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Introducción a El posmodernismo ¡vaya timo! ¿Qué diablos es el posmodernismo? Gabriel Andrade J avier Armentia y Serafín Senosiáin han concebido la colección ¡Vaya timo! como un intento por refutar algunas de las creencias irracionales más comunes. En general, estas creencias son aceptadas por personas que no han tenido un alto nivel de educación. Algunas creen, por ejemplo, que la posición de los astros en el momento de nacer determina los acontecimientos del resto de sus vidas. Otras creen que la aplicación en cantidades diluidas de sustancias que generan males sirve para combatirlos. Otras creen que Dios creó el universo hace apenas 6.000 años, que la posición de los muebles en el hogar afecta a la buena fortuna, etc. Por regla general, quien haya terminado alguna carrera universitaria y tenga un mínimo de sentido común sabe que todas esas creencias son timos. También, por regla general, quienes difunden timos como la astrología, el feng shui o el creacionismo son personas ajenas al mundo universitario. Es muy triste observar que en las librerías hay más libros de astrología que de astronomía, pero al menos tenemos el consuelo de que en otras hay muchos libros sobre ciencia y filosofía y pocos sobre creencias irracionales. No obstante, el posmodernismo es una excepción, y por ello un caso sui generis entre los temas de la colección ¡Vaya timo! Los defensores del posmodernismo tienen títulos universitarios. La mayoría de ellos son profesores en las mejores universidades del mundo (debe reconocerse que, por fortuna, dos de las mejores, Oxford y Cambridge, en Inglaterra, son muy reacias a aceptar a defensores del posmodernismo entre su profesorado). Escriben en los diarios de mayor circulación mundial, son entrevistados el escéptico 42 por las personalidades más famosas de la televisión, y los gobiernos les piden a menudo opiniones y consejos sobre asuntos militares, económicos, políticos y culturales. Naturalmente, aunque en las librerías universitarias no hay casi, afortunadamente, libros que promuevan el creacionismo o la homeopatía, en esas mismas librerías hay multitud de libros que promueven el posmodernismo, e incluso ocupan los estantes privilegiados. El posmodernismo goza de prestigio dentro y fuera de la universidad. Los defensores del posmodernismo tienen algo que atrae, y no es precisamente la claridad y profundidad de sus ideas. Se trata más bien de una especie de sex appeal que genera seguidores de todo tipo. Son, por así decirlo, estrellas de rock en el mundo académico. Los jóvenes estudiantes desearían ser como ellos. Muchos llevan el pelo largo, fuman en pipa, utilizan trajes exóticos; en fin, parecen preocuparse por su imagen. En esto se asemejan mucho más a los artistas que a los profesores universitarios convencionales. Es sabido que muchas estrellas de rock prosperan no propiamente por su música sino por el aparato publicitario que acompaña a sus presentaciones. La vestimenta, el juego de luces en el escenario, las hermosas mujeres que los acompañan, etc., todo forma parte de las estrategias de las que se valen para conseguir público, aunque muchos canten desafinados. Pues bien, algo similar ocurre con los defensores del posmodernismo. Muchos de ellos prosperan no propiamente por el contenido de sus ideas sino por el barniz de imagen que los acompaña. Aulo Gelio, un escritor romano del siglo II, dijo al conprimavera 2014 templar a un charlatán que se hacía pasar por filósofo: "Veo la barba y el manto, pero no veo al filósofo". Haríamos bien en recordar esta frase cuando estemos en presencia de personas que defienden el posmodernismo. Estas vacas sagradas llevan todo el ropaje de la actividad filosófica, e incluso hablan de forma parecida a los personajes que han dicho cosas importantes en la historia. Pero no pasan de ser meros charlatanes. Su gran preocupación consiste en decir cosas que generen una moda intelectual, independientemente de si son verdaderas o siquiera coherentes. Lamentablemente, han logrado su cometido. Por ello, habría que ubicarlos junto a Christian Dior o Gianni Versace, no junto a Aristóteles o Einstein. Pero, ¿qué defienden esas personas? ¿Qué diablos es el posmodernismo? Como es sabido, el prefijo post (o pos) significa después. De esa manera, posguerra es el período que sigue a una guerra, postoperatorio es el período que sigue a una operación, y así sucesivamente. Pues bien, posmodernismo o postmodernismo vendría a ser el movimiento surgido después del modernismo. Pero en cuestiones filosóficas se suele postular que, cuando un movimiento sigue a otro, también suprime al anterior. Así, el posmodernismo no es solo el movimiento que sigue al modernismo sino también el que lo suprime. El modernismo es, a grandes rasgos, la mentalidad colectiva que vino a imperar en la civilización occidental a partir de, más o menos, el siglo XVII. Esta mentalidad estuvo caracterizada por una creciente valoración y predominio de la racionalidad en todas las facetas de la vida. Cada vez más, la gente empezó a emplear la racionalidad y a interesarse por conocer la naturaleza y su funcionamiento. Así fue como surgió el método científico. La ciencia empezó a ofrecer resultados significativos, y, a partir de los conocimientos cultivados por la ciencia, la civilización occidental incrementó sus invenciones y el uso de la tecnología. Igualmente, gracias a la ciencia y la tecnología, el hombre MODERNISMO Y MODERNIDAD Busto atribuido a Aulo Gelio (foto: archivo) El posmodernismo goza de prestigio dentro y fuera de la universidad. Sus defensores tienen algo que atrae, y no es precisamente la claridad y profundidad de sus ideas. Se trata más bien de una especie de sex appeal que genera seguidores de todo tipo. pudo ejercer cada vez más un control mayor sobre la naturaleza, y las condiciones sanitarias mejoraron, aumentando significativamente el nivel de vida. Esto vino acompañado por otras transformaciones. Las ciudades empezaron a crecer y los Estados se volvieron mucho más complejos. Nació así la burocracia como medio para optimizar la organización y toma de decisiones. Las redes comerciales se expandieron significativamente. La producción económica se volvió mucho más eficiente, y esto trajo consigo el nacimiento del capitalismo. Asimismo, las labores empezaron a tecnificarse y especializarse para ser más eficientes y productivas, y la sociedad comenzó a segmentarse en gremios. Los historiadores suelen llamar a este período modernidad. Aunque podemos estimar que sus inicios en Europa se situaron en el siglo XVII, ha tardado algo más en llegar a otras regiones del mundo. Habitualmente se denominan tradicionales aquellas sociedades a las que aún no han llegado las grandes transformaciones de la modernidad. El modernismo suele entenderse como la doctrina o el movimiento que defiende estas transformaciones. Por ejemplo, un habitante del Londres actual es a todas luces un moderno, pero no necesariamente un "modernista". Quizás ese londinense añora vivir en las condiciones de la Inglaterra feudal, a pesar de que trabaja en una fábrica, se beneficia de la ciencia y emplea mucha tecnología avanzada. De la misma manera, un campesino de Bangladesh está lejos de ser propiamente un moderno. Pero quizá ese campesino defiende la necesidad de asumir el método científico, la industrialización, la división del trabajo, etc. En ese caso, sería un "modernista". Así pues, modernidad es el momen43 el escéptico primavera 2014 Detalle de "El Guernica", de Pablo Picasso (foto: archivo) to histórico en que surgieron todas estas transformaciones sociales; y modernismo es la defensa y valoración de esas transformaciones. Estos cambios sociales de la modernidad trajeron consigo grandes transformaciones en las artes. Los historiadores del arte suelen afirmar que el arte moderno empezó con el Renacimiento tardío, más o menos hacia el siglo XVI. Los mismos criterios de racionalidad que se emplearon en la ciencia, la política y la economía, se extendieron al arte. Los pintores empezaron a dominar la técnica y lograron desarrollar la perspectiva. Sus representaciones pictóricas eran mucho más realistas y su concentración en el cuerpo humano fue un corolario del interés científico por la anatomía. La armonía, el equilibrio, la proporción y la textura eran ahora criterios a seguir para generar emociones estéticas. Los arquitectos empezaron a edificar construcciones que aprovechaban racionalmente los espacios. Cada espacio tenía una función que cumplir, y la distribución estaba regida también por la proporción, el equilibrio y el orden. Los músicos buscaban acercarse a una perfección matemática en la conjunción de armonía, melodía y ritmo. La literatura tampoco escapó a esta tendencia. En las sociedades tradicionales imperaban los cuentos sobre demonios, elfos, gigantes y hechizos. A partir de la modernidad, la literatura está más concernida con asuntos reales y, cuando hace referencia a gigantes y hechizos, lo hace generalmente en son de burla, como en Don Quijote. Por regla general, la literatura tradicional era pobre en técnica y estilo: no se cultivaba el retrato profundo de los personajes, el escéptico 44 la trama no estaba bien estructurada, etc. En la era moderna, la literatura se impregna de la técnica y la racionalidad e incorpora tramas complejas, personajes con psicología profunda, minuciosos detalles narrativos... En las artes vino también a imperar un modernismo, a saber: la defensa de la aplicación de criterios de racionalidad y técnica en la producción artística. En cierto sentido, aunque el artista y el científico operaban en planos distintos, ambos compartían una adhesión a la racionalidad y un conjunto de reglas bien estructuradas que codifican el desarrollo de la técnica. Más adelante, en el seno de las artes hubo una reacción contra este modernismo y se empezaron a desarrollar tendencias que rechazaban el predominio de la racionalidad y las reglas en la producción artística. Su justificación era que el arte es, ante todo, expresión. Y en cuanto tal, la actividad artística es libre. En consecuencia, no cabe aplicarle ninguna camisa de fuerza que imponga criterios. Los exponentes de estas tendencias abrazaron, por así decirlo, una rebeldía estética. Allí donde la pintura moderna exigía perspectiva, proporción y equilibrio, estos nuevos pintores buscaban deliberadamente violar estos esquemas. Así, por ejemplo, la obra maestra de Picasso, Guernica, no es comprensible según los criterios técnicos del modernismo y puede parecer más bien una pintura hecha por niños. Algunos pintores se propusieron rechazar los criterios modernos, tratando incluso de imitar el arte de las sociedades tradicionales ajenas primavera 2014 ARTES POSMODERNAS La persistencia de la memoria, de Salvador Dalí (foto: archivo) al mundo moderno. Gauguin, por ejemplo, se hizo célebre por pintar a la manera de los polinesios, y Picasso, de nuevo, trató de pintar en su época en un estilo que recuerda a las esculturas tradicionales africanas. En la arquitectura hubo también una reacción. Ahora los edificios podían incorporar espacios desperdiciados, e incluso administrar elementos que podían parecer sin equilibrio ni proporción. Los músicos empezaron a explorar la posibilidad de incorporar elementos populares que carecían de la técnica de los compositores clásicos, e incluso muchos se atrevieron a prescindir de la armonía y el ritmo para incorporar sonidos que eran prácticamente ruido. La literatura empezó a interesarse por las situaciones absurdas y sin sentido. Allí donde un novelista típicamente moderno, como Dostoyevski, retrataba situaciones creíbles con gran rigor analítico, y empleaba una trama compleja pero ordenada, muchos nuevos novelistas y dramaturgos buscaron confundir al lector deliberadamente para así generar nuevos efectos estéticos. Todas estas tendencias artísticas, aunque heterogéneas entre sí, fueron aglutinadas bajo el concepto de posmodernismo. Estos artistas y críticos de arte se planteaban inaugurar una era en la que se dejara atrás la modernidad y el modernismo, y éste fuera suplantado por un movimiento que rechazara los criterios (a su juicio, demasiado rígidos) de racionalidad y técnica en las artes. Aunque algunos críticos estimaban que la buena obra de arte es aquella que se halla inscrita en la racionalidad y la técnica, podemos aceptar por ahora que el posmodernismo en las artes ha resultado valioso. La reacción contra el criprimavera 2014 terio estético modernista ha potenciado la creatividad de la generación de artistas influidos por el posmodernismo. Las grandes obras de Picasso no tienen un buen cultivo de la perspectiva, y las novelas de Joyce rayan en lo desordenado y absurdo, pero podemos admitir que forman parte del patrimonio artístico de la humanidad. Por ello, es prudente aceptar que la reacción contra la camisa de fuerza del modernismo en las artes ha resultado positiva. Hasta ahí, todo bien. El problema surge, no obstante, cuando se pretende llevar el posmodernismo más allá de las fronteras del arte. La reacción contra las reglas y los criterios establecidos nos ha ofrecido grandes obras de arte en el siglo XX. Pero cuando este espíritu de rebeldía posmoderna se extiende a otras esferas de la vida, sus consecuencias pueden ser graves. Consideremos, por ejemplo, al gran pintor catalán Salvador Dalí. Su obra pictórica merece todo tipo de elogios, y con maestría técnica logró rebelarse contra las convenciones artísticas de su época. La excentricidad artística de Dalí lo acredita como uno de los grandes maestros de la pintura del siglo XX. Pero cuando la excentricidad va más allá de lo artístico, al punto de desafiar no solo las reglas establecidas en el arte sino las más elementales normas para llevar adelante una conversación fluida, empezamos a dudar de si la excentricidad es loable en esferas no artísticas. En una famosa entrevista con el periodista norteamericano Mike Wallace, Dalí respondió con todo tipo de disparates ininteligibles a las preguntas bien formuladas por Wallace. Veamos una breve muestra: "Wallace: Dígame, ¿qué cree que le ocurrirá a usted 45 el escéptico cuando muera? Dalí: Yo no creo en mi muerte. Wallace: ¿Usted no morirá? Dalí: No, yo creo en la muerte general. Pero no en la muerte de Dalí. Creo que mi muerte se ha vuelto imposible. Wallace: ¿Teme usted a la muerte? Dalí: Sí. Wallace: ¿La muerte es bella pero, con todo, usted la teme? Dalí: Exactamente, porque Dalí es un hombre paradójico y contradictorio." Una obra como La persistencia de la memoria merece nuestro elogio, pero una entrevista en la que se responden disparates e incoherencias es un bodrio. Esto es indicativo de que quizá resulta loable rebelarse contra las reglas artísticas, pero no contra las reglas de la racionalidad en esferas que van más allá de lo artístico. El hecho de que Dalí arremeta con disparates y sinsentidos en una entrevista quizá no es tan grave si tenemos en cuenta que se trata precisamente de un artista. Los problemas empiezan a aparecer cuando los filósofos y científicos pretenden emular a los artistas en su rebelión frente a la racionalidad. No objetamos que alguien como Franz Kafka apele al absurdo para lograr su objetivo. Pero tenemos plena justificación para protestar de que un médico apele a un procedimiento absurdo (como, por ejemplo, la homeopatía) para intentar curar una enfermedad, o que un matemático sostenga que la raíz cuadrada de -2 es igual al infinito. Así pues, en un inicio el posmodernismo empezó como un movimiento en el seno de las artes, pero hoy es más bien un movimiento vinculado a la filosofía y las ciencias. Aunque el término posmodernismo tiene un significado muy difuso, podemos definirlo a grandes rasgos como la tendencia a rechazar aquellos valores defendidos por el modernismo, en especial el predominio de la racionalidad en todas las esferas de nuestra vida. Como corolario, la posmodernidad MODERNISMO Y POSMODERNISMO Franz Kafka (foto: Wikimedia Commons) El modernismo es la mentalidad colectiva que vino a imperar en la civilización occidental a partir del siglo XVII. Esta mentalidad estuvo caracterizada por una creciente valoración y predominio de la racionalidad en todas las facetas de la vida. sería la étapa histórica en la cual el posmodernismo cobra cada vez más prominencia. El modernismo trató de ordenar el mundo en categorías de pensamiento. Una de las grandes labores de la ciencia moderna ha sido la taxonomía, a saber, el modo en que ha clasificado todos los elementos del universo. El posmodernismo rechaza el intento de ordenar el mundo y defiende más bien la persistencia de lo caótico a la hora de examinarlo. El modernismo defendió la primacía de la racionalidad. El posmodernismo enaltece más bien la intuición, la emoción e incluso la valoración de lo absurdo e irracional. En el modernismo no hay cabida para chamanes y astrólogos sino para médicos y astrónomos. En el posmodernismo se intenta reivindicar el espíritu libre de chamanes y astrólogos frente a un supuesto totalitarismo científico. El modernismo deposita su confianza en la capacidad del lenguaje para representar el mundo, e incluso recomienda acercarse lo más posible a un lenguaje lógico-matemático que se exprese claramente y no permita ambigüedades. El posmodernismo estima que el lenguaje nunca podrá representar la realidad (solo intentar construirla); de hecho, muchos posmodernos recomiendan el uso de un lenguaje deliberadamente oscuro y confuso (no muy distinto de disparates como los de Dalí). El modernismo trata de descubrir el funcionamiento del universo para así postular leyes científicas de alcance universal que nos permitan hacer predicciones y ejercer cierto control sobre la naturaleza. El posmoderno rechaza rotundamente la categoría de lo universal e insiste en que ninguprimavera 2014 el escéptico 46 na explicación puede tener pretensiones universales. De hecho, según los mismos gurús del posmodernismo, ése es el rasgo definitorio de este movimiento. Si bien las palabras posmodernismo y posmodernidad fueron someramente empleadas por diversos autores desde mediados del siglo XX, fue el francés Jean François Lyotard quien las puso de moda (desde entonces, casi todo en el posmodernismo ha sido cuestión de moda). A juicio de Lyotard, la modernidad se caracterizó por el predominio de los metarrelatos (un término muy confuso, pero, como veremos, los posmodernos no tienen el menor interés en evitar ser confusos). Estos metarrelatos son "discursos totalizantes" que pretenden aplicarse universalmente. Lyotard pensaba que esos metarrelatos se encuentran ahora en crisis y se ha planteado la necesidad de optar por lo que él llama microrrelatos. En otras palabras, en vez de ofrecer una explicación general de, por ejemplo, la naturaleza de las hambrunas, es más conveniente explicar cada hambruna por separado y no asumir que podemos aglutinar bajo un mismo concepto la hambruna de Etiopía en los años ochenta del siglo XX con la hambruna de Irlanda a mediados del siglo XIX. Más aún, los posmodernos han defendido con ahínco que ningún discurso puede pretender un alcance universal, pues todo discurso es producto de unas condiciones específicas (en las cuales interactúan todo tipo de intereses y sesgos: clase social, nacionalidad, etnicidad, etc.) que no pueden extrapolarse a otros contextos. Por tanto, es inútil y perjudicial buscar explicaciones universales de los fenómenos, pues la noción de universalidad es afín a un gran sistema totalitario que pretende abarcarlo todo. Conviene mucho más, según los posmodernos, concentrarse en la relevancia de lo local. Si Lyotard tiene razón, entonces la ley de la gravedad no es universal sino más bien un invento totalizante de la ciencia. Quizá los posmodenos deberían lanzarse de un puente para corroborar si la ley de la gravedad no es más que un metarrelato que no puede pretender validez universal. Jean François Lyotard (foto: Bracha L. Ettinger, www.flickr.com/photos/) Es prudente aceptar que la reacción contra la camisa de fuerza del modernismo en las artes ha resultado positiva. Hasta ahí, todo bien. El problema surge cuando se pretende llevar el posmodernismo más allá de las fronteras del arte. Desde entonces este discurso ha ganado cada vez más adherentes en el mundo universitario y resuena en un amplio sector de la izquierda en el plano político. Los posmodernos resultan atractivos a los excluidos de siempre: negros, inmigrantes, homosexuales, mujeres, obreros, discapacitados, etc. Los posmodernos han hecho creer a estos excluidos que la racionalidad y la modernidad en general son los responsables de haber creado la exclusión y coartado la libertad con sus "discursos totalizantes" y rígidas reglas de pensamiento. Los posmodernos son emblemáticamente antisistema y ha resultado inevitable que los excluidos vean en ellos unos aliados, sin detenerse realmente a considerar si oponerse al predominio de la racionalidad y a cualquier forma de sistema constituirá una mejora en sus condiciones de vida. Cada vez se suman más voces al posmodernismo. En este libro argumentaré que estamos en la necesidad de rechazar los cantos de sirena del posmodernismo, en buena medida porque la abrumadora mayoría de las ideas que defienden los posmodernistas son fraudulentas; en otras palabras, el posmodernismo es un timo. Podemos criticar muchas cosas a la modernidad pero nunca debemos abandonarla. Podemos criticar los sistemas totalitarios pero no podemos pretender escapar a toda forma de sistema. En el momento en que dejamos de aplicar criterios de racionalidad y sistematización al mundo, nuestra felicidad se verá amenazada. En el primer capítulo haré una breve reseña histórica sobre el surgimiento de la izquierda, desde los socialistas 47 el escéptico EL POSMODERNISMO ES UN TIMO primavera 2014 utópicos en el siglo XIX (Fourier, Saint-Simon, Proudhon, etc.) hasta la izquierda contemporánea posmoderna (Foucault, Derrida, etc.). Trataré de demostrar que la izquierda clásica (incluido el propio Marx) se inscribió en la modernidad pero que, debido a la era de descolonización posterior a la Segunda Guerra Mundial y al mayo francés de 1968, un sector de la izquierda empezó a asumir posturas contrarias a la modernidad. Haré hincapié en que, afortunadamente, queda aún un sector de la izquierda que rechaza el posmodernismo y valora la modernidad, y que no es necesario ser posmoderno para ser de izquierdas. De hecho, muchos izquierdistas defienden que el socialismo exige una renuncia a los disparates posmodernos. En el capítulo 2 examinaré las reacciones en contra del movimiento filosófico de la Ilustración a partir del siglo XIX. Intentaré demostrar que, contrariamente a las apariencias, los posmodernos tienen mucho en común con los reaccionarios ultraconservadores de inicios del siglo XIX. Defenderé el triunfo de la Ilustración y la obligación que tenemos de no abandonar ese proyecto. En el capítulo 3 someteré a escarnio el lenguaje tan oscuro y disparatado que emplean los filósofos posmodernos, así como su intención deliberada de no escribir con claridad a fin de impresionar a gente que cree que los buenos filósofos son aquellos a quien nadie entiende. También reseñaré algunos sucesos bochornosos del mundo académico que han surgido como consecuencia de estos disparates posmodernos. En el capítulo 4 atacaré la doctrina del relativismo, la cual es ampliamente defendida por el posmodernismo. Según ella, no existe algo que podamos llamar universalmente verdad sino que la distinción entre lo verdadero y lo falso es solo relativa al contexto. Trataré de demostrar que se trata de una doctrina contradictoria que atenta contra el más elemental criterio de racionalidad. En el capítulo 5 defenderé la ciencia de los ataques de los posmodernos que pretenden equipararla en validez a disciplinas no científicas o que pretenden negar la validez de un criterio de demarcación entre ciencia y pseudociencia. Trataré de esbozar un criterio elemental para definir la ciencia. Atacaré especialmente a Paul Feyerabend y su anarquismo epistemológico (la idea de que no debe haber reglas en el Paul Feyerabend (foto: pkfeyerabend.org) Quizá los posmodernos deberían lanzarse de un puente para corroborar si la ley de la gravedad no es más que un metarrelato que no puede pretender validez universal. método científico y que, por tanto, todo vale) y reseñaré la manera en que los posmodernos abren la puerta a sandeces como el creacionismo, la homeopatía, el feng shui, etc. En el capítulo 6 defenderé la universalidad de la moral y los derechos humanos y atacaré el relativismo moral normativo (la doctrina según la cual cada cultura está en su derecho de seguir su propio criterio moral), defendido por muchos posmodernos. Señalaré casos como la ablación del clítoris en África Oriental, el sistema de castas en la India, el auge de regímenes y partidos teocráticos en el Islam, etc., como muestra de la necesidad de asumir una moral universal que no tenga contemplaciones por las particularidades culturales que van en detrimento de la universalidad de la idea del bien. En el capítulo 7 defenderé la idea de que, aunque el colonialismo occidental ha tenido consecuencias muy graves, tuvo también sus méritos, pues fue el colonialismo (y la llamada misión civilizatoria europea) el encargado de difundir la racionalidad y la Ilustración en sociedades tribales con costumbres premodernas similares a las de la Edad Media europea. Atacaré especialmente al posmoderno Edward Said, quien consideraba que el conocimiento arqueológico, histórico, lingüístico y geográfico sobre América, África y Asia estuvo desvirtuado y obedeció a meros intereses de explotación colonial. En el capítulo 8 atacaré a los posmodernos que creen que el hombre primitivo es más feliz que el civilizado y que los avances de la ciencia y la tecnología son perjudiciales para la humanidad. Reseñaré que muchas de las sociedades supuestamente idílicas (como las de los aztecas, algunas primavera 2014 el escéptico 48 tribus africanas o polinesias) tenían en realidad condiciones de vida deplorables, y que la introducción de la ciencia y la tecnología han constituido una gran mejora en las condiciones de vida de la humanidad. En el capítulo 9 señalaré que los posmodernos están obsesionados con la idea de que ninguna teoría es fiable porque tras ella hay intereses de poder. Defenderé la postura de que, si bien el poder es capaz de influir en la búsqueda de la verdad objetiva, al final tenemos necesidad de confiar en que es posible alcanzar la objetividad. En el capítulo 10 trataré de la obsesión de muchos posmodernos con la preservación originaria de las culturas y el combate a la transculturación. Denunciaré que esta manera de razonar está en realidad muy cercana al esencialismo, que fue en su época el principal inspirador del racismo pseudocientífico. Apuntaré la ironía de que, en su combate contra el racismo, los posmodernos terminan defendiendo posiciones muy cercanas a las doctrinas racistas del siglo XIX. También señalaré la manera en que el rechazo al universalismo de la Ilustración ha conducido a muchos posmodernos a abrazar nacionalismos que tienen vinculación con el pensamiento racial. En el capítulo 11 denunciaré muchos de los disparates defendidos por el feminismo de corte posmoderno. Empezaré por admitir que, aunque muchas formas de feminismo son loables y es legítimo plantear mayores niveles de igual- dad entre hombres y mujeres, muchas feministas defienden lamentablemente posturas irracionales como consecuencia de la influencia posmoderna como, por ejemplo, que hubo una época dorada de las amazonas y que la ciencia ha sido un invento del macho para dominar a la hembra. Quizá este libro sea un poco más difícil de leer que la mayoría de los títulos de la colección ¡Vaya timo! Eso probablemente se deba al hecho de que los posmodernos se han esforzado en hacer las cosas más complejas de lo que realmente son. Pero, puesto que me he propuesto atacar el oscurantismo de los posmodernos, me he sentido precisamente en la obligación de intentar ofrecer los argumentos de la forma más clara y sencilla posible. El posmodernismo se ha convertido en una de las doctrinas filosóficas utilizadas como punta de lanza por quienes defienden las pseudociencias y las creencias irracionales ridiculizadas en otros títulos de esta colección. Es frecuente que los defensores de la astrología, el psicoanálisis o la homeopatía invoquen los nombres de gurús posmodernistas como Feyerabend o Foucault para protestar contra la hegemonía científica y proclamar así la legitimidad de las disciplinas y creencias irracionales. Por ello, no basta con atacar las especificidades de cada timo. Es necesario atacar también el bagaje pseudofilosófico en el cual se amparan estas disciplinas y creencias absurdas. De eso trata este libro. primavera 2014 49 el escéptico