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Dossier ¿No eres Charlie? ¿Entonces quién eres? Elogio de la ofensa David Revilla O fender es un verbo cuando menos curioso; según la RAE su primera acepción es "Humillar o herir el amor propio o la dignidad de alguien, o ponerlo en evidencia con palabras o con hechos". Lo que resulta evidente es que se trata de un verbo que se conjuga de manera subjetiva: lo que a ti te puede ofender al de al lado le puede resultar divertido. O aburrido. O hasta necesario. Por poner un ejemplo a voleo, hace poco un estudioso del Corán de Melilla, Malik Ibn Benaisa, se permitía expresar libremente su opinión; según él, una mujer que saliera a la calle perfumada era "una fornicadora". No cabe duda de que algún creyente habrá que crea que eso que dice este señor es lo correcto; dudo muchísimo de que sean, como pretende la extrema derecha y los yihadistas, la mayoría de creyentes, a los que de hecho imagino más bien tirando hacia el lado contrario, el de los que en mayor o menor medida se sienten ofendidos por semejante mamarrachada. Pero lo que tiene la libertad de expresión es que debe de ser para todos, ¿verdad? Te puedes ofender por algo inusual, que te pilla de improviso, algo que no viste antes explicitado demasiado claramente; deberás acostumbrarte a oírlo, si quieres saber quién hay a tu alrededor. También depende de lo estrecho de mente, retrógado, totalitario y poco amigo de las libertades ajenas que seas, las críticas a tu visión del mundo te parecerán más o menos ofensivas: las conoces, no te sorprenden, es simplemente que no te gusta que el otro diga su opinión. En ambos casos, tú tienes un problema. Tú. Por eso es subjetivo. No intentes solucionarlo acallando al otro, por favor. Desde sus inicios, Charlie Hebdo no es una revista que promueva el abuso de poder sobre las mujeres, como hace el señor Malik. De hecho, es más bien lo contrario: desde la revista se opusieron a todo tipo de tiranías, de imposiciones sobre los demás de creencias, de la intolerancia. Y www.flickr.com/photos/swilkes/ no, por hacerlo con la burla más acerada nunca fueron ellos los intolerantes. Nunca. Si alguien vio algún rastro de ello o se equivocaba o simplemente veía su propia intolerancia, al desnudo. Y reto a cualquiera a enseñar algo, una portada o dibujo en la que se contradiga lo que afirmo. Eso sí, se burlaron y todavía lo hacen con saña del poderoso, del verano 2015 el escéptico 32 hipócrita, del asesino, del analfabeto que impone su estulticia. Y lo hacen como se ha hecho desde el auténtico humor: ofendiendo al intolerante. Lo demás, parafraseando a Orwell, es publicidad. La semana siguiente al asesinato de los redactores de Charlie Hebdo fue un auténtico río de obscenidad: dirigentes hipócritas que aplastan a los medios disidentes en sus países vertiendo lágrimas de cocodrilo, los contertulios de tres el cuarto pintando desde su ignorancia un panorama de miedo y tremendismo, el fascismo desatado pidiendo limpieza étnica... ha habido para todos los gustos, realmente. Ya que me han brindado la oportunidad (vete a saber por qué) de decir la mía, querría, pues, señalar una de esas obscenidades que me ha irritado especialmente: esa gente que se escandalizó por lo que Charlie Hebdo decía (y ojalá siga diciendo). En Charlie Hebdo se encontraban dos enormes valores: valentía para decir la verdad y señalar al emperador desnudo y también talento para hacerlo de manera llamativa, divertida. Los dibujantes asesinados pero también los supervivientes, tenían ambas cualidades. Tuvieron la valentía de meterse en ello, y el talento para hacerlo. Hay otros valientes que no saben decirlo, hay otros con el talento para decirlo pero que no se atreven. Pocos son los que reúnen ambas características y por eso son especialmente valiosos. Charlie Hebdo ofendía a muchos. El error es pensar que por ello hacían mal. Porque hay que entender que al poder hay que ofenderlo; siempre. Quien se siente ofendido porque alguien se mofa de sus ideas es porque, sencillamente, no tiene la perspectiva ade- cuada a la hora de entender que ahí fuera hay otras personas, con derecho a vivir su vida y a decir su opinión, aunque no te guste; como a nosotros no nos gusta la del señor Malik. Ríete tú de sus ideas, si te apetece. Ignórale. Rebate lo que dice. Como prefieras. Es tu problema. Decirle al intolerante que no tiene razón es, se mire como se mire, una labor imprescindible. No decirlo es ser cobarde, y reprochárselo a quien lo hace es rastrero; no eres Charlie, es cierto: eres un cómplice, eres un tibio ante la injusticia, eres un Chamberlain del siglo XXI. Nota final: sí que hay un pero bastante oído estos días que tiene sustancia suficiente para ser subrayado: ¿por qué diablos el atentado de París es tan horrendo, mientras, por decir algo a voleo, en México, Siria o Rusia asesinan periodistas, humoristas y hasta simples ciudadanos con cierto eco social por disentir con algún poderoso, apenas nos llama la atención? Sin duda los muertos de raza blanca parecen pesar demasiado en comparación con los que tienen tres tonos más oscuros de piel. Pero tengo claro que los asesinados en la redacción de Charlie incluso lo habrían señalado, acusadores, con toda la mala leche, talento y valentía de la que siempre hicieron gala. Lo que a buen seguro nunca habrían aprobado son los recortes previsibles en nuestras libertades que nos van a querer colar en su mismo nombre: no lo permitamos, si no tenemos la valentía o el talento para hacerlo nosotros señalemos al menos su mérito en ofender al intolerante, no lo censuremos. verano 2015 33 el escéptico