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la escena evolutiva, persisten durante periodos de tiempo variables y luego se extinguen. Así pues, el supuesto darwiniano de que el árbol de la vida es consecuencia de la acumulación gradual de pequeñas diferencias hereditarias no parece estar sustentado por una evidencia significativa. Algún otro proceso debe ser el responsable de las propiedades emergentes de la vida, los rasgos distintivos que separan un grupo de organismos de otro --peces y anfibios, gusanos e insectos, colas de caballo y gramíneas--. Queda claro que falta algo. La teoría de Darwin parece ser válida para la evolución a pequeña escala: puede explicar las variaciones y adaptaciones intraespecíficas responsables del ajuste fino de las variedades a los diferentes hábitats. Pero las diferencias morfológicas a gran escala entre los tipos orgánicos, que son el fundamento de los sistemas de clasificación biológicos, parecen requerir otro principio distinto de la selección natural que opera sobre pequeñas variaciones, algún proceso que haga surgir formas orgánicas claramente diferenciadas. El problema es cómo surgen las estructuras orgánicas innovadoras, el orden evolutivo emergente, que ha sido siempre un foco de atención primario en biología. No es el primero en criticar a Darwin, ni será el último, pero no da muchos argumentos para desconfiar del mecanismo aceptado de la evolución. Si a esto le sumamos un tonillo de vender la moto, el total nos deja un libro que defiende cosas correctas por los motivos equivocados y que, aun siendo interesante de leer, deja bastante que desear. Juan Pablo Fuentes el escéptico 76