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ANATOMÍA DEL FRAUDE CIENTÍFICO Horace Freeland Judson Título Original: The great betrayal fraud in science. Traducción de David León Editorial Crítica. Barcelona, 2006. 500 páginas. CIENTÍFICOS DESHONESTOS En la actualidad la ciencia no tiene el prestigio del que disfrutaba a mediados del siglo XX. La labor de los científicos tampoco parece quedar muy bien parada tras los varios casos de fraude que han salido a la luz en los últimos tiempos. No hace mucho del caso de la falsa clonación de un embrión humano por parte del biólogo coreano Hwang Woo Suk... No es una situación nueva. Ya en el siglo XIX Charles Babbage --considerado el inventor de la primera computadora-- clasificaba el fraude científico bajo cuatro epígrafes: embuste, fingimiento, amaño y falseamiento. El embuste consiste en inventarse completamente los datos de una investigación, y ponía como ejemplo la descripción de un molusco con todo lujo de detalles, incluida una descripción de su locomoción. El problema es que tal animal no existía. Aunque parezca exagerado, hay casos así. El más famoso fue el protagonizado por Sir Cyril Burt, que realizó muchos estudios con gemelos para averiguar la influencia del ambiente sobre la educación y el desarrollo. Pero ni existían lo gemelos, ni la investigación, ni siquiera algunas de las ayudantes que aparecían como colaboradoras. Una invención de principio a fin. El fingimiento es algo parecido, con la diferencia de que la intención es hacer creer a otros en el embuste, para que luego, cuando se descubra la verdad, reciban escarnio público. Tal cosa sucedió con el hombre de Piltdown, engaño que desprestigió a Smith Woodward, y todavía no está muy claro quien organizó la trampa. El amaño y el falseamiento son variantes de lo que ahora se considera falsificación. Básicamente consiste en ocultar observaciones que contradigan la teoría, o bien, de un juego de ellas, elegir las que más concuerdan con el valor de lo que se quiere obtener. Este tipo de fraude el escéptico 80 Portada original. (Editorial Crítica) puede realizarse a veces de forma inconsciente, ya que el científico puede pensar que ha habido un error en el aparato, o que no había preparado bien la muestra. Que los científicos no son unos santos buscadores de la verdad nos lo prueba la historia. Los diarios de Pasteur demostraron que sus investigaciones no iban siempre acordes a la publicidad que hacía de ellas y que en ocasiones daba como probados métodos que todavía estaba experimentando. Los datos de los experimentos de Millikan sobre la masa del electrón estaban seleccionados. El padre de la genética, Mendel, tenía una suerte bárbara. De todos los rasgos de los guisantes escogió los que se transmitían de una manera sencilla y además sus resultados experimentales son tan perfectos que no pudieron ser reales. Hay casos peores: Freud basó sus teorías en muy pocos casos y además, controvertidos. En la actualidad las cosas no han mejorado, todo lo contrario. La obligación de publicar, el tener que luchar por los presupuestos y la mucha competencia llevan a los científicos a prácticas poco honrosas. Además, en De izquierda a derecha: Millikan, Mendel, Pasteur y Freud. Las investigaciones de muchos personajes históricos e imprescindibles de la ciencia tampoco fueron lo bastante honestas. (Archivo) muchos casos las universidades intentan tapar los casos de fraude en vez de perseguirlos públicamente, para no dañar su imagen. En Estados Unidos fue muy famoso el caso Baltimore, por David Baltimore, todo un premio Nobel que firmó --como es costumbre como colaborador-- de un estudio que había realizado Thereza Imanishi-Kari y que se descubrió ésta había inventado. El libro da más ejemplos e ignoro si aquí también existirán casos famosos o si nuestras universidades no tienen suficiente nivel como para hacer fraudes. Otros problemas que aquejan a la comunidad científica son lo casos de plagio, difíciles de descubrir entre tantas publicaciones --aunque en la actualidad Internet puede empezar a solucionar esto--. También que para publicar y obtener subvenciones el único mecanismo de revisión es la evaluación entre iguales. En muchas ocasiones es un trabajo inmenso para los científicos competentes revisar propuestas de investigación, y en no pocos casos se han plagiado artículos. Visto lo visto ¿podemos confiar en la ciencia? Que no cunda el pánico. Todos estos desmanes pertenecen al ámbito de la investigación, no a sus resultados. Ante un experimento polémico basta con replicarlo. Así pasó con la tan publicitada fusión fría, que al final quedó en nada. En el propio libro, aunque no se centra en el tema, lo deja bien claro con la respuesta de Klaus Rajewsky ante el caso Baltimore: «He de reconocer que nunca he llegado a entender el alboroto que se creó en torno a ese artículo: no creo que haya nadie dispuesto a tomar en serio lo que publicó Imanishi-Kari. Al menos, nadie que yo conozca». El libro está escrito más con enfoque periodístico que científico, y señala con el dedo los principales defectos de instituciones, revistas, universidades y programas de investigación. Aunque aquí el funcionamiento es bastante diferente, muchos problemas son universales y no está de más intentar ponerles remedio. La ciencia cada vez es más compleja y necesita de más recursos. Es fundamental que éstos estén bien repartidos. Un ejemplo son un tipo especial de becas que se otorgan a estudiantes con talento para que investiguen en el campo que prefieran. De lectura obligada para todo tipo de gestores universitarios. Juan Pablo Fuentes Thereza Imanishi-Kari. (Archivo) 81 el escéptico