Jesús Antonio Puertas Fuertes RESUMEN Defino milagro como un evento que no puede explicarse por las leyes físicas conocidas y que se atribuye a una intervención de algún poder inmaterial. El primer aserto de la definición es una afirmación fáctica, mientras que el segundo es una hipótesis interpretativa. Mi postura se resume en afirmar que la primera es verdadera y la segunda es gratuita e injustificada. Parto de la base de que tales hechos existen, de que se dan sucesos inexplicables, misteriosos que llamaré hechos anómalos puesto que son hechos que no entran en las leyes o normas. Asimismo partiré de una ontología materialista, ya que sólo se han construido cuerpos de conocimiento científico de realidades materiales: de lo inmaterial no hay ciencia. Asimismo, la materialista es la única ontología que permite un conocimiento intersubjetivo y -casi sin excepción- es coincidente con esa noción vaga que llamamos sentido común. La inexplicabilidad de los hechos anómalos es una cualidad extrínseca de tales hechos, resulta de su comparación con el conocimiento empíricamente comprobado e históricamente acumulado. La cualidad de ser misterioso no es una propiedad definible de cierto conjunto de eventos, lo cual ya es una objeción a la hipótesis de la existencia de milagros. Como consecuencia afirmo que no existen hechos intrínsecamente misteriosos. Intentar explicar tales hechos mediante el recurso a un conjunto normalmente complejo de creencias e hipótesis implica dar por supuestas un cúmulo de afirmaciones que violan un montón de leyes sin las que tales hechos dejarían de ser anómalos. Así pues la hipótesis de la intencionalidad del hecho anómalo incurre en contradicciones lógicas y viola los criterios de rigor, economía y claridad comúnmente aceptados en la validación de las creencias. En una reciente reunión con compañeros de ARP en Zaragoza se planteó la cuestión de si los milagros pueden ser un argumento a favor de una creencia. Esa discusión fue lo que me motivó a exponer aquí estas sencillas reflexiones. En aquella conversación yo intentaba refutar la postura - por otro lado muy respetable- de que si alguien presenciase un hecho realmente milagroso, es decir, que se saliese de lo explicable, tendría forzosamente que aceptar ciertas creencias indemostrables relacionadas con ese hecho. Yo nunca he compartido ese argumento y en estos minutos voy a intentar explicar mis razones para rechazarlo. Entiendo por milagro: 1) un hecho anómalo, es decir que se sale de la norma, del nomos, de la ley científica y 2) que está causado por algún poder inmaterial. Cualquiera de ustedes que no acepte este concepto de milagro, no estará de acuerdo con el resto de las cosas que yo voy a decir. Distingo entre hecho anómalo y milagro. Ni yo ni nadie puede negar la existencia de hechos anómalos. Hace unos días, en la carretera, observé una especie de bengala de color verde brillante, bastante próxima y que se movía de arriba a abajo. No se que explicación tendría ese - 111 - II Congreso Nacional Sobre Pseudociencias hecho, pero les puedo asegurar que no me preocupe por inventarle una explicación y dormí bien tranquilo aquella noche. Así pues, existen hechos anómalos, pero ¿se pueden catalogar como milagros? Mi respuesta es rotundamente negativa. Y ello debido a tres fundamentales razones que son las que voy a intentar demostrar aquí. Voy a explicar por qué para mí creer en milagros es contradictorio, es farragoso y es inmoral. Vamos con la primera calificación: creer en milagros es contradictorio. Las leyes científicas se pueden interpretar como leyes matemáticas, es decir, exactas; o como leyes que expresan regularidades estadísticas. Si las interpretamos en el primer sentido es una contradicción patente afirmar que haya milagros. Si yo creo que el calor siempre dilata los cuerpos, nunca podrá haber un cuerpo que no se dilate ante el calor, si lo hubiese mi ley de partida seria falsa, y ya no se trataría de un hecho anómalo (contrario a la ley física). Las leyes exactas ciento por ciento no dejan hueco a la sorpresa, a lo anómalo, a la existencia de milagros. Pero nadie defiende esa interpretación, mas bien se entienden las leyes científicas como regularidades cuya verdad está siempre en continua modificación. En este caso no me explico yo que anomalidad se encierra en el hecho de que un cuerpo no se dilate ante el calor. Simplemente tenemos una ley que deberá irse ajustando a los hechos que se van descubriendo, como han hecho las leyes científicas desde que el hombre es hombre y desde que la ciencia es ciencia, tampoco con esta concepción de las leyes científicas es posible la anomalidad . La creencia en esos hechos anómalos es contradictoria en la medida en que se sacralizan las leyes científicas. Una paradoja de las explicaciones mistéricas es que quienes creen en los milagros son los grandes defensores de la racionalidad de las leyes científicas. El matemático griego Hispasos, que descubrió los números irracionales, fue expulsado de la comunidad pitagórica a la que pertenecía. Las religiones tienen que defender la racionalidad del mundo, no sólo por ser supuestamente una obra divina, sino porque si no fuese racional no quedaría lugar para la creencia en lo misterioso. Creer en los milagros es, pues, contradictorio porque supone basarse en la verdad de las leyes científicas para negarlas, es decir, para afirmar que hay hechos que se salen de esas leyes. Además de contradictoria yo propongo que la creencia en los milagros es farragosa en el sentido de compleja, complicada. Es decir, que viola un criterio epistemológico generalmente aceptado que es el criterio de la simplicidad. Ante dos explicaciones alternativas es más sensato , más económico, creer y defender siempre la más simple. Cuando yo experimento lo que he llamado hecho anómalo puedo adoptar dos actitudes vitales. Una, aceptar mi ignorancia sobre la causa o explicación de ese hecho o inventármela. En el primer caso estaríamos ante un pensador humilde -por utilizar un término moral- en el segundo caso estaríamos ante un pensador reacio a aceptar sus propias limitaciones, orgulloso, soberbio -por seguir utilizando esos términos morales. Y aquí es donde introduzco mi concepción de farragoso. ¿Qué es más razonable, aceptar que hay un hecho que no podemos explicar, o aceptar que existen seres inmateriales, o espíritus, que esos seres inmateriales tienen una realidad intemporal o eterna, que esos seres inmateriales influyen en la materia, que esos seres inmateriales escuchan las suplicas de los seres humanos, que esos seres inmateriales tienen los mismos deseos que nosotros, y finalmente que podemos conocer la voluntad e intenciones de esos seres? ¿No les parece a ustedes mucho mas sensato aceptar que no puedo explicar un hecho que aceptar todo - 112 - II Congreso Nacional Sobre Pseudociencias este conjunto de hipótesis totalmente indemostrables y que conllevan un montón de contradicciones? Por lo tanto la creencia en los milagros es para mi una creencia farragosa Y finalmente, la creencia en los milagros es una creencia inmoral. Hay dos actitudes opuestas ante el conocimiento. El pensamiento objetivo es el que se enfrenta a los hechos e intenta conocerlos tal y como son, independientemente de mis deseos. Y esa idea del pensamiento objetivo está en la raíz y es el lema básico de la actitud científica: aceptar las cosas aunque no me gusten. En contra de eso esta el pensamiento desiderativo. Cuando uno se cree que su perspectiva de la realidad es la única posible y que los hechos son tal y como a el se le aparecen o le importan o le interesan. El mismo verbo creer, entendido como afirmar algo sin argumentos, afirmar algo porque nos gusta afirmarlo, es un ejemplo de pensamiento desiderativo. Si un niño nace con un problema de saluda grave y luego supera ese estado y se cura, eso nos parece positivo. Si un niño nace sano y, por razones que no se conocen, se muere, eso nos parece malo, negativo. Los dos hechos nos resultan igualmente misteriosos, sin embargo solamente consideramos milagro al primero ¿Porque? Tan anómalo es el uno como el otro. Si un cáncer desaparece de forma inexplicable lo consideramos milagro porque nos gusta que los cánceres desaparezcan. Pero cuando un cáncer aparece de forma inexplicable nadie lo considera milagro. Si una persona se cae desde un décimo piso y solo se rompe una tibia lo consideramos milagro, pero si una persona -como paso recientemente a un trabajador argelino inmigrante en Zaragoza- se cae atándose los zapatos y se queda tetrapléjico no lo consideramos milagro. ¿Por qué? ¿No es también un hecho anómalo? Es pues un hecho que solo consideramos milagrosos aquellos hechos que nos gustan. ¿No les parece a ustedes que esto es deshonestidad intelectual e inmoralidad? Estas eran las tres razones por las que yo afirmo que existen hechos anómalos no milagrosos, de ahí el título paradójico de esta ponencia: no creo en los milagros, pero haberlos haylos. No creo en ellos porque -repito- los considero contradictorios, innecesarios e inmorales. Terminaré contándoles un supuesto milagro que tal vez sea mas leyenda que realidad, y que tal vez ustedes ya conozcan. Las narraciones que he oido de el lo sitúan tanto en un pueblo español como. Durante las fiestas patronales y tras la misa mayor, todo el mundo estaba en la explanada delante de la iglesia esperando la salida de la procesión cuando el badajo de la campana que estaba volteando se desprendió y cayó sobre la masa amontonada. El milagro del santo patrón de aquel pueblo fue que el badajo no mató a ningún vecino, sino que mató al único forastero presente. Y un útlimo ejemplo, y perdónenme la subida de tono. Es un uso sarcástico de la palabra milagro que muestra muy bien el aspecto de pensamiento desiderativo y de deshonestidad intelectual que la creencia en los milagros encierra. Cuando yo era un estudiante en la tradicional, retrógrada y puritana universidad privada de esta ciudad, decíamos socarrónamente que fornicar en Pamplona no era pecado, sino milagro.
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