Alberto Virto Hace pocos años en un certamen incluido en el Programa de Naciones Unidas sobre la defensa del Medio Ambiente, resultó ganadora, en un concurso fotográfico, una foto en la que a pie de título se decía en esta foto se reflejan las nubes de humo producidas por una central nuclear. Independientemente de su valor artístico, quisiera poner un sola objeción a dicha foto. De las torres de refrigeración de una central nuclear, nunca sale humo, puesto que no se produce combustión alguna, sino que se trata de vapor de agua, y por supuesto no contaminada. Desconozco si el vapor de agua es un tipo de contaminación tan importante como para recibir un premio en el ranking de sustancias peligrosas, pero me da la impresión de que es el hecho de tratarse de una central nuclear lo que se valora. La sociedad, en general, siente una gran preocupación por todo lo que se refiere al término radiación, nuclear o radiactivo. Una encuesta celebrada en España por el Centro de Estudios Sociológicos, CIS, en diciembre de 1992, revela que el 85% de los españoles considera peligrosa la energía nuclear, el 47% es partidaria de renunciar a la generación de electricidad por centrales nucleares, y el 37% es partidaria a pesar de todo. En Francia, una encuesta de características similares en 1994, daba como una de sus conclusiones que el 71% de la población es favorable a esta opción energética. Ante estos resultados me surgen varias preguntas que formulo en voz alta. ¿Qué diferencias existen entre la sociedad francesa y la española a la hora de aceptar como válida la producción de energía eléctrica por centrales nucleares?, ¿Los llamados movimientos ecologistas son en nuestro país vecino menos ecologistas que los que tenemos aquí? Voy a enunciar ahora, casi de forma telegráfica por el tiempo disponible, algunas noticias que han salido recientemente en la prensa de ámbito nacional. La primera hace referencia a que la mitad de las 15.000 instalaciones de rayos X para usos médicos funcionan de forma ilegal, y que el Consejo de Seguridad Nuclear manifiesta su preocupación por la ligereza con que se manejan estas instalaciones. Otra, que ha sido muy comentada, nos dice que los teléfonos móviles, según una central sindical, son peligrosos para la salud. Argumentan que hablar por dichos teléfonos y puesto que se utilizan radiación electromagnética, es parecido a tener un horno microondas pegado a nuestra oreja. Y la última noticia se refiere a que los periodistas que acompañaron al Presidente González, en su reciente viaje a Rusia, se encontraron con una crítica situación sanitaria en Moscú por los vertidos radiactivos al río. Los corresponsales, añade la noticia, se vieron obligados a adquirir contadores de radiactividad, con los que ellos mismos analizaban las frutas y verduras que compraban en el mercado. Otro aspecto curioso a tener en cuenta, es la que se produce en las consultas de nuestros ambulatorios y hospitales. Ante un problema de salud, numerosos pacientes desean que el médico le mande unos análisis de sangre y radiografías. La costumbre de consultar con otro médico, al que no se le dice nada de los resultados obtenidos en la visita a su colega, hace que se realicen más análisis de sangre y más radiografías. Pero hay que tener en cuenta que las radiografías nos dan unas dosis de radiación que se suman a la que recibimos por causas naturales, y que puede llegar a ser, en término generales, del orden del 30% del total de la radiación que recibimos. - 129 - II Congreso Nacional Sobre Pseudociencias Sin embargo a principios de este siglo la radiactividad tenía un efecto casi mágico. La gente iba a balnearios para ser tratada con agua que contenía una alta concentración de radón, algunas mujeres usaban cosméticos en los que el torio y el uranio formaban parte de sus ingredientes mágicos, o se ingerían pócimas con sales de radio disueltas en agua que, a decir del prospecto, producían efectos muy beneficiosos para la salud, elevando el espíritu vital y otras cosas. Por ultimo y para terminar me referiré a un comentario que ya he oído a varias personas. Se refiere al uso de cactus al lado de un ordenador para que éste absorba las radiaciones que despide el monitor. Si este hecho fuera cierto, las consecuencias serían sensacionales. Los radiólogos en vez de utilizar delantales plomados, podrían ponerse un par de cactus, uno delante y otro detrás en su cuerpo, y adiós a la radiación, eso si, había que buscar dichos vegetales con una densidad de pinchos lo suficientemente pequeña como para que el paciente no sufriera efectos secundarios. Y ni que decir tiene de su inmediata utilización en el diseño y construcción de centrales nucleares. En vez de gastarse millones de pesetas en toneladas de cemento para rodear al reactor nuclear, los cactus serían el blindaje ideal y además dando lugar a un paisaje mucho mas ecológico. Y todo con un bajo consumo de agua..., en definitiva, el cactus como milagro antiradiación. En el laboratorio en el que colaboro y en el que, entre otras cosas, estudiamos la radiactividad ambiental, los detectores de radiación los rodeamos de cientos de kilos de plomo (en forma de ladrillos) para mitigar la radiación de fondo y poder determinar mejor la radiactividad de sustancia o muestra que queremos analizar. Se hacen numerosos estudios para determinar la mejor combinación a la ahora de reducir esta radiación de fondo natural, utilización de plomo, cobre, parafina, vetos cósmicos, etc. Todo ello podría ser eliminado si los cactus cumplieran con el papel asignado. En mi intento de poder comprobar si esto es posible y realizar el correspondiente experimento planteé el rodear un detector con un hermoso cactus de propiedad familiar, pero mis desvelos recibieron un duro comentario, Alberto trabajas demasiado, tómate la tarde libre. Y naturalmente que lo hice, me alquilé una película de vídeo y me lo pase estupendamente con Star Trek, por cierto, que feos son algunos marcianitos...
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