
Dudar de todo por principio es irracional.
Afortunadamente, no lo hace nadie. Ni
siquiera los defensores más convencidos
del escepticismo común
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