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No hablar de religión Para evitar conflictos mi mujer y yo nos propusimos que nunca hablaríamos ni de religión ni de política. Y, salvo unas pocas excepciones, lo cumplimos. Pero las excepciones merecen unas palabras de reflexión. En más de tres meses de convivencia, quieras o no, vas conociendo un poco de las personas que van contigo. Al embarcar pensé que para tener más de tres meses de vacaciones lo normal es estar jubilado y para poder pagar un viaje así se necesita un poco de dinero. Así que me esperaba que los pasajeros fueran gente mayor y acomodados. Me esperaba incluso que hubiera más gente de derechas que de izquierdas, pero lo que no me esperaba es que una gran mayoría se definiera sin preguntárselo como votante del PP y con carnet y que el mayor insulto para ellos fuera «es sindicalista». Sí, había una persona a la que acusaban de sindicalista. Una acusación sorprendente. ¿Qué hubieran pensado de mí si supieran que yo también fui sindicalista? Esperaba menos gente de izquierdas que de derechas, pero no me esperaba que los votantes del PP fueran mayoría abrumadora. Conocimos a un matrimonio que había dado muchas vueltas al mundo «pues son adictivas». Tenían una agencia de viajes y eran relativamente cultos. Me explico: la falta de cultura de la gran mayoría de los pasajeros era un grito ensordecedor. Por poner un ejemplo, había muy pocas personas con título universitario, cuando digo pocas quiero decir menos del 4%. Hablando con dos de ellas, por la noche, cuando la posibilidad de ser asaltados por piratas hizo que el barco apagara sus luces, vimos varias estrellas fugaces. Les expliqué que eran micro-meteoritos. Entonces, la mujer, me dijo: «¿Así que las estrellas fugaces no son estrellas?». Jamás hubiera pensado que una persona con un título superior pudiera hacer una pregunta así. Volvamos a la pareja de adictos a la vuelta al mundo. Acabábamos de ver monos disecados en un museo de Wellington, Nueva Zelanda. Como hacía mucho calor, por hablar de algo, les comenté que el sistema de riego sanguíneo de los chimpancés y el nuestro son muy diferentes. El nuestro tiene que refrigerar un enorme cerebro y el del chimpancé no. Por ello nosotros podemos estar varias horas en la playa al sol, pero eso mataría al chimpancé. Entonces, el hombre dijo algo así como: el cuerpo humano es maravilloso, ¿cómo es posible que haya personas que al ver la perfección del cuerpo humano no crean en Dios? Aquello me cayó como un jarro de agua fría. Primero: no estábamos hablando de religión sino de chimpancés. Segundo, ¿todavía hoy hay personas cultas que no tienen ni puñetera idea de cómo funciona la evolución? No quise contestar y para evitar la respuesta dije que me esperaba mi mujer. Él no era tonto así que me dijo: «Ya, ya sé que no hay que hablar de religión». Y me fui. Hablando de evolución, tenía mis serias dudas de cómo la presentarían los países islámicos. Una sorpresa agradable fue ver que, en el museo nacional de Kuala Lumpur, hablaban de evolución humana de un modo totalmente correcto. Allí en las vitrinas estaban expuestas las copias de los cráneos más famosos: el niño de Taung, varios Australopithecus, Homo habilis, ... nuestro propio cráneo y el de un chimpancé. Todos juntos para ver las similitudes y diferencias. Fue una sorpresa agradable. primavera-verano 2013 17 el escéptico