Recomendamos la lectura de este artículo en formato pdf, respetando su maquetado original.
Para ello pinche en la imagen de la primera página que aparece arriba.
Para facilitar su difusión, proporcionamos también la versión del artículo en html y texto, pero tenemos que advertirle que su extracción ha sido realizada por herramientas automáticas y puede que no conserve completamente la composición original.
Enlace al artículo en html (en nueva ventana): Prólogo a El posmodernismo ¡vaya timo!. Un sudamericano en París
Texto plano (desmaquetado) del artículo : Mostrar el texto plano (segunda vez esconde)
Un sudamericano en Prólogo a El posmodernismo ¡vaya timo! Department of Philosophy, McGill University, Montreal, Canadá París Mario Bunge I maginemos a un joven filósofo sudamericano que viaja a París creyendo que todavía es la Ciudad Luz que fue desde el Siglo de las Luces hasta la Segunda Guerra Mundial. El joven se aloja en una modesta pensión en la Rive Gauche (5º piso sin ascensor). Visita la Sorbona, las grandes librerías y los cafés famosos esperando toparse con los dignos descendientes de Descartes y Pascal, Voltaire y Diderot, Holbach y Condorcet, Lavoisier y Buffon, Laplace y Lagrange, Bernard y Pasteur, Poincaré y Hadamard, Perrin y los Curie o, al menos, con los filósofos Bergson, Meyerson y Lalande, que escribían bien porque pensaban honesta y claramente. Le extrañan a nuestro joven los títulos de los cursos que se anuncian en las calles: Astrología psicoanalítica, Psicoanálisis astrológico, Símbolo y destino, Eidética y dietética, Homeopatía existencial, Existencialismo comunitario. Le disgusta recorrer esas calles que evocan tantos disparates. Siente nostalgia de su ciudad natal, que no tiene ni el Louvre ni la torre Eiffel, pero donde no se huele la podredumbre intelectual. También le asombran al joven latinoamericano los títulos de los libros que mejor se venden: La nada de todo, Teoría egológica de la comunicación, Dialéctica de la ebriedad, Marx precursor de Heidegger, Ciencia femenina, Sintaxis del ser, Estructura estructurante, Falocracia matemática, El placer del suicidio, Semiótica del orgasmo, Orgasmo del signo. El joven filósofo está aturdido. ¿Para esto vino de tan lejos y después de sufrir tantas privaciones para reunir el dinero necesario? No sabe si reír o llorar. Se pregunta qué pasó con Francia en los últimos decenios. ¿Cómo fue posible que la ocupación alemana atiborrrase con irracionalismo alemán a tantos cerebros que se habían preciado de deslumbrar con luz cartesiana? ¿Qué se había hecho de la honestidad intelectual? ¿Por qué los parisinos se dejaron encandilar por las locuras y sinsentidos de Husserl, el abuelo del posmodernismo, y sus discípulos? el escéptico 40 No sé si Gabriel Andrade, el autor de esta obra, tuvo esa experiencia desalentadora. Pero la tuvimos muchos que habíamos admirado y amado la Ciudad Luz, donde ahora prosperan los falsificadores de moneda cultural. Lo peor es que esta moneda falsa circula ahora por todo el mundo. Estudiantes chinos, canadienses o argentinos que nunca oyeron hablar de Voltaire ni de Diderot ni de Holbach, leen ahora con unción de novicios los disparates de Foucault, Derrida, Deleuze y otros macaneadores orgullosos de haberse librado de "la tiranía de la coherencia y la verdad". Gabriel Andrade se ha propuesto la ingrata tarea de advertir a los incautos: "No os juntéis con los clochards disfrazados de intelectuales, esos alquimistas que transmutan la mierda en palabra. Continuad disfrutando de la luz e intentando hacer algo honesto en lugar de embaucar a jóvenes que no han tenido la fortuna de recibir una formación rigurosa". Estudiantes chinos, canadienses o argentinos que nunca oyeron hablar de Voltaire ni de Diderot, leen ahora los disparates de Foucault, Derrida, Deleuze y otros macaneadores orgullosos de haberse librado de "la tiranía de la coherencia y la verdad". primavera 2014 He admirado la capacidad de Andrade para examinar con su lupa una montaña de basura. En particular, me ha alegrado que haya sabido distinguir el feminismo político, noble lucha contra la discriminación sexual, del feminismo académico, que no es sino un fraude escandaloso y que, lejos de enriquecer el estudio de la condición de la mujer, ha desacreditado al movimiento feminista. También he admirado el coraje de Andrade al admitir que no basta ser políticamente zurdo para estar al abrigo del vendaval posmoderno. Al contrario, la izquierda tiene su parte de responsabilidad en ese retroceso. En particular, quien (como yo en mi años mozos) haya admirado a Hegel sin advertir que inventó el truco de hacer pasar lo oscuro por profundo, ha sido sin quererlo un idiota útil a la idiotez posmoderna. ¿Por qué no bajó decenios antes el arcángel Gabriel Andrade para anunciarnos la mala nueva, que el niño nació muerto? En resumen, ésta es una excelente exposición crítica de uno de los peores fraudes intelectuales de todos los siglos. Su autor expone con admirable claridad las oscuridades de escritores que no han descubierto sino esto: que cuando no se tiene nada nuevo ni interesante que decir, basta decirlo en forma enrevesada para ser tomado por genio por gente ingenua y de buena fe. Solo me queda una duda: de tanto leer tanta sandez y tanta simulación, ¿no se le habrá aflojado algún tornillo a nuestro autor? Los lectores atentos dirán. primavera 2014 41 el escéptico