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Sillón escéptico Los críptidos: 1 En busca del Kraken, 2 En busca del olgoi-khorkhoi Alexandre Moix Ed. Marenostrum Juan Pablo Fuentes La verdad es que estas novelas juveniles me han defraudado. Tampoco es que esperase gran cosa de unos textos que para ser comerciales en estos tiempos que corren debían argumentar la existencia real de monstruos terribles (¡qué tiempos aquellos del primer Scooby Doo en que todo lo extraño tenía una explicación convencional!) pero, al ser la primera serie centrada en una temática tan fascinante como la criptozoología, esperaba un poco más de rigor y otro mensaje algo distinto. Me explicaré. Admito que apelando al requisito literario de "suspensión de la incredulidad" se nos enfrente a supuestos monstruos sin molestarse en diseñar una (por otro lado imposible) biología o ecología capaz de sustentarlos y hacerlos mínimamente creíbles. Pero sí sería de esperar un mayor cuidado en los detalles (por ejemplo, el primer ataque del Kraken tiene lugar en el Canal de la Mancha, pero los siguientes se trasladan en pocos días a cientos de kilómetros de distancia, por la necesidad argumental de situarse cerca de la base del equipo investigador) y en el grado de amenaza real que pueden llegar a representar, para no resultar incoherente. Según el autor, el Kraken es capaz de provocar terremotos de 7,5 grados de magnitud en la escala de Richter (¡!), liberando así "una ingente cantidad de gases que podía ser peligrosa para el planeta". No contento con ello, añade (p. 308): ¿Ha pensado usted los desastrosos efectos que la existencia del Kraken podría engendrar? (...) ¡Ni un solo pescador querría echarse al mar! ¡Los turistas desertarían de las playas! Los cargueros y los petroleros cambiarían de destino (...) ¡Os aseguro que si ningún barco pudiese navegar, la economía se hundiría! ¡Y la bancarrota se extendería por todo el planeta! Tanta hipérbole por un simple (y único) bicho de cincuenta metros que, al final, es aniquilado entre tres helicópteros, dos fragatas y un caza. ¡No hace falta ni una mísera bomba atómica, como en las películas de los años cincuenta! Tampoco son admisibles, considerando el público al que van dirigidas, errores de bulto tan elementales como atribuir (p. 316) diez brazos a los pulpos y ocho a los calamares, cuando es al revés (aunque esto puede ser un fallo de traducción, me ha parecido advertir varios) o pretender que los detectores de ondas electromagnéticas permiten captar ondas sonoras. Pero lo peor aún está por llegar. Es un signo de los tiempos que, en vez de limitarse a una interesante novela de aventuras, el autor tenga que incluir algún tipo de conspiración (p. 309): Por eso los gobiernos de los países costeros (...) no quieren que la presencia de una criatura así en los océanos llegue a saberse. Estos gobiernos tienen únicamente un solo objetivo: silenciar el asunto por todos los medios posibles (...) Una campaña de prensa falaz, organizada por los gobiernos y puesta en marcha por los periodistas a sueldo del poder ha empezado a propagar estos rumores (...) Se ha creado recientemente una célula especial de crisis (...) cuya finalidad es coordinar todos los servicios secretos (...) y poner en marcha misiones comando ultrasecretas que tienen como finalidad destruir sistemáticamente todas las pruebas que puedan afirmar la existencia del Kraken y eliminar pura y simplemente a todos los testigos de este asunto, así como a todos aquellos que puedan obstaculizar su camino. Como era de esperar, con este truco argumental, nuestros protagonistas se encuentran siempre frustrados en su objetivo de obtener pruebas definitivas, pero sorprendentemente, el creciente reguero de cadáveres nunca los incluye a ellos, ni de lejos, pese a que están perfectamente identificados y localizados. Curiosamente, en la segunda novela, el autor (francés, por más señas) abandona -¿de momento?- esa subtrama conspirativa y prefiere dedicarse a destruir famosos monumentos parisinos con una amenaza aún más disparatada. Pero no más que la nula reacción por parte de las autoridades ante los ataques. Éstos, como no podía ser de otra manera, solo son resueltos gracias a la intervención de nuestros protagonistas. Fijémonos por un momento en los nombres de los cuatro científicos que más sufren la cólera de esta criatura: René de Brok, Henri-Georges Brochard, Jean-Guillaume Budé, y Norbert Persinger. ¿A quiénes os recuerdan? Como ejemplo evidente de la interrelación inevitable en- el escéptico 70 tre todas las llamadas paraciencias, en esta entrega hacen su aparición los famosos discos extraterrestres de Baian-KaraOula y juega un papel clave en la resolución del misterio el espiritismo. Pese a todo lo anterior, el principal motivo de mi rechazo a esta serie de novelas está en la descripción de los protagonistas escogidos, muy lejos desde luego del Club de los Cinco de Enyd Blyton y similares. Entiendo que los tiempos han cambiado, pero no me agrada que el autor no tenga nunca palabras amables hacia sus protagonistas, cuyos únicos puntos favorables son, apenas, sus "super-poderes" específicos. Se trata de tres hermanos y una prima acogida en la familia tras la terrible muerte de sus padres (el típico secreto que se nos va revelando en pequeñas dosis a lo largo de los relatos). Sus relaciones, por decir algo, son siempre a base de enfrentamientos y gritos (EN MAYÚSCULA) y muy raramente trabajan como un equipo. Son todas habilidades personales, diseñadas demasiado a medida. La prima, Adèle, aporta el elemento emotivo, porque encuentra su primer amor; aparte es políglota y ello, asociado a una edad que la permite hacerse pasar por adulta, facilita al autor poder desplazar por toda Europa a sus protagonistas menores de edad, sin mayores problemas (ni siquiera de dinero). Entre los chicos, tenemos a Tom, al tópico sabelotodo y lector empedernido que será quién resuelva las claves y enigmas o aporte los datos científicos necesarios para avanzar la trama. Su hermano Boris, en cambio, solo sabe emplear el sarcasmo en sus discursos, aunque eso sí, es oportunamente un mago informático capaz de introducirse en los ordenadores y las redes informáticas más sofisticadas. La otra chica, Bea, es una glotona con sobrepeso, pero capaz de abrir cualquier cerradura o falsificar cualquier documento imaginable. Además, es la dueña del quinto miembro del equipo: Nono un suricato demasiado inteligente, por decirlo con palabras suaves. En conclusión, una oportunidad desperdiciada. ¡Y el tercer volumen está dedicado al Chupacabras! Luis R. González Hombres y dioses en la picota. H. L. Mencken Granica Editor. Buenos Aires, 1972 Henry Louis Mencken es un autor casi maldito en el panorama literario norteamericano de entreguerras. Escribió en los principales diarios de su país, fustigando costumbres y supersticiones, y lanzando a diestro y siniestro los latigazos de sus frases contra los charlatanes de la época que tanto abundaban (y que, desgraciadamente, tanto abundan) por esas tierras de ignorancia y fanatismo. Tema principal de sus acerados artículos fueron, como no podía ser de otra manera, las creencias religiosas lo cual, automáticamente, le convirtió en el punto de mira y de animadversión de las personas biempensantes y conservadoras de los Estados Unidos que sentía en sus carnes los dardos del periodista. Con un ingenio mordaz y sarcástico, heredero de Mark Twain y Ambrose Bierce, y remontándonos en la historia, de los ilustres Swift y Voltaire, escribió páginas llenas de ácido humor, cual ortiga dolorosa, contra muchas de las más queri- das y entrañables costumbres de esa enorme nación. Pesimista como Jonathan Swift, su sonrisa es amarga. No participa de la benevolencia de Twain ni tampoco, todo hay que decirlo, está a la altura literaria de estos ilustres escritores. Pero es un dignísimo periodista cuyos vuelos quedan "reducidos" a las hojas sueltas de los diarios de la época pero que todavía se lee con gusto y que casi tres cuartos de siglo después sus comentarios y estocadas están en plena vigencia. ¡Qué enemigo más poderoso debe ser la superstición, la Hidra de las cien cabezas, que ha sabido sobrevivir a tantos y tantos genios de la literatura! Pero no olvidemos que este enemigo lo tenemos dentro de nosotros: es nuestra propia naturaleza. Lo normal debe ser la superstición, que es lo fácil e inmediato, lo difícil y costoso es la ciencia y la racionalidad, edificio construido por unos pocos que hay que cuidar constantemente. Como esos palacios construidos en la selva, al menor descuido, son enterrados de nuevo por la fronda y desaparecen. Volvamos a Mencken. Diríamos para simplificar que Mencken está a medio camino entre un Martin Gardner, luchador infatigable contra los mesías de las nuevas religiones y un Jonathan Swift que, como chorro de vitriolo rebajado con la calidad literaria, satirizó a todo lo establecido en su época. Hombre rompedor y a contracorriente a quien, por eso mismo, se ha tratado de ocultar y enterrar por los estamentos oficiales. Las ediciones de sus artículos son escasas y bastante difíciles de rastrear. Es gracioso sin embargo que el primer contacto que tuve con este escritor fuese en el montón desordenado de libros que, a modo de saldo, se vendían en una gran superficie, cual bragas o calcetines se tratara. Mi inveterada afición a la lectura hizo que ojeara algunos de ellos, y - ¡oh milagro! - mis ojos se detuvieron el sugestivo título de uno en concreto, de autor desconocido (hasta el momento) Prontuario de la estupidez humana. ¿Cómo podía resistirme a tomarlo entre mis manos, abrirlo y ojearlo? Lo poco que leí en esa improvisada sala de lectura no me dejó indiferente; antes al contrario conectó con muchas de mis inquietudes consuetudinarias y lo compré al precio de saldo que marcaba. Cuando por fin, al cabo de un tiempo lo leí al completo, Mencken pasó a ser autor prioritario y buscado por las librerías de lance. No fue fácil conseguir éste que estamos comentando, pues como digo, sobre el bueno de Henry Louis Mencken se ha tratado de extender como una sábana de silencio que ocultase sus críticas sobre las religiones de todas clases y pelajes. Solo se le encuentra en ediciones a cargo de editoriales marginales y de claro signo progresista. Ésta que nos ocupa es la recopilación de artículos que se fueron publicando a lo largo de su carrera (nació en 1880 y murió en 1956), y que llevan como común denominador el ataque a las religiones, supersticiones y otras "costumbres de mal vivir". Hay en el libro pasajes deliciosos llenos de ingenio de la mejor ley y dignas de repetirse como en labradas en piedra. Mencken tiene razón, la Humanidad es en su conjunto estúpida, acomodaticia y abocada al más rotundo fracaso a no ser por unos, muy pocos, que enderezan el rumbo de esta nave de locos. El hombre como especie hace tiempo que habría desaparecido devorada por otros animales más capaces, a no ser por esos pocos que van aportando lo justo para se71 el escéptico