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Pasión por el saber FERNANDO PEREGRÍN Es responsabilidad nuestra como científicos, sabedores del gran progreso que emana de una satisfactoria filosofía de la ignorancia, del progreso que es fruto de la libertad de pensamiento, proclamar el valor de esta libertad; enseñar que la duda no ha de ser temida, sino bienvenida y discutida, y exigir esta libertad como deber nuestro hacia todas las generaciones venideras. Richard P. Feynman. El valor de la ciencia. (Conferencia incluida en el libro ¿Qué te importa lo que piensen los demás?) S iempre me ha sorprendido que los museos y otras instituciones dedicadas a mostrar los logros de la ciencia presten generalmente escasa atención a las personas que realizaron dichos logros; incluso he visto exhibiciones científicas y tecnológicas en las que parece que el conocimiento científico se produce por generación espontánea, sin tener en cuenta que los grandes avances de la ciencia, pese a lo que digan ciertos filósofos, sociólogos e historiadores, suelen tener nombre y apellidos. Y si el fin de estas instituciones es promover el conocimiento público de la ciencia de manera que la sociedad se beneficie de las ventajas que proporciona el saber científico, no estaría de más que se ensalzase a los hombres y mujeres que más han contribuido al avance de dicho conocimiento, máxime si tenemos en cuenta que, para hacer ciencia, hay que disponer de científicos y que, para ello, conviene estimular las vocaciones científicas, mostrándo a los más jóvenes que, para llenar toda una vida, hay cosas más importantes e interesantes que ser futbolista, modelo de alta costura o magnate de las finanzas. Richard P. Feynman (1918-1988), además de científico genial, es un acabado ejemplo de lo maravillosa que puede ser una vida impulsada por la pasión por el saber racional y científico; una persona que fue leyenda en vida y que hoy recibe culto tanto en las universidades como en muchos ambientes de todo el mundo donde se valora en su justa medida el brillo y esplendor de un gran intelecto humano. A su insaciable sed de saber, se unieron una imaginación portentosa y una inteligencia fuera de lo común; y en la base, sustentando todo empeño por conocer, la disciplinada duda que forja el escepticismo indagador de la mejor ley. Comunicador de raza, sus libros son señalada muestra de la tenue frontera que separa una clara, elegante y profunda explicación de una bella teoría física, de una obra de arte. Siempre recordaré el enorme efecto que me produjo la lectura de su conferencia en memoria de P.A.M. Dirac -uno de los héroes de Feynman-1, en la que explica, con transparencia y sencillez proverbiales, la sutil y fundamental relación que existe entre el espín de una partícula y el tipo de estadística a la que obedece. 1 pero Feynman no ha sido nunca directamente reemplazado, aunque tras su muerte se creó un comité para buscar un sustituto. No pudieron encontrar ninguno porque no hay nadie como Feynman en el mundo de hoy, como tampoco había nadie como Feynman antes... salvo Feynman mismo. No hay ningún monumento a Feynman. Ningún edificio ilustre ni estatua. Hasta su tumba, que comparte con Gweneth3 en el Cementerio de Mountain View, en Altadena, es muy sencilla. Su verdadero monumento es su trabajo, sus libros y las cintas de vídeo en las que todavía se le puede ver dando conferencias en su estilo inimitable, haciendo parecer sencillos los conceptos difíciles. Pero hay un artefacto que despierta una curiosa resonancia en cualquiera que haya oído hablar de Feynman, y que un amigo que no sabe casi nada de Feynman, pero que le considera un héroe de nuestro tiempo, me había animado a encontrar durante mi estancia en Pasadena. La oportunidad se presentó al final de una larga charla con Ralph Leighton4 en el salón de mi hotel de Los Robles Boulevard. Mi anfitrión en Pasadena, Michael Shermer de la Sociedad Escéptica, se unió a nosotros durante una conversación que trataba no sólo de la vida y trabajos de Feynman, sino también de la reacción del mundo ante su muerte, y de la reacción de la familia y amigos de Feynman a la forma en la que se le había presentado desde entonces en varios libros y artículos. Esa conversación me llevó más cerca de lo que nunca podría esperar del hombre mismo, confirmando y reafirmando las impresiones que ya tenía sobre la clase de persona que era y dando forma al libro Richard Feynman: a life in science. Feynman era, sin duda, además de un genio científico, una persona que derrochaba amor y afecto hacia su familia, amigos y conocidos. A pesar de la época oscura de su vida después de la muerte de Arline5, era una persona estupenda que hacía que la gente se sintiera bien; un hombre verdaderamente alegre, amable y generoso, así como el mejor científico de su generación. Y es ese espíritu, más que la física, lo que despierta tanto la curiosidad de la gente hacia el artefacto: la famosa furgoneta de Feynman, repleta de diagramas6. 3 Su tercera esposa. (N. de los T.) 4 Compañero en el tañer de tambores -gran afición de R.P. Feynman-, gran amigo y fiel amanuense. (N. de los T.) 5 Primera esposa de Feynman, falleció de tuberculosis en 1945. (N. de los T.) 6 Feynman, R.P.; y Weinberg S.: Elementary particles and the laws of physics (Dirac memorial lectures). Cambridge University Press. Existe una pésima traducción al castellano de la que prefiero no dar noticia. También se conserva un vídeo de la ocasión. Diagramas de Feynman. Técnica de cálculo por él inventada durante sus trabajos sobre la QED y que hoy tiene amplio uso en diversas áreas de la física teórica. Son como un icono de Feynman y representan para su leyenda lo que la ecuación E=mc² es para la de Einstein. (N. de los T.) 36 (Primavera 1999) el escéptico