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estudios del primero están bien documentados, son claros y precisos. En cambio, los textos de Hegel están impregnados de especulaciones metafísicas, muchas de ellas de difícil comprensión. Me parece que, al apelar a autores como Hegel, los defensores de la singularidad de la civilización occidental perjudican su causa; pues dan pie a que los autores relativistas acusen a los historiadores eurocéntricos de invocar motivos metafísicos o cuasi divinos para justificar la superioridad occidental. Opino que, para defender la singularidad de la civilización occidental, conviene mucho más apelar a categorías claras como `desencanto' o `racionalización' (procedentes de Weber), que a categorías obscuras como `espíritu del mundo' (procedentes de Hegel). El capítulo 7 es quizás el más controvertido. Ahí, Duchesne defiende la idea de que las bases ideológicas para la prosperidad europea se iniciaron en las olas migratorias de los jinetes indo-europeos, a partir del cuarto milenio antes de la era común. Los jinetes y guerreros indo-europeos aportaron un ethos de autonomía individual, valores aristocráticos, libertad y emprendimiento, que en buena medida sirvió de motor para los grandes avances de la civilización occidental. Tengo algunas reservas respecto a esta hipótesis. No estoy seguro de que la mentalidad que pudieran haber incorporado los jinetes indoeuropeos perdurara hasta los tiempos modernos. Pero, en todo caso, no me inclino mucho por la admiración del ethos militar de los invasores indo-europeos. En clara continuidad con Nietzsche (otra de las grandes inspiraciones de Duchesne, y del cual se ocupa extensamente en el capítulo 8), el autor concede gran importancia al influjo de vitalidad, autonomía individual e, implícitamente, la `moral de amos' tan aplaudida por Nietzsche. Ciertamente estos valores me parecen estimables, pero el modo en que este los planteó me parece peligroso, pues llevan implícitos la defensa del militarismo que desembocó en las grandes atrocidades del siglo XX, ocurridas en el seno de la civilización occidental. Hubiese sido deseable que Duchesne incorporara alguna defensa de la civilización occidental frente a los ataques recurrentes de sus críticos. Por una parte, los críticos la acusan de ser una civilización etnocéntrica, de considerarse singular en la historia de la humanidad. Muy eficientemente, Duchesne defiende que hay motivos suficientes para postular que así lo ha sido. Pero, aunada a ese ataque, está también la crítica que postula que ha sido una civilización totalitaria y, más recientemente, destructora del medio ambiente. Duchesne solo hace una defensa tenue ante estos ataques. Con todo, el libro de es una muy bienvenida contribución para frenar la ofensiva de intelectuales que, bajo la inspiración postcolonialista, creen que hacen justicia a los pueblos colonizados distorsionando los hechos de la historia. Ciertamente, podemos reprochar a Occidente muchos crímenes colonialistas, y defender el derecho de autodeterminación de los pueblos colonizados. Pero eso no debería conducirnos a alterar los libros de historia solo por el afán de que los pueblos que han sido víctimas del colonialismo no se sientan acomplejados. Dr. Gabriel Andrade el escéptico 76 otoño-invierno 2013