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desde el sillón cantidad de radiactividad según un lugar u otro?. Y explica que una casa de piedra es más radiactiva que una de madera, una ciudad a gran altitud es más radiactiva que una al borde del mar... Vivir a 2.000 metros de altitud, en lugar de en la costa, supone un incremento de radiaciones cien veces mayor que la extra producida por los ensayos de las bombas atómicas. Con todo, de radiactividad. Semejantes reflexiones, aplicadas al mundo de lo cotidiano, de lo establecido como verdad inexpugnable -en este caso, de las ciencias ambientales, pero hay muchos otros ejemplos de las ciencias del espacio y otras-, hacen pensar, y seguramente eso es lo que quiere el autor que pensemos, que la idolatría y los dogmas no son sólo cosa de las religiones o las pseudociencias. En realidad, son cosa de humanos; científicos, o no. Termina el libro con una reflexión, cuando menos sorprendente, acerca de la encíclica papal Pacem in Terris, de Juan XXIII. Afirma Feynman que se trata de ...uno de los acontecimientos más notables de nuestra época y un gran paso para el futuro: no puedo encontrar mejor expresión de mis creencias sobre moralidad, deberes y responsabilidades de la humanidad.... Luego añade, con cautela -conviene recordar que estamos en Estados Unidos, ¡y en 1963!-, que no está de acuerdo con parte de la maquinaria que apoya algunas de las ideas, que broten de Dios personalmente no lo creo. Pero, sin querer ridiculizar ni discutir eso -¿por qué no?, podríamos preguntarnos ahora, a finales del siglo veinte-, Feynman afirma que esa encíclica podría ser el comienzo de un nuevo futuro donde quizá nos olvidemos de las teorías de por qué creemos cuando en definitiva, y por lo que respecta a la acción, creemos lo mismo. Discutible, ¿no? O quizá no tanto. Al margen de la idea de trascendencia, de espíritus o almas que vagan por el Más Allá cuando nos morimos, de dioses infinitamente todo que pueblan los cielos más allá del Big Bang y los confines del Universo..., lo cierto es que los conceptos de honestidad abyecta que reclamaba Feynman hace más de un tercio de siglo podrían ser compartidos -más bien deberían ser compartidos- por todos los hombres de buena voluntad. Creyentes o no en esa vida después de la vida con la que tantos han hecho, y siguien haciendo, su agosto. Pero subyace el engaño de los que intentan demostrar que eso, el todo eso de Feynman, es demostrable científicamente. Claro que tales engañabobos no son honestos, sea cual sea el significado que le demos al adjetivo; lástima que todavía queden tantos bobos por engañar... Leer libros como éste, y como muchos otros, puede contribuir a que ese lamentable censo vaya disminuyendo. Aunque sólo fuera por eso, merece la pena leer a Feynman. Y, además, todo hay que decirlo, el libro está bien editado, con letra grande y clara; y se lee de corrido, porque no es muy denso ni muy largo. Director del Museo de la Ciencia de Madrid de la Fundación La Caixa. MANUEL TOHARIA La idolatría y los dogmas no son sólo cosa de las religiones o las pseudociencias. En realidad, son cosa de humanos; científicos, o no es tan pequeña la cantidad de radiación que se recibe en las montañas que no vale la pena preocuparse; pero, entonces, ¿aún menos por la radiactividad de las bombas atómicas? Dice el físico: El efecto de las pruebas atómicas, creo yo, es menor que la diferencia entre estar a poca o a mucha altitud. No estoy absolutamente seguro. Sólo pido que se planteen si debieran tener mucho cuidado al entrar en un edificio de ladrillo en lugar de madera, tanto cuidado como cuando tratan de detener los ensayos nucleares por su añadido La ciencia ha muerto: ¡viva la ciencia! A lgunos periodistas se pirran por un titular que genere expectación, aunque sólo sea para encabezar la noticia del nuevo hijo de la princesa y su reciente guardaespaldas. Y no digamos cuando lo que viene a continuación es la confusa crónica del descubrimiento del vigesimosegundo gen aparentemente responsable de la inapetencia sexual o el de las tendencias lesbianas. Se ha generado así la que se puede denominar como cultura de titulares periodísticos, que poco tiene que envidiar de la llamada pseudocultura del Reader's Digest. Tal vez por ello, el conocido periodista científico John Horgan haya elegido un título provocativo, El fin de la ciencia, y un subtítulo aún más, Los límites del conocimiento en el declive de la era científica, para su recopilación de fragmentos de entrevistas a científicos y filósofos de la ciencia, varias de las cuales se publicaron en su día en la prestigiosa revista Scientific American, de cuya redacción es miembro. Como leitmotiv de estos fragmentos, el inminente final de la ciencia. ¿Pero qué entiende el entrevistador por final de la ciencia? Para Horgan, la gran ciencia, la de los descubrimientos -¿ o sería mejor decir las formulaciones?- de las leyes básicas de los fenómenos naturales, es una empresa acabada, consumada o muy próxima a serlo. La ciencia que practicaron Newton, Maxwell y Darwin; o Einstein, Heisenberg y Dirac, o Crick y Wat- 62 (Primavera 1999) el escéptico desde el sillón son es cosa del pasado. A las conocen ya de forma complegeneraciones que han tenido ta, y sólo queda la dificultad la mala suerte de llegar de que la aplicación exacta tarde, de nacer en la época de estas leyes conduce a poscientífica, sólo les queda ecuaciones demasiado comcompletar detalles, inventar plicadas para ser resolunuevas aplicaciones para los bles.2 grandes conocimientos ya De todo ello, se podría establecidos o practicar lo haber deducido que Crick y que el autor llama ciencia iróWatson estaban practicando nica, más próxima a la metaquímica aplicada y que su física y a la pura especuladescubrimiento no podría ción intelectual que a la búsaportar nada nuevo al conoqueda de un saber que cimiento básico de las leyes pueda contrastarse empíride la Naturaleza, ya que la camente con la realidad objequímica era una ciencia acativa. bada -en lo que parece estar Cierto que, en muchas de acuerdo Horgan, ya que áreas científicas, particularsólo dedica unas tres líneas mente la de la física de altísiy una nota a pie de página al mas energías o en aquellas certificado de defunción de esta materia científica-. otras, como la biología evoluPero, al juzgar de esta mativa, que dependen sobremanera el trabajo de Crick y nera de datos y hechos históWatson, nos hubiésemos ricos de difícil reconstrucequivocado de plano, ya que ción, se puede ser pesimista la enorme complejidad de la respecto a la posibilidad de molécula, esa misma que que en un futuro las hipótesis puedan contrastarse con hace irresolubles las ecuala experiencia: no es fácil ciones de la mecánica cuánimaginar que se logre cons- Horgan, John [1996]: El fin de la ciencia. Los tica, permite unos mecanistruir un acelerador de partílímites del conocimiento en el declive de la mos de réplica lo suficienteera científica.Ediciones Paidós Ibérica. mente amplios y flexibles culas de diámetro semejante Barcelona 1998. 351 páginas. al de nuestra galaxia ni descomo para posibilitar la cubrir registros fósiles y geotransmisión completa de la lógicos que nos demuestren ingente información genétila existencia de acontecimientos ra como científico,1 y su colega ca. Emerge así la biología molemuy precisos y necesarios para Jim Watson hicieron algo grande cular, hija de la química y nieta justificar determinados rumbos y revolucionario cuando desen- de la física, que se basa en los tomados en su momento por la trañaron la estructura del ADN. mismos principios básicos que evolución de la vida en nuestro En su histórico artículo publica- éstas, y a los que hay que añadir planeta. Pero no es menos segu- do en Nature, hay una célebre una serie enorme de circunstanro que profetizar sobre el futuro frase, tan modesta como tras- cias muy complejas, de condiciode la ciencia, y sobre todo acerca cendental, que revela el meca- nes de contorno, de accidentes de su ámbito de competencias, nismo de transmisión de la vida. históricos que permitieron la fores muy arriesgado, como es fácil Ahora bien, si se ignora este mación de la química de la vida de demostrar sin más que anali- aparentemente simple comenta- en nuestra Tierra, que no tiene zar su historia más reciente, en rio, nos encontramos con el co- por que ser la misma en otras la que mucha ciencia que en su municado de dos jóvenes investi- partes del Universo, pues no día podría haberse calificado, gadores que han resuelto el pro- olvidemos que un día podemos siguiendo los criterios de blema de la estructura de una encontrar otros tipos de vida que Horgan, de irónica acabó siendo molécula, todo lo compleja que se basen en otra clase de químiincluso base de tecnologías de se quiera, pero que no deja de ca -con la misma física subyauso común. ser un conjunto de átomos regi- cente, lo más seguro- y para los Adicionalmente, surge el pro- dos por las leyes bien conocidas que el ADN no sea más que una blema de distinguir entre gran y comprobadas de la química y molécula totalmente irrelevante. ciencia, la que se acabó o está a de la física cuántica; y, como La cuestión de los límites de punto de estarlo, y ciencia apli- estamos en el terreno de la quí- las ciencias naturales se puede cada, ciencia que resuelve pro- mica, hay que recordar que ya abordar desde principios generablemas y enigmas dentro del cor- en 1929, uno de los fundadores les, desde la exploración filosófipus básico en vigor en cada dis- de la mecánica cuántica, P.A.M. ca de los fundamentos que caciplina. Veamos un sencillo Dirac, había sentenciado: La racterizan su desarrollo, indeejemplo: nadie duda de que teoría general de la mecánica pendientemente del tiempo y del Francis Crick, quien por cierto, cuántica ya está casi completa... lugar,3 o desde el análisis de su siendo adolescente, confió a su Las leyes físicas básicas necesa- estado actual y su previsible fumadre su temor a que no queda- rias para una teoría matemática turo, mediante la extrapolación ra nada interesante por descu- de una gran parte de la física y de los problemas que quedan brir a lo largo de su futura carre- de la totalidad de la química se por resolver o que puedan plan- el escéptico (Primavera 1999) 63 desde el sillón tearse como consecuencia del estado actual del conocimiento tanto teórico como práctico; en definitiva, una especie de agenda de trabajo para las generaciones venideras de científicos.4 El libro de John Horgan pertenece a esta última categoría, por lo que el lector no debe esperar planteamientos profundos y elaborados sobre los límites del conocimiento humano de la realidad de la que formamos parte, sino más bien la recopilación de opiniones concretas de intelectuales de gran prestigio, con formato muy periodístico, y generalmente a favor de la tesis de partida del autor, que es, como ha quedado dicho más arriba, que la ciencia a la gran manera es asunto acabado, tarea concluida, entre otras razones por el gran éxito, triunfo prácticamente absoluto, diríamos, de los que tuvieron la suerte de realizarla. Pero ¿qué sucede cuando el entrevistado tiene una opinión contraria a la del interrogador? Pues que éste último casi siempre tiene una razón para justificar que el punto de vista del disidente o es equivocado o está, por así decirlo, desenfocado. Horgan ha sido acusado de tergiversar las opiniones de varios de los científicos consultados o de tratarlas con poco respeto cuando no coinciden con las suyas. Concretamente, Murray Gell-Mann se ha manifestado muy crítico respecto a las páginas que se le dedican y, más en general, sobre el fondo y la forma de todo el libro. Por otro lado, el autor no parece haberse dado cuenta de que algunas citas pesimistas sobre el futuro de la ciencia, sobre todo aquéllas que se basan en su rentabilidad y valor social, sacadas fuera de contexto, pueden ser engañosas, ya que no necesariamente expresan una opinión negativa sobre dicho futuro, sino más bien se deben a la intención y necesidad de provocar una reacción positiva a favor del apoyo económico de la sociedad a la empresa científica. El fin de la ciencia está estructurado en capítulos que contemplan el final de distintas disciplinas, desde la filosofía de la ciencia hasta la limitología, especie de metaciencia supuestamente competente en el estudio del límite de la ciencia. De todos 64 (Primavera 1999) el escéptico ellos, cabe destacar claramente el dedicado a los filósofos de la ciencia, los Popper, Kuhn y Feyerabend; lo menos valioso, la metafísica en que parecen diluirse los últimos capítulos y el epílogo, que lleva por título el críptico y gratuito de El terror de Dios. Otro aspecto muy a destacar es la abundante y cuidada bibliografía, de la que se da la correspondiente traducción española en los casos de coincidencia de empresa editora. El tratamiento que Horgan da a sus entrevistados y a sus comentarios es muy variable: pocas veces reverente y muchas iconoclasta, aunque en general los retratos son acuarelas más que óleos. Algunos personajes dominan claramente al entrevistador como, por ejemplo, Steven Weinberg, Richard Dawkins, Francis Crick y Noam Chomsky; otros, como Stuart Kauffman, reciben una crítica incisiva, bien construida y documentada. Mención aparte merece la visión caricaturesca de Murray Gell-Mann. El sabio americano es, muy posiblemente, el ser tan insoportable, pedante y arrogante que nos muestra Horgan; pero GellMann es, además, muchas otras cosas, entre ellas, uno de los intelectos más prodigiosos de este siglo. Finalmente, y dentro de este párrafo dedicado a los entrevistados, se debe resaltar que éstos constituyen en su conjunto un auténtico quién es quién de la intelectualidad científica, una verdadera elite de origen y formación anglosajona en su gran mayoría y que trabaja y rinde sus frutos principalmente en Estados Unidos. Si aceptamos la tesis de Horgan, pronto se van a quedar sin trabajo; menos mal, si no, menudo panorama de colonialismo científico se cierne sobre el mundo. Horgan asegura que su libro nace de un gran amor a la ciencia, cosa que no dudamos; pero también hay que dejar constancia de la buena acogida que ha tenido entre los propagandistas de las pseudociencias de la Nueva Era, de los apóstoles de los relativismos cognitivos más extremos y de los seguidores del irracionalismo sentimental, cursi y esotérico; en suma, de todos aquellos que sueñan con el declive de la era científica. Lo que parece consecuencia directa de planteamientos y opiniones ambiguas, en las que el autor se desenvuelve con gran habilidad. Para que el lector juzgue, transcribo literalmente dos frases del final del epílogo, dedicado, como ha quedado ya dicho, al terror de Dios: La ambivalencia de estos buscadores de la verdad respecto al conocimiento final y definitivo refleja la ambivalencia de Dios -o del punto omega, si se quiere- respecto al conocimiento absoluto de su propio predicamento; "Y ahora que la ciencia -la verdadera, la pura, la empírica- ha tocado a su fin, ¿queda algo en que poder creer?. Una breve nota en relación con la traducción española, que es honesta y aceptable en general, pero que contiene algunos errores de bulto. Entre ellos, traducir la Gaia de James Lovelock por Gea (página 169) y hablar del materialismo craso (página 243) de Francis Crick, cuando el autor escribe en el original Crick's blunt -en su acepción de straightforward: directo, franco- materialism. FERNANDO PEREGRÍN Crick, Francis [1989]: ¡Qué loco propósito! Tusquets Editores. Barcelona 2 Dirac, P.A.M [1929]: Quantum mechaniccs of many-electron systems, PRSL A123 (marzo). Citado en Kragh, Helge S. [1990]: Dirac: a scientific biography Cambridge University Press. Comenta la autora: El punto de vista expresado en este pasaje es reduccionista y puede recordar la opinión de en principio, completa [la ciencia] que se expresó con frecuencia en el pasado siglo XIX. No obstante, Dirac cambió pronto de opinión. 3 Para un enfoque de este tipo, es muy recomendable Rescher, Nicholas [1994]: Los límites de la ciencia. Editorial Técnos. Barcelona. 4 En esta línea, acaba de publicarse What remains to be discovered, de John Maddox (Martin Kessler Books, The Free Press, Simon & Schuster, 1998), editor emérito de Nature. Aunque no se menciona el libro de Horgan, parece bastante claro que se trata de darle réplica. La agenda de sir John es en verdad extensa y sin plazo de vencimiento. 1