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cuaderno de bitácora
Círculos viciosos
JAVIER E. ARMENTIA
ecuerdo que de crío mi madre solía jugar conmigo diciéndome: "¿Quieres que te cuente el cuento de María Sarmiento...?" (Bueno, el verso seguía con "la que fue a cagar y se la llevó el viento", pero no es relevante al caso. Igualmente sé que en otras tradiciones familiares la historia cambia en personajes y demás, pero la esencia es la misma...) Yo decía entusiasmado la primera vez: "¡Sí!". Y ella maliciosamente venía a decir: "Yo no he dicho que digas sí, sino a ver si quieres que te cuente el cuento...". Durante un rato, me empeñaba en decir sí, cada vez más enfadado. Luego, supongo que rendido ante la evidencia, decía de repente: "¡No!". Y ella, que ya había ganado, decía: "Yo no he dicho tampoco que digas no..." y seguía la cosa. Uno ensayaba cualquier tipo de respuesta, pero siempre le daba la vuelta. Así hasta que me enfadaba de veras y recurría a la violencia. El juego acababa siempre cabreándome, y aún hoy, cuando tengo el rato perverso, juego al círculo vicioso con mis sobrinos, comprobando que sus reacciones son exactamente las mismas que yo tenía. Dejando aparte cualquier profundo análisis psicosociológico, antropológico, sociológico o lo que sea de la anécdota, lo cierto es que a veces me parece que quienes intentan vendernos las maravillas de lo -dígase por decir algo- paranormal no hacen sino emplear la misma estrategia. Me ha venido a la cabeza todo esto al leer un resumen del análisis que Juan Antonio Fernández Peris hace en la revista Cuadernos de Ufología (nº 25/26) del caso Manises, uno de los portaviones de la Ovnilandia hispana. El caso ha generado libros, cientos de artículos, debates... un verdadero aburrimiento de evidencias de que algo apareció en el cielo levantino el 11 de noviembre de 1979 al paso de un avión comercial comandado por Lerdo de Tejada. El ufólogo presenta una tesis ya comentada hace años de que el caso se puede explicar con varias variables: un estímulo luminoso producido por la luz de una refinería en Escombreras, otros producidos por objetos celestes, la tensión ante lo sorprendente, acaso cierta histeria... En fin, como suele pasar con las cosas del mundo real, una serie de fenómenos perfectamente naturales, o perfectamente humanos, que conformaron una vez más algo que encajaba de lleno en el folklore de los platillos volantes. Pero la comunidad ufológica normalmente sólo quiere preguntar sobre el cuento, no recibir respuestas. Con lo que, como cabía esperar, las explicaciones plausibles no han valido de nada para convencer, o al menos sembrar una duda razonable, en quienes ya tenían su respuesta y desde luego nunca han mostrado la menor intención de bajarse de su burro, sea conspiracionista, sea extraterrestre, sea lo que sea, aunque siempre inexplicable. A lo más, incluso aun cuando acabaran por aceptar una explicación natural, sacarían de su
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archivo otro montón de casos maravillosos, todo el mundo se olvidaría del incidente en Manises, y vuelta a vendernos lo del cuento de María Sarmiento. Llevamos más de cincuenta años a vueltas con los platillos volantes, y parece que nuestra sociedad ha asimilado el juego del círculo vicioso sin mayores complicaciones. Uno dice que sí, y todos contentos, pero eso no era la cuestión. O dice que no, y peor, porque tampoco. Diga lo que diga, da lo mismo, porque el fenómeno se come cualquier posibilidad de escape... siempre que se admitan sus reglas, claro. He utilizado el fenómeno ovni como un simple ejemplo, uno podría haber puesto aquí los más de cien años de investigación parapsicológica, o cualquier otro de los muchos fenómenos maravillosos, tan increíbles como lo que le había pasado a María Sarmiento, sobre los que nunca vamos a tener una explicación adecuada mientras permitamos que quienes controlan las reglas del juego nos tomen el pelo. Ante un juego de este tipo, normalmente caben dos posturas sencillas: uno colabora con él, demostrando interés y cayendo en la tela de araña plantada; o bien uno obvia el tema y se larga corriendo. Apunté que de niño optaba a veces por la violencia, por intentar machacar a quien me estaba engañando. Algo realmente comprensible, aunque todos coincidiremos en que no es una solución adecuada. Cabe otra salida, entre la aceptación eterna o el pasar de todo. Cabe la ruptura de las reglas, o al menos la pregunta de por qué tienen que establecer esas reglas de juego, cuando podemos analizar el asunto desde otra perspectiva. Ya sé que esto no vale para solucionar la paradoja de María Sarmiento, en tanto en cuanto quien controla la situación no se va a dejar quitar la sartén que agarra por el mango. Pero uno puede plantear explicaciones que, aun a sabiendas de que unos cuantos van a seguir repitiendo la cantinela, otras personas pueden de repente pararse y, acaso, darse cuenta de que lo mejor es salir del círculo vicioso. Me da la sensación de que algo así es lo que plantea una publicación como EL ESCÉPTICO, o por lo menos intenta: una ruptura con el normal proceso de propagación y popularización de numerosas pseudociencias o pseudohistorias. Y es por esto que, precisamente, quienes llevan tanto tiempo jugando a contarnos ese cuento imposible son incapaces de tolerar no ya las argumentaciones que aquí se presentan, sino el atrevimiento de que venga nadie a quitarles el control del mismo. Mi madre, claro, sabía cuándo tenía que acabar con el cuento, posiblemente "en evitación de males mayores"; el problema es que todos esos vendedores de lo oculto no. El problema es que se lo han creído, o que lo necesitan para realizarse...
(Invierno 2000)
el escéptico
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