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Abusos infantiles y recuerdos inducidos: ¿prevalecerá la ciencia sobre la pseudociencia? Los casos relacionados con malos tratos y `memoria recuperada' sirven como buenos ejemplos de lo que podemos hacer los escépticos VERN L. BULLOUGH os malos tratos infantiles son algo que ninguna sociedad puede tolerar. Cuando esto ocurre, es triste, inquietante y potencialmente traumático y no debería ni debe ser tolerado. Dicho esto, sin embargo, determinar si se han producido abusos infantiles no es siempre una tarea fácil y la incertidumbre conduce a todo tipo de problemas. Incluso si un niño parece haber sido físicamente maltratado, lo suficiente como para llamar la atención de las autoridades médicas o policiales, no siempre es fácil determinar cómo se han producido las lesiones e incluso, cuando parecen haber sido producidas por otras personas, frecuentemente se alegan circunstancias atenuantes. La mejor evidencia de esto es la desaparición gradual del síndrome del niño apaleado como diagnóstico. Cuando Henry C. Kempe, un médico, utilizó el término por primera vez en 1962, el personal médico de todas partes fue alertado para detectarlo. Llegó a ser una herramienta de diagnóstico muy utilizada, pero desafortunadamente, cuando las autoridades médicas informaron de sus sospechas acerca de los cuidadores adultos, se encontraron en el lado perdedor de pleitos judiciales y tuvieron que pagar fuertes sumas por satanizar el carácter de padres u otros cuidadores inocentes. Dado que tales dificultades existían incluso ante evidencias significativas de violencia por parte de los adultos, hubo una creciente resistencia a intervenir en aquellos casos que no fueran los más drásticos. Para estimular los informes por parte de los médicos, hubo un intento de refinar la diagnosis, de proporcionar una lista de síntomas que pudieran relacionarse con el maltrato incluso en ausencia de signos físicos. Otra vez hubo una falta de precisión y ciertas listas de síntomas recuerdan algunas atribuidas a la masturbación por los médicos americanos a finales del siglo pasado; esto es, casi cualquier comporta44 (Primavera 1999) el escéptico L Muchos factores, tanto conscientes como inconscientes, han intervinido en el desarrollo en EE UU de la respuesta histérica a los abusos de menores miento observado en un niño o adolescente puede ser interpretado como signo de abusos. Hay que recordar también que lo que constituye malos tratos depende en gran medida de diferencias sociales, nivel educativo, y muchos otros factores, y que lo que unos considerarían malos tratos -unos azotes, por ejemplo- para otros serían actividades normales. Por tanto, mientras todo el mundo, probablemente sin excepción, admitiría que existen los malos tratos, éstos serían, excepto en los casos más graves, difíciles de describir; pero, parafraseando a un magistrado del Tribunal Supremo de Estados Unidos, uno puede no ser capaz de describir una actividad, pero sí de reconocerla cuando la ve. Para complicar más todavía las cosas, al menos desde los tiempos de Sigmund Freud, muchos en la profesión pensaban que la persona arrastraba los efectos de sus traumas infantiles durante la vida adulta. Aunque el propio Freud describió más tarde como fantasías algunos de los relatos recogidos de adultos acerca de abusos sexuales sufridos en la infancia, esta negación fue descrita en los años 60 y 70 como un lance imprevisto por algunos de sus críticos, quienes, una vez más, enfatizaron que, si no todos, muchos de los problemas psiquiátricos de los adultos, eran reflejo de episodios de malos tratos infantiles. Siguiendo una tendencia entonces en aumento, muchos terapeutas pensaban que no les era posible ayudar a sus clientes hasta que éstos pudieran recordar tales incidentes. Lo que añade un problema más a la ecuación, esto es, ¿es válida la evidencia de los recuerdos de tales abusos, recuperados después de un sondeo por parte de un especialista convencido de que tal casuística está muy extendida y que frecuentemente convence a su cliente de que ha sido víctima de abusos? Súmese a todos estos problemas una creciente atmósfera de histeria en torno a los malos tratos a menores, creada por factores mencionados a continuación, y es fácil ver cómo la pseudociencia puede reemplazar a la ciencia tradicional. Grandes segmentos del público abandonaron temporalmente la ciencia tradicional para buscar evidencias de malos tratos por cualquier medio a su alcance, justificando su acción sobre la base de que si existe el problema, deberían tomarse acciones drásticas. La pregunta en este artículo es si es posible que la razón vuelva a la ciencia tradicional, y ésta vuelva a ser una guía en la toma de decisiones. Creo que la respuesta es sí. Pero, desafortunadamente, antes de que esto comenzara a ocurrir, se ha hecho un daño tremendo a numerosos individuos. La histeria ha sido tan grande que incluso muchos que sabían de ella no se han atrevido a atacar a la pseudociencia por miedo a ser acusados ellos mismos de malos tratos a menores. Muchos de los que se han resistido a hablar acerca de los excesos que se estaban cometiendo han argumentado que si hay humo, es porque hay fuego, y que incluso si se hacían demasiadas acusaciones y algunas víctimas inocentes eran inculpadas, los niños necesitaban ser protegidos a cualquier precio. servadora, la mayor parte de la cual se enfocaba hacia un retorno hacia la familia ideal, que nunca existió excepto en sus sueños, pero el énfasis se puso en la necesidad de que la madre permaneciera en el hogar sacrificándose por su familia. Muchas de sus presiones para que las mujeres renunciaran a su recién adquirida independencia podrían haber sido ignoradas como simple propaganda, pero, cuando el tema de los malos tratos apareció conjuntamente con una llamada a volver a casa, muchos que deseaban hacer retroceder el reloj a una visión utópica que nunca había existido encontraron un argumento enraizado en los peores miedos. Se convirtió en lo que en lenguaje vulgar se conoce como un asunto candente que podría ser utilizado para avanzar en una agenda reaccionaria, una que devolvería a las mujeres el sentido común y las impulsara definitivamente a volver a su misión biológica original de producir niños. El cambio en la familia Muchos factores, tanto conscientes como inconscientes, han intervinido en el desarrollo en Estados Unidos de la respuesta histérica a los abusos de menores. Probablemente, la principal causa por la cual se precipitó la histeria definitiva fue simplemente la ansiedad provocada por los profundos cambios que estaban teniendo lugar en la sociedad y en el seno de la familia, en particular, el papel y el lugar de la esposa y madre en el hogar. El trabajo de la mujer fuera del hogar se convirtió en una norma en la sociedad americana de los años 60, aunque la ideología dominante en el país todavía se adhería al ideal de la esposa y madre que permanecía en casa. De forma similar, las familias de un solo progenitor -monoparentales- aumentaron en número debido al incremento de divorcios, separaciones y abandonos. Los políticos y la sociedad en general ignoraron los problemas reales que presenta el cuidado de los niños en una familia en la cual o bien ambos progenitores trabajan o bien hay un solo progenitor, negándose a aceptar la permanencia de los cambios. Esta negativa a afrontar la realidad fue acentuada por las mujeres, ya que éstas, en un número creciente, combinaban una carrera o un trabajo a tiempo completo con la maternidad, algo que muchas veces hicieron soportando un pesado sentimiento de culpa por no cumplir con la imagen de la madre ideal. Esta culpa incipiente fue amplificada por grupos religiosos fundamentalistas, políticos conservadores, y otros que se oponían a los cambios que afectaban al hogar y la sociedad. La familia se convirtió en el bastión de la retórica con- Este libro llevó a muchas norteamericanas a achacar sus problemas emocionales a haber sido víctima de los malos tratos pasados. Los malos tratos se convirtieron en un tema fuertemente emocional gracias a acciones más o menos inocentes por parte del Gobierno de Estados Unidos. El problema se había acercado a las conciencias de los americanos desde los años 60, cuando el síndrome del niño apaleado comenzó a llamar la atención y el personal médico profesional fue impulsado a tomar conciencia del asunto. Cuando las amenazas de pleitos judiciales provocaron un incremento en la resistencia de los profesionales de la medicina a implicarse, varios organismos gubernamentales trataron de resolver el problema promulgando leyes que obligaban a informar de los abusos. No fue hasta el escéptico (Primavera 1999) 45 1974, sin embargo, cuando el Gobierno federal tomó cartas en el asunto con la Ley de Prevención y Tratamiento de los Malos Tratos a Niños (CAPTA), impulsada, sobre todo, por legisladores liberales. Burócratas tras los malos tratos El resultado último de esta ley -omito algunos detalles- fue la creación de una burocracia, bien financiada, dedicada a identificar los malos tratos. Buenas intenciones se unieron a dinero para localizar los casos de malos tratos en todas partes. En ciero sentido, fue una cruzada quijotesca destinada no sólo a tratar el abuso, sino a erradicarlo completamente, del tipo de acciones que Indictment: the McMartin trial (1995), película producida por Oliver Stone, se centra en uno de los pretendidos casos de abusos que más repercusión tuvo en Estados Unidos. 46 (Primavera 1999) el escéptico hacen que los europeos agiten la cabeza asombrados por la inocencia y energía de los americanos. Se pusieron en marcha teléfonos de atención, se formó a profesionales, y todo el mundo entró en estado de alerta. Quizá la mejor indicación de lo que pasó, cuando todo un país se dedicó a la eliminación de los malos tratos, es lo que me ocurrió a mí. Brevemente, mi esposa y yo atravesamos el país en 1980 con un hijo quinceañero para ir a vivir a una nueva ciudad. Él tenía 14 años y estaba muy enfadado con el traslado, ya que sus hermanos mayores no vinieron con nosotros, sino que se fueron a vivir por su cuenta. Para empeorar las cosas aún más, estábamos viviendo en una casa provisional a la espera de que la nuestra estuviera disponible. Se enfadó mucho y se negaba a hacer cualquier cosa que le pidiéramos si no le obligábamos. No es una buena forma de manejar una crisis, lo admito. Llevábamos solamente tres meses en la ciudad, y todavía estábamos en el proceso de mudanza a la nueva casa, cuando recibimos una llamada de un asistente social indicándonos que mi esposa y yo habíamos sido acusados de malos tratos y que era importante que nos reuniéramos con él inmediatamente. Cancelamos todas nuestras citas de trabajo para citarnos con el asistente en nuestra nueva casa. Para resumir una larga historia, nos reunimos con el asistente y discutimos el tema, y llegamos a la conclusión de que era nuestro propio hijo quien nos había denunciado. Había estado escuchando por la radio anuncios de un teléfono de atención para niños maltratados y llamó para informar de que era maltratado. Su razón para decirlo fue que le forzábamos a limpiar la mesa y lavar los platos (en un lavavajillas automático). El asistente demostró que había comprendido la situación y, después de darnos algunos consejos, se fue y no volvimos a saber nada de él. El episodio resultó traumático, y nuestro caso contribuyó a las estadísticas de casos de malos tratos denunciados a lo largo de aquel año. Lo que esta historia recalca, sin embargo, es la urgente necesidad que los nuevos profesionales tenían de investigar cualquier denuncia de abusos y de proteger al informante, por lo que las denuncias podían ser anónimas. Nuestro caso probablemente fue diferente de otros porque topamos con un asistente social simpático, éramos profesionales liberales, vivíamos en un barrio de clase alta y nuestro hijo, una vez que se lo preguntamos, admitió que nos había denunciado y por qué. Me estremezco al pensar qué hubiera pasado si no hubiera explicado por qué llamó. Según la ley, podía haber sido apartado de nosotros, y podíamos haber sido inculpados con muy pocas investigaciones. Conforme la opinión pública fue tomando conciencia del problema de los malos tratos, grupos con intereses especiales redirigieron la campaña para adaptarla a sus propios fines. Uno de los intentos más per- vertidos fue el protagonizado por algunos fanáticos religiosos que relacionaron el problema con la brujería y los cultos satánicos, contando a un público escéptico que los niños eran sacrificados en rituales o torturados por satanistas. Recuérdese que las acusaciones sin evidencia física no se resolvían tan fácilmente como en nuestro caso. Los niños eran inmediatamente apartados de sus hogares y llevados a vivir con padres adoptivos o en residencias temporales mientras eran sometidos a todo tipo de reconocimientos. Inevitablemente, era más fácil que fueran examinados por psicólogos, asistentes sociales o psiquiatras que creyeran en el abuso de menores. Además, éstos asumían que, una vez que la acusación había sido hecha, había una probabilidad alta de que el incidente hubiera ocurrido. Algunos terapeutas estaban tan convencidos que creían incluso los informes más increíbles. La industria alrededor de los abusos Uno de los primeros libros del género, titulado Michelle remembered (Congdon, Nueva York), apareció en 1980 y fue escrito por Michelle Smith y su psiquiatra Lawrence Parder. En su análisis, contaba cómo fue apresada por una secta satánica cuando tenía cinco años, y el libro está lleno de descripciones detalladas de la pequeña Michelle siendo torturada en casa, en mausoleos, en cementerios, etcétera. Finalmente, lo único que pudo salvarla fue su fuerte fe católica, reforzada por su psicoanalista. El problema es que no había ninguna evidencia que corroborara lo que decía, y sí mucha que lo contradecía. Parece que en realidad la mayoría de sus recuerdos podía haber sido inducida por sugestión terapéutica. Por tanto, un nuevo elemento entró en escena, la influencia de los terapeutas para identificar y definir los abusos. Probablemente el peor caso fue el caso McMartin, que demostró ser el juicio más caro en la historia de la ciudad. Este caso involucró al personal de una guardería de Los Angeles, acusado de abusos satánicos, sacrificio de animales y todo tipo de horrores en presencia de sus huéspedes en edad preescolar. Casi todos los cargos fueron finalmente retirados, aunque no deja de ser difícil de imaginar cómo alguien podía creer en la existencia de túneles subterráneos en los cuales los niños eran torturados y se sacrificaban animales, dado que hubiera sido muy fácil comprobarlo. Sin embargo, una vez más, un terapeuta pudo influir en las respuestas de los niños a los cargos, presentados originalmente por una mujer bastante desequilibrada. Pero otros factores entraron en la creciente histeria, incluyendo un énfasis en la memoria recuperada -que considero una perversión del concepto freudiano del subconsciente-. Ésta comenzó a golpear a la opinión pública en los años 60 con el caso de Bridey Murphy, quien recordó sus encarnaciones anteriores bajo hipnosis. Y fue utilizada para explicar el comportamiento presente basado en abusos anteriores. Esto fue particularmente evidente en el caso de muchas mujeres que recurrieron a grupos de terapia o a terapias individuales, y fueron animadas a atribuir muchas de sus dificultades emocionales a los malos tratos del pasado. Quizás el libro emblemático al respecto fue The courage to heal, de Ellen Bass y Laura Davis (1988), que atribuía muchas enfermedades mentales en los adultos a problemas en la infancia, y enfatizaba que la cura era posible solamente mediante la recuperación de esos recuerdos. El resultado fue una auténtica avalancha de libros, muchos de ellos escritos por mujeres que habían leído el de Bass y Davis, y que repentinamente fueron empujadas a recordar varios traumas infantiles, muchos de ellos de naturaleza sexual. Una vez más, muchos terapeutas, convencidos de que los malos tratos eran la causa de los síntomas en los adultos, guiaron a la gente a recordar y exponer los abusos, y, en el proceso, a menudo la empujaron a recordar lo que el terapeuta pensaba que había ocurrido... En resumen, teníamos una industria alrededor de los malos tratos infantiles, ayudada y animada por esforzados terapeutas que creían haber encontrado la respuesta a muchos problemas de los adultos, ligada a la evidencia de la extensión de los malos tratos infantiles en guarderías, en el hogar y en cualquier otra parte. En muchos de los casos de divorcio en los cuales hubo disputas por la custodia de los hijos, los cargos de malos tratos contra el hombre fueron el factor decisivo. La histeria creció. En Nueva York, se aprobó una ley obligando a todos los profesionales de la salud y trabajadores sociales a asistir a seminarios de tres horas sobre malos tratos, y otras ciudades siguieron el ejemplo. Aparecieron expertos por todas partes, afirmando contar con cualificación especial para reconocer y tratar los casos de abusos. Lo más importante en el caso americano fue la aparición de una nueva fuente de empleo lucrativo para terapeutas que estaban siendo apartados del trabajo autónomo por el nacimiento de organizaciones de asistencia sanitaria y el recorte de fondos públicos para otras clases de terapias. La dificultad, por supuesto, estribaba en que la mayor parte de las acusaciones estaba basada en una ciencia escasa. ¿Pero cómo se rebaten en un periodo de histeria creciente acerca de los malos tratos? Gran parte del público pensaba que la ciencia tradicional carecía de las respuestas y muchos habían aceptado los cargos de los pseudocientíficos. Muchas de las descripciones de malos tratos, tanto en la infancia como mediante la memoria recobrada, parecían demasiado enrevesadas como para ser ciertas, pero esto no era suficiente para neutralizarlos ya que los defensores recalcaban que los niños habían sido maltratados en el pasado y seguían siéndolo. Mucha el escéptico (Primavera 1999) 47 de la literatura sobre la memoria recobrada o incluso la habilidad del terapeuta para influir en un niño estaba en la literatura científica y no en la prensa popular. Lo que se necesitaba era mostrar datos que desmontaran algunas de las afirmaciones de la industria de los malos tratos. Escépticos, a escena Resultado de ello fue un estudio concertado por escépticos de mucho de lo que se aceptaba como memoria recobrada. Elizabeth Loftus, por ejemplo, quien siendo niña había sido maltratada, pronto entró en la lucha para rebatir mucho de lo que se había aceptado como recuerdos recuperados. Advertía que cada vez que un acontecimiento se recuerda es necesario reconstruir la memoria, y el tema se complica aún más ya que, con cada recolección, la memoria puede cambiar y añadirse detalles. Por estar dispuesta a desempeñar el papel de perito en algunos juicios, ha sido calificada de ramera por algunos demandantes, y otros la han tachado de cómplice de violadores y asesinos. A menudo, los jurados no le escuchaban porque sus oponentes eran menos objetivos y estaban más involucrados emocionalmente. Ciertamente, merece un reconocimiento por ser uno de los primeros científicos que trataron de llevar la razón a un asunto emocional. Afortunadamente, Loftus había hecho alguna investigación importante, pero era necesaria más investigación. Incluso cuando había datos científicos presentes, las emociones de los jurados y jueces a menudo tendían a ignorarlos, y era necesario que existieran más estudios para confirmar que lo que Loftus y otros dijeran era realmente pertinente. El resultado fue una oleada de libros rebatiendo los puntos de vista de la industria de los malos tratos, una disminución de la disposición de los jueces a condenar, y la aparición de un nuevo e importante campo de estudio dedicado al examen y la explicación del funcionamiento de la memoria, sobre todo destacando que su funcionamiento no es el descrito por los partidarios de la memoria recobrada. Los resultados también mostraron que los niños no siempre dicen la verdad y que pueden ser inducidos a contar historias bajo la influencia de adultos, es decir, terapeutas. De forma creciente, hasta ciertos terapeutas involucrados que creían que era necesario que su cliente reconstruyera el pasado con el fin de comprender el presente han concluido que lo que algunos comenzaron a llamar memoria terapéutica, es decir, un nuevo término para la memoria recuperada, podría resultar útil en la terapia y por tanto no debería ser descartada, pero la verdad terapéutica era en su mayor parte esencialmente diferente de la realidad o lo que hubiera ocurrido. Además, de ninguna manera era una verdad legal. Tal compromiso por parte de un segmento creciente de la comunidad de terapeutas que anteriormente había creído que la memoria reco48 (Primavera 1999) el escéptico Elizabeth Loftus. brada era un paso necesario en la recuperación, permitió a los profesionales reorientar su pensamiento, recalcando el término más cauteloso de memoria terapéutica en lugar del dogmático de memoria recuperada. Apoyando a esta redefinición, había una serie de estudios científicos sobre la memoria misma y su funcionamiento. Obviamente, aún no tenemos la respuesta definitiva a muchos de los problemas de la memoria, pero quizás es importante puntualizar que uno de los beneficios, si los hubo, de la reacción histérica ante los malos tratos infantiles y la memoria recobrada ha sido una riada de estudios científicos serios sobre la naturaleza de la memoria. A su favor, los terapeutas han modificado algunas de sus propias creencias y mucha de la histeria acerca de los malos tratos está muriendo. Los tribunales también han escuchado a los científicos y cada vez más descartan la mayoría de los casos más extraños de malos tratos. En resumen, la ciencia está prevaleciendo sobre la paraciencia. No ha sido una batalla fácil, sin embargo, y aún no está completamente ganada. El problema de los malos tratos continúa, pero sus causas y soluciones se han vuelto mucho más complicadas. Parece claro, sin embargo, que, sin la lucha de los escépticos, la vuelta a la cordura hubiera llevado mucho más tiempo. En el punto más alto de la histeria, fueron los escépticos quienes ayudaron a crear una atmósfera en la cual pudieran hablar aquéllos que discutian las exageraciones del caso McMartin y otros, quienes rebatían la memoria recobrada y estimularon la investigación. La ciencia eventualmente muestra lo que ha sido mala ciencia en el pasado, pero no es capaz de enderezar los errores cometidos en el pasado en su nombre. Estaría bien que lo hiciera, pero pode- mos estar agradecidos al menos de que los cambios se produjeran. Todavía quedan personas que permanecen en la cárcel como resultado de cargos por malos tratos, muchas de las cuales, si no la mayoría, se cree que son inocentes. En resumen, si la ciencia se mueve despacio, la Justicia lo hace aún más. Esto sólo revela la necesidad de que los escépticos combatan la pseudociencia. Los casos relacionados con malos tratos y memoria recuperada sirven como buenos ejemplos de lo que podemos hacer. Referencias Este es un listado de referencias muy selectivo. He incluido solamente tres artículos académicos. Todo el resto son libros publicados a partir de 1990. Durante varios años, he sido un importante crítico de libros sobre malos tratos para Choice, una revista publicada para bibliotecas. Ya que mucha de la histeria fue provocada por la pseudociencia popular, el tema fue combatido desde allí, y he notado un punto de vista cambiante. Muchos de los libros se centran en el escenario americano, pero un par de ellos se refieren al Reino Unido y Canadá. Podía haber incluido muchos más artículos de revistas populares, incluso más libros, pero creo que la lista adjunta, la cual incluye algunos trabajos tempranos, básicamente proporcionó los datos para este artículo e ilustra su tesis. Pienso que refleja un importante cambio en la opinión pública. 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