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`tradujo' estos papiros, y escribió así el Libro de Abraham. Este libro es particularmente racista, pues degrada a la gente de piel oscura, repitiendo el tema de la maldición a Cam en la Biblia. Pues bien, en el siglo XX, estos papiros originalmente en posesión de Smith aparecieron, y fueron traducidos por egiptólogos profesionales. La traducción de estos especialistas no era ni remotamente cercana al Libro de Abraham. En 1835, Smith compró unos papiros egipcios, que `tradujo' como el Libro de Abraham. Un libro particularmente racista que degrada a la gente de piel oscura, repitiendo el tema de la maldición a Cam en la Biblia. Si Smith hubiese sido más cuidadoso en su estafa, no se habría lanzado a `traducir' un texto para el cual se corría el riesgo de que algún egiptólogo profesional ofreciese una traducción muy distinta. Quizás, Smith sí creía genuinamente en su habilidad para traducir textos egipcios antiguos. Pero, en aquella época, la egiptología aún estaba en una fase embrionaria, y es plausible pensar que Smith sabía que su `traducción' era fraudulenta, pero no veía gran riesgo en ella, pues pensaba que sencillamente nadie sabía cómo traducir jeroglíficos. Con todo, hubo otro episodio que sí permite pensar que llegó un punto en el cual Smith perdió parcialmente contacto con la realidad, y creyó sus propias mentiras. Durante la estadía de Smith en Illinois, en 1843, se encontraron enterradas en la localidad de Kinderhook, unas planchas metálicas con unos caracteres extraños. Se las llevaron a Smith, y éste, nuevamente, procedió a `traducirlas' usando su piedra visionaria. Muchos años después, en 1879, un hombre llamado Wilbur Fugate alegó que todo aquello había sido un truco, y él mismo había fabricado y enterrado esas planchas, para poner a prueba la fiabilidad de Smith. Este episodio hace pensar que Smith empezaba a creer en sus propias dotes visionarias. Pues, contrario a la historia de las planchas doradas, estas planchas no fueron enterradas por él mismo. Un estafador se hubiese percatado de que alguien trataba de someterlo a prueba, y habría renunciado a intentar traducirlas. Pero, con todo, Smith se lanzó a traducirlas. Esto abre el compás de sospecha de que Smith finalmente sí creía sus propias mentiras. La historia de Smith es fascinante porque, a diferencia de Jesús, Pablo o Mahoma, ocurrió apenas hace ciento cincuenta años. La distancia entre los profetas y adivinos de la antigüedad y nosotros es demasiado amplia como para saber qué realmente ocurría. Pero, la historia de Smith está ampliamente documentada. Y, su análisis nos ilustra bien sobre cómo operan las mentes de los profetas. La historia de las planchas doradas resulta absurda a mucha gente. Pero, precisamente, su carácter absurdo debería colocarnos en alerta, y obligarnos a considerar si los mismos mecanismos de los cuales se valió Smith, han sido también empleados por otros profetas. La historia de Smith presta un servicio al historiador de las religiones, pues ilustra cómo puede surgir una religión. Pues bien, la misma suspicacia e incredulidad que aplicamos al origen del mormonismo, deberíamos también aplicarla al origen de todas las otras religiones que se han fundado sobre las experiencias de personajes que alegan recibir revelaciones divinas. otoño-invierno 2013 65 el escéptico